La atmósfera estaba cargada de tensión mientras la Santa, aunque temblorosa por el miedo, mantenía una mirada desafiante desde la silla en la que estaba atada. Sus palabras resonaban en la carpa, desafiando a sus captores con una determinación inquebrantable. Luxuria, con su rostro iluminado por una malévola excitación, sostenía en su mano una aguja fina, manchada con los vestigios de anteriores actos de tortura.
—¿Has terminado de hablar? Porque me importa una mierda lo que sepas o no sepas... —Luxuria acercó la punta de la aguja a su lengua y la lamió con exitacion. —Te voy a torturar de todos modos...
Mientras tanto, Huldrön, frío y calculador, sacó una piedra y la colocó con cuidado sobre una mesa cercana. La expectación era palpable, sabiendo que este momento de agonía sería presenciado y repudiado en el Reino Unido y celebrado por sus soldados.
La Santa, dotada de una resistencia sobrenatural gracias a su entrenamiento y su fe inquebrantable, sabía que su silencio era su mayor defensa. Aunque Luxuria y Huldrön estaban decididos a arrancarle sus secretos, ella se aferraba a su determinación de no ceder ante la tortura, incluso cuando podía sentir el terror acechando en las sombras.
Huldrön, con una serenidad casi perturbadora, formuló su primera pregunta con voz calmada pero llena de autoridad.
—Primera pregunta: "¿Cuál es su capacidad militar en el frente Rojo?" —inquirió, observando con detenimiento la reacción de la Santa.
Ante la pregunta, la Santa respondió con una negación firme, desafiando a sus captores con una determinación que desafiaba toda esperanza de obtener información de ella. Luxuria, recibiendo la aprobación de Huldrön, se preparó para comenzar su sádico ritual de tortura, con una sonrisa perversa que desfiguraba su rostro.
Fijando su mirada en las delicadas manos de la Santa, Luxuria comentó con una mezcla de admiración y crueldad:
—Mira esas hermosas manos... Qué atractivas son... ¿Puedo guardar una uña como recuerdo de este momento?...
Tomó la mano de la Santa con una extrema delicadeza, mientras ella, con un último gesto de resistencia, cerraba su puño con fuerza, determinada a no facilitarle el trabajo a Luxuria.
Al no tener éxito en sacar un dedo del puño, su mirada se tornó más excitada y siniestra, sus ojos brillaban con una intensidad perversa mientras sostenía con firmeza la aguja entre sus dedos. Con un movimiento rápido y preciso, la clavó con fuerza en la piel sensible que se encontraba entre los dedos, causando que la Santa soltara un grito ahogado y abriera la mano de forma instintiva debido al dolor agudo que atravesaba su cuerpo.
—Ahí está...
Luxuria no perdió tiempo y agarró el dedo de la Santa con determinación, ejerciendo una presión implacable para evitar que volviera a cerrar el puño. Con una sonrisa retorcida en los labios, posicionó la punta afilada de la aguja justo debajo de la uña y dirigió una mirada amable hacia la Santa, como si disfrutara del sufrimiento que estaba a punto de causar.
—¿Empezamos?...
La aguja se deslizó lentamente bajo la uña, causando una sensación punzante y ardiente que hizo que los músculos faciales de la Santa se contrajeran en un gesto de dolor contenido. Su mirada se clavó en la de Luxuria con determinación, desafiándola a seguir adelante mientras luchaba por mantener su compostura ante la tortura que estaba sufriendo.
—Vamos... Puedes gritar, eso aliviará un poco el dolor.
Luxuria incitó a la Santa a ceder ante el tormento, instándola a liberar el dolor acumulado a través de un grito liberador. Sin embargo, la Santa apretó los dientes con fuerza, negándose a darle el placer de verla quebrarse ante sus ojos.
Cuando la aguja finalmente llegó a su límite, Luxuria tomó otra aguja entre sus dedos con un gesto deliberado, prolongando a propósito la agonía de la Santa. Jugó con ella, deslizándola suavemente sobre la piel, aumentando la ansiedad y la desesperación de su víctima antes de clavarla de forma repentina y brutal, provocando un gemido ahogado que se desvaneció rápidamente en el aire cargado de tensión.
—Ya casi...
Continuó el sádico ritual cinco veces más, cada inserción de aguja era como una punzada en el corazón de la Santa, pero su determinación la mantenía en silencio, resistiendo el impulso de gritar ante el tormento que le infligían. Sus ojos, llenos de dolor y furia contenida, observaban cada movimiento de Luxuria con una mezcla de odio y desesperación.
Ningún grito escapó de sus labios hasta que, finalmente, la agonía se volvió demasiado insoportable. Con un estallido de fuerza impulsada por la exitacion, Luxuria agarró las agujas con ferocidad y las arrancó de un tirón, desgarrando una de sus uñas en el proceso. Un grito desgarrador resonó en la habitación, llenando el aire con su angustia y sufrimiento.
