Finalmente, ahí estaba la ciudad, lista para caer en cualquier momento. Pero el asedio aún no había empezado como todos esperaban.
—¿Qué estará pensando la Doncella de Plata? —se preguntaban los soldados, escondidos entre los arbustos y árboles del bosque cercano mientras observaban la ciudad.
Luxuria también miraba la ciudad con ansias. Había ordenado silencio total y quedarse ocultos en el bosque hasta que ella diera la señal. Algo estaba esperando.
La ciudad, allá en lo alto de una gran colina, seguía tranquila, su apariencia imponente destacaba en el paisaje circundante. Fundada en una época de constantes conflictos, había sido diseñada y fortificada para resistir los asedios más feroces. Rodeada de vastos campos de cultivo y pastoreo, la ciudad aprovechaba el fértil suelo para mantener una economía agrícola próspera. Un río serpenteante, que descendía desde las cordilleras cercanas, bordeaba la colina proporcionando no solo un recurso vital de agua sino también una barrera natural contra posibles invasores.
La ciudad estaba defendida por unos muros robustos de 25 metros de altura, construidos con gruesos bloques de piedra que testimoniaban la maestría de sus canteros. Estas murallas eran coronadas por torres de vigilancia de 30 metros de altura, desde las cuales los centinelas podían avistar cualquier amenaza a gran distancia. Los muros no solo servían para la defensa; eran un símbolo de la fuerza y la independencia de la ciudad.
Fuera de estos muros imponentes, se extendía un cinturón de casas de piedra y madera, donde residía una parte considerable de la población. Estas viviendas, aunque fuera de la protección principal, estaban resguardadas por cercas robustas y servían como una primera línea de defensa. La infraestructura de la ciudad estaba cuidadosamente planeada; unos ingeniosos canales de agua desviaban parte del caudal del río hacia los campos de cultivo y los hogares, garantizando así el suministro constante y mitigando el riesgo de sequías.
La fortificación de la ciudad no se detenía en sus murallas exteriores. Había un proyecto de expansión en curso, con nuevos muros que apenas empezaban a elevarse desde el suelo. Aunque estos nuevos muros no superaban aún los 5 metros de altura y no rodeaban toda la ciudad, su construcción indicaba la constante evolución de las defensas urbanas para adaptarse a nuevas tecnologías y tácticas de guerra.
Con una población de aproximadamente 50,000 habitantes, la ciudad era un bullicioso centro de comercio, cultura y vida cotidiana. Las calles estaban llenas de mercados, talleres de artesanos, y plazas donde los habitantes se reunían para comerciar, socializar y compartir noticias. Las iglesias y edificios públicos destacaban en el paisaje urbano, reflejando tanto la piedad como la organización cívica de sus ciudadanos.
Esta ciudad fortaleza no solo era un baluarte militar, sino también un vibrante núcleo de vida, donde cada piedra y cada calle contaban historias de resistencia, adaptación y comunidad.
A lo lejos, se veía un grupo de gente, probablemente mercenarios volviendo de alguna misión del gremio. También había granjeros despreocupados, ajenos al peligro que se escondía en el bosque, trabajando en sus campos.
Luxuria calculaba la hora mirando el sol y se mordía las uñas de la espera, hasta que de pronto se escuchó el silbido de una flecha tras otra. Esa era la señal.
—¡Todos! —Luxuria gritó levantando el puño para que la vieran y luego lo bajó en señal de avance—. ¡Adelante!
El sonido estridente de las trompetas resonó en el aire, dando la orden de marchar en dirección a la ciudad fortaleza. Los soldados de alto rango replicaron el comando con voces potentes que se alzaron sobre el ruido del bosque—. ¡Vamos!
Desde las profundidades del bosque, surgieron largas columnas de soldados, cinco mil en total, avanzando con determinación desde distintos puntos. Cada hombre llevaba consigo troncos y robustas escaleras, elaboradas con esmero durante su viaje. El peso de las herramientas de asedio no parecía aminorar su paso decidido. Marchaban a paso de batalla, con los escudos al frente, listos para protegerse de la inevitable lluvia de flechas que sabían que caerían sobre ellos una vez estuvieran dentro del alcance de los arqueros enemigos.
Los granjeros que trabajaban en los campos cercanos, al ver aproximarse las imponentes columnas de soldados, huyeron espantados hacia la ciudad. Las campanas de alarma comenzaron a repicar frenéticamente desde las murallas, alertando a todos del inminente asedio. Los defensores de la ciudad se apresuraron a tomar sus posiciones, preparándose para la batalla que se avecinaba.
Un jinete montado en un corcel salió a galope tendido por una de las puertas de la ciudad que se cerraba apresuradamente. Su misión era desesperada: llevar noticias del ataque a la ciudad más cercana y pedir refuerzos. Sin embargo, los exploradores de Luxuria habían previsto esta posibilidad. Vigías apostados en puntos estratégicos avistaron al jinete y, con precisión letal, lanzaron sus flechas. El jinete cayó de su caballo, herido en el brazo, pero se levantó y trató de continuar a pie. No llegó lejos; tres flechas más se clavaron en su pecho, derribándolo definitivamente.
