Trapecio y Sungonkun avanzaban con pasos pesados, arrastrando sus cuerpos deteriorados por la infección, pero aún llenos de esa maldita fuerza controlada por la mente colmena. Kiara los vio venir, y la sensación de terror la envolvió, pero también la determinación de que no iba a rendirse sin pelear.
Asagi, a su lado, se tensó, empuñando su espada con furia contenida, consciente de que esta podría ser la última batalla. Palitogood, a su lado, estaba gravemente herido, pero su espíritu aún ardía con la necesidad de luchar, aún cuando el cuerpo se desmoronaba.
Kiara, sin dudarlo, corrió hacia Sungonkun, lanzando poderosos golpes a su rostro descompuesto. Su cuerpo ya no tenía la agilidad que solía, pero sus puños fueron como martillos, golpeando con la desesperación de alguien que sabía que su vida dependía de ello. La sangre de Sungonkun se esparcía con cada golpe, pero no parecía detenerse, el virus no se rendía, y él ya no sentía nada. Solo el hambre, el deseo de destrucción.
"¡Muere, Sungonkun!" gritó Kiara, sus ojos llenos de furia, pero también de tristeza. Recordaba los días en que luchaban juntos, y ahora todo eso se había desmoronado en una pesadilla sin fin.
Mientras tanto, Trapecio se enfrentaba a Asagi y Palitogood. Sus movimientos eran lentos, como si estuviera en una especie de trance, pero la furia del virus le otorgaba una fuerza antinatural. Trapecio lanzó un golpe brutal con una mano, destrozando el suelo y obligando a Asagi a saltar hacia atrás para evitar el impacto.
Palitogood, cubriéndose la cabeza, trató de atacar con lo que le quedaba de fuerza, lanzando ráfagas de energía, pero el ataque fue absorbido por la grotesca energía oscura que rodeaba a Trapecio.
Trapecio no decía nada. Su rostro estaba vacío, pero los ojos brillaban con una intensidad espeluznante, como si estuviera disfrutando de la destrucción. Sungonkun, a su lado, parecía ser una extensión de él mismo, su cuerpo ya no respondía como un ser humano, pero el virus que controlaba sus cuerpos les daba una resistencia imposible.
La lucha se intensificaba. Kiara sentía el agotamiento pesar sobre sus hombros, pero no podía detenerse. Asagi también estaba al límite, luchando para mantener su postura mientras evitaba los ataques de Trapecio. Palitogood, aunque herido y agotado, continuaba resistiendo, manteniendo la defensa con lo que le quedaba de poder.
De repente, un rugido estridente resonó por el aire. Sungonkun, bajo el control del virus, había lanzado un ataque directo hacia Kiara, quien apenas pudo bloquearlo. La fuerza fue tal que la lanzó hacia atrás, chocando contra un muro cercano. El impacto fue brutal, pero Kiara no se dejó vencer. Con sangre en la boca, se levantó, empapada en sudor y con los ojos brillando con rabia.
"No me rendiré... ¡No dejaré que sigan destruyendo todo!" gritó, preparando otro golpe con sus puños cargados de energía. Trapecio y Sungonkun, sin embargo, solo la miraban, como si no entendieran nada de lo que decían.
La batalla continuaba, frenética, desesperada. Cada golpe era un recordatorio de lo que habían perdido, pero también de lo que aún quedaba por salvar.
Palitogood estaba exhausto, cubierto de sudor y sangre, su cuerpo no podía resistir mucho más. Había sido testigo de la caída de sus compañeros, la transformación de Trapecio, Sungonkun, Asagi y Kiara en monstruos incontrolables bajo el poder del virus. Ahora, mientras el último de sus aliados caía, Palitogood se encontraba solo en un mundo que ya parecía condenado.
Se había enfrentado a incontables hordas de zombis, había luchado hasta el último aliento para salvar a sus amigos, pero ahora se encontraba al borde de la desesperación. Los restos de sus compañeros infectados se movían en su dirección, y su mente estaba al borde del colapso. La realidad se desmoronaba ante sus ojos, los gritos de los muertos y los murmullos del virus resonaban en su cabeza, como un eco que no podía silenciar.
En su mente, se mezclaban recuerdos de aquellos que ya no estaban, de la lucha que parecía interminable, de la esperanza que una vez existió. Pero ahora, el único que quedaba en pie era él. Sin poder huir, sin más fuerzas, se preparó para enfrentarse a lo que fuera que viniera.
Palitogood levantó su mano, temblando, y concentró toda su energía en el último ataque que le quedaba, un destello brillante de energía pura. Su rostro se mostró una mezcla de desesperación y determinación. No importaba que el virus estuviera cerca de consumirlo también. Él iba a luchar hasta el final, aunque eso significara caer como el último de los héroes.
Con una explosión de poder, Palitogood liberó su ataque hacia los zombis, incluidos Trapecio, Sungonkun, Kiara y Asagi. La energía se dispersó por el aire, creando una onda expansiva que destruyó todo a su paso, pero el desgaste y la fuerza del virus seguían empujándolo al borde de la muerte.
Con un último suspiro de esperanza, Palitogood se desplomó, ya sin fuerzas. Su cuerpo comenzó a ceder, la oscuridad se apoderó de su visión, y en su mente resonaba una sola pregunta: ¿habría alguien más por venir a salvar el mundo de esta pesadilla?
Pero mientras la oscuridad lo engullía, una parte de él aún se aferraba a la esperanza de que, tal vez, de alguna manera, alguien más surgiría para enfrentarse a lo que quedaba de este caos.
Mientras Palitogood yacía en el suelo, su cuerpo ya desmoronándose por la fatiga y el virus, los últimos zombis se acercaron a él. Los ecos de sus gritos resonaban en el aire, pero ya no había nada más que él pudiera hacer. El olor nauseabundo de los cadáveres se mezclaba con la desesperación en el aire.
Trapecio, Sungonkun, Kiara y Asagi, ahora completamente bajo el control del virus, se acercaron sin prisa. A través de sus ojos vacíos, sin vida, los veían como monstruos controlados por una fuerza más grande que ellos mismos. La mente colmena del virus los guiaba, y su único propósito era consumir, destruir y expandirse.
Uno de ellos, Sungonkun, fue el primero en llegar hasta Palitogood. Aunque no quedaba nada de su humanidad, su rostro deformado y sus movimientos rígidos hablaban de la corrupción total que había sufrido. Con una mano destrozada, le arrancó un pedazo de carne del brazo de Palitogood, quien no pudo hacer nada más que soltar un suspiro débil. La mordida se sintió como una condena, un final inevitable.
Los demás zombis lo siguieron, y poco a poco comenzaron a desgarrar su cuerpo. Trapecio mordió su pierna, mientras Kiara atacaba su hombro, y Asagi arrancaba trozos de su costado. Los gruñidos y los chillidos de los zombis se mezclaban con los ecos de la agonía de Palitogood, que finalmente, con una última mirada derrotada, sintió cómo su vida se desvanecía en medio de una oscuridad imparable.
El último héroe que quedaba, la última esperanza, era ahora solo una víctima más de la invasión imparable. Los zombis continuaron devorando su cuerpo, y, finalmente, Palitogood dejó de luchar. El silencio reinó por un momento, mientras la horda se alimentaba.
La pesadilla había consumido a todos los héroes. Y con ello, el mundo parecía haber caído en la oscuridad definitiva.
Los infectados, después de terminar con los últimos vestigios de resistencia, comenzaron a avanzar en busca de un nuevo territorio para expandir la plaga. Trapecio, Sungonkun, Kiara, y Asagi, ahora completamente bajo el control del virus, no tenían conciencia de lo que hacían, pero eran los vehículos perfectos para transmitir la infección a nuevas regiones.
