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Chapter 19 - La Marcha en la Cordillera

Aquella mañana, la unidad de 5000 soldados partió en una dirección distinta a la del ejército que los había abandonado. Su destino era nada menos que una gran ciudad, un punto estratégico y una zona comercial que pertenecía al Reino Unido. Según entendía Luxuria, la ciudad no estaba tan protegida, ya que la guerra se centraba principalmente en las fortalezas.

—Tomaremos esa ciudad —dijo para sí misma mientras frotaba sus manos por el frío de la cordillera, que ahora era más intenso debido a que se encontraban a mayor altura—. Ya imagino todas las riquezas que podré sacar de ahí...

A medida que ascendían por la cordillera para atravesarla, notaron cómo los valles se transformaban en paisajes de piedra y pasto montañero, así como vestigios de nieve que había logrado llegar a aquella zona desde las alturas.

—Hermana Luxuria —una de las sacerdotisas se sentó junto a Luxuria en la parte delantera de aquella carreta—. Hicimos un cálculo de las raciones de alimentos y suministros que nos dejó el ejército principal, y me temo que solo durarán una semana más.

La carreta traqueteaba debido a las malas condiciones del sendero que seguían. «A este paso, las carretas pronto no podrán llevarnos», pensó Luxuria, apretando las riendas del caballo que tiraba jadeante de la carreta.

—No podremos avanzar más así —dijo Luxuria, deteniendo al caballo con un movimiento de las riendas.

La situación se volvía cada vez más tensa para Luxuria y su ahora unidad de 5000 hombres. La escasez de alimentos y el difícil terreno montañoso planteaban desafíos significativos. A pesar de la incertidumbre, Luxuria mantenía su determinación de conquistar la ciudad y obtener las riquezas que imaginaba.

Descendió de la carreta, seguida por las demás, y observó la larga fila de soldados y carretas que venían detrás de la suya. El sol ardía en el cielo despejado junto al frío, y el polvo del camino se adhería a sus ropas y piel. Los soldados, con sus ropajes desgastados y rostros curtidos por la intemperie, parecían cansados pero determinados.

—Bien, ya sé qué haremos... —dijo Luxuria al ver a los soldados de alto rango acercándose. Su voz resonó con autoridad, y los soldados se agruparon a su alrededor.

Una vez que los soldados estuvieron junto a ella, le preguntaron la razón de haberse detenido, y Luxuria les explicó: —Las carretas tendrán dificultades para pasar por aquí. El sendero se estrecha y se vuelve peligroso más adelante. Además, la pendiente es pronunciada, y las ruedas de las carretas podrían atascarse en las piedras sueltas.

—Tiene razón —afirmó uno de los soldados al contemplar lo peligroso que parecía el camino. Miró hacia arriba, donde la cordillera se alzaba majestuosa, cubierta de nieve en las alturas.

—A partir de ahora, todos viajaremos a pie hasta cruzar la cordillera —anunció Luxuria—. Carguen las carretas y los equipajes, y coloquen los caballos junto a los que tiran de las carretas. Será un esfuerzo arduo, pero no hay otra opción si queremos avanzar.

Los soldados asintieron, y algunos comenzaron a cargar las carretas. Otros ajustaron las correas de sus mochilas y se prepararon para la caminata. El aire helado de la montaña les llenó los pulmones, y Luxuria lideró el grupo hacia el sendero empinado que se perdía entre las montañas.

Mientras ascendían la montaña, el cansancio se reflejaba claramente en los rostros de los soldados. Los pasos se volvían pesados y el ritmo, cada vez más lento. Las primeras horas de la marcha habían estado llenas de energía y determinación, pero ahora, la fatiga comenzaba a hacer mella en sus cuerpos y mentes. Pronto, comenzaron a escucharse murmullos de duda y preocupación. Comentarios como "¿Fue buena idea seguir a la Doncella de Plata hasta aquí?" o "A este paso moriremos de cansancio y no en combate" se susurraban entre ellos. Estos comentarios llegaron a oídos de Luxuria, quien entendió que debía actuar rápidamente para evitar que estas dudas se propagaran y afectaran su objetivo.

Al llegar el crepúsculo, cuando los últimos rayos de sol teñían el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, Luxuria ordenó establecer el campamento en una ladera poco pronunciada, protegida del viento por otras dos montañas. Los soldados se mostraron aliviados de poder detenerse. Pronto, el crepitar de las fogatas y las conversaciones relajadas llenaron el aire mientras esperaban la cena.

En ese momento, Luxuria decidió aprovechar el ambiente más relajado y llamó a los soldados de mayor rango a una reunión alrededor de una de las fogatas principales. Los rostros de los soldados, iluminados por las llamas, mostraban una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Escúchenme —dijo con voz serena y cálida, asegurándose de captar la atención de todos—. Sé que el camino ha sido difícil, pero estamos cerca de nuestro objetivo. La ciudad está del otro lado de estas montañas, y con ella, muchas riquezas. Pero para lograrlo, necesitamos permanecer unidos y fuertes.

