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Chapter 8 - Capítulo 6: Ecos de la Pérdida

Nave: Veritas Imperii

Destino: Estacionado en órbita sobre el Planeta Draxos

El ambiente dentro de la Veritas Imperii era aún más denso que de costumbre. La muerte de Thorin había dejado una marca, aunque nadie la mencionaba. Entre los esclavos, la muerte era algo tan normal que los duelos no existían. Sin embargo, para Rivon, la imagen de su compañero siendo consumido por el vapor abrasador seguía viva en su mente. El rostro desfigurado, el grito de dolor y los espasmos finales. Había visto morir a muchos, pero nunca a alguien tan cercano.

Mientras caminaba por los oscuros pasillos de la nave, con el eco constante de las máquinas resonando a su alrededor, Rivon no podía evitar sentirse cada vez más agotado, tanto física como mentalmente. La Veritas Imperii seguía su curso implacable, el ciclo de trabajo y muerte nunca se detenía. Los esclavos eran reemplazables, y sabía que, al igual que Thorin, su vida también terminaría en una explosión, un accidente, o simplemente de agotamiento.

Llegó a su compartimiento, donde Korran, su padre, estaba sentado en silencio. Sus ojos estaban vacíos, la expresión en su rostro tan fría como siempre. Lyra, su madre, limpiaba el área de descanso de forma automática, su cuerpo funcionando por inercia, mientras que Sera, su hermana, permanecía en su esquina, dormitando.

Rivon se dejó caer en el suelo metálico. El cansancio lo invadía por completo. Cerró los ojos, pero no encontró alivio. En su mente, las imágenes de la muerte de Thorin seguían repitiéndose. No era tanto el hecho de la muerte, sino la brutalidad y la indiferencia con la que había sucedido. Como si la vida de su compañero no hubiera tenido ningún valor, un sacrificio más para la implacable máquina de guerra del Imperio.

Las luces en el pasillo parpadearon, anunciando un nuevo ciclo de trabajo. Rivon se levantó lentamente, sus músculos protestando con cada movimiento. Sabía que el tiempo de descanso había terminado, y que pronto tendría que regresar a las cámaras de reciclaje. Con cada cuerpo que incineraba, recordaría que su propia muerte estaba más cerca, y que no había escapatoria.

Mientras salía de su compartimiento, las voces de los soldados ascendidos resonaban a lo lejos. Había más movimientos en la nave de lo normal, y eso solo podía significar una cosa: el conflicto en Draxos se estaba intensificando. Aunque los esclavos no participaban directamente en la batalla, sentían sus efectos con cada cadáver que llegaba desde la superficie. Y ahora, con la presencia de la Sombra acechando, había una tensión palpable que recorría los pasillos.

Rivon se dirigió hacia su puesto en las cámaras de reciclaje. Sabía que ese día sería como todos los demás: cargado de trabajo, muerte y agotamiento. Pero la sombra de la pérdida de Thorin seguía pesando en su mente. El vacío que había dejado su compañero lo seguía como un fantasma, recordándole que la muerte era la única certeza en la Veritas Imperii.

Cuando llegó a las cámaras de reciclaje, el aire estaba lleno del olor a carne quemada y los zumbidos de las máquinas que incineraban los cuerpos. Los esclavos ya estaban trabajando, moviendo cuerpos de un lado a otro con la misma indiferencia mecánica de siempre. Maela, una de las esclavas que Rivon conocía desde hacía tiempo, trabajaba cerca de él, arrastrando un cuerpo mutilado hacia los incineradores.

— ¿Thorin? — preguntó Maela en voz baja, su mirada fija en los cuerpos que movía.

Rivon tardó en responder, su voz apenas un susurro.

— Está muerto.

Maela no dijo nada más. Ninguno de los esclavos tenía el lujo de detenerse a lamentar la muerte de los suyos. La vida en la Veritas Imperii no permitía ese tipo de sentimientos. La muerte de un esclavo no significaba nada. Solo el trabajo importaba.

Las horas pasaron lentamente. Cada cuerpo que Rivon arrojaba a las llamas era una prueba más de que el Imperio no tenía compasión. Mientras el calor del incinerador le golpeaba el rostro, el sonido de los cañones disparando desde la superficie de Draxos retumbaba a través de las paredes metálicas. La batalla continuaba, pero para los esclavos, no había diferencia entre la paz y la guerra. Su trabajo era eterno, y la única salida era la muerte.