De alguna manera, el virus sabía cómo sobrevivir, cómo esparcirse, cómo aprovechar cada oportunidad. La horda se desplazó hacia el océano, donde las aguas servían como un conducto ideal para moverse de un lugar a otro. No era solo la carne lo que los mantenía en movimiento; era la necesidad de propagar la plaga a cualquier costo.
Los infectados, guiados por una fuerza antinatural, se sumergieron en el mar. Nadie sospechaba que un pequeño grupo de ellos podría haber encontrado el camino hacia un nuevo continente, hacia una nueva nación.
Días pasaron, y los infectados se trasladaron silenciosamente a otro país, sin dejar rastro de su llegada. Era un país pacífico, alejado de las batallas recientes, con una población desprevenida. Pero el agua que transportaba los restos de sus cuerpos ya había iniciado la propagación del virus.
Al llegar a las costas, los infectados fueron incapaces de distinguir entre su viejo y nuevo propósito. Simplemente, al salir del agua, comenzaron a dispersarse rápidamente. Su infección comenzó a contagiarlos a todos. Nadie parecía estar a salvo.
Aquellos que se encontraban cerca del agua fueron los primeros afectados. Al inhalar la brisa contaminada o entrar en contacto con las aguas infectadas, un nuevo ciclo de caos comenzó. Las víctimas comenzaron a mutar rápidamente, transformándose en criaturas hambrientas que desbordaban una energía insaciable.
La plaga había llegado, de nuevo, con más fuerza, y esta vez la humanidad no parecía estar preparada. Los infectados se movían rápidamente por las calles, convirtiendo el lugar en un campo de batalla donde los sobrevivientes luchaban, pero la marea del virus no se detendría. La infección había encontrado su nuevo hogar.
Normado, el joven alumno, y Tino, el veterano profesor, estaban en el epicentro del caos. Habían llegado al país con la esperanza de investigar un reporte sobre un extraño brote, pero lo que encontraron fue una escena de pesadilla. Las calles estaban llenas de cadáveres, y los infectados, con su andar errático y cuerpos deformados, ya habían comenzado a devorar a los vivos.
Normado, con su arco y flechas mejorados, observaba desde la cima de un edificio mientras Tino, armado con su emblemática lanza energética, estaba en el suelo, liderando la ofensiva contra las criaturas.
—Normado, apunta siempre a la cabeza. ¡Es la única forma de detenerlos! —gritó Tino, mientras clavaba su lanza en el cráneo de un infectado que se abalanzaba hacia él.
Normado tensó la cuerda de su arco, apuntando con precisión. Su flecha atravesó el ojo de uno de los infectados que intentaba escalar el edificio.
—¡Profesor, esto no es como los entrenamientos en la Academia! ¡Estos monstruos no se detienen! —gritó con desesperación, viendo cómo los infectados parecían multiplicarse.
Tino, con la experiencia de años de combate, respondió mientras decapitaba a dos criaturas con un movimiento limpio de su lanza:
—Esto no es un entrenamiento, Normado. Esto es sobrevivir. Si no controlas tus emociones, ellos te controlarán a ti. ¡Concéntrate!
Los dos luchaban espalda con espalda mientras los infectados los rodeaban. Cada ataque era preciso, pero las criaturas no dejaban de llegar. Tino, con su lanza cubierta de la sangre negra de los infectados, notó que algunos empezaban a moverse más rápido, como si se adaptaran a sus tácticas.
—Esto no pinta bien. Normado, tenemos que buscar refugio antes de que sea demasiado tarde —dijo Tino, retrocediendo hacia una calle menos concurrida.
De repente, un infectado gigantesco, una mutación más avanzada que los demás, apareció entre las hordas. Su rugido ensordecedor hizo temblar el suelo.
—¿Qué es eso? —preguntó Normado, aterrorizado.
—Una "élite". Son los más peligrosos. Si no lo detenemos ahora, ese monstruo destruirá todo a su paso —respondió Tino, ajustando la posición de su lanza y preparando su ataque más poderoso.
Mientras el infectado cargaba hacia ellos, Normado tomó una flecha especial de su carcaj. Su profesor lo miró de reojo y asintió. Era momento de darlo todo.
—Apunta bien, chico. Yo me encargaré de distraerlo —dijo Tino, corriendo directamente hacia la criatura.
El combate apenas había comenzado, y ambos sabían que el destino de este país podría depender de su habilidad para detener a esa abominación antes de que fuera demasiado tarde.
En medio del caos que envolvía al país, Victor, Luci, y Rigor recibieron un llamado de emergencia de Normado y Tino. Sin dudarlo, los tres héroes se movilizaron rápidamente hacia el epicentro de la destrucción. Al llegar, el panorama era desolador: calles desiertas, edificios derrumbados, y hordas de infectados que se movían como un río incontrolable.
Desde un helicóptero de transporte, Victor, con su capa ondeando al viento, observó la lucha que se desarrollaba en el suelo. Tino y Normado estaban al borde de ser sobrepasados por los infectados, y la enorme criatura mutante avanzaba como una fuerza imparable hacia ellos.
—Luci, tú y Rigor bajen primero. Limpien el área para que podamos llegar a Tino y Normado —ordenó Victor, ajustando su armadura.
—Entendido, jefe —respondió Luci con una sonrisa confiada mientras saltaba del helicóptero, seguido de Rigor, quien ya adoptaba su postura de combate.
Al aterrizar, Luci desató un torrente de fuego azul con sus dagas, quemando a los infectados que los rodeaban. Mientras tanto, Rigor activó su ataque Energy Cosmic Purple, lanzando una onda de energía que abrió un pasillo entre las criaturas, permitiendo que se acercaran a sus aliados.
—¡Aguanten, chicos! ¡Ya estamos aquí! —gritó Luci, mientras sus llamas convertían a los infectados en cenizas.
Desde el cielo, Victor descendió con una explosión que hizo temblar la tierra. Con su espada en mano, cortó a través de los infectados como si fueran papel, avanzando hacia la criatura mutante que se preparaba para atacar a Tino y Normado.
—Tino, Normado, ¡retrocedan! Nosotros nos encargamos de esto —dijo Victor con autoridad, colocándose entre ellos y la criatura.
La mutación gigante rugió, alzando sus enormes brazos para aplastar a Victor, pero este activó su técnica Ira Dansandankai, envolviendo sus músculos en un fuego morado que aumentó su fuerza exponencialmente. Con un solo golpe, derribó al monstruo, pero este se levantó de inmediato, más furioso que antes.
Luci y Rigor se unieron al ataque, mientras Tino y Normado tomaban un respiro, observando cómo los tres héroes luchaban como un equipo sincronizado contra la abominación.
—Esa cosa no va a caer fácilmente —murmuró Rigor, lanzando un portal detrás de la criatura para que Victor pudiera sorprenderla desde otro ángulo.
—No necesitamos fácil. Solo necesitamos que caiga —respondió Victor, atravesando el portal y asestando un golpe directo al cuello de la criatura.
La batalla estaba lejos de terminar, pero con los héroes ahora en el campo, la balanza comenzaba a inclinarse a su favor. La misión era clara: acabar con la amenaza antes de que el virus pudiera consumir todo el planeta.
En medio del caos que consumía la ciudad, Trapecio, Sungonkun, Kiara, y Asagi, completamente dominados por el virus, avanzaban destruyendo todo a su paso. Los edificios colapsaban, las calles quedaban en ruinas, y los infectados se multiplicaban a medida que los héroes caídos rugían con una fuerza aterradora. Su aspecto distorsionado y las cicatrices abiertas irradiaban la corrupción del virus como una maldición viviente.
Desde la distancia, Victor detuvo su paso al verlos. Su mirada, siempre firme, titubeó al reconocer a quienes una vez fueron sus aliados. Apretó los puños, mientras una mezcla de ira y dolor inundaba su rostro.
—No... ellos... fueron infectados —murmuró con la voz quebrada, el peso de la realidad cayendo sobre él como una losa.
