Capítulo 9: Ecos en el Vacio
Nave: Veritas Imperii
Destino: Trayecto hacia el planeta natal
El sonido del metal crujiente llenaba el aire mientras la Veritas Imperii continuaba su agonía. Cada minuto que pasaba, el temblor de la nave se volvía más intenso, y el calor aumentaba a niveles sofocantes. Rivon se mantenía de pie junto a Korran y Lyra, su cuerpo en tensión mientras intentaba pensar en alguna forma de escapar. Sabía que el tiempo se les estaba acabando, pero no podían quedarse quietos esperando la muerte. Tenían que intentar algo, aunque fuera desesperado.
— No podemos rendirnos ahora — murmuró Korran, su mirada fija en el pasillo en ruinas. Lyra se mantenía en silencio, pero su rostro mostraba el agotamiento y el miedo de lo que estaba por venir.
Rivon asintió, aunque sabía que sus opciones eran cada vez más limitadas. Las cápsulas de escape ya se habían agotado, y las naves de evacuación se habían ido, dejándolos a merced de una nave que estaba colapsando por momentos. El rugido del metal desgarrándose se intensificaba, y la vibración bajo sus pies era un recordatorio constante de que la Veritas Imperii no duraría mucho más.
— Tenemos que encontrar otra salida — dijo Rivon, su voz firme aunque llena de desesperación. — Algo que no hemos considerado. Debe haber alguna manera.
Korran lo miró, asintiendo lentamente, aunque la duda era evidente en sus ojos. No había tiempo para discutir, así que empezaron a moverse por los pasillos destruidos, en busca de cualquier cosa que pudiera ayudarlos. A cada paso, sentían cómo la estructura de la nave cedía más y más, y los ecos de la batalla que habían dejado atrás aún resonaban en los corredores.
El calor en el aire era insoportable, y las luces parpadeaban con tanta intensidad que apenas podían ver por dónde caminaban. Rivon, con el corazón latiendo a toda velocidad, revisaba cada rincón, buscando algún compartimiento olvidado, alguna entrada a una sección menos dañada de la nave que pudiera ofrecerles una salida.
— Esto no es seguro — murmuró Lyra, su voz apagada por el ruido. — Todo está cediendo...
Rivon sabía que tenía razón, pero no podían detenerse. No podían rendirse. Seguir moviéndose era lo único que les quedaba.
Mientras avanzaban, llegaron a una sección donde las paredes estaban completamente destrozadas, con grandes trozos de metal caídos en el suelo y cables chispeando por todas partes. El olor a quemado y el calor intenso los golpeó como una ola de fuego. Korran intentó empujar un panel para abrir un pasaje, pero el metal estaba demasiado caliente para tocarlo.
— ¡Cuidado! — gritó Rivon, justo cuando un trozo del techo se desprendió y cayó al suelo con un estruendo ensordecedor, bloqueando el camino detrás de ellos. Estaban atrapados en esa sección.
— ¡Maldita sea! — gruñó Korran, golpeando el metal con frustración. — No hay salida...
El sonido de la nave partiéndose resonaba con más fuerza ahora. La Veritas Imperii estaba en sus últimos momentos, y Rivon podía sentir el pánico apoderándose de su cuerpo. Miró a su padre y a su madre, ambos tratando de mantener la calma, pero sabía que el tiempo se estaba agotando.
— Vamos, debe haber algo más... — murmuró Rivon, pero incluso él comenzaba a dudar.
El calor abrasador dentro de la nave continuaba intensificándose. Cada rincón de la Veritas Imperii crujía y gemía bajo el peso de su inminente destrucción. Rivon, junto a Korran y Lyra, avanzaba a trompicones por los pasillos destrozados. La esperanza de encontrar una forma de escapar se desvanecía rápidamente con cada paso que daban. No había señales de una salida, solo la certeza de que la nave no soportaría mucho más.
Los temblores eran cada vez más violentos, y el suelo vibraba bajo sus pies como si estuviera a punto de colapsar. Rivon miraba a su alrededor, buscando algún indicio de un camino, una posibilidad que no hubieran considerado, pero todo estaba hecho pedazos. Cada rincón de la nave estaba reducido a escombros y cenizas.
— Tal vez hay una sala de mantenimiento cerca... — sugirió Korran, aunque incluso él sabía que sus palabras eran una ilusión. Las salas de mantenimiento estaban colapsadas o inaccesibles, pero la necesidad de aferrarse a algo, cualquier cosa, era más fuerte que la realidad.
