De pronto, un rugido atronador se escuchó en el aire, resonando como un ominoso presagio. Aunque no estaba a la vista, era claramente un dragón, y todos sabían que solo era cuestión de segundos para que llegara.
—¡Mierda, ya nos escuchó el dragón! —gritó con desesperación una de aquellas personas ajenas al ejército, sus ojos abiertos de par en par por el pánico.
—¡Rápido, escóndanse! —ordenó otro con urgencia, la voz quebrada por el miedo.
Luxuria, con una calma forzada, dio la misma orden. Los soldados, entrenados para responder sin vacilar, se pegaron lo más que pudieron a las rocas del terreno irregular, cubriéndose con mantas de un color terroso similar al entorno. Las sacerdotisas, situadas en un círculo apretado, comenzaron a recitar plegarias. Sus voces se entrelazaban en un cántico melodioso y potente, preparando la magia que camuflaría a los soldados que estuvieran dentro del alcance de su hechizo.
—¡Dios! No hay un buen lugar para esconderse —gritó otra persona, su voz cargada de desesperación—. Y la Sacerdotisa decidió no venir justo este día.
—Te dije que debíamos incluir a la maga, también sabe magia de este tipo —replicó alguien más, su voz impregnada de recriminación y miedo.
Mientras seguían discutiendo, el aire se llenó con el sonido de aleteos gigantes. Al alzar la vista, todos pudieron ver la majestuosa y aterradora silueta del dragón recortándose contra el cielo. Sus escamas brillaban a la luz del sol, y cada batir de sus alas deformaba las nubes.
Las sacerdotisas, sudando por el esfuerzo, confirmaron que la magia de camuflaje estaba activa, pero eran conscientes de que no duraría mucho. Los nervios de los soldados estaban al límite, y el terror era palpable en el aire.
Luxuria, entendiendo la gravedad de la situación, sabía que la protección mágica era temporal y frágil. Miró alrededor, evaluando rápidamente el terreno y los recursos disponibles. La mente de Luxuria trabajaba frenéticamente, buscando estrategias para defenderse del dragón. Consideró las posibilidades: atacar con arcos y flechas, usar las lanzas en una emboscada o quizás intentar una distracción para darles tiempo de escapar.
—Escuchen todos —dijo Luxuria con voz firme, tratando de mantener la calma en los soldados—. Necesitamos un plan. Arqueros, prepárense para disparar a mis órdenes. Los demás, manténganse ocultos y esperen mi señal. No podemos permitir que nos descubra.
El dragón, ahora claramente visible y cada vez más cercano, soltó otro rugido ensordecedor. Sus ojos, como brasas ardientes, buscaban cualquier señal de vida. La batalla estaba a punto de comenzar, y el grupo sabía que su supervivencia dependía de su capacidad para mantener la calma y ejecutar el plan de Luxuria a la perfección.
Cada segundo se alargaba en una eternidad mientras esperaban, los músculos tensos y el corazón latiendo con fuerza, preparándose para enfrentarse a la criatura que dominaba los cielos.
—Humanos... —se escuchó, llenando los corazones de todos con un profundo terror.
Solo un tipo de dragón era tan inteligente como para poder hablar: un dragón anciano, y casualmente estaba aleteando sobre sus cabezas. Su enorme cuerpo proyectaba una sombra vasta y ominosa sobre el grupo, y sus ojos centelleaban con un brillo que denotaba tanto inteligencia como desdén.
—Humanos... —volvió a decir, su voz resonando como un trueno lejano mientras descendía, levantando una nube de polvo y tierra—. Mi casa... Váyanse...
El dragón, con escamas tan gruesas como el acero y alas que eclipsaban el sol, bajó lentamente hasta casi tocar el suelo. Su presencia era imponente, cada aleteo resonando como el golpe de un tambor de guerra. Luxuria, observando desde la distancia, notó que el dragón se dirigía a las personas ajenas al ejército, y supuso que su unidad aún no había sido descubierta.
—Váyanse... Antes de que... —continuó el dragón, pero su amenaza fue interrumpida bruscamente. Una flecha explosiva, lanzada por uno de los humanos desesperados, impactó en su rostro, envolviendo su cabeza en una nube de humo y chispas.
El combate entre aquellos pobres desgraciados y el dragón había iniciado. Para Luxuria, esto era una oportunidad dorada. Sin perder tiempo, ordenó a sus hombres alejarse sigilosamente del lugar, moviéndose como sombras entre las rocas, evitando atraer la atención del coloso alado.
Mientras Luxuria y sus hombres se retiraban, las personas que habían llamado la atención del dragón se enfrentaban a él con todo lo que tenían a su disposición: espadas, lanzas, arcos y hechizos. Sin embargo, sus esfuerzos eran en vano. Los ataques rebotaban inofensivamente en las duras escamas del dragón, que observaba con desdén al grupo de humanos. No había hecho ni un solo movimiento más que mirar incómodo a sus atacantes.