Mientras los cuerpos seguían llegando, algo llamó la atención de Rivon. Uno de los cuerpos no era el de un soldado común, ni de un Zhal'khan. Estaba cubierto con una túnica oscura y el rostro completamente oculto por una máscara metálica. Era un cuerpo que no pertenecía a nadie conocido entre los soldados, y había una extraña marca en el pecho, algo que Rivon no había visto antes. Parecía un símbolo grabado en la carne, similar al que había visto anteriormente en los túneles de la nave.

Maela, que también notó el cuerpo inusual, se detuvo un momento, su mirada fija en la marca.

— ¿Qué es eso? — susurró, su voz apenas audible.

Rivon no tenía una respuesta, pero sentía que algo no estaba bien. Mientras arrastraba el cuerpo hacia el incinerador, el símbolo en el pecho parecía pulsar, como si tuviera vida propia. No era solo una marca, era algo más. Algo que emanaba una energía oscura y opresiva.

El símbolo le recordaba a los murmullos sobre la Sombra, sobre la corrupción que estaba empezando a extenderse por Draxos. Y ahora, esa misma oscuridad parecía haber llegado a bordo de la Veritas Imperii.

El aire en la Veritas Imperii se volvía más denso, como si una energía oscura comenzara a asentarse en cada rincón de la nave. A medida que Rivon continuaba su tarea de incinerar los cuerpos, el pensamiento de la extraña marca en el pecho de aquel cadáver seguía atormentándolo. La forma en que parecía latir, como si estuviera vivo, y el aura opresiva que lo rodeaba eran señales claras de que algo había cambiado a bordo. Algo oscuro y corrupto se estaba extendiendo.

Los soldados ascendidos continuaban preparándose para el próximo asalto en Draxos, pero incluso entre ellos, Rivon notaba una tensión palpable. Aunque seguían siendo máquinas de guerra implacables, había una nueva rigidez en su comportamiento, como si algo los estuviera inquietando. Sin embargo, su devoción hacia Daxa, la Ascendida Suprema, seguía siendo absoluta. Los soldados hablaban de su Señora con una reverencia casi religiosa, algo que Rivon no había visto tan intensamente antes. Era como si, frente a la amenaza de la Sombra, su lealtad hacia ella se hubiera intensificado hasta el fanatismo.

Mientras Rivon movía más cuerpos hacia las cámaras de incineración, un grito resonó desde uno de los pasillos cercanos. Los esclavos se tensaron, y algunos levantaron la vista con nerviosismo. Unos segundos después, dos soldados ascendidos aparecieron arrastrando a un hombre encapuchado, con una túnica raída y cubierta de manchas oscuras. Sus brazos estaban atados detrás de su espalda, y su cuerpo, aunque débil y tembloroso, luchaba por liberarse de los soldados.

— ¡La Sombra lo consumirá todo! — gritaba el hombre con una voz rasgada. — ¡El Imperio caerá! ¡Daxa no puede detener lo inevitable!

Rivon observó en silencio, sabiendo que estaba presenciando algo importante. El hombre era un adorador de la Sombra, un hereje en los ojos del Imperio. Los rumores de la corrupción que había comenzado en Draxos ahora se materializaban dentro de la nave. La Sombra ya no solo era una amenaza en la superficie del planeta, sino que ahora estaba enraizándose en el corazón mismo de la Veritas Imperii.

Los soldados lo arrastraron hacia una de las cámaras de contención, pero el hombre seguía gritando, sus ojos desorbitados y llenos de fanatismo.

— ¡He visto lo que vendrá! ¡La Sombra está aquí, dentro de vosotros! ¡Dentro de todo lo que toca el Imperio! — Sus palabras resonaban en los pasillos, pero los soldados no mostraban ninguna reacción visible.

Uno de los soldados que arrastraba al hereje, con una armadura negra y ojos ocultos bajo su casco, se giró hacia Rivon por un breve momento. Aunque no podía ver sus ojos, Rivon sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que estos soldados eran casi devotos a su Señora, pero algo en la forma en que ese soldado lo miraba era diferente, como si también estuviera luchando contra una oscuridad interna. El fanatismo que ahora mostraban no era solo devoción; parecía una mezcla de miedo y obediencia ciega.

