Los días de Sera a bordo del Némesis de Helion se habían vuelto mucho más sencillos desde que Rivon había comenzado a destacarse entre los altos rangos. Aunque las tareas asignadas a los ciudadanos a menudo implicaban largas horas de trabajo manual y desgaste físico, Sera había sido reasignada a secciones más cómodas de la nave, donde su trabajo era menos exigente. No tenía que lidiar con la brutalidad de las zonas más duras ni con la presión constante de cometer errores fatales.
Esto, por supuesto, no fue algo que ocurriera por casualidad. Rivon, ahora con una creciente influencia entre algunos de los oficiales menores, había aprovechado su nuevo estatus para asegurarse de que Sera recibiera un trato preferente. Las conexiones que estaba construyendo dentro de la nave le habían permitido desviar a su hermana de los trabajos más duros y potencialmente peligrosos. Sera ahora pasaba sus días en una sección más tranquila, encargándose de simples registros y logística, una tarea mucho más segura en comparación con lo que vivían otros ciudadanos y esclavos.
Rivon sabía que este era un pequeño paso, pero un paso crucial. Sera estaba a salvo, y eso le permitía concentrarse plenamente en sus propios objetivos. Aunque se había vuelto más frío y distante, su lealtad hacia su hermana seguía intacta. Si bien su ambición crecía cada día, Sera seguía siendo la única persona que importaba para él, y protegerla era su prioridad número uno.
Durante las horas de descanso, Sera solía encontrarse en su compartimiento, un lugar algo más amplio que los habitáculos asignados a los esclavos. Su vida, aunque aún restringida por las rígidas reglas de la Mano, había mejorado considerablemente en comparación a los meses anteriores. Sin embargo, Sera no podía ignorar los cambios que veía en Rivon. Aunque su vida era más cómoda, había una creciente preocupación en su interior cada vez que veía a su hermano. Algo en él había cambiado, y no sabía si era para bien o para mal.
Una tarde, mientras se encontraban en su pequeña sala de descanso, Sera decidió hablar.
— Rivon, ¿qué está pasando contigo? — preguntó con un tono suave, pero lleno de curiosidad. — Has cambiado tanto desde que estamos aquí. No eres el mismo de antes.
Rivon la miró en silencio durante unos segundos antes de responder.
— El mundo aquí es diferente, Sera. — Su tono era firme, pero sin dureza. — Para sobrevivir en este lugar, para asegurarnos de que estemos bien, he tenido que adaptarme. No podemos seguir siendo los mismos que éramos cuando éramos esclavos.
Sera lo escuchó, intentando procesar lo que decía. Aunque lo entendía en parte, aún le costaba aceptar cómo su hermano se estaba volviendo tan frío y distante.
— Sé que no podemos ser los mismos... pero no quiero que te pierdas en todo esto — murmuró ella, sus ojos llenos de preocupación. — No quiero que este lugar te destruya.
Rivon esbozó una sonrisa leve, casi imperceptible.
— No me destruirá. — Hizo una pausa, mirándola directamente a los ojos. — Nos fortalecerá. Esto es solo el principio, Sera. Lo que tenemos ahora no es ni la sombra de lo que podríamos tener. El poder está ahí fuera, y yo estoy listo para tomarlo.
Sera lo observó con una mezcla de incredulidad y temor. Su hermano estaba decidido, y aunque eso la reconfortaba en cierto sentido, también la asustaba lo que estaba dispuesto a hacer para lograr sus objetivos.
Los días continuaron, y Rivon se sumergió más y más en sus tareas dentro de la nave. Sus entrenamientos eran cada vez más rigurosos, y las misiones de simulación a las que lo enviaban se hacían más complejas. Los oficiales de la Mano seguían evaluando su capacidad para el combate y la toma de decisiones bajo presión. Rivon demostraba una y otra vez que era capaz de actuar sin vacilar, algo que los altos rangos valoraban profundamente.
Una noche, tras una de esas simulaciones particularmente intensas, Rivon fue llamado a una reunión privada con uno de los Ascendidos Superiores. Sabía que este encuentro podría marcar un antes y un después en su futuro dentro de la nave, y acudió sin dudarlo.
El Ascendido Superior, una figura imponente y severa, lo recibió en una sala aislada. La iluminación era tenue, y el aire estaba cargado de una sensación de autoridad aplastante. Rivon se mantuvo firme, aunque la presencia del oficial lo hacía sentir como si cada movimiento estuviera siendo evaluado minuciosamente.
— Has demostrado un gran potencial, Rivon — comenzó el Ascendido Superior con una voz profunda y medida. — Pero aún no hemos visto todo lo que puedes ofrecer. Sabemos que tienes un deseo de poder, y eso es algo que podemos usar.
