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Adeline se preguntaba a dónde la llevaba Elías. Habían dejado el comedor frecuentado por los sirvientes, lo que significaba que era un asunto privado. ¿Había dado permiso para que se fueran las criadas y mayordomos cuando Easton la llevó aparte?
Pronto, Adeline fue introducida en un cuarto completamente oscuro. Se quedó ahí parada ansiosamente y, de repente, el agarre de Elías desapareció.
—¿E-Elías? —dijo ella con un hilito de voz, retrocediendo por el miedo.
Adeline no podía ver nada en la oscuridad. Tanteó detrás de ella hasta que su mano tocó el pomo de la puerta. Justo cuando lo giraba, las luces se encendieron.
Elías estaba parado hacia un lado de ella, con las cejas alzadas. Había una sonrisa divertida en su cara. Había encontrado algo más de lo que burlarse sobre ella.
—¿Qué sucede? —murmuró él.
Elías avanzó hacia ella. Ella se encogió. —¿Tienes miedo de que te devore? —preguntó él suavemente.