—¿Hay algo malo con la comida del castillo? —preguntó Elías con calma, con voz gélida y una sonrisa cruel en sus marcados rasgos. Sus ojos ardían en llamas. Era solo comida. Comerla era tan fácil como abrir la boca, masticar y luego tragar. Seguramente, no sería demasiado difícil para ella, ¿verdad?
—No, la comida es deliciosa —admitió Adeline. Se apartó mechones de pelo detrás de sus orejas, buscando una manera de distraerse.
A Adeline no le gustaba su frustración. Hubiera preferido que él fuera violento. De esa manera, podría anticipar sus próximos movimientos. Pero él era demasiado pacífico, incluso molesto. No podía entender cómo ni por qué. ¿Qué le daba tanta paciencia?
—Entonces, ¿por qué no comes, Adeline? —preguntó Elías.