—Ya basta... Humanos —dijo el dragón, su voz cargada de desprecio, mientras tocaba el suelo con sus garras y dejaba de aletear.
En ese momento, uno de los humanos, armado con una espada larga y con el valor de un desesperado, pegó un gran brinco impulsándose desde lo alto de una roca. En un movimiento rápido y preciso, clavó su espada entre una de las escamas del dragón, aplicando toda su fuerza para tratar de arrancarla.
El dragón rugió de dolor, un sonido que resonó como una trueno. Con una de sus patas delanteras, pegando un zarpazo violento, se quitó de encima al humano, aunque la espada quedó incrustada en su costado.
—¡Humanos! —gritó airado el dragón, su furia palpable en cada sílaba.
Una nueva fecha explosiva, lanzada por uno de los arqueros del grupo, impactó en el rostro del dragón, enfureciéndolo aún más. Con un rugido ensordecedor, el dragón abrió sus fauces y comenzó a vomitar fuego líquido. Este fuego no solo ardía, sino que derretía la roca misma, una visión de destrucción pura.
El fuego arrasó a aquellos que habían tenido la osadía de atacarlo, reduciéndolos a cenizas al instante. Solo uno de ellos, escondido detrás de una roca, logró evitar la primera oleada de llamas. Temblando y cubierto de hollín, salió de su escondite solo para encontrarse cara a cara con el dragón. Lo último que vio fueron las fauces del dragón abriéndose de nuevo, preparadas para lanzar otra bocanada de aquel líquido ardiente, sellando su destino.
Aquella batalla fue muy rápida; no hubo tiempo suficiente para que Luxuria y su ejército lograran escapar. La súbita reaccion del dragón había aniquilado a todas las personas ajenas al ejército.
El dragón, percatándose de la presencia de más humanos por el aroma que dejaron detrás de su retirada, comenzó a seguirlos, decidido a no dejarlos escapar. Sus enormes alas batían el aire con una fuerza que levantaba más polvo del suelo, y su mirada ardía con una furia descontrolada.
—¡¿Dónde están, humanos?! —gritó, su voz resonando como un trueno mientras sus ojos buscaban con furia en todas direcciones.
Pero entonces notó algo: una roca se movió un poco, lo que le indicó la posición de los soldados. Con un rugido de satisfacción, se apresuró hacia ellos, acercándose lo suficiente para lanzar sus llamas sobre aquellos que habían osado pisar el suelo de su hogar. Abrió sus fauces, y de su garganta brotó un torrente de fuego líquido, un torrente de destrucción imparable.
Luxuria se dio cuenta de aquello y rápidamente trató de poner un escudo mágico para evitar que el fuego la quemara a ella o a los que estaban cerca. Las demás sacerdotisas, al verla, hicieron lo mismo y juntas formaron una gran barrera protectora que desvió el fuego líquido hacia otra zona, evitando un gran desastre. El esfuerzo conjunto creó un resplandor de luz mágica que contrastaba con la luminosidad y el humo de las llamas del dragón.
—¡Arqueros! —gritó alguien con desesperación—. ¡Disparen sobre el dragón!
Los arqueros rápidamente cargaron sus arcos con flechas y, sin detenerse, comenzaron a disparar contra el dragón. Las flechas volaban en una lluvia mortal, apuntando directamente a los ojos del coloso. Aunque las flechas no podían penetrar sus gruesas escamas, lograron incomodarlo lo suficiente para que retrocediera un poco, gruñendo de irritación.
—¡Insolentes! —gritó el dragón, cubriendo su cara con una de sus patas delanteras para protegerse de los proyectiles.
Fue en ese momento que Luxuria comprendió que era la única que podía hacer algo contra el dragón. Con determinación en sus ojos, dejó su posición y salió de la protección del escudo, encaminándose hacia el dragón. Cada paso que daba estaba cargado de intención y valentía. El dragón la notó y esperó a que estuviera lo suficientemente cerca para aplastarla con una de sus enormes patas.
—Miseria... —murmuró Luxuria mientras caminaba, su voz apenas audible pero llena de resolución.
—¡Doncella de Plata! —gritaban preocupados los soldados al verla tan cerca del dragón—. ¡Vuelva!
El dragón levantó su pata, dispuesto a aplastar a Luxuria, pero algo lo detuvo. Se miró la pata, notando una ligera tembladera. Algo en la presencia de Luxuria lo perturbaba, una sensación de miedo que no había experimentado en dos siglos.
—Mmm... Ya veo, humana... —dijo el dragón, poniendo su pata sobre la roca fundida—. Usaste alguna extraña habilidad en mí... Humana...
Luxuria se detuvo frente al dragón, su mirada fija en los ojos de la bestia. El viento soplaba, levantando su hábito y revelando su suave piel algo morena que encantaba a muchos. La tensión en el aire era palpable, cada segundo se sentía eterno mientras ambos se estudiaban mutuamente.