Luci, quien estaba a su lado, desvió la mirada por un momento, sintiendo el tormento de su amigo. Rigor, en cambio, se mantuvo serio, sus ojos estudiando la situación con rapidez, buscando una solución que parecía no existir.
De repente, una figura ágil apareció entre ellos: Liesel, con su uniforme de médico y un semblante decidido, se unió al grupo. Su llegada fue como un rayo de esperanza en medio de la oscuridad.
—¡No hay tiempo para lamentarse! ¡Si queremos detener esto, necesitamos tiempo! —gritó, sacando una extraña semilla de su bolso y lanzándola al suelo. Con un conjuro rápido, sus manos comenzaron a brillar con una luz verde intensa.
De la tierra, enormes plantas comenzaron a surgir, enredaderas que crecían a una velocidad increíble y envolvían a los infectados cercanos. Las plantas se retorcían y formaban barreras naturales, ralentizando el avance de los enemigos. Algunas flores gigantes emitían un aroma dulce que parecía confundir momentáneamente a los infectados, dándoles a los héroes unos segundos para reagruparse.
Victor, aún con los ojos puestos en sus antiguos aliados, giró hacia Liesel.
—¿Eso podrá detenerlos? —preguntó, su voz llena de urgencia.
—No los detendrá por mucho tiempo, pero puede darnos una oportunidad. Necesito más tiempo para preparar algo más fuerte —respondió Liesel, sin apartar la vista de su hechizo.
—Entonces, asegurémonos de que lo tengas —dijo Luci, empuñando sus dagas y preparándose para la batalla.
Trapecio, con un rugido ensordecedor, rompió una de las enredaderas y fijó su mirada vacía en Victor. Por un instante, pareció que una sombra de reconocimiento pasaba por sus ojos, pero fue rápidamente reemplazada por una furia inhumana.
—Lo siento, amigos —susurró Victor, activando su técnica Ira Dansandankai mientras las llamas moradas rodeaban su cuerpo—. Si esto es lo que tengo que hacer, entonces lo haré.
La batalla estaba por comenzar, y aunque el peso de enfrentar a sus amigos caídos era insoportable, Victor, Luci, Rigor, y Liesel sabían que no podían retroceder. El destino de la humanidad dependía de ellos.
En medio del caos, Kiara, pese a estar infectada y desfigurada, se detuvo de repente. Se arrodilló lentamente en el suelo, jadeando con pesadez, mientras un rugido aterrador salía de su garganta. Sin un ojo y con su cuerpo deteriorado por el virus, colocó las manos en el suelo, invocando algo que hizo que incluso los demás infectados retrocedieran instintivamente.
El suelo bajo ella comenzó a oscurecerse, como si una sombra líquida se extendiera en todas direcciones, formando un círculo negro que parecía consumir la luz misma. De ese abismo oscuro, manos enormes, deformes y grotescas comenzaron a emerger, arrastrándose como si intentaran romper una barrera entre dimensiones.
Entonces, algo surgió de ese pozo negro: Yekun, una criatura cuya mera presencia hacía que el aire se volviera denso y opresivo. Su cuerpo, aún vagamente humano, se transformó rápidamente. Su piel endurecida adquirió un tono oscuro y rugoso, casi como roca fundida. Una rueda de energía brillante giraba en su espalda, pulsando con un aura ominosa que parecía reflejar su capacidad de adaptarse y evolucionar con cada segundo que pasaba.
Victor, al ver esa figura monstruosa, dio un paso atrás, sus ojos abiertos de par en par. El color abandonó su rostro por un momento. Él sabía exactamente quién era esa entidad y lo que significaba enfrentarlo.
—No... ¡no puede ser! —murmuró, su voz llena de incredulidad y miedo.
Yekun levantó su cabeza, su rostro deformado mostrando una sonrisa que parecía burlarse de la esperanza misma. Su mirada cayó sobre Victor, como si lo reconociera, y un rugido profundo y gutural sacudió el área, haciendo temblar el suelo bajo sus pies.
Victor apretó los dientes, el pánico mezclándose con la determinación. Se giró hacia los demás.
—¡Lárguense de aquí, ahora mismo! —gritó con una autoridad que no admitía discusión—. ¡No es un enemigo al que puedan enfrentarse!
Liesel, Luci, y Rigor intercambiaron miradas rápidas, dándose cuenta de la gravedad de la situación.
—¡No voy a repetirlo! ¡Corran! —bramó Victor, sus llamas púrpuras empezando a envolverse en su cuerpo mientras adoptaba una postura defensiva.
Mientras los demás comenzaban a retirarse, Victor se quedó en su lugar, enfrentando a Yekun. El monstruo dio un paso adelante, cada movimiento resonando como un terremoto.
—Si este es el precio por detener este infierno... lo pagaré yo mismo —murmuró Victor, preparándose para una batalla que sabía que podría no ganar.
Cuando todos finalmente se alejaron, dejando a Victor solo frente a Yekun, su semblante permaneció pálido. Era raro verlo así, sin la chispa de confianza o furia desbordante que solía caracterizarlo en combate. Sin embargo, sabía que no podía permitirse el lujo de flaquear.
Con un profundo respiro, sus manos comenzaron a brillar con un fuego púrpura que parecía pulsar como un corazón vivo. Extendió los brazos, liberando un aura tan inmensa que se expandió como una explosión invisible, cubriendo casi la totalidad del planeta Tierra.
En un instante, millones de zombies comunes que se encontraban en la superficie se desintegraron sin siquiera comprender qué los había destruido. Sus cuerpos cayeron como polvo, siendo arrastrados por el viento.
Pero los infectados especiales, como Yekun, Trapecio, Sungonkun, Asagi, y Kiara, permanecieron ilesos. Las criaturas adaptadas al virus eran inmunes a esta purga, resistiendo el poder de Victor como si fuese un simple vendaval.
Yekun dio otro paso adelante, su rueda de energía girando más rápido, como si se alimentara del mismo aura de Victor.
—Esto... no va a ser suficiente, ¿verdad? —susurró Victor, apretando los puños.
Yekun levantó una mano descomunal, apuntando hacia Victor con un gesto que parecía burlón, como si lo invitara a atacar. Victor, aún rodeado por la devastadora energía que había limpiado a los zombies comunes, sintió la presión de esa mirada vacía e infinita.
—Si quieren un monstruo, les daré uno —murmuró, sus ojos brillando con un destello de determinación.
Activó una segunda fase de su poder, aumentando su radio de ataque aún más, pero sabiendo que los que quedaban no serían eliminados con simples técnicas. Esta batalla sería más que un enfrentamiento físico; sería un desafío contra el mismo concepto de adaptación y supervivencia que Yekun representaba.
Victor apenas tuvo tiempo de reaccionar al golpe certero que envió a Yekun a volar contra un edificio destrozado. Sin embargo, un dolor punzante en su espalda le hizo estremecerse. Giró levemente la cabeza y allí estaba Kiara, sus ojos vacíos y sin vida, pero llenos de un hambre insaciable. Su mandíbula se aferraba a la carne de Victor, y el dolor era tan intenso como su propia rabia.
Sintió cómo el virus comenzaba a entrar en su sistema. Era como un veneno helado que se extendía rápidamente, intentando tomar el control.
—¡Maldita sea, Kiara! —gruñó mientras su cuerpo comenzaba a liberar una luz brillante, una manifestación de su regeneración llevada al límite.
Con un grito de pura furia, activó su técnica RGD (Regeneración Godlike Definitiva), saturando cada célula de su cuerpo con energía purificadora. Su carne se regeneraba tan rápido que cualquier rastro del virus era destruido antes de llegar a órganos vitales.
Kiara, aún con los dientes hundidos, fue arrancada de su lugar por Victor, quien la sujetó del cuello con firmeza pero sin crueldad.