Los soldados la observaban con atención, algunos asintiendo lentamente. La determinación en los ojos de Luxuria era inquebrantable, y su presencia inspiraba confianza. Sabía que su papel como líder no solo era guiar a sus hombres en el campo de batalla, sino también mantener alta la moral en los momentos de dificultad.

—Miren esto —dijo Luxuria, desplegando uno de los mapas que el ejército principal había dejado. La luz de la fogata danzaba sobre el pergamino. Luxuria señaló un punto entre tres montañas, no muy lejos de un pueblo montañero—. Según este mapa, estamos aquí, cerca de ese pueblo. Desde allí, el viaje a la ciudad toma solo medio día.

Los soldados abrieron los ojos con sorpresa, y su ánimo comenzó a elevarse al imaginar que pronto dejarían las montañas. La promesa de descanso y reabastecimiento en el pueblo llenaba sus corazones de esperanza.

—Y como pueden ver, desde nuestra posición hasta el pueblo es otro medio día si seguimos la ruta que hemos tomado hasta ahora —continuó Luxuria, trazando una línea serpenteante en el mapa—. Pero hay una forma de llegar al pueblo en solo cuatro horas, si seguimos por aquí.

Luxuria señaló un punto en el mapa entre el pueblo y su posición actual. Los soldados, al ver este punto, abrieron los ojos con sorpresa y un sudor frío recorrió sus espaldas y frentes. La ruta que sugería Luxuria era claramente más peligrosa y exigente. Las líneas del mapa mostraban un terreno abrupto, con descensos pronunciados y pasajes estrechos, pero también dibujaban y daban forma a un dragón con dos líneas curvadas debajo de su forma.

—Dragón de segunda categoría —dijo uno de los soldados con preocupación, su rostro mostrando señales de tensión—. Posiblemente una familia de dragones de buen tamaño.

—Pero también podría ser una colonia de pequeños dragones —mencionó otro, con una mezcla de esperanza y duda en su voz.

En ese momento, el dolor al que Luxuria ya estaba acostumbrada le llegó junto con la información sobre los dragones. Cerró los ojos por un instante, tratando de concentrarse y dejando que la información fluyera en su mente.

Había tres categorías de dragones, cada una más temida que la anterior. La primera, simbolizada con una línea curva, era conocida como 'Dragón de primera categoría'. Indicaba la presencia de dragones poco peligrosos y de tamaño pequeño, tanto del tipo Wyvernus como del tipo Draco, que eran las especies más pequeñas entre los dragones. Estos dragones, aunque podían ser feroces si se les provocaba, generalmente evitaban el conflicto con los humanos y preferían cazar presas menores en bosques densos o montañas remotas.

La segunda categoría, simbolizada con dos líneas curvas, era conocida como 'Dragón de segunda categoría'. Indicaba la presencia de dragones peligrosos y de tamaño mediano, como los dragones Fafnir y Serpere, que podían vivir en grupos o en familias muy territoriales. Estos dragones eran más agresivos y protectores de su territorio, atacando sin piedad a cualquier intruso. Sus escamas eran más gruesas y sus llamas más intensas, capaces de reducir a cenizas un bosque entero en cuestión de minutos.

La tercera y última categoría, simbolizada con tres líneas curvas, era conocida como 'Dragón de tercera categoría'. Indicaba la presencia de dragones ancianos de cualquier especie. Estos dragones eran de gran tamaño, alcanzando el máximo o incluso más de lo que sus especies podían alcanzar. Además, eran muy inteligentes, capaces de liderar grandes grupos o vivir solos. Sus territorios podían ser tan extensos que incluían los territorios de otros dragones, a los que tenían como subordinados. Estos dragones eran seres legendarios, conocidos en canciones y cuentos por su sabiduría y su poder destructivo.

Luxuria abrió los ojos, la claridad del conocimiento brillando en ellos. Comprendió que la ruta que acababa de señalar era muy peligrosa. Miró a los soldados que la rodeaban, sus rostros ahora pálidos al comprender la magnitud del peligro que enfrentaban.

—Si tomamos esa ruta, debemos proceder con extrema cautela —dijo Luxuria finalmente, su voz firme pero llena de una inquietud contenida—. Si realmente nos enfrentamos a un dragón de segunda categoría, o peor aún, a una colonia de ellos, nuestras vidas estarán en grave peligro. Necesitaremos prepararnos y tener un plan sólido antes de continuar.

Los soldados asintieron, la gravedad de la situación pesando sobre ellos.

—Vamos por esa ruta —dijo uno de los soldados, su voz resonando con determinación en el aire cargado de incertidumbre. —Con la Doncella de Plata a nuestro lado, sabemos que no seremos abandonados si algo sucede.