Los murmullos entre los esclavos se intensificaron. Nadie hablaba en voz alta, pero las miradas intercambiadas lo decían todo: la Sombra había comenzado a corroer no solo a los esclavos, sino a la misma tripulación. Nadie sabía en quién confiar. Las palabras del hereje seguían resonando en la mente de Rivon mientras volvía a su tarea, pero ahora, cada sombra que pasaba junto a él parecía más densa, más tangible.

Después de que el hereje fue llevado, los esclavos volvieron al trabajo en silencio. Sin embargo, la sensación de que algo estaba terriblemente mal no desaparecía. Rivon no podía dejar de pensar en lo que el hereje había dicho, y aunque no conocía los detalles sobre la Sombra, sabía que su influencia no podía ser subestimada. Había algo profundamente inquietante en la forma en que el soldado lo había mirado, como si él también estuviera al borde de caer en la corrupción.

Poco tiempo después, un grupo de Inquisidores del Núcleo llegó a bordo. Su presencia solo confirmaba lo que Rivon ya temía: la corrupción de la Sombra estaba creciendo rápidamente. Los Inquisidores eran enviados para erradicar cualquier señal de esta oscuridad, pero su llegada tan repentina indicaba que la situación era más grave de lo que cualquiera había anticipado. Sabía que la purga sería brutal.

Todos los esclavos, regresen a sus compartimientos. Los sistemas de la nave serán purgados para mantener la seguridad. — La voz metálica resonó a través de los altavoces.

Rivon y los demás comenzaron a moverse de inmediato, sin hacer preguntas. Sabían lo que significaba una purga en la nave. La Veritas Imperii iba a ser escaneada, y cualquier rastro de corrupción sería erradicado sin piedad, incluso si eso significaba la muerte de aquellos que habían sido tocados por la Sombra. Para los Inquisidores, no importaba quién fuera culpable o inocente; solo importaba eliminar la amenaza.

Mientras caminaba por los pasillos hacia su compartimiento, Rivon no podía evitar pensar en la mirada de los soldados, en cómo su fanatismo hacia Daxa había crecido hasta convertirse en una obsesión. La Sombra estaba presente, pero no solo entre los esclavos. También había echado raíces en los soldados más leales. La purga que los Inquisidores estaban a punto de llevar a cabo no solo afectaría a los esclavos, sino a toda la nave.

Cuando llegó a su compartimiento, Sera, Korran, y Lyra ya estaban allí. Ninguno de ellos hablaba, pero el miedo en sus rostros era evidente. Sabían lo que vendría después. La purga era un proceso peligroso y brutal, y aquellos que no pasaran las pruebas de pureza serían eliminados sin piedad.

Rivon se sentó en silencio, esperando el sonido de los Inquisidores acercándose. Sabía que la Veritas Imperii nunca volvería a ser la misma.

El silencio en el compartimiento era sofocante mientras Rivon esperaba el momento en que los Inquisidores del Núcleo comenzarían la purga. El miedo que pesaba sobre los esclavos era palpable. La llegada de los Inquisidores nunca traía buenas noticias, solo muerte y limpieza, y nadie sabía quién sería el próximo en ser acusado de corrupción. Korran, su padre, se mantenía en silencio, con los ojos vacíos mirando al suelo, mientras Lyra intentaba calmarse a sí misma organizando inútilmente las pocas pertenencias que tenían. Sera estaba acurrucada en una esquina, sus manos temblando levemente.

Las luces en el pasillo parpadearon, anunciando la llegada de los Inquisidores. El sonido de sus botas metálicas resonaba a lo largo del corredor, como un tambor de muerte que se acercaba inexorablemente. No hubo ninguna palabra cuando la puerta del compartimiento se abrió bruscamente. Dos figuras encapuchadas, cubiertas con túnicas negras y rostros ocultos por máscaras metálicas, entraron en la habitación. La presencia de los Inquisidores del Núcleo llenó el pequeño espacio con una opresión que era casi insoportable.

Rivon mantenía la cabeza baja, como le habían enseñado. Sabía que cualquier signo de desafío o miedo podía ser malinterpretado como una señal de corrupción. Los Inquisidores no mostraban misericordia. Solo buscaban erradicar cualquier rastro de la Sombra, sin importar cuántas vidas se llevaran en el proceso.

No se muevan. El examen de pureza comenzará ahora. — La voz del Inquisidor era fría, mecánica, sin ninguna emoción.