—Sé que ya no eres tú... pero esto es por el bien de todos —dijo, con un dejo de tristeza en su voz, antes de lanzarla lejos con toda su fuerza.
Sin embargo, los otros infectados no tardaron en abalanzarse sobre él. Trapecio, Asagi, y Sungonkun llegaron como una tormenta de violencia, obligando a Victor a mantener su regeneración activa mientras combatía.
Cada golpe de Victor parecía una sentencia de muerte, pero sus enemigos ya estaban más allá de eso. Trapecio y Sungonkun, aún con partes del cuerpo destruidas, seguían sonriendo mientras avanzaban. Asagi atacaba con movimientos erráticos, difíciles de predecir, y Kiara, aunque herida, volvía al combate, mostrando una resistencia casi sobrehumana.
Mientras tanto, Yekun se levantaba entre los escombros, su rueda de energía brillando con un poder cada vez más amenazante.
Victor, jadeando pero decidido, se preparó para lo que sabía que sería la pelea más difícil de su vida. Sus enemigos ya no eran sus amigos. Eran armas perfectas, controladas por un virus que no conocía límites. Y ahora, con el virus dentro de él, cada segundo era una batalla no solo por sobrevivir, sino por mantener su humanidad intacta.
Victor, al borde de sus fuerzas, observó cómo Yekun y los infectados avanzaban hacia él. El dolor de la mordida de Kiara aún ardía en su espalda, y aunque su regeneración lo mantenía de pie, sabía que no podría seguir luchando en esas condiciones. Miró hacia el cielo, su semblante lleno de determinación y una mezcla de ira y tristeza.
—Si esto significa salvar lo que queda... entonces no tengo elección —murmuró con un tono grave, mientras extendía sus brazos hacia el cosmos.
Su cuerpo comenzó a brillar intensamente, una luz que desafiaba la oscuridad misma. Su energía se amplificó, abarcando más allá de los límites del planeta. La gravedad a su alrededor se distorsionó, y el aire se llenó de una vibración insoportable.
—¡Purga Universal! —gritó con un rugido que resonó como un trueno.
Un haz de energía pura se elevó desde sus manos, expandiéndose hacia las estrellas. Era una fuerza devastadora, un poder diseñado para erradicar todo lo que estuviera fuera de su universo. Planetas enteros, sistemas solares, y galaxias fueron consumidos en un instante por la explosión. Los zombies en las profundidades del espacio, aquellos que habían escapado a otros mundos, fueron borrados de la existencia, sin posibilidad de sobrevivir al ataque.
De vuelta en la Tierra, el cielo brilló con un resplandor cegador, y luego todo volvió al silencio.
Victor, exhausto, cayó de rodillas, jadeando mientras su cuerpo humeaba por el esfuerzo. Sabía que su ataque había destruido toda la existencia más allá de su propio universo, dejando solo el planeta Tierra como el último bastión de vida.
Pero el alivio fue breve. A lo lejos, los infectados aún se movían. Yekun y los demás, protegidos por la influencia del virus, seguían de pie. Este sacrificio no los había detenido.
—Así que todo eso... y aún no es suficiente —murmuró, con una mezcla de frustración y desesperación.
Ahora, con el resto del universo eliminado, Victor sabía que el destino de lo que quedaba de la humanidad dependía completamente de lo que hiciera a continuación. La batalla final sería aquí, en la Tierra, y no habría escapatoria esta vez.
Victor sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo. Un dolor agudo, como mil agujas, le perforaba el cráneo. La sangre comenzó a brotar lentamente de su nariz, ojos y boca, goteando sobre el suelo ennegrecido. Su visión se tornó borrosa por un momento, y un sabor metálico llenó su boca.
—No... —susurró, apretando los dientes mientras intentaba enfocarse.
Sabía lo que significaba. El virus. A pesar de su regeneración y sus esfuerzos por contenerlo, un rastro minúsculo había logrado sobrevivir, comenzando a invadir su sistema. Su mente parecía tambalearse entre la lucidez y el caos, pero no podía permitirse caer.
Victor se tambaleó por un instante, llevándose una mano a la cabeza, tratando de detener el inminente derrame cerebral que sentía amenazando con consumirlo. Apretó el puño con fuerza, hasta que su propia sangre empezó a resbalar por sus dedos.
—No ahora... no aquí... —dijo con un gruñido, mientras su cuerpo temblaba por el esfuerzo de mantenerse firme.
Miró hacia adelante. Sus antiguos amigos, ahora zombis, lo observaban con miradas vacías, sus cuerpos deformados y consumidos por el virus. Yekun, con su monstruosa figura, se erguía como una pesadilla viviente, su rueda de energía girando lentamente, irradiando una fuerza opresiva.
A pesar del dolor que lo invadía, Victor dio un paso adelante, y luego otro. Sus piernas apenas lo sostenían, pero su voluntad era inquebrantable.
—Si el virus cree que puede conmigo, está equivocado. Si voy a caer, será después de terminar con ustedes —dijo con un tono bajo pero cargado de furia.
Se limpió la sangre de la cara con la mano, dejando una mancha rojiza en su rostro. Su regeneración seguía luchando por mantenerlo en pie, aunque sabía que no podría depender de ella para siempre.
Victor se preparó, su energía aumentando lentamente mientras su cuerpo se adaptaba al inmenso dolor. Levantó la vista, fijando su mirada en Yekun y en los zombis de Trapecio, Sungonkun, Kiara y Asagi.
—No importa cuántas veces tenga que luchar contra ustedes. No importa el dolor, ni el virus. ¡Aún así seguiré peleando hasta el último aliento!
Con un rugido, Victor se lanzó hacia adelante, su cuerpo iluminado por un aura púrpura mientras su poder alcanzaba nuevos límites, listo para enfrentarlos una vez más.
Mientras Victor luchaba físicamente, dentro de su mente el conflicto era aún más feroz. La voz de Evil Victor, enterrada en las profundidades de su subconsciente, comenzó a resonar con un tono sarcástico y cruel.
—Hey, estúpido recipiente —dijo la voz, soltando una risa que rebotaba como eco en su mente—. ¿Te estás divirtiendo allá afuera? Porque, déjame decirte, esa cosa de "sacrificio heroico" que haces es absolutamente ridícula.
Victor, mientras esquivaba un ataque de Yekun, apretó los dientes. Podía sentir la presencia de Evil Victor burlándose desde el rincón oscuro de su subconsciente, su tono despectivo como un veneno.
—Cállate... —murmuró en voz baja mientras lanzaba un golpe que desgarró la piel podrida de Trapecio.
—¿Cállate? Vamos, no seas tan sensible. Sabes que tengo razón. —La risa se intensificó—. Si el virus te gana, ¿quién crees que va a detenerte? ¿Tus "amigos"? ¡Por favor! Serás una máquina de destrucción aún peor que cualquiera de ellos.
Victor sintió una punzada de rabia mezclada con verdad. Cada palabra era un recordatorio brutal de su situación, pero no podía ceder.
—No moriré. Y no me convertiré en una de esas cosas. —Su voz era firme, aunque internamente la duda lo carcomía.
Evil Victor sonrió dentro de la oscuridad.
—Oh, claro, claro. Lo dices ahora. Pero admítelo, estúpido recipiente, si caes... alguien tendrá que matarte. ¿Te imaginas la cara de Rigor, o de Luci, si tienen que ser ellos? ¿O mejor aún...? —La voz bajó a un susurro venenoso—. ¿Y si simplemente decides dejarme salir?
Victor apretó los puños, bloqueando un ataque de Yekun mientras cargaba un contraataque.
—Jamás... te dejaré salir.
Evil Victor rió una vez más, su tono lleno de burla y desafío.
—Ah, siempre tan terco. Pero tranquilo, yo estaré aquí, esperando el momento en que caigas. Y cuando lo hagas, seré yo quien termine esta pelea... a mi manera.