Luxuria había sido meticulosa en su planificación. Había cortado todas las vías de escape y comunicación de la ciudad, aislándola completamente. Nadie podría salir y nadie podría entrar sin enfrentar a su ejército. El cerco estaba cerrado, y la ciudad, atrapada como una presa en una trampa, aguardaba su destino. Las tácticas de asedio, como el uso de escaleras, arietes y los dos trabuquetes que habían traído desarmados, ya estaban preparadas para ser desplegadas. Los soldados comenzaron a organizar las primeras líneas de ataque, mientras que los ingenieros armaban los arietes y preparaban los trabuquetes con enormes piedras, listas para ser lanzadas contra las murallas de la ciudad.
Dentro de la ciudad, el pánico se extendía entre los habitantes. Los soldados de la guarnición tomaban sus posiciones en las murallas, arqueros y ballesteros se apostaban en los parapetos, y los defensores preparaban aceite hirviendo y rocas para lanzar sobre los atacantes. La ciudad fortaleza se preparaba para resistir, pero sabían que enfrentaban a un enemigo superior en números.
El asedio había comenzado. Los ecos de las trompetas y los tambores de guerra llenaban el aire, mezclándose con los gritos de mando y el ruido de las preparaciones bélicas.
Los soldados se detuvieron a una distancia prudente de la ciudad fortaleza, manteniéndose fuera del alcance de las flechas enemigas y esperando nuevas indicaciones. La tensión en el aire era palpable, cada hombre respiraba con expectación y preparaba su equipo para el próximo movimiento. Minutos después, el silencio fue roto por el crujido mecánico de los trabuquetes, seguidos por el rugido de las enormes piedras al ser lanzadas. Las rocas surcaron los cielos, describiendo arcos perfectos antes de estrellarse violentamente contra los muros y las casas de la ciudad.
El ataque inicial de los trabuquetes causó estragos. Aunque las gruesas murallas de piedra resistieron el embate, algunas casas no tuvieron tanta suerte. Techos y paredes se desplomaron bajo el impacto, enviando nubes de polvo y escombros volando por los aires. Desde su posición de mando, Luxuria observaba con ojos fríos y calculadores. Pronto dio una nueva orden a los operadores de los trabuquetes—. Apuntad hacia una de las entradas principales. Nuestro objetivo es debilitar la puerta.
Los operadores obedecieron, y las siguientes andanadas de piedras fueron dirigidas hacia la imponente puerta de madera reforzada con tierra y metal. Los impactos repetidos comenzaron a mostrar sus efectos; las bisagras chirriaban bajo el estrés, y la madera se astillaba, revelando grietas profundas. El objetivo era claro: crear una brecha que permitiera a los asaltantes penetrar las defensas exteriores de la ciudad.
En las murallas, los soldados se cubrían como podían detrás de los parapetos y estructuras defensivas, pero no era suficiente. Cuando una de las enormes piedras impactaba contra una estructura más débil, esta se fragmentaba en una lluvia de escombros que actuaba como metralla, perforando y aplastando las armaduras de aquellos que estaban demasiado cerca. Los gritos de dolor y muerte resonaban en el aire, mezclándose con el estruendo de los ataques y el crujir de la piedra quebrada.
Dentro de la ciudad, el pánico era generalizado. Los ciudadanos corrían buscando refugio en sótanos, iglesias o cualquier estructura que pudiera ofrecerles protección. Aquellos menos afortunados, que no lograron encontrar un lugar seguro, sucumbieron bajo los escombros de sus propias casas o fueron alcanzados directamente por las piedras lanzadas por los trabuquetes. La devastación era total, y el miedo, palpable.
Luxuria observaba detenidamente el efecto de los ataques iniciales. La resistencia de las estructuras y los muros era formidable, y no sería fácil penetrar las defensas de la ciudad. Suspirando, llamó a su segundo al mando y dio una orden crucial—. Ordena a las tropas armar el campamento. Este asedio durará un buen tiempo. También ordena traer más rocas y construir otro trabuquete.
La preparación para un asedio prolongado comenzó de inmediato. Los soldados, acostumbrados a la rutina de la guerra, se dispusieron a levantar tiendas, cavar fosos y establecer defensas alrededor del campamento. Los ingenieros se pusieron manos a la obra, recolectando materiales y erigiendo un nuevo trabuquete, mientras otros preparaban más municiones de piedra. La estrategia de Luxuria era clara: desgastar a la ciudad fortaleza, destruir sus defensas y quebrar la moral de sus habitantes antes de lanzar el asalto final.
Con el campamento establecido y los preparativos en marcha, Luxuria sabía que cada día que pasaba acercaba a sus tropas un paso más hacia la victoria.