Los ojos de los demás soldados se encontraron, buscando y encontrando una chispa de esperanza en medio de la oscuridad que rodeaba sus corazones. Palabras de aliento se murmuraron entre ellos, como un eco de valentía que se propagaba a través del grupo.

—Es cierto —musitaron algunos, sus voces cargadas de convicción. —La Doncella de Plata nos protegerá.

Luxuria asintió con serenidad, su mirada firme transmitiendo una confianza tranquila que envolvía a los soldados en un abrazo invisible de seguridad.

—Entonces, mañana tomaremos ese camino —anunció, su sonrisa cálida disipando cualquier rastro de duda que pudiera haber quedado. —Vayan y descansen, preparémonos para lo que será un largo día.

La firmeza en la voz de Luxuria y su calidez comenzaron a disipar las sombras de la incertidumbre. Uno a uno, los soldados asintieron, sintiendo una renovada determinación ardiendo en sus corazones. La decisión estaba tomada. Aunque la ruta fuera peligrosa, sabían que Luxuria estaría ahí para guiarlos.

De vuelta en el campamento, compartieron el plan con los demás. La atmósfera cambió, pasando de la inquietud inicial a una determinación renovada. Con cada paso de preparación, la confianza en su líder y en ellos mismos se fortalecía. Sabían que el día siguiente sería difícil, pero también sabían que estaban unidos en su propósito y que nada podría detenerlos.

Esa noche, antes de dormir, realizaron meticulosamente todos los preparativos necesarios. Cada arma fue afilada, cada escudo revisado, cada estrategia repasada una y otra vez en sus mentes. Sabían que estaban en el umbral de un desafío que pondría a prueba su coraje y determinación como nunca antes.

A la mañana siguiente, en las primeras horas del día, los soldados, después de haber desayunado bien, permanecían en silencio formados. Observaban a Luxuria y al grupo de sacerdotisas arrodilladas junto al camino, con la frente gacha en dirección al sol naciente.

—...Oh Chaos, protégenos, permítenos llegar a esa ciudad, permíteme llevar tu compasión a más gente —dijo Luxuria con mucha fe y adoración. Las demás sacerdotisas le seguían en la oración, sus voces suaves resonando en el aire matutino.

Cuando la oración terminó, Luxuria separó las manos y se puso de pie, seguida por las demás sacerdotisas. Luego, miró a la larga fila de soldados y carretas, sus ojos brillando con determinación.

—Adelante —dijo Luxuria, y comenzó a caminar con paso firme.

Los soldados reanudaron su marcha, acompañados por los rayos dorados del sol que comenzaba a elevarse en el cielo. El polvo del camino volvía a pegarse a sus ropas y pieles, así como a sus armaduras. Con cada paso, el terreno se volvía más difícil y peligroso, haciendo que las carretas temblaran al borde de la pendiente en varias ocasiones. Aunque una de ellas sí cayó y se destruyó al impactar con una gran roca, los soldados reaccionaron con rapidez, recuperando lo que la carreta transportaba y redistribuyendo la carga entre las demás.

Pronto llegaron a una zona donde las rocas estaban ennegrecidas por el fuego de los dragones, señal evidente de su presencia.

—Estamos cerca de la parte más profunda de su territorio —dijo una sacerdotisa, pasando el dedo por la roca quemada, el hollín tiñendo su piel de negro.

Desde ese punto, los pasos de los soldados se hicieron más silenciosos. Cada uno miraba al cielo y a los alrededores, atentos a cualquier señal de un dragón. Sus sentidos estaban en alerta máxima, sus oídos afinados para captar cualquier sonido sospechoso mientras avanzaban.

De repente, una sacerdotisa se detuvo en seco, su rostro pálido y tenso. Logró oír algo y alzó la mano, indicando al grupo que se detuviera.

—¿Qué sucede? —le preguntó Luxuria en un susurro, su voz cargada de preocupación.

—Shhh, escucha... —respondió la sacerdotisa, susurrando mientras miraba en todas direcciones, tratando de identificar el origen del sonido.

El silencio reinó después de aquello, sólo interrumpido por el viento golpeando las rocas. Entonces, un sonido diferente se escuchó, algo que no era el viento.

—¡No me jodas! —se oyó a lo lejos—. ¡Esos dragones le robaron mucho ganado a la gente del pueblo!

—¡No grites, los dragones nos podrían oír! —otra voz respondió, ansiosa y urgente.

—¡¿Quién está gritando ahora?! —una tercera voz se unió, irritada.

Era una discusión entre varias personas, y por el ruido, parecía que había más gente acercándose. Los soldados intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de que cualquier ruido podría atraer la atención no deseada de los dragones.

Luxuria frunció el ceño, señalando a sus soldados que se prepararan para cualquier eventualidad. La tensión en el aire era palpable, cada miembro del grupo comprendiendo que estaban en un territorio peligroso y que cualquier descuido podría ser fatal.