Lyra miraba a su alrededor con los ojos llenos de angustia, pero mantenía una extraña calma en su rostro. Sabía que la situación era crítica, pero no había pánico en su comportamiento. Simplemente avanzaba, como si ya hubiera aceptado su destino.
— Tenemos que seguir buscando... — murmuró Rivon, su respiración entrecortada. Sentía que su cuerpo estaba al límite, pero se negó a detenerse. No quería aceptar que no había salida. No podía.
El grupo dobló otra esquina, encontrándose con un corredor completamente destrozado. Las paredes habían colapsado, y el techo estaba a punto de ceder. El aire olía a metal quemado y cables expuestos. Chispas saltaban de las paredes, y el calor era tan intenso que les quemaba la piel. A lo lejos, podían escuchar los ecos del metal desgarrándose, el sonido de una nave en su último aliento.
— Esto no va a sostenerse mucho más... — dijo Lyra en voz baja, su tono de voz controlado, pero lleno de resignación.
Korran intentó levantar una plancha de metal caída para abrirse paso, pero la placa estaba sellada por el calor y el peso. Golpeó la pared con frustración, sabiendo que no había forma de continuar por ese camino.
— Maldita sea — gruñó, con los puños apretados, mirando a Rivon. — Estamos atrapados.
Rivon observaba a su padre, tratando de pensar en algo, cualquier cosa, pero su mente estaba en blanco. Las opciones que tenían eran limitadas, y el tiempo jugaba en su contra. Sabía que estaban corriendo hacia una muerte segura, pero no podía simplemente aceptar la realidad. Había luchado tanto, había intentado mantenerse vivo, y aún así todo parecía desmoronarse a su alrededor.
— No hay otra salida, Rivon... — susurró Lyra, su voz suave, pero con un peso de tristeza innegable.
— ¡No! No podemos quedarnos aquí! — replicó Rivon, su voz cargada de desesperación. — Tiene que haber algo más. ¡No podemos simplemente... morir aquí!
Korran lo miró con dureza, aunque detrás de sus ojos también estaba la misma desesperación.
— No hay más opciones — murmuró Korran, su voz baja, casi inaudible entre el sonido de la nave desmoronándose.
De repente, una explosión en algún lugar cercano sacudió el pasillo, lanzando a Rivon y a su familia al suelo. El aire se llenó de humo, escombros y el sonido ensordecedor de metal retorciéndose. Lyra gritó de dolor al ser golpeada por un trozo de escombro en la pierna, mientras Korran corría hacia ella para ayudarla a levantarse.
Rivon, con los oídos zumbando y la vista borrosa por el humo, intentó ponerse de pie. El temblor de la nave era tan fuerte que apenas podía mantenerse en equilibrio. El suelo vibraba bajo sus pies, como si estuviera a punto de desplomarse en cualquier momento.
Sabía que no quedaba mucho tiempo. La Veritas Imperii estaba colapsando, y con ella, cualquier esperanza de escapar.
— Tenemos que movernos... — jadeó Rivon, su voz rota por el esfuerzo. — No podemos quedarnos aquí.
Korran ayudó a Lyra a levantarse, ambos tambaleándose por el pasillo mientras las explosiones y los crujidos resonaban a su alrededor. No había ningún lugar seguro. Sabían que no habría salvación, pero sus cuerpos seguían moviéndose por instinto, aferrándose a una pequeña chispa de esperanza que se apagaba con cada segundo.
Rivon sabía que estaban al borde del colapso, pero no podía rendirse aún. No mientras quedara un aliento de vida en él.
El temblor de la nave se intensificaba, y cada paso que daba Rivon sentía cómo la estructura de la Veritas Imperii cedía cada vez más. El aire estaba saturado de humo, y el calor era tan abrasador que apenas podían respirar. El pasillo por el que corrían era un laberinto de escombros, con trozos de metal caídos y chispas saltando de los cables destrozados. A cada paso, los ecos de la destrucción resonaban a su alrededor.
De repente, al doblar una esquina, se encontraron con un grupo de personas. Eran soldados y esclavos que, al igual que ellos, no habían logrado llegar a las naves de evacuación. Algunos de ellos estaban de pie, tambaleándose, con los rostros llenos de desesperación, mientras otros yacían en el suelo, inmóviles. Había cuerpos destrozados por los escombros, personas que habían sucumbido al colapso de la nave antes de que pudieran siquiera intentar escapar.