Rivon no mostró emoción alguna. Sabía que cualquier debilidad en este momento podría ser su perdición.
— Estoy aquí para servir al Imperio, respondió simplemente. Sabía que, en este lugar, el poder solo se obtenía a través de la obediencia calculada.
El Ascendido Superior esbozó una leve sonrisa, pero no dijo nada más sobre el tema. En lugar de eso, lo miró con una intensidad que traspasaba su armadura.
— Pronto tendrás tu primera misión real. Veremos si tus habilidades en las simulaciones se traducen en algo útil en el campo de batalla. Si lo logras, podrías tener un lugar más permanente en esta nave. Si no, bueno... sabemos qué sucede con los que fallan.
Rivon asintió con determinación. No tenía intención de fallar. Su ambición había crecido desde que había empezado a entender cómo funcionaba la Mano. Ya no era el joven esclavo que temía por su vida a cada segundo. Ahora tenía un objetivo claro, y estaba dispuesto a hacer lo necesario para lograrlo.
Cuando la reunión terminó, Rivon volvió a su compartimiento donde Sera lo esperaba. Ella podía ver en su rostro que algo importante había ocurrido, pero no preguntó. Sabía que su hermano estaba luchando en un mundo que ella no entendía completamente, pero también sabía que, de algún modo, eso los mantendría a ambos con vida.
El aire en la nave Némesis de Helion se había vuelto más denso a medida que la fecha de la próxima misión se acercaba. Rivon, habiendo recibido su primera asignación real en el campo de batalla, comenzó a prepararse mental y físicamente para lo que estaba por venir. Aunque Sera no estaba al tanto de los detalles, podía sentir que algo importante estaba en marcha. Rivon no era de los que compartían mucho sobre lo que estaba sucediendo, pero su enfoque se había vuelto más serio y frío en los últimos días.
El entrenamiento de combate intensivo había dejado marcas en Rivon, pero su resistencia era inquebrantable. Los altos rangos lo observaban constantemente, notando su capacidad para manejar las tareas más duras sin vacilar. Esto, junto con su creciente frialdad, había comenzado a ganarle un lugar de respeto entre algunos de los soldados. Rivon no era uno de los suyos todavía, pero sabían que estaba preparado para convertirse en algo más que un ciudadano común.
— Te han estado mirando mucho últimamente — comentó Sera una noche, mientras se encontraban en su compartimiento, intentando relajarse antes de que la próxima misión los separara de nuevo. — Es como si estuvieran esperando algo de ti.
Rivon asintió, pero no dijo nada. Sera lo conocía lo suficiente como para no presionarlo, pero la tensión en el aire era palpable. Los días de tranquilidad parecían estar contados, y ambos lo sabían.
— No es solo que me estén mirando, Sera. — Finalmente rompió el silencio, sin desviar la mirada del oscuro vacío del espacio visible a través de la ventana. — Es porque saben que tengo algo que ofrecer. Todos aquí quieren poder, y si ven en alguien una posibilidad de controlarlo, lo usarán. Yo solo estoy jugando el mismo juego.
Sera lo observó en silencio, mordiéndose el labio mientras pensaba en las palabras de su hermano. Aunque lo entendía en un nivel lógico, había algo en su tono que la inquietaba.
— ¿Crees que es lo correcto? — preguntó ella, con un ligero temblor en su voz. — ¿Jugar ese juego? ¿No te preocupa lo que te pueda hacer?
Rivon dejó escapar una leve sonrisa, pero era una sonrisa fría, casi mecánica.
— Lo que me preocupa es lo que sucedería si no lo hiciera. — Sus palabras eran como hielo. — Lo que tenemos, lo que somos ahora... todo podría desaparecer si no hago lo que es necesario. Aquí no hay lugar para la duda ni para el miedo. O tomas lo que puedes, o te lo quitan.
Sera no respondió. Sabía que cualquier discusión sería inútil. Rivon ya había tomado su decisión, y ella no podía hacer nada para cambiarlo. Solo podía esperar que lo que fuera que lo estaba transformando no lo llevara demasiado lejos.
Los días previos a la misión fueron una mezcla de entrenamiento intensivo y planificación estratégica. Aunque Rivon aún no estaba involucrado en la toma de decisiones de alto nivel, sus superiores lo querían en el campo, observando de cerca cómo gestionaba las tensiones reales del combate. No había simulación que pudiera replicar la presión psicológica de una verdadera batalla, y sabían que este sería el momento en que Rivon demostraría su verdadero valor.
