—Adeline esperó algunos segundos más. Una vez estuvo segura de que se había ido, se sentó de inmediato.
Adeline levantó el vestido para revelar las dos pistolas atadas a sus muslos. Más temprano ese día, no recibió la oportunidad de examinarlas adecuadamente. Pero su habitación estaba sumida en la oscuridad y tampoco podía examinarlas allí. Aunque, la luz de la luna se había colado en su cuarto, otorgándole un resplandor inquietantemente hermoso.
Adeline salió de la cama y sostuvo las pistolas más cerca de la ventana. Sus ojos se abrieron de par en par al ver el Águila del Sahara, una pistola plateada elegante con un agarre negro. Podía contener nueve balas, pero eso era todo lo que necesitaba para derribar a la gente. Pasó sus dedos por las estrías del metal, sus labios curvándose en satisfacción.
Había un dibujo tenue de una rosa floreciente con tallos espinosos envueltos alrededor de la pistola. Iniciales doradas estaban talladas cerca del mango.