El grupo, una docena de personas, estaba acurrucado contra las paredes, esperando lo inevitable. El aire a su alrededor estaba cargado de una mezcla de miedo y resignación. Rivon pudo ver cómo algunos de ellos intentaban contener el pánico, mientras otros simplemente se quedaban mirando el vacío, como si ya hubieran aceptado su destino.
Uno de los soldados, un hombre de mediana edad con el rostro cubierto de sangre seca, se giró lentamente hacia Rivon y su familia. Sus ojos estaban vidriosos, y había una tristeza infinita en su mirada.
— No hay salida... — murmuró el soldado, su voz apenas un susurro entre el ruido de la nave desmoronándose. — Todo... se acabó.
Rivon miró a su alrededor. Vio los cuerpos de otros esclavos y soldados caídos, algunos aplastados bajo los escombros, otros simplemente muertos por el calor y el humo. El pasillo era una tumba viviente, y él podía sentir cómo la desesperación comenzaba a arrastrarlo también.
— No... aún no... — respondió, su voz temblorosa, mientras daba un paso adelante.
Pero incluso mientras hablaba, sabía que el soldado tenía razón. No había escape. La Veritas Imperii estaba colapsando, y con ella, cualquier esperanza de supervivencia.
— Tenemos que seguir... — insistió, aunque sus propias palabras sonaban vacías. No quedaba mucho más por hacer.
Los temblores aumentaron repentinamente, y una gran parte del techo del pasillo se desprendió con un estruendo ensordecedor. El impacto lanzó a varias personas al suelo, y Rivon apenas logró esquivar los escombros que cayeron. Lyra gritó cuando fue lanzada hacia una pared por la fuerza de la explosión, mientras Korran la ayudaba a ponerse de pie nuevamente.
— ¡No podemos quedarnos aquí! — gritó Korran, su voz llena de urgencia. — ¡Tenemos que movernos!
Rivon asintió, pero sabía que no había un lugar al que pudieran moverse. Estaban atrapados en una nave que estaba a punto de partirse en pedazos, rodeados de muerte y destrucción. No había cápsulas de escape, no había naves de evacuación. Solo quedaba el vacío del espacio, esperándolos como un abismo ineludible.
El soldado que había hablado antes se quedó mirando al suelo, su cuerpo temblando por la impotencia. Algunos de los otros supervivientes comenzaron a correr en todas direcciones, sin un destino claro, movidos únicamente por el pánico. Pero la mayoría permaneció quieta, resignada, aceptando lo que estaba por venir.
Rivon sintió una oleada de desesperación mientras observaba a su familia. Sabía que no había salida, pero no podía simplemente rendirse. No podía aceptar que ese fuera su final. Sin embargo, incluso mientras pensaba eso, el sonido del metal desgarrándose a su alrededor le decía lo contrario.
El crujido ensordecedor de la nave partiendo por la mitad llenó el aire. Las luces se apagaron por completo, dejando solo la luz roja de las alarmas, que seguían sonando como un eco de muerte inminente. El suelo bajo sus pies comenzó a desmoronarse, y Rivon sintió cómo el peso de la gravedad cambiaba repentinamente. La Veritas Imperii se estaba fragmentando.
— ¡Agárrense a algo! — gritó Korran, pero incluso él sabía que era inútil.
De repente, el suelo se inclinó bruscamente, y Rivon sintió que era arrastrado hacia el abismo. Los cuerpos de los otros supervivientes cayeron como hojas al viento, lanzados por el impacto de la nave partiéndose en pedazos. Rivon se aferró a un trozo de metal sobresaliente, luchando por mantener el control mientras el vacío del espacio comenzaba a arrastrarlo. Korran y Lyra intentaban sujetarse también, pero el caos era total. La nave, que antes había sido una fortaleza, ahora era solo una colección de escombros dispersos.
El sonido del aire escapando y el silbido del vacío del espacio fueron lo último que Rivon escuchó antes de ser arrojado hacia la oscuridad.
La Veritas Imperii se desintegraba, sus restos esparcidos por el espacio como fragmentos de una tragedia. La oscuridad del cosmos envolvía todo, y el frío del vacío se apoderaba de sus cuerpos.
Rivon sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones. Sabía que estaba muriendo, flotando en la inmensidad del espacio, con los fragmentos de la nave girando a su alrededor como monumentos a la destrucción.