Adeline siempre odió las pesadillas. Le recordaban a los monstruos debajo de su cama, agarrando sus tobillos. Abrió los ojos e instintivamente supo que aquello no era la realidad.
Adeline sentía las alfombras de felpa debajo de sus pies, como el pelaje de un animal bien cuidado. Sus ojos se posaron temblorosos sobre las alfombras rojo brillante, sus rodillas tambaleándose ante la verdad. Rosas radiantes brotaban en los bordes de la alfombra con tallos espinosos que conectaban las hermosas flores.
Esto era la Mansión Kastrem. Era una mansión grande y expansiva de seis pisos. Bien podría haber sido clasificada como un castillo por lo grandiosa que era.
—Esto no puede ser. —Los hombros enteros de Adeline empezaron a temblar.
No de miedo o enfado, sino de tristeza. Había pasado un tiempo desde que había pisado esta mansión. La última vez que había visto esta alfombra fue el día que huyó de su casa. Ocurrió al día siguiente del funeral de sus padres.