En la nave, las áreas donde trabajaba Sera seguían siendo tranquilas en comparación con el resto. Sus tareas eran más sencillas: gestionar inventarios, supervisar el mantenimiento de suministros, y realizar pequeñas labores logísticas que no implicaban riesgo alguno. Pero, incluso en esas zonas más cómodas, la realidad brutal del Imperio estaba siempre presente. Los esclavos que trabajaban cerca de ella eran vigilados de cerca, y cualquiera que cometiera un error era rápidamente castigado, ya fuera a través de golpes o con los dispositivos de control que se aseguraban de mantenerlos obedientes.
Una tarde, mientras Sera revisaba uno de los almacenes de la nave, vio cómo un supervisor arrastraba a una esclava hacia una esquina oscura, la escena tan familiar y cruda como siempre. Sera desvió la mirada, intentando concentrarse en su trabajo, pero no pudo evitar que un escalofrío recorriera su espalda. Sabía lo que estaba ocurriendo, pero no había nada que ella pudiera hacer. La impotencia era parte de la vida en la nave.
Cuando regresó a su compartimiento esa noche, encontró a Rivon ya allí, sentado en la oscuridad, mirando al vacío a través de la pequeña ventana.
— ¿Estás bien? — le preguntó ella, sentándose a su lado.
Rivon asintió, pero no dijo nada de inmediato.
— La misión está cerca — murmuró finalmente, su voz baja pero cargada de una energía contenida. — Será mi oportunidad de demostrar que estoy listo para más.
Sera lo observó en silencio, sin saber qué decir. Sabía que esta misión era importante para su hermano, pero también temía lo que pudiera ocurrir. El campo de batalla del Imperio no era lugar para los débiles, y aunque confiaba en la habilidad de Rivon, sabía que cualquier error podría costarle la vida.
Los siguientes días pasaron como en una ráfaga. Rivon estaba completamente enfocado en su preparación, repasando las tácticas y estrategias que había aprendido, asegurándose de que todo estuviera en su lugar. La presión no parecía afectarlo como antes; su transformación estaba casi completa. Donde antes había dudas, ahora solo había frialdad y determinación.
Finalmente, llegó el día de la partida. Rivon fue llamado junto a otros soldados y ciudadanos seleccionados para la misión. Sera se quedó en la nave, viéndolo marchar mientras un sentimiento de vacío crecía en su pecho. Sabía que algo estaba cambiando irreversiblemente en su hermano, y temía lo que eso significaría para ambos.
Rivon, por su parte, no miró hacia atrás. Estaba listo. Sabía que esta misión sería solo el principio, y que, si sobrevivía, nada podría detenerlo en su ascenso dentro de las filas del Imperio Celestial.
El ambiente dentro del Némesis de Helion era sofocante. Los legionarios y los soldados Ascendidos Menores, con sus rangos y responsabilidades bien definidas, se preparaban en silencio para lo que todos sabían que sería una misión de vida o muerte. Rivon no podía evitar notar la tensión palpable en el aire, la mezcla de ansiedad y determinación en cada soldado que lo rodeaba. Para los legionarios, esta sería una prueba definitiva de su valor, mientras que para los Ascendidos, esta era una oportunidad más para demostrar por qué eran las verdaderas máquinas de matar del Imperio.
El planeta al que se dirigían, Zerith-4, era uno de los puntos clave en la frontera del Imperio, y su pérdida sería catastrófica. Los Shak'Thor, una raza guerrera conocida por su brutalidad y hambre de expansión, habían fijado su mirada en ese mundo. Rivon había escuchado historias sobre los Shak'Thor: criaturas enormes, bestiales, con una fuerza descomunal y una resistencia casi sobrenatural. No eran una raza que mostrara piedad, y cualquiera que se cruzara en su camino conocía solo el dolor y la muerte.
Mientras Rivon abordaba la nave de transporte, sus pensamientos eran fríos y calculados. A su alrededor, los legionarios revisaban nerviosamente sus rifles de plasma, pero Rivon sabía que para muchos de ellos, esos rifles serían insuficientes contra la fuerza bruta de los Shak'Thor. Los Ascendidos Menores cercanos se mantenían tranquilos, sus armaduras tecnológicas y sus espadas energéticas brillando bajo las luces del hangar. Rivon sabía que ellos serían los que sostendrían la línea cuando todo se derrumbara. Los Ascendidos Superiores, aunque mucho más raros en número, eran verdaderas leyendas en el campo de batalla, pero pocos estarían presentes en esta misión.
El viaje a Zerith-4 fue inquietantemente silencioso. Rivon se mantenía en su asiento, su rifle descansando a su lado, pero su mente trabajaba. Sabía que no era un humano ordinario. Aunque había ocultado su verdadero poder, una fuerza que parecía ilimitada y que a menudo lo llenaba de una energía que no podía explicar, se sentía listo para lo que estaba por venir. El frío vacío de su interior era lo que lo mantenía enfocado. No había lugar para el miedo, solo para la supervivencia.