Victor respiró profundamente, intentando sofocar la voz. Pero sabía que la batalla no solo era contra los zombis o Yekun; también era contra sí mismo.
Victor salió disparado por el brutal corte de Yekun, su cuerpo se estrelló contra un edificio en ruinas, dejando una grieta profunda en las paredes antes de desplomarse al suelo, inconsciente. Mientras su cuerpo yacía inmóvil, su mente fue arrastrada a un oscuro abismo, su subconsciente, donde lo esperaba la sombra que siempre había estado allí: Evil Victor.
En ese espacio etéreo, todo era una negrura sin fin, salvo por la figura de Evil Victor, quien lo observaba con los brazos cruzados, su sonrisa burlona acompañada de un destello de impaciencia.
—Finalmente, aquí estamos otra vez, estúpido recipiente. Y déjame adivinar, ¿vas a intentar convencerme de que todo saldrá bien? —dijo Evil Victor, con un tono sarcástico mientras daba un paso hacia adelante.
Victor, aún agotado, levantó la mirada con seriedad.
—Cállate. No tienes idea de lo que está en juego aquí.
Evil Victor rodó los ojos, exasperado.
—¿"En juego"? Por favor, ¿te escuchas? Te estás desangrando, tus "amigos" están perdidos, y ahora estás enfrentándote a algo que claramente está fuera de tu alcance. Ya deja de hacerte el héroe. Esto lo digo en serio: si mueres, tus amigos mueren contigo.
Victor apretó los dientes, su voz cargada de furia.
—Si tengo que morir para protegerlos, lo haré.
Evil Victor soltó una carcajada que resonó en la oscuridad, casi como un eco maldito.
—¡Ah, pero qué noble! —Se inclinó hacia él, sus ojos brillando con un destello siniestro—. Pero, ¿y si esa nobleza es precisamente lo que los condena? Mira a tu alrededor, Victor. Esto no es una pelea justa. El virus te está carcomiendo, el enemigo es más fuerte, y tú... tú eres solo un hombre jugando a ser un dios.
Victor apretó los puños, sintiendo cómo la rabia hervía dentro de él, mezclada con el peso de las palabras de Evil Victor.
—No voy a rendirme. No importa lo que digas, yo... encontraré la forma.
Evil Victor lo observó con una mezcla de burla y lástima.
—Esa es la parte divertida, "héroe". No tienes una forma. Tu regeneración apenas te mantiene vivo, y ni siquiera sabes si sobrevivirás al próximo ataque. Pero claro, sigue adelante. Lucha, muere, haz lo que quieras. Al final, cuando todo colapse, ¿sabes quién estará listo para tomar el control? —Se señaló a sí mismo con una sonrisa malvada—. Yo.
Victor avanzó un paso hacia él, sus ojos llenos de determinación.
—Si eso sucede, prefiero destruir todo antes de dejarte salir.
La sonrisa de Evil Victor se desvaneció por un momento, reemplazada por una mirada fría y seria.
—Entonces será tu funeral, recipiente. Pero recuerda esto: no importa cuánto te esfuerces, al final, todos tus esfuerzos serán inútiles si no aceptas la realidad.
Victor cerró los ojos un instante, respiró hondo, y cuando los abrió, su resolución era inquebrantable.
—La única realidad que acepto es que aún hay una oportunidad. Y mientras la tenga, tú seguirás encerrado aquí.
Con esas palabras, un destello de luz atravesó la oscuridad, y Victor sintió cómo su conciencia volvía al mundo real, donde lo esperaba la verdadera batalla.
La voz de Evil Victor resonaba en el subconsciente de Victor como un eco implacable. Mientras su cuerpo seguía inerte, los pensamientos de Evil Victor se infiltraban en cada rincón de su mente, buscando la manera de quebrar su determinación.
—Dios mío, mocoso —dijo Evil Victor, sus palabras cargadas de desprecio y frustración—, esta vez no hablamos de un villano de película. Estamos hablando de algo natural, algo que va a joderte sin compasión. Este virus, ¿realmente crees que puedes controlarlo? ¿Crees que tu regeneración es suficiente para detener lo que está dentro de ti? Acabas de recibir un derrame cerebral, ¿y aún no lo entiendes? ¡Tu regeneración es más lenta de lo que crees!
Victor, con dificultad, comenzó a recuperar la conciencia, pero cada pensamiento estaba pesado, como si estuviera luchando contra algo mucho más grande que él. Evil Victor lo observaba, esperando una reacción, sabiendo que la desesperación estaba tomando forma.
—Hazme caso de una vez, mocoso —continuó Evil Victor, su tono más grave—. Ese virus no tiene piedad. No es como tus enemigos, ni tus malditas batallas. Este es algo natural, algo que te va a controlar, lentamente, hasta que no seas más que una sombra de lo que fuiste. ¿Cómo te vas a enfrentar a eso? ¿Con una sonrisa y un par de golpes más?
Victor luchaba por respirar con normalidad, pero el dolor era real. La cabeza le latía, y la sensación de presión en su cráneo era insoportable. Aún así, una chispa de ira se encendió en su interior.
—No... —dijo, con voz rasposa—. No voy a dejarme vencer por esto. No voy a...
Evil Victor rió con desdén, su risa resonando como un mal presagio.
—¡Ja! ¿Vas a seguir así? Te estás muriendo por dentro, pero sigues con tu puta actitud de héroe. ¿Crees que ese virus no te va a ganar? ¿Crees que tu regeneración puede competir con lo que está ocurriendo dentro de ti? Vamos, admite lo que eres, Victor. Un perdedor.
Victor cerró los ojos con fuerza, ignorando las palabras de Evil Victor. Sabía que la lucha no solo era contra los enemigos de afuera, sino contra el demonio que ahora llevaba dentro. El virus, el dolor, la angustia… todo eso le pesaba, pero su voluntad seguía firme.
—Soy lo que decida ser —respondió finalmente, con voz temblorosa, pero decidida—. No voy a dejar que esto me controle. No soy un perdedor.
Evil Victor hizo una pausa, observando la lucha interna de su "recipiente". En silencio, asintió, aunque su sonrisa no era de victoria, sino de una expectativa cruel.
—Veremos cuánto tiempo puedes resistir, mocoso. Pero recuerda, al final, lo que el virus te ha dado, yo lo puedo usar a mi favor.
Victor se mantuvo en pie, luchando contra la invasión del virus en su cuerpo y contra las palabras de Evil Victor. Si el precio por salvar a los demás era enfrentar su propio colapso, lo pagaría. Porque, al final, el verdadero enemigo era ese mal que él mismo debía superar.
Evil Victor, con un tono diferente, más serio y menos sarcástico, se acercó a Victor en el vasto vacío de su mente. La voz, aunque aún era suya, tenía una carga de preocupación genuina. No era la burla o la ira de antes. Ahora, sus palabras eran más pesadas, y había una especie de desgana en su tono.
—Victor, escucha… esta vez no voy a insultarte. No voy a llamarte mocoso ni a burlarme de ti. Sé que no me quieres escuchar, pero tienes que entenderlo. Te estoy diciendo esto porque lo sé, lo siento en cada rincón de tu cuerpo: vas a morir. Y cuando eso pase, esa cosa te va a controlar por completo. No es una pelea que puedas ganar. No con este virus. No con lo que te está destruyendo desde adentro.
El silencio que llenó la mente de Victor era profundo, pesado. El dolor físico seguía siendo insoportable, pero las palabras de Evil Victor se instalaban en su mente como una sombra que se alargaba lentamente. La verdad de esas palabras lo alcanzaba de una manera en la que no lo había hecho antes.
—Yo sé lo que quieres, Victor. Quieres vivir. Quieres salvar a todos, quieres ser feliz… lo sé, yo también lo quiero para ti. Pero este no es el caso. Todo lo que has hecho, todo lo que has luchado, ¿de qué sirve si vas a terminar convertido en una de esas cosas? ¿Qué quedará de ti cuando el virus termine su trabajo? ¿Qué le quedará a los que aún te necesitan?