—¡Eso! ¡Grita! ¡Grita más para mí! ¡Ja ja ja!
La risa cruel de Luxuria resonaba en la habitación, alimentando su sádico placer mientras presenciaba el dolor que infligía. Para ella, cada grito era una victoria, un testimonio de su poder sobre la Santa y su capacidad para causar sufrimiento. En ese momento, se sentía invencible, como si todos los años de abusos y maltratos que había sufrido en su vida pasada se disolvieran en el éxtasis de su desquite.
Sin vacilar, Luxuria continuó con su macabro ritual. Con manos temblorosas por la anticipación, metió apresuradamente otra aguja en el siguiente dedo, sintiendo una satisfacción retorcida al escuchar el grito de dolor de la Santa. Una tras otra, insertó las agujas, cada una arrancando un gemido de agonía de los labios de su víctima, hasta que las cinco uñas de la mano de la Santa fueron arrancadas cruelmente, dejando tras de sí un rastro de sangre y desesperación.
—Preguntaré nuevamente: ¿Cuál es la fuerza militar que tienen en el Frente Rojo? —dijo Huldrön con una voz que resonaba en las lonas de la carpa de interrogatorio.
Mientras, Luxuria se detuvo y se quedó quieta, su figura delineada por la luz tenue que se filtraba a través de las lonas. Con gracia y elegancia, se posicionó a un lado de la Santa, como una sombra amenazante que no necesitaba de palabras para imponer su presencia.
—¡Bastardo...! ¡Bastardos todos...! —exclamó la Santa, su voz quebrada por el dolor. Agachó la cabeza, y las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos. Su resistencia se desmoronaba, pero aún así, se aferraba a un hilo de desafío—. No les diré nada...
Luxuria observó el gesto de desafío, y con una respiración profunda, canalizó toda la fuerza de su ser en un solo movimiento. Su brazo se movió con la precisión de un depredador, y el puñetazo que asestó en la mejilla de la Santa fue un estallido de furia controlada que desordenó aún más los cabellos de la prisionera.
—Última oportunidad, ¿cuál es su fuerza militar en el Frente Rojo? —Huldrön repitió la pregunta, su voz ahora un susurro gélido que contrastaba con la calidez de su anterior demanda. La serenidad con la que pronunció las palabras era más aterradora que cualquier grito.
Un corto silencio se apoderó de la sala luego de su pregunta. La Santa, con la mejilla palpitante y el orgullo herido, parecía considerar sus opciones. La decisión pesaba sobre ella como una roca.
—Si les digo... ¿Prometen responderme algo y darme una muerte digna? —la pregunta de la Santa fue apenas audible, un murmullo cargado de temor y esperanza, una súplica por un final que retuviera algo de honor.
—Mmm... tenemos muchas preguntas para ti —dijo Huldrön con una voz grave—. Tendrás que decirnos todo lo que sabes, sin omitir ni un solo detalle.
Luxuria, empezó a revisar meticulosamente los artefactos de tortura que estaban expandidos sobre la mesa. Su mirada se detuvo en un objeto que, a pesar de su simplicidad, captó su atención de manera inmediata.
—¡Vaya! Esto es... —exclamó, tomando entre sus manos un objeto con forma de pera y un diseño peculiar que reflejaba el escaso brillo de la luz.
«Una "Pera de la angustia"» pensó para sí.
Uno de los comandantes, Dross, se acercó sigilosamente y le susurró con un tono que denotaba experiencia en tales asuntos: —No te recomiendo esa; su único uso conocido es para dislocar la mandíbula del torturado. No queremos que deje de hablar antes de tiempo.
Luxuria confirmó aquellas palabras, sintiendo cómo la información que le llegaba se entrelazaba con el ligero dolor de cabeza. Reflexionó sobre cómo, en ese mundo, no tenían idea de los usos alternativos que podían darle a aquel objeto de tortura.
—Permíteme usar esto —dijo Luxuria con una voz firme, mostrando el objeto a Huldrön—. Te aseguro que tiene más usos de los que conoces o imaginas.
Huldrön, con una mezcla de curiosidad y escepticismo, observó a Luxuria, quien con una confianza inquebrantable aseguraba poder darle más usos a aquel objeto que él, en su limitada visión, consideraba inservible en ese momento.
—Está bien, quiero ver qué uso le darás —dijo Huldrön, cruzando los brazos sobre su pecho y fijando una mirada expectante en Luxuria—. Pero eso sí, quiero que siga hablando. Que nos revele cada secreto que esconde.
—¡Esperen! —dijo la Santa, comenzando a sentir mucho miedo.
La habilidad de Luxuria, "Miseria", estaba empezando a hacer efecto en la Santa. Gracias a ella, la Santa comenzó a ver a Luxuria como el ser más terrible y malvado de aquel mundo.
—¡Les diré todo lo que sé! ¡Solo díganle que pare! —suplicó la Santa. —No quiero morir de una manera tan deshonrosa...