Uno de los Inquisidores comenzó a acercarse a Korran, escaneándolo con un pequeño dispositivo que brillaba con una luz oscura. El sonido del escáner llenó el aire con un zumbido bajo y persistente. Rivon, con el corazón latiendo con fuerza, no podía evitar pensar en la posibilidad de que encontraran algo, cualquier pequeña señal que los Inquisidores interpretaran como corrupción. Sabía que no había espacio para errores.

El escaneo de Korran finalizó sin incidentes, y el Inquisidor pasó a Lyra. Mientras realizaban el procedimiento, el silencio en el compartimiento era casi asfixiante. Todos estaban aterrorizados, pero sabían que el menor signo de pánico podría costarles la vida. Cuando terminaron con Lyra y Sera, los Inquisidores finalmente se volvieron hacia Rivon.

El Inquisidor que se acercó a él era imponente, su figura envuelta en sombras y metal. El escáner comenzó a zumbir cerca de su rostro, y Rivon podía sentir una ola de tensión recorrer su cuerpo. No sabía qué buscarían exactamente, pero la sensación de estar bajo el escrutinio directo de uno de esos seres le hacía sentir que cada parte de su ser estaba siendo expuesta.

El escaneo continuó durante lo que parecieron horas, hasta que el dispositivo emitió un pequeño pitido. El Inquisidor hizo un gesto con la mano, y sin más palabras, ambos se giraron y salieron del compartimiento, dejando tras de sí una estela de terror silencioso.

El alivio en el compartimiento fue instantáneo, pero breve. Korran dejó escapar un suspiro, mientras Lyra se derrumbaba en el suelo, cubriéndose el rostro con las manos. Sera temblaba, pero permanecía en silencio, sabiendo que el peligro no había pasado del todo. Nadie estaba realmente a salvo cuando los Inquisidores estaban a bordo.

El escaneo no había encontrado corrupción en ellos, pero sabían que otros no tendrían tanta suerte. La purga continuaría por toda la nave, y cualquiera que mostrara el menor rastro de la Sombra sería eliminado sin piedad. Rivon se levantó lentamente, intentando calmarse, pero el peso de la tensión aún lo aplastaba.

Esto no ha terminado — murmuró Rivon, su voz apenas audible. Sabía que la Veritas Imperii estaba al borde de algo mucho peor.

Los rumores sobre la corrupción de la Sombra seguían propagándose por la nave, y aunque los Inquisidores estaban haciendo todo lo posible por erradicarla, la influencia oscura se sentía en el aire, en cada rincón de la Veritas Imperii. Había algo más profundo ocurriendo, algo que ni siquiera los Inquisidores podrían contener del todo.

A medida que las horas pasaban, Rivon no pudo evitar escuchar los gritos distantes que resonaban por los corredores. Sabía lo que significaban: algunos esclavos, o incluso soldados, habían sido identificados como corruptos, y ahora eran purgados. La brutalidad de los Inquisidores del Núcleo no conocía límites, y la sangre fluía libremente cada vez que se encontraban con aquellos que habían sido tocados por la Sombra.

Más tarde, mientras Rivon intentaba descansar, escuchó a varios soldados Ascendidos hablar en el pasillo cerca de su compartimiento. Aunque normalmente hablaban en tonos fríos y calculados, ahora había una nota de fervor en sus voces, una intensidad que Rivon nunca había notado antes.

Nuestra Señora, Daxa, nos guiará a través de esto. Solo su poder puede salvarnos de la Sombra. — dijo uno de los soldados, su voz cargada de devoción.

La Sombra no tiene poder sobre aquellos que son leales a ella — respondió otro soldado, con una fe ciega en cada palabra que decía. — Somos sus guerreros, su voluntad hecha carne. La corrupción no puede tocar a quienes siguen su camino.

Rivon sintió un escalofrío. El fanatismo hacia Daxa se estaba volviendo más extremo con cada hora que pasaba. Los soldados Ascendidos, que antes eran solo máquinas de guerra, ahora hablaban de ella con una reverencia casi religiosa, como si su devoción fuera lo único que los mantenía a salvo de la Sombra. Parecía que, mientras la corrupción se extendía, la lealtad hacia Daxa también crecía, como una reacción a la oscuridad que se cernía sobre todos ellos.

Sabía que algo estaba cambiando a bordo de la Veritas Imperii, algo que ni siquiera los Inquisidores del Núcleo podrían controlar del todo. La Sombra se estaba filtrando en cada rincón de la nave, y aunque los soldados mantenían su lealtad a Daxa, Rivon no estaba seguro de cuánto tiempo podrían resistir.