Victor, débil, estaba apenas consciente de las palabras que resonaban en su cabeza. Pero Evil Victor continuaba, más suave ahora, casi compasivo.
—Sé lo que has perdido. Sé lo que has sacrificado. Pero esto no es tu batalla. No puedes vencerlo, Victor. Ya no es una cuestión de fuerza ni de poder. Es una cuestión de sobrevivir a ti mismo, de dejar ir lo que piensas que puedes controlar. Lo único que quiero es que lo aceptes.
El pensamiento de ser completamente controlado por el virus, de ser una marioneta sin voluntad, sin humanidad, le aterraba profundamente. Las palabras de Evil Victor se sentían como un susurro helado en su alma, una advertencia que parecía ser la única verdad a la que no podía escapar.
—Te estoy dando una salida. Deja de luchar contra esto, deja que pase. No te hagas más daño, Victor. Puede que creas que tienes una última batalla que ganar, pero esa no es la realidad. La verdad es que no puedes escapar de lo que eres ahora. La infección ya está dentro de ti. Y en cuanto a lo que te queda de ti, esa cosa se llevará todo. Todo lo que has sido, todo lo que has soñado, todo lo que aún amas, se desvanecerá.
Victor sentía que el peso de esas palabras lo aplastaba. En su pecho, la lucha contra el virus, contra sí mismo, se intensificaba. La regeneración ya no funcionaba con la misma velocidad que antes, y sentía cómo el control sobre su propio cuerpo se desvanecía poco a poco.
Evil Victor suspiró con cansancio.
—No quiero verte sufrir más. No quiero verte morir lentamente. La mejor opción para ti, para todos los que te rodean, es que dejes ir esta lucha. Deja que el virus te consuma de una vez y... que termine lo que empezó.
Las palabras de Evil Victor no eran más que un eco de una verdad cruel que Victor no quería aceptar. Pero en lo más profundo de su ser, sabía que había algo de verdad en ellas. Y esa verdad lo devoraba por dentro, haciéndole cuestionar todo lo que había luchado por salvar.
Evil Victor, al escuchar esas palabras, se quedó en silencio por un momento. La petición de Victor era algo que nunca hubiera considerado antes. A lo largo de sus existencias, siempre se habían visto como opuestos, enemigos incluso, luchando por el control del mismo ser. Sin embargo, ahora estaba siendo ofrecido algo completamente diferente. Algo inesperado.
—Vaya… así que quieres que te haga el favor de salvar a tus malditos amigos, ¿eh?— respondió Evil Victor, en un tono que, aunque todavía cargado de su naturaleza sardónica, había un trasfondo de algo más serio. Algo que rara vez se escuchaba de él. —¿Qué pasa con tus planes heroicos, Victor? ¿Qué pasó con "salvar el mundo"?
Victor, con las fuerzas que le quedaban, logró responder, aunque su cuerpo estaba al borde de colapsar por el virus que lo devoraba lentamente.
—No soy un héroe. No lo soy ni ahora ni nunca lo fui. Ya lo sabes, estúpido. Siempre fui alguien que intentó hacer lo correcto, aunque siempre terminé fallando. Esta vez no. No te pido que me salves a mí. Lo hago por ellos. Hazlo por ellos. No quiero verlos sufrir por mi culpa.
Evil Victor rió de manera casi irónica.
—¿Y qué quieres que haga con el recipiente que me pides? Crear uno igual a ti, ¿eh? ¿Acaso te has vuelto completamente idiota o simplemente te has dado cuenta de lo que siempre he sido?
—Hazlo. Y hazlo ahora. No me importa lo que sea necesario. Si eso es lo que necesitas para protegerlos, entonces hazlo. Sé lo que soy, y sé lo que eres. Lo acepto. Hazlo. No quiero seguir viéndolos morir solo porque no pude ser lo suficientemente fuerte. Tienes el poder de hacerlo, por lo menos úsalo por algo. Hazlo, maldita sea...
Evil Victor observó la situación en la mente de Victor. Sabía que algo estaba cambiando, algo más allá de su naturaleza instintiva. Por un momento, dejó de ser la voz cruel, el opuesto de lo que era Victor, y miró el cuerpo de su recipiente, desmoronándose lentamente. El virus estaba ganando terreno, y Victor estaba cada vez más cerca de la muerte. Un destino que no había podido evitar.
—Tienes razón. Al final, eso es lo que quiero, ¿no? Aún me importa lo que pasa con este cuerpo, aunque no lo quieras aceptar.
Con un suspiro que resonó con un tono de gravedad, Evil Victor comenzó a actuar. En el interior de la mente de Victor, comenzó a tejer el hechizo necesario, un encantamiento oscuro, poderoso, para crear un nuevo recipiente. El proceso fue largo, meticuloso, pero con la fuerza de su voluntad, y con el mismo conocimiento que poseía de sus habilidades, comenzó a materializar un cuerpo nuevo. Un cuerpo similar al de Victor, con todas las capacidades que había acumulado en sus años de existencia. Un recipiente donde Evil Victor podría tomar su lugar, fusionarse con ese ser y continuar la lucha, no por Victor, sino por lo que quedaba de la humanidad que aún merecía ser protegida.
En el mundo exterior, Victor sintió un gran vacío mientras el virus seguía su curso. Sentía su cuerpo derrapando hacia el colapso, pero su mente estaba clara. Había dado su última orden.
Al mismo tiempo, el cuerpo nuevo comenzó a tomar forma en el mundo de los pensamientos, mientras una esencia oscura y densa se conectaba con él. Evil Victor, ahora más poderoso que nunca, se preparaba para llevar a cabo el plan que Victor había ordenado. La mente colmena del virus, los zombies, incluso Yekun, nada podría detenerlo.
Evil Victor, ahora vinculado al nuevo cuerpo que había creado, comenzó a reír, no con maldad, sino con una extraña sensación de victoria. Esta vez, había hecho lo que su "recipiente" le había pedido, y quizás… quizás al final había algo de valor en proteger a los que aún quedaban.
—Ya basta, mocoso. Ya te dejé vivir tu mentira. Ahora es mi turno.
Y mientras en el mundo real Victor seguía luchando, su mente ya estaba en manos de Evil Victor, quien no iba a permitir que todo lo que había querido proteger cayera.
Evil Victor, ahora libre en un plano físico, se estiró y sonrió de forma triunfante. El hecho de haber logrado separarse del recipiente que había sido Victor le otorgaba una sensación indescriptible de poder. Nexus. Había bautizado a esa habilidad como tal, un punto de no retorno para cualquier quien intentara entender la magnitud de lo que acababa de ocurrir. Para él, ya no había vuelta atrás, y todo lo que había sido Victor ahora pasaba a ser una pieza más en su tablero.
—Nexus... Qué apropiado, ¿no?— dijo mientras miraba sus manos, como si nunca antes hubiera sentido ese poder en su totalidad. Su risa resonó en el vacío de su mente, su voz más grave, más madura. Evil Victor había tomado control completo y no planeaba dejar que su "antiguo yo" arruinara todo lo que había construido.
El primer objetivo era claro: ir a la Academia Historia, el epicentro de los héroes y la resistencia, y finalmente mostrarles quién tenía el verdadero poder. Victor había sido un obstáculo, una sombra de lo que realmente era capaz de hacer. Ahora, Evil Victor se dirigía al lugar con una rapidez impresionante, su energía oscura envolviendo todo a su paso.
Mientras volaba en la dirección de la academia, una sonrisa cruel se dibujó en su rostro. En el fondo, Evil Victor sabía que no solo estaba haciendo un "favor" a Victor, sino que estaba dando un paso más en su propio camino hacia la dominación total. La humanidad nunca entendió lo que él podía hacer, lo que había sacrificado para llegar hasta aquí, y ahora, ellos lo descubrirían.