Al finalizar ese día, mientras los trabuquetes seguían atacando y hostigando las defensas de la ciudad, Luxuria se reunió con los soldados de mayor rango y algunas sacerdotisas veteranas en el mercenariado.
—Me temo que este asedio durará un tiempo —dijo resignada.
Antes del asedio, Luxuria creía que no le tomaría más de uno o dos días tomar la ciudad. «La realidad no es como las películas», pensó, cruzando los dedos mientras miraba a las personas reunidas en su carpa.
—¿Cuánto creen que podría demorar tomar la ciudad? —preguntó suspirando.
—Depende de las defensas de la ciudad, las tropas en su interior y de qué tan llenos estén sus almacenes —respondió uno de los soldados.
—Estamos en temporada de cosecha —dijo otro soldado con alegría—. Cuando llegamos, noté que esos campos aún no han sido cosechados, pero los granos están listos para la recolección. Con los soldados y ciudadanos encerrados en la ciudad, nadie más que nosotros puede sacar provecho de esos alimentos.
—Tiene razón, si los almacenes de la ciudad no están llenos... —otro soldado analizó—. Posiblemente, una semana o un poco más sea el tiempo que la población en su interior se rebele y abra las puertas.
—Pero también está la posibilidad de que prefieran morir de hambre —intervino una de las sacerdotisas—. ¿Escucharon del asedio de Septiem? Mi padre estuvo ahí, el asedio duró un año y las puertas fueron abiertas por unos pocos soldados desnutridos y hambrientos. Mi padre me contó que, cuando ingresaron a la ciudad, ya solo quedaban unos cientos de personas y un millar de soldados cansados y hambrientos. El resto de la población había muerto, la ciudad apestaba a putrefacción.
—También está el hecho de que no tenemos más de una semana para tomar la ciudad —dijo Luxuria, agachando la mirada—. Podríamos incluso tener menos tiempo. ¿A cuánto tiempo a caballo está la ciudad más cercana?
Los soldados estiraron mapas en el suelo, revisaron las ubicaciones de las ciudades y los caminos, e hicieron algunos cálculos rápidos basados en sus posiciones. Se miraron entre ellos.
—Si nuestros cálculos son correctos, la siguiente ciudad está a una semana a pie, a caballo posiblemente sean seis o cinco días. Pero si tenemos en cuenta los asentamientos y pueblos cercanos, podríamos tener un ejército enemigo en esta ciudad en cinco días.
—Pero como cortamos toda comunicación, tardarán en actuar, así que posiblemente tengamos una semana o un poco más de tiempo.
Eso alivió un poco a Luxuria; tenían tiempo suficiente para poder tomar la ciudad.
—Pero nos estamos olvidando de algo más —intervino otro soldado—. Esa ciudad está ubicada en el extremo de la cordillera y, en ese extremo, se encuentra el ejército del general Strump. Ellos no podrán mandar refuerzos porque están en su propia guerra.
—Entonces, la ciudad que tiene la posibilidad de enviar un ejército está a diez días a pie...
—Eso es alentador —dijo Luxuria—. Tendremos tiempo de preparar las defensas de la ciudad, pero para tomarla lo más pronto posible, necesitamos del trabuquete. ¿Cuánto tiempo tomará su construcción?
—De siete a diez días —respondió el soldado encargado de dirigir a los ingenieros.
—Lo harán en seis días. Si necesitan ayuda, hay muchos soldados disponibles.
Los oficiales y sacerdotisas asintieron, reconociendo la urgencia de la situación. La construcción de otro trabuquete aceleraría el proceso, permitiendo que el asedio ganara ímpetu. La logística de un asedio era una tarea hercúlea, donde cada detalle debía ser calculado con precisión para asegurar el éxito. La moral de los soldados dependía en gran medida de la eficiencia y el liderazgo de sus comandantes, y Luxuria sabía que debía mantener la presión constante sobre la ciudad fortaleza.
Mientras los ingenieros trabajaban incansablemente, los soldados seguían hostigando las murallas con una lluvia incesante de piedras. La noche caía, pero la labor continuaba bajo la luz de antorchas y hogueras. El sonido de los martillos y sierras se mezclaba con los gritos de mando, creando una sinfonía que marcaba el ritmo del asedio.
Dentro de la ciudad, los defensores se preparaban para lo peor. Los almacenes eran revisados constantemente, racionando la comida y el agua para soportar el sitio. La tensión aumentaba con cada hora que pasaba, mientras los líderes de la ciudad intentaban mantener el orden y la esperanza entre sus ciudadanos.
El asedio sería largo y arduo, pero Luxuria estaba decidida a lograr la victoria. Con el tiempo a su favor y un plan meticuloso en marcha, los días que estaban por venir serían testigos de una batalla de voluntades y recursos, donde el ingenio y la estrategia decidirían el destino de la ciudad fortaleza.