Cuando la nave de transporte finalmente aterrizó en Zerith-4, el paisaje que los recibió era desolador. La tierra estaba teñida de rojo, como si el planeta mismo ya hubiera sido bautizado en sangre mucho antes de que comenzara la batalla. Las murallas de la fortaleza eran altas y gruesas, construidas para soportar el asalto de cualquier enemigo, pero Rivon sabía que los Shak'Thor no eran cualquier enemigo. Eran fuerzas de destrucción puras, y cualquier fortaleza, por fuerte que fuera, podría caer bajo su peso.
Los legionarios comenzaron a alinearse en las murallas, y Rivon tomó su posición entre ellos. Desde allí, se podía ver el horizonte, una vasta extensión de desierto que parecía extenderse hasta el infinito. Pero algo en la distancia se movía, una sombra que se deslizaba sobre las dunas, avanzando lentamente hacia ellos. Los Shak'Thor estaban cerca.
El primer ataque no fue inmediato. Se sentía en el aire, como un presagio. Los rugidos distantes de los Shak'Thor reverberaban por el campo de batalla, sonidos guturales y profundos que parecían surgir de las entrañas mismas de la tierra. Rivon apretó el rifle de plasma en sus manos, sintiendo el peso del metal frío y la promesa de violencia que traía consigo.
Entonces, sucedió.
Una explosión en el horizonte, y de repente, el suelo tembló bajo sus pies. Los Shak'Thor habían llegado, y su avance era una tormenta de metal y carne. Eran gigantes, sus cuerpos cubiertos de placas de hueso y armadura, sus garras afiladas como cuchillas que podían atravesar el metal como si fuera papel. Sus ojos brillaban con un fuego primitivo, una furia que solo conocía la destrucción.
Los legionarios abrieron fuego. El campo de batalla se iluminó con los destellos de plasma disparado desde las murallas, pero Rivon podía ver la futilidad en ello. Los Shak'Thor avanzaban sin detenerse, sus cuerpos absorbiendo los disparos con una brutal indiferencia. Algunos caían, pero muchos seguían adelante, cubiertos de sangre, pero sin perder velocidad.
El primer impacto fue devastador. Una de las bestias saltó sobre las murallas, aplastando a un legionario bajo su peso. El sonido de los huesos rompiéndose resonó por el campo de batalla. Rivon disparó, su rifle impactando en el pecho de la criatura, pero esta apenas retrocedió antes de lanzarse contra otro soldado. Las garras de la bestia atravesaron el torso del hombre con una facilidad escalofriante, arrancando las vísceras en una cascada de sangre.
A su alrededor, Rivon vio cómo los legionarios caían uno tras otro. Eran humanos normales, sin las mejoras genéticas que los Ascendidos Menores poseían, y eso los hacía vulnerables. Sus gritos de dolor llenaban el aire mientras los Shak'Thor desgarraban sus cuerpos con una eficiencia inhumana.
Los Ascendidos Menores comenzaron a intervenir, luchando cuerpo a cuerpo con los invasores, sus espadas energéticas chisporroteando mientras cortaban a través de la carne y el hueso de los Shak'Thor. Rivon observaba con frialdad cómo uno de los Ascendidos, un soldado de alto rango, partía en dos a uno de los invasores con un solo golpe certero, pero antes de que pudiera levantar su espada de nuevo, otro Shak'Thor lo embistió desde el costado, aplastando su armadura con un estruendo metálico y arrancando su cabeza con un solo movimiento.
La sangre de los soldados y las bestias cubría ahora el suelo, creando un paisaje infernal. Rivon no se detuvo. Apretó el gatillo de su rifle, disparando con una precisión fría, impactando en las articulaciones de los Shak'Thor, buscando cualquier debilidad que pudiera encontrar. Sabía que no podía mostrar su verdadera fuerza todavía, pero también sabía que, en algún momento, sería necesario.
Mientras los Shak'Thor seguían avanzando, Rivon comenzó a sentir cómo una furia oscura crecía dentro de él. El campo de batalla se volvía más violento, más caótico, y él se estaba hundiendo en el centro de esa tormenta. Su frialdad, su indiferencia hacia la muerte y la destrucción que lo rodeaba, lo hacía moverse con una eficacia brutal.
Los cuerpos mutilados de legionarios y Shak'Thor yacían a su alrededor. El combate era interminable, y cada segundo parecía estirarse hasta el límite. Rivon avanzaba entre los escombros, su rifle disparando sin cesar, sus ojos siempre en movimiento, buscando el próximo objetivo.
Este era solo el comienzo.