—Pobre mocoso... que ni siquiera sabe lo que le espera. Pero bien, vamos a hacerle ese favor— murmuró entre dientes, refiriéndose a Victor, aunque la ironía de su tono no pasaba desapercibida.
Al llegar a la Academia Historia, Evil Victor detuvo su avance por un momento. Observó el lugar con una mirada de desdén, casi como si fuera un objeto que no mereciera estar allí. Sabía que los héroes que quedaban allí aún no comprendían el alcance de lo que estaba por suceder. Pero pronto, todo cambiaría.
Con un paso firme, se adentró en el territorio que, hasta ahora, había sido el último bastión de la resistencia. Cada paso resonaba con poder y certeza. En su interior, una mezcla de emociones lo dominaba: satisfacción, rabia, y un toque de diversión.
La Academia Historia sería el campo de su próxima batalla. Allí, Evil Victor dejaría en claro que el verdadero enemigo no era un virus, ni los monstruos a los que alguna vez enfrentó, sino algo mucho más complejo y peligroso: su propia naturaleza, la que ahora reinaba sin restricción.
Se preparó para lo que vendría, el rugido de su energía oscura resonando como un presagio de lo que sucedería cuando se enfrentara a los héroes que aún quedaban.
Evil Victor observó a Rigor, Luci y Liesel con una mirada fría, pero no fue la típica mirada de alguien que viene a destruir. Su voz, grave y llena de una confianza absoluta, rompió el silencio:
—No vengo a matarlos, aunque sé que es lo último que esperarían de mí. Victor me mandó... a proteger sus vidas.
Rigor, Luci y Liesel se miraron entre sí, confundidos y cautelosos. Ninguno de ellos podía entender cómo era posible que Evil Victor, el ser que antes se había manifestado como el villano más temible, ahora estaba diciendo esas palabras con una calma sorprendente. Luci, que siempre había sido desconfiada, dio un paso atrás, lista para reaccionar en cualquier momento.
—¿Protegernos?— dijo Rigor con voz firme, su cuerpo tensándose, preparado para lo peor. —¿Por qué, de repente, cambiarías de bando? No te creo ni una palabra.
Evil Victor soltó una risa sorda, como si disfrutara de la confusión y desconfianza de ellos.
—Entiendo que me vean como una amenaza. De hecho, yo también lo haría. Pero deben entender, Victor me pidió hacer esto. Estoy aquí por él. Lo que vieron antes... eso no soy yo, no soy ese tipo de persona. Mi objetivo ahora es otra cosa.
Liesel, que había estado observando a Evil Victor en silencio, finalmente habló:
—Pero... ¿cómo sabemos que no es solo una trampa? La última vez que vimos algo así, fue solo un juego de manipulación.
Evil Victor levantó una ceja, como si estuviera evaluando su respuesta. Finalmente, habló con una seriedad inusitada.
—Lo que Victor y yo hemos compartido... no es algo que puedan entender fácilmente. No soy su enemigo, no más. La humanidad está condenada. Pero, al menos, les estoy ofreciendo una oportunidad de sobrevivir. Para ustedes y lo que queda del mundo.
Rigor, aún desconfiado, apretó los puños.
—¿Y qué más quieres de nosotros? ¿Qué nos prometes en cambio? ¿Que todo esto se resuelva solo porque tú lo dices?
Evil Victor observó la reacción de Rigor y, por un momento, su rostro se suavizó ligeramente, como si entendiera la duda en los ojos de sus antiguos enemigos.
—No es un trato. Estoy simplemente cumpliendo lo que Victor me pidió. Proteger a los vivos. Eso es lo que importa ahora. El resto... es historia.
Luci no pudo evitar fruncir el ceño.
—¿Cómo podemos confiar en ti después de todo lo que ha pasado?
Evil Victor hizo una pausa, como si estuviera pensando en la respuesta.
—Lo entenderán con el tiempo. La pregunta es... ¿quiénes de ustedes están dispuestos a sobrevivir?
Con esa última palabra, Evil Victor se apartó ligeramente, observando a sus compañeros con una mirada que parecía decir: la decisión está en sus manos.
El aire alrededor de ellos se cargó de tensión. No estaba claro si Evil Victor realmente estaba en el mismo bando, si era sincero o si había algo más oculto en sus intenciones. Sin embargo, lo que sí era claro era que, por el momento, no eran enemigos.
Victor, con el cuerpo agotado y las heridas extendiéndose por todo su ser, sentía que el peso de la batalla ya estaba más allá de su control. La regeneración ya no era suficiente para detener la rápida propagación del virus que había entrado en su sistema, y las mordeduras de sus propios amigos lo estaban matando poco a poco. Cada respiración se volvía más difícil, su visión se nublaba y el mundo a su alrededor se desmoronaba.
Pero entonces, como si surgiera de una sombra del pasado, la voz de Nine Sharon resonó en su mente, clara y penetrante, desafiando la oscuridad que lo rodeaba.
—¡Levántate, Victor! —la voz de Nine Sharon sonó como un susurro y un rugido al mismo tiempo, atravesando la niebla que nublaba los pensamientos de Victor. —¡Despierta! Tú puedes vencerlos, como siempre lo hiciste. Ellos no son nada. No eres uno de ellos. ¡¡Levántate y destrúyelos!!
La mente de Victor, ya al borde del colapso, luchaba por mantener el control. Cada palabra de Nine Sharon resonaba con fuerza en su mente, sacudiendo las tinieblas que comenzaban a consumirlo. Nine no era solo una voz en su cabeza; era la memoria de un amigo perdido, alguien que compartió su vida y su lucha. Ahora, esa voz parecía darle la fuerza para resistir lo inevitable.
Victor tosió con fuerza, el sabor metálico de la sangre inundando su garganta, pero su determinación aún no había muerto. Nine Sharon no estaba allí, pero de alguna manera su presencia lo impulsaba. Victor sabía que no quedaba mucho tiempo, pero en ese breve instante, su espíritu de lucha se reavivó.
—¡Lo haré, Nine! —murmuró entre dientes, su cuerpo tambaleando mientras las fuerzas del virus amenazaban con apoderarse de él. —Voy a vencerlos. No voy a dejar que ganen. ¡No voy a morir así!
Con una última explosión de energía, Victor se levantó, sus músculos temblando bajo el esfuerzo. El virus estaba ganando, sí, pero él no permitiría que fuera su final. Con un rugido de furia, levantó los brazos y, a pesar de la fiebre que lo consumía, se lanzó nuevamente a la batalla.
Cada golpe, cada movimiento, era como un eco de su antiguo yo, de aquel Victor que una vez peleó para proteger lo que amaba. Ahora, era un hombre a medio camino entre la vida y la muerte, pero todavía con la voluntad de seguir adelante. Mientras luchaba, el espíritu de Nine Sharon seguía allí, empujándolo a no rendirse, a seguir peleando, incluso cuando su cuerpo ya no le respondía.
A pesar del dolor, a pesar del veneno que lo quemaba por dentro, Victor no iba a dejarse arrastrar por la oscuridad. No iba a ser otro zombie.
La energía de Victor comenzó a acumularse con una velocidad abrumadora. Su cuerpo, aunque débil y en su último aliento, estaba siendo impulsado por una fuerza primitiva, una necesidad de destruir y erradicar todo lo que representaba el virus que lo estaba consumiendo. Sabía que al crear el Blaster Solar, su regeneración quedaría anulada hasta que la explosión culminara, pero no le importaba. Esta era su última oportunidad.
Con sus manos extendidas hacia el cielo, Victor comenzó a crear dos esferas de energía, una azul y otra roja, con destellos de pura fuerza solar. Las esferas crecían poco a poco, cada vez más grandes y vibrantes, llenas de un poder colosal. El aire a su alrededor vibraba por la intensa carga energética que las rodeaba. Sus ojos brillaban con una determinación feroz, mientras las esferas comenzaban a fusionarse lentamente en un resplandor púrpura.
—¡Yo soy el más fuerte de la actualidad! —gritó Victor con una voz eufórica, la adrenalina corriendo por sus venas. Su cuerpo temblaba de energía, su piel ardiendo por la sobrecarga de poder.
Con un rugido de furia y desesperación, Victor lanzó el Blaster Solar Púrpura, una explosión masiva de energía pura. La onda expansiva barrió el terreno, destruyendo todo a su paso. El continente sur entero tembló ante el poder de su ataque, y la explosión alcanzó a cubrir un área que abarcaría no solo un continente, sino mínimo dos.
La explosión fue tan intensa que incluso los zombis, los seres infectados, fueron vaporizados por la pura presión de la energía solar. Todo lo que tocó esa explosión se desintegró, reduciendo todo a escombros y polvo. Los cielos se iluminaban por el resplandor cegador del ataque, mientras el aire crujía bajo el impacto de su fuerza.
Victor, sin embargo, sabía que esto no era una victoria. Su energía se agotó rápidamente, su cuerpo comenzó a desmoronarse. La explosión no solo había destruido todo a su alrededor, sino que había marcado el fin de su última lucha. Mientras caía al suelo, su visión comenzaba a oscurecerse, y aunque su corazón seguía latiendo con fuerza, sabía que ya no quedaba nada que pudiera hacer.
Había dado todo lo que tenía. Ahora, el futuro estaba en manos de quienes quedaran. Pero para Victor, en ese último segundo, la sensación de haber sido el más fuerte lo acompañó en su último suspiro.
El aire estaba en completo silencio después de la devastadora explosión que Victor había desatado. El suelo estaba cubierto de cenizas, escombros y la devastación que su ataque había causado. El cuerpo de Victor yacía allí, quemado, destrozado, su rostro irreconocible y su cuerpo marcado por el impacto de su propia energía. Pero, a pesar de todo, algo seguía funcionando.
El virus, el que había comenzado a corromper su cuerpo desde el momento en que fue mordido, comenzó a tomar control completo. Su regeneración había sido anulada por el poder que desató, pero el virus, siendo la fuerza más poderosa de todas, no necesitaba regeneración. Al contrario, lo que necesitaba era dominar.
El cadáver de Victor comenzó a moverse, sus ojos apagados primero, luego brillaron con una luz antinatural. La piel quemada y desgarrada comenzó a sanar rápidamente, aunque no de una manera normal. Los cortes y heridas en su cuerpo se cerraron, pero en lugar de recuperar su forma humana, se deformaron, dándole un aspecto monstruoso y perturbador.
Con un grito gutural, el ser que antes había sido Victor se levantó lentamente del suelo. Su rostro, aunque parcialmente quemado, se retorció en una expresión que no era suya. No había rastro de la humanidad que una vez lo definió. El virus lo había consumido por completo, reemplazando su voluntad con la fría y calculada mente del monstruo que ahora habitaba en su cuerpo.
Evil Victor, en el fondo de su mente, podía sentir que el control total había sido tomado. La transformación estaba completa. El ser que una vez fue Victor, el héroe, ahora solo era una extensión del virus, una máquina de destrucción sin límites.
Con pasos pesados y mecánicos, el monstruo comenzó a caminar entre los escombros, su nuevo cuerpo casi invulnerable a los daños. A medida que avanzaba, sus ojos brillaban con un vacío profundo, mientras las ruinas del mundo comenzaban a sentir su presencia. No importaba lo que había sucedido antes, ni el sacrificio que Victor había hecho. Ahora, solo quedaba una cosa: la supervivencia del virus, y la destrucción total de todo lo que quedaba.
El mundo no era lo mismo. El héroe había muerto, y ahora el monstruo caminaba entre las ruinas, preparado para llevar el virus a nuevas alturas.
Evil Victor, con su voz profunda y retumbante, llena de un aire sombrío, miró a su alrededor. Su cuerpo, aún lleno de las cicatrices de la batalla, se movía con una gracia antinatural. Su mirada era vacía, pero llena de poder.
"¿Ya dejaron a todas esas personas y héroes en el bunker?" —dijo con una sonrisa que solo podría describirse como macabra, mientras su voz resonaba como un eco de su propio tormento.
Se giró, sus ojos brillaban con una luz inhumana, y su mente se agitaba. Sabía que, aunque había destruido gran parte del mundo, aún quedaban quienes se ocultaban, quienes se habían refugiado en esos malditos bunkers. Pero no tardarían en ser alcanzados. Nada podría escapar de él ahora.
"No importa cuán bien se escondan," agregó con un tono lleno de desprecio, "tendrán que enfrentarse a lo que soy ahora. No hay refugio que me detenga."
El control total sobre su nuevo cuerpo le permitía sentir y percibir cada rincón del mundo. Sabía que aquellos que quedaban con vida, los héroes y los sobrevivientes, aún respiraban en la oscuridad. Pero no por mucho tiempo. Las máquinas de guerra como él no se detendrían, y la humanidad, ahora arrasada, no tendría forma de resistir.
"Prepárense," dijo Evil Victor, mirando hacia el horizonte, "la caza está a punto de comenzar."
Su risa, gélida y llena de maldad, se extendió por la devastación, como un presagio de lo que estaba por venir. Y aunque su cuerpo ya no era el de Victor, el monstruo que lo poseía sabía que todo tenía su propósito. Todo estaba calculado. Y ahora, el fin de la humanidad era solo cuestión de tiempo.
Evil Victor se detuvo en seco, su mirada fija y oscura dirigida hacia Luci, Liesel y Rigor. Su rostro estaba marcado por la arrogancia y la certeza de su dominio. Con una calma perturbadora, habló, su voz resonando con poder.
"Victor... ya está muerto," dijo Evil Victor, una sonrisa macabra curvando sus labios. "Lo que queda ahora es lo que yo he venido a ser: el control total. No hay límite para lo que puedo hacer, y mucho menos para lo que ese virus puede hacer por mí."
Luci, Liesel y Rigor, al escuchar sus palabras, sintieron una presión abrumadora en el aire. Una oscuridad densa comenzó a formarse alrededor de ellos, como si el mismo ambiente estuviera siendo corrompido por el poder que emanaba de Evil Victor. El virus, ahora totalmente apoderado del cuerpo de Victor, ya no tenía restricciones.
"¿Lo sienten?" continuó Evil Victor, su voz como un susurro que se metía en sus mentes, "El poder del virus. Ya no hay barreras. Ya no hay límites. El cuerpo que era Victor ya no existe. Ahora soy algo más... soy lo que ese virus puede hacer cuando no hay control."
Luci, Liesel y Rigor, al principio incrédulos, pronto comenzaron a sentir una presión insoportable. El aire se volvía espeso, y el ambiente a su alrededor se distorsionaba, como si la realidad misma estuviera siendo afectada por la presencia de Evil Victor. Era como si un peso invisible los aplastara, la energía oscura del virus se filtraba en sus cuerpos, haciéndolos temblar.
"Es imposible," murmuró Liesel, jadeando mientras luchaba por mantenerse de pie. "Es... es como si el virus hubiera desbordado todo lo que conocíamos. El poder de Victor... ahora en sus manos."
"El virus ha quitado las limitantes," añadió Rigor, su rostro pálido y sudoroso. "Cuando estaba vivo, Victor tenía control sobre lo que podía hacer. Ahora... ahora es como si no hubiera nada que lo detenga."
Luci se llevó una mano a la cabeza, como si intentara bloquear el abrumador dolor que comenzaba a consumirla. La presión de la energía de Evil Victor era casi insoportable, y su respiración se volvió errática.
"Está claro que el virus le ha otorