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Elías entró silenciosamente al dormitorio de Adeline. Para sorpresa de nadie, ella misma había cambiado el vestido. Estaba acurrucada en las mantas, con la espalda hacia él. Se acercó sin palabras al pie de la cama y observó su expresión dormida. Sus labios rosados estaban entreabiertos y sus pestañas eran bastante largas.
—Duerme bien, querida —susurró Elías.
Elías pasó una mano sobre su frente, mientras oscuras volutas rodeaban su palma. No quería hacer esto, pero debía. Era su promesa a Kaline y Addison. Se aseguraría de que ella solo tuviera felices recuerdos de su infancia.
Los recuerdos y la causa de la muerte de sus padres eran inútiles. Ella no necesitaba recordarlos.
—Cuando llegue mañana, ya no sentirás dolor —murmuró.
La oscuridad parpadeó en las palmas de Elías. Esto le traía recuerdos del pasado, cuando ella se agarraba a sus pantalones con cariño, escondiendo su rostro en ellos. En aquel entonces, hizo lo mismo: borrar sus memorias infelices.
—No.