Luxuria no le prestó atención a aquellas palabras y se puso a juguetear con la Pera de la Angustia, imaginando lo que haría con ella luego.
—Luxuria, prepárate para usar eso —dijo Huldrön. —Si nos miente tan siquiera un poco, continuaremos con la tortura.
Luxuria asintió, sosteniendo aquel objeto junto a su pecho, y miró maliciosamente a la Santa, quien le devolvió la mirada con una expresión de terror.
—Dime, ¿cuál es la fuerza militar que tienen en el frente Rojo? —preguntó Huldrön, mirando a la Santa.
—20,000 soldados —ella respondió inmediatamente. —Diez ejércitos de 5,000 soldados llegarán las próximas semanas.
—¿Quién es el general que los comanda?
—No lo sé, no estoy informada.
—¿Dónde tienen escondidas las Fortalezas Flotantes?
—En el frente Rojo.
—Tengo entendido que tienen tres fortalezas, ¿es cierto?
—No, tenemos cuatro.
De esa manera, la Santa respondió con la verdad a cada pregunta que Huldrön le hizo, temerosa de lo que le podría hacer Luxuria si decía alguna mentira.
—Por último, ¿a dónde mandaron a los Transmigrados? ¿Dónde se esconden?
—En... la capital Olsen —respondió la Santa, agachando la cabeza. —Por favor... denme una muerte digna, ya les dije todo lo que sabía.
Huldrön ya sabía todo lo que quería saber, así que se puso de pie y comenzó a caminar hacia la salida de la carpa. Sus pasos eran firmes y decididos, cada uno resonando con la autoridad de su Cargo y la que había ganado a través de innumerables batallas. La luz del atardecer se filtraba a través de la lona, tiñendo su silueta de un rojo sangre que parecía presagiar el destino de la Santa.
—¿Eso es todo? —preguntó la Santa, su voz apenas un susurro tembloroso, mientras miraba a Huldrön irse.
Había una mezcla de esperanza y desesperación en sus ojos, una súplica silenciosa por un ápice de misericordia.
Huldrön se detuvo antes de salir de la carpa y miró de reojo a la Santa. Su mirada era indescifrable, pero en ella había un atisbo de conflicto interno. Quizás, en otro tiempo y lugar, habría mostrado compasión.
—Abogaremos por que te den una muerte digna —dijo, apartando una de las lonas de su camino con un gesto casi distraído—. Pero no está en nuestro poder darte muerte; está en manos de Chaos.
El temor invadió a la Santa, y comenzó a forcejear con las cuerdas que la sujetaban, maldiciendo a Huldrön y a todos los adoradores de Chaos. Las cuerdas se clavaban en su piel, pero el dolor físico no era nada comparado con la angustia que desgarraba su alma.
—Bien... Ahora estás en mis manos y en las de mis hermanas —dijo Luxuria, dejando a un lado la Pera de la Angustia con decepción. Su tono era casual, como si estuviera discutiendo el clima en lugar del destino de un ser humano—. Quería usar esta cosa, pero supongo que será en otra oportunidad...
—Disculpe, sacerdotisa del gran Chaos —dijo un soldado acercándose con respeto. Su armadura estaba abollada y manchada con el polvo y la sangre de la anterior batalla—. ¿Qué debemos hacer con la prisionera?
—Mmm... Llévenla con mis hermanas; decidiremos el tipo de ejecución que le daremos —respondió Luxuria, encaminándose hacia la salida con desilusión.
A pesar de su aparente indiferencia, había una chispa de curiosidad en sus ojos, una pregunta sin respuesta sobre el valor de la vida y la muerte.
Al salir de la carpa, Luxuria vio el movimiento del campamento, así que supuso que Huldrön había dado alguna orden para volver a movilizarse. No por el hecho de haber capturado a la Santa la guerra había terminado; esa solo era una de las muchas batallas de aquella guerra que parecía lejos de terminar. El crepúsculo se extendía sobre el campamento, y las sombras se alargaban, como si quisieran alcanzar y ahogar lo poco que quedaba de esperanza.
—Sacerdotisa Luxuria —dijo un soldado con mucho respeto, inclinándose ante ella. Su voz era grave, marcada por la solemnidad del momento—, el comandante Drákais me manda a decirle que la ejecución deberá ser hoy mismo; pronto partiremos al próximo objetivo, así que, por favor, denle la ejecución más dolorosa y lenta posible.
Luxuria asintió con una expresión amable y le palmeó un poco el hombro. —Eres uno de los muchos a los que hizo sufrir, ¿verdad? No te preocupes, morirá de la manera más horrible posible.
Así, Luxuria continuó su camino, y el soldado se quedó sosteniendo su reverencia mientras observaba a Luxuria alejarse. En su corazón, una tormenta de emociones se agitaba, pero su rostro permanecía impasible, un reflejo del deber y la lealtad que había jurado.