—No temo a los monstruos, dragón. —La voz de Luxuria era firme y clara, resonando con una fuerza que desafiaba la magnitud del ser ante ella.
El dragón, sorprendido por la valentía de Luxuria, retrocedió un poco más, aún con la pata temblando. La batalla, que había comenzado con una desesperada defensa, ahora pendía de un hilo de incertidumbre, con Luxuria plantada como una figura de desafío y esperanza frente al terror que causaba el dragón.
—Increíble... —dijo el dragón, mostrando su sorpresa mientras sus ojos centelleaban con una mezcla de curiosidad y desdén—. Dime, humana... ¿Cómo te llamas? Yo soy Terribilis y estos son mis dominios, mi casa.
—Luxuria —respondió ella, sin bajar la guardia, mientras su mente evaluaba rápidamente la próxima habilidad que usaría si fuera necesario—. Dragón, déjanos ir. Estábamos de paso, no pretendíamos ser una molestia.
El dragón inclinó su enorme cabeza, acercándola a Luxuria, de modo que el calor de sus fauses le ondulara el cabello. Observó a los soldados detrás del escudo mágico y luego volvió a mirar a Luxuria, sus ojos fijos en ella con una intensidad penetrante.
—Supongo que los humanos están en guerra otra vez... —dijo el dragón con burla, dejando escapar un gruñido que resonó en los lugares circundantes—. No pueden estar en paz más de 30 años...
Luxuria no respondió a aquello y tragó saliva, consciente de su situación desventajosa. Su habilidad "Miseria" no había funcionado como ella esperaba; no había hecho más que hacer temblar un poco al gran dragón. A diferencia del Rey Huldrön y sus comandantes, que se consideraban lo mejor de lo mejor del ejército, aquel dragón frente a ella era verdaderamente un monstruo fuera de las ligas de la humanidad.
Terribilis, viendo la indecisión en los ojos de Luxuria, echó la cabeza hacia atrás y rió, un sonido profundo y gutural que hizo estremecer a los soldados.
—Humana... Tal parece que eres más razonable que los que maté anteriormente —dijo el dragón, echándose en la roca fundida y mostrándose relajado. El contraste entre su postura amenazante inicial y su aparente tranquilidad ahora era desconcertante.
«Cambió su estado de ánimo muy rápido», pensó Luxuria sorprendida, pero aun así, no bajó la guardia. Sabía que un solo error podría ser fatal.
—Hablemos un poco, humana... —dijo el dragón, sus palabras lentas y medidas—. Tal vez así... Considere dejarlos pasar...
Luxuria miró a su alrededor, notando la tensión en los rostros de sus soldados y las sacerdotisas. Sabía que cada segundo contaba. Decidió aprovechar la oportunidad para ganar tiempo.
—¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó, manteniendo su voz firme aunque su corazón latía con fuerza.
El dragón la miró con interés renovado, sus ojos brillando con una astucia discreta.
—Dime, humana, ¿por qué escogiste pasar por aquí?... —preguntó el dragón, cada palabra saliendo como un siseo—. Este lugar... ha estado desierto durante mucho tiempo, y ahora... veo humanos invadiendo mis dominios... ¿Cuál es su objetivo?
Luxuria sabía que necesitaba ser cautelosa con sus respuestas. Cada palabra podía ser la diferencia entre la vida y la muerte para su ejército. Mantuvo la mirada del dragón, tratando de discernir sus verdaderas intenciones.
—Estamos en una misión de captura —dijo finalmente—. Buscamos cruzar esta cordillera lo más rápido posible. No deseábamos perturbar tu hogar.
Terribilis estudió a Luxuria en silencio por un momento que pareció eterno, sus ojos penetrantes evaluando la verdad en sus palabras. Finalmente, inclinó levemente la cabeza, como si aceptara su explicación.
—Muy bien, humana... —dijo lentamente—. Te concederé una oportunidad... Si me cuentas más... sobre esta guerra y los enemigos a los que te enfrentas, podría considerar dejaros marchar...
Luxuria asintió, aliviada de que la conversación continuara. Se tomó un momento para organizar sus pensamientos antes de empezar a hablar.
—Nos enfrentamos a un reino que se formó a partir de otro, el Reino Unido, que siguiendo la fé en su Díos, inicio una guerra santa en nuestra contra. Sus comandantes y su ejército han devastado nuestras tierras, y estamos buscando cualquier ventaja que podamos encontrar para resistir y sobrevivir.
El dragón, aunque relajado, seguía observándola con atención, sus ojos no perdiendo ningún detalle.
—Interesante... —dijo finalmente Terribilis, su tono neutral e interesado al mismo tiempo—. Tal vez, humana... haya una razón por la que el destino te ha traído aquí... Continúa, cuéntame más...