"La desconfianza y cautela son los padres de la seguridad"
AINHOA
- ¡Riddle! - Me importó una mierda saber si Madame Anabela estaba o no dentro de la enfermería, caminé con la varita en alto hasta la camilla en la que se encontraba el aludido. - ¡Riddle! - Volví a gritar. Me subí en la cama sentándome sobre él con una rodilla a cada lado de su cuerpo, lo cogí del cuello del pijama colocando la punta de mi varita en el espacio que había entre sus ojos.
- ¿Ainhoa? - Su voz era apenas audible y por acto reflejo colocó una de sus manos sobre la que yo tenía en su camisa y con la otra me apuntaba de la misma forma en que yo lo hacía. - ¿Qué demonios te pasa?
-Eres una asquerosa serpiente. - Mi voz salió en un siseo que hizo que me cuestionara por un momento el hecho de si lo había dicho en pársel, relajó su cuerpo y bajó la varita, yo presioné más mí agarre. - ¿Cómo pudiste hacerle eso a Dolohov? - No pude evitar derramar una lágrima al recordar el estado en que había visto a uno de mis mejores amigos hace un par de minutos, me dedicó una mirada de confusión y en un intento de secar la lágrima que había derramado levantó su mano. Volteé el rostro dejándolo con la mano en el aire y volviendo a fijar la vista en sus ojos le dediqué mi mirada de odio más sincera.
-No sé de qué me estás hablando. - Bajó su mano y trató de moverme de encima suyo. - ¿Podrías bajarte? No estoy tan bien que digamos. - Su rostro era inexpresivo y fruncía el ceño denotando molestia.
-¿No lo sabes?- Se encogió de hombros y negó con la cabeza, sentí una punzada en el pecho y no pude reprimir el sentimiento de decepción que comenzaba a embargarme.- Pues te lo notifico.- Solté el borde de su pijama y presioné su cabeza con mis manos trasmitiéndole aquellos recuerdos que tenía de Dolohov.- ¿Ahora lo recuerdas?- Su rostro se había deformado por la sorpresa, sus ojos buscaban los míos y para cuando quiso detenerme ya estaba de pie a un lado de su cama.- No te vuelvas acercar a mí o a mis amigos. Ni se te ocurra volver a mencionarle algo de eso a Anthony o a amenazarlo. - Se sentó en la camilla y me observó a los ojos aún sin salir de su asombro, ¿Cómo había podido pensar que podría cambiar? - Si lo haces te juro, escúchame bien. - Lo cogí del cuello obligándolo a verme a los ojos, le transmití todo el odio que sentía. - Te juro que te mato. - Lo solté y me limpié las manos en la túnica. - Me das asco.
-Déjame explicarte. - Negué con la cabeza, giré sobre mis talones y comencé a caminar hacia la puerta. - Ainhoa, espera. - Me detuve en el lugar en el que estaba, aprisionaba uno de mis brazos entre sus manos y con brusquedad lo retiré. - Romina...
- ¡Y una mierda! - Di la vuelta y lo encaré. - Me importan muy poco las razones que tuvieras. Nada...- Él dio un paso hacia mí y yo retrocedí. - Nada justifica que la hayas matado. - Le di la espalda y seguí mi camino, me detuve cuando cogí la perilla y sin regresar a mirarlo hablé. - Jamás perdonaré que utilizaras a Anthony para hacerlo. - Sin darle tiempo a nada abrí la puerta y la cerré tras de mí, corrí hasta las mazmorras y dije la contraseña.
- ¿Ainhoa? - La voz de Orión hizo que me detuviera a mitad de las escaleras, sequé rápidamente las lágrimas que se me habían escapado por la ira y me giré hacia él con una sonrisa. - ¿Estás bien? - Asentí tranquilizándolo, bajé las escaleras y cogiendo su mano lo dirigí hasta una de las esquinas más alejadas de la sala común. - ¿Hablaste con Anthony?
-Sí, sobre eso quiero hablarte. - Se mordió un labio y yo comencé a juguetear con mis dedos buscando la mejor forma de decírselo. - Le borré la memoria. - Suspiré y bajé la mirada.
- ¿Por qué? - En su voz no había rastro de decepción, molestia o alarma. - ¿Qué ha olvidado?
-Porque la culpa lo estaba matando Orión, no quiero que pase el resto de su vida con ese dolor. - Busqué su mirada y me dedicó una sonrisa tranquilizadora y llena de compresión. - Ha olvidado que él... tú sabes...-Asintió dándome a entender que no hacía falta que lo dijera porque lo entendía.
-No te preocupes, quise hacerlo muchas veces. - Masajeó el puente de su nariz con su dedo pulgar e índice. - Pero lastimosamente no sabía el hechizo adecuado. Una vez quise hasta golpearlo en la cabeza a ver si perdía la memoria. - Sonreí y lo abracé con fuerza, no solo se parecía a Sirius en físico, sino que también olía iguala él. Me sentía segura, me sentía en paz. - No sabes cuánto tiempo me sentí impotente de no poder hacer nada para que desapareciera la culpa que sentía Anthony. - Sentí como sus lágrimas mojaban mi hombro izquierdo, sin darme cuenta yo también estaba llorando. - Gracias.
-No me agradezcas, él es mi amigo. - Sequé sus lágrimas y deposité un beso en su mejilla. - Al igual que tú, siempre haré cualquier cosa por ustedes. - Lo abracé por última vez y subí las escaleras hasta mi habitación, abrí la puerta y para mi gran alivio las chicas aún no llegaban de el gran comedor. Corrí las cortinas que había alrededor de mi cama y con un hechizo silencié ese pequeño espacio, me quité la túnica, la corbata y los zapatos; me senté en medio de la cama y recogí las rodillas pegándolas a mi pecho, fijé la mirada en algún punto de la cortina, permitiendo que todas las emociones reprimidas fluyeran sin obstáculos. -Harry... dime que hacer. - Sollocé sin poder contenerme por más tiempo, necesitaba verlo, me dolía. Por inercia llevé la mano al collar que llevaba en el pecho y entonces recordé las reliquias. - Ugebit. - El dije volvió a su normalidad. Sobre la cama tenía la capa, la varita y la piedra de la resurrección. Tomé la piedra entre mis manos y la llevé hasta mi pecho, no pude evitar recordar la noche en que Harry me dio las reliquias.
-Mi niña. - Levanté la mirada, mi madre me observaba con tristeza. Estaba sentada frente a mí con las piernas cruzadas, vestía la misma ropa de la última vez que la vi, un suéter azul y un pantalón de jean; sus ojos azules y su cabello castaño claro me hicieron recordar las tardes de mi infancia en las que me permitía hacerle trenzas.
-Mamá. - La abracé con fuerza, disfrutaría de ese pequeño gesto, aunque fuese por unos minutos, ella no podía quedarse. Me arrullaba al tiempo que hacía círculos en mi espalda. - No puedo con esto, no soy tan fuerte. - Sollocé como no lo hacía desde hacía mucho tiempo. - Yo... Yo creo que me equivoqué, debí coger la mano de Harry y esperar la muerte.
-Eso nunca Ainhoa. - Se separó un poco de mi para poder verme a los ojos. - Tu padre y yo criamos una chica fuerte y una espectacular hechicera, Harry también lo creía y por eso te amaba. - Secó mis lágrimas con sus dedos pulgares. - Hay muchas cosas que no sabes, aún no conoces todo tu poder, mi amor. Pero sobre todo aún no enfrentas al peor de tus enemigos: Tú. - Acomodó unos mechones de mi cabello, que caían sobre mis ojos, detrás de mis orejas. - No es malo enamorarse, a veces el amor puede cambiar muchas cosas. Mi amor, solo tú puedes decidir el futuro de ese joven.
- ¿De qué estás hablando? - Llevé mi mano acariciar la que ella tenía en mi mejilla. - Yo no...
-A mí no puedes engañarme, te conozco demasiado bien. -Sonrió negando con la cabeza. - El amor, es la más poderosas de las emociones. Solo el amor puede salvar a una persona y las batallas más difíciles a veces no se ganan con violencia o muerte.
-Mamá, te amo. - Nuevas lágrimas recorrieron mis mejillas, depositó un beso en mi coronilla y poco a poco su silueta comenzaba a hacerse borrosa.
-Yo también mi amor, recuerda que todo depende del acto más valiente que pueda realizar tu corazón. - Y así como llegó se fue, volví a quedarme sola en mi cama. Uní las reliquias y las regresé a su estado original, abroché el dije en el collar y soltando un suspiro me acosté, observé el dosel de la cama hasta que poco a poco Morfeo empezó hacer su trabajo.
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- ¡Ainhoa!
- ¡¿Qué?! ¡¿Qué?!- Tres pares de ojos me observaban fijamente y reprimían una carcajada. Por el susto había rodado en la cama y caído de culo en el suelo. - Estúpidas, mi trasero idiota. - La que rompió el silencio fue Lucretia, su risa era tan graciosa que las cuatro terminamos riendo a carcajadas.
-Eres un desastre tía, levántate del suelo y ve arreglarte que es tarde. - Anastasia me extendió la mano aún sin dejar de reír, la tomé sin vacilar y entré al baño para salir quince minutos después completamente arreglada.
-Vamos. - Cogí del brazo a Ana y Lu a Walby, salimos de la habitación conversando sobre lo que harían en navidad, realmente yo no tenía planes, supongo que me quedaría en el colegio. Íbamos bajando las escaleras cuando las chicas se quedaron en silencio y se detuvieron faltando cinco escalones para llegar a la planta baja. - ¿Qué sucede? - Pregunté a Ana quien miraba al frente, con su dedo señaló hacia lo que miraba y siguiendo su línea de acción comprendí lo que tanto observaban. Riddle Esperaba de pie al final de las escaleras, su aspecto no era el mejor de todos; lucía más pálido de lo normal, tenía unas grandes ojeras alrededor de los ojos, su cabello estaba desordenado, se le notaba débil y que apenas podía sostenerse de la baranda. Me aferré más del brazo de Ana y bajamos los escalones que nos faltaban, al pasar por su lado atrapó una de mis manos entre las suyas, estaba muy fría. Me quedé quieta e intenté zafarme, pero él me sostuvo más fuerte.
-Ainhoa. - Si la noche anterior su voz era un susurro, ahora no era más que un sonido quebrado. - Por fav...
-Suéltame. - Dije tratando de controlar mi ira, si seguía así lograría que lo matase ahí mismo y enfrente de todas las serpientes que observaban expectantes la escena.
-Escúchame. - Más que una petición era una súplica, mi corazón se removió inquieto cuando me obligó a girarme y encararlo. Necesitaba descansar, era obvio que estaba débil. - Solo neces...- No pudo terminar la frase ya que cayó desmayado entre mis brazos.
-Mierda. - Me arrodillé acunando su cabeza entre mis piernas. - ¡Abraxas! - El peliteñido llegó hasta mi en un abrir y cerrar de ojos, se agachó hasta quedar a mi altura. - Ve por Madame Anabela. - Asintió y salió corriendo de la sala común, busqué con la mirada a sus perros falderos hasta que encontré a uno. - ¡Nott! - El aludido caminó hasta mi con la mano en los bolsillos. - Busca a Dumbledore y tráelo aquí. - Asintió y tal como lo hizo Abraxas, desapareció de la sala común.
Anthony y Orión me ayudaron a llevarlo a su habitación, extrañamente no la compartía con nadie, lo dejaron en la cama y después de preguntarme si estaba bien o necesitaba algo, abandonaron el dormitorio. Lo observé dormir, parecía tan tranquilo y estaba tan quieto que por un momento llegué a pensar que estaba muerto. Pasé mi mano por su cabeza y me di cuenta de que su frente estaba muy caliente al igual que el resto de su cuerpo, no sé por qué ni en qué momento derramé una lágrima. Por primera vez en meses volví a sentir miedo.
-Despierta Riddle, tienes que mejorar. - Mi voz era apenas un murmullo que se perdía en la habitación. - Levántate de esa cama para que puedas seguir peleando conmigo, para odiarnos, para lo que sea... pero levántate por favor. - Crucé los brazos sobre su pecho hundiendo la cabeza entre ellos, su corazón latía lento y apenas podía sentirlo.
-¡Por Merlín!- Madame Anabela se acercó corriendo a la cama y yo me hice a un lado para que pudiera revisarlo, caminé hasta la ventana más cercana que había y sequé las lágrimas que recorrían mis mejillas.- Le dije que era mejor que no se moviera de la enfermería, pero insistía en irse.- Suspiró cansada.- No puedo seguir dándole remedios para bajarle la fiebre y los dolores que le dan, si no le damos una cura rápido morirá.- No regresé la vista hacia la mujer, en su lugar me dediqué a asimilar cada palabra que decía.
- ¿Cómo sigue, Anabela? - La voz de Dumbledore hizo que retrocediera sobre mis pasos y me parara a su lado, aunque no quisiera aceptarlo necesitaba que me dijera que había alguna forma de salvarlo. La joven enfermera lo miró a los ojos y negó con la cabeza.
-Disculpen. - Una voz desconocida llamó la atención de todos los presentes en la habitación. Apenas y pude darme cuenta de su presencia, había llegado con Dumbledore. Era un hombre un poco más alto que Riddle. - ¿Me permite revisarlo? Ya sabes Albus, mi especialidad son las artes oscuras. - El mago asintió sin ninguna expresión en el rostro, el extraño se acercó hasta la cama de Riddle y comenzó a conjurar hechizos en voz baja. Llevaba una túnica negra con capucha que le cubrían la cara y todo el cuerpo, no podía ver su aura.
- ¿Quién es? - Le pregunté al oído a Dumbledore, él giró la cabeza hacía mí. Examinó mi rostro con desconfianza, suspiró.
-Pues es el nuevo profesor de defensa Contra las Artes oscuras. - Esperen, ¡¿Qué?!
-Y la profesora Mery...
-Tuvo asuntos personales que atender y dejó su puesto a disposición, el director Dippet lo entrevistó y después de ver sus recomendaciones terminamos contratándolo. - Explicó rápidamente. - Se enteraría de esto si no llegara tarde al desayuno o si al menos llegara. - Iba a responderle, pero el extraño hizo un sonido con la garganta llamando nuestra atención.
-Solo haré dos preguntas. - Llevó sus manos a la espalda, no se movió ni un centímetro de donde estaba. - La primera es, ¿Quién arrojó la maldición?
-Mi tío. Gellert Grindelwald. - Respondí sin siquiera dejar a los demás procesar la pregunta, el desconocido pareció analizar mis palabras para luego asentir.
-Segundo, la primera vez que le ocurrió esto ¿Preguntó por alguien? - Me encogí de hombros, madame Anabela fue quien respondió esa pregunta alegando que había preguntado por mí. - Pues es una maldición ancestral, poco conocida e imposible de identificar con los métodos rápidos. - Presté atención, si era antigua ¿Por qué yo no sabía cuál era? En mis viajes había aprendido muchas maldiciones y nunca leí sobre una como aquella. - Es conocida como la maldición de Romeo y Julieta, pero en si se llama "Et mors dilectio"
- ¿En qué consiste? - La pregunta salió de mis labios al tiempo que todos fijaban la mirada en mí.
-La maldición solo se activa cuando la persona se enamora. - Llevó una mano hasta su mentón dubitativo, seguía cuestionándome quien sería ya que hasta ese momento no había podido ver su rostro. - Una vez que comienza el primer síntoma no hay marcha atrás. Básicamente comienza con un leve desmayo, luego son dolores de estómago que se vuelven punzadas en las costillas. La persona pierde color y se va debilitando, cada vez que sus sentimientos afloran la maldición empeora. - Hizo una pausa caminando hasta donde estábamos Albus y yo. - El proceso tiene dos etapas, la primera es la reversible y la segunda es la terminal. En la etapa reversible la persona tiene breves espacios en los que está bien; sabes que el amor no nace de un día para otro y por eso es la etapa en la que los síntomas aparecen solo cuando el portador muestra interés sentimental. En la etapa terminal ya no hay marcha atrás, la persona que está maldita llega a ponerse bien solo con contacto físico o conexión emocional con la persona de la que está enamorado, pero a la larga esas muestras de afecto dejan de ser suficientes y termina con la muerte de quien está maldito.- Ahogué un sollozo y me mordí el labio inferior para no llorar.- Tú lo has condenado a muerte, él ya está en la etapa terminal.- Sentí como si me hubieran pateado en el pecho y quitado todo el aire de los pulmones.- No hay nada que se pueda hacer por él.- Debería alegrarme de que moriría y no podría convertirse en el monstruo que sería, pero en su lugar sentía que me estaban desgarrando el alma.
- ¿Quién eres? - Mi voz sonaba igual a la de una desconocida, solo podía mirar a Riddle, no iba a llorar delante de nadie.
-Oh claro, no nos hemos presentado. - Solo en ese momento me permití desviar la mirada de Riddle y fijarla en el extraño que se había quitado la capucha y dejaba al descubierto su rostro. Sus ojos eran verdes esmeraldas, su cabello era cobrizo y su tez era blanca. - Mi nombre es Alexander Sokolov. - Era un chico de aproximadamente diecinueve años, me parecía conocido de algún lugar, pero eso era imposible, era el pasado y en esa época yo no conocía a nadie. Me concentré en su aura y fue un grave error. Su alma era oscura, estaba desgarrada por partes y sobre todo no había una pizca de luz en él; comencé a sentir frío y mi cuerpo no respondía, al igual que la primera vez que vi a Voldemort, comencé a gritar y cogerme la cabeza, escuchaba voces que pedían ayuda y un sudor frío comenzó a perlarme la frente.
-Ainhoa, ¿Qué tienes? - Quise concentrarme en la voz de Dumbledore, pero no pude, los susurros que escuchaba eran demasiado para mí, la cabeza me latía e incluso mi cuerpo dolía. Alguien estaba intentando entrar en mi mente, pero al tener tantas barreras lo único que lograba era generarme un dolor físico y psíquico, levanté la mirada y pude ver una sonrisa macabra dibujarse en el rostro del oscuro visitante que tenía frente a mí. Mis manos cayeron a ambos lados de mi cuerpo aferrándose al frío suelo, fijé la mirada en Riddle y luego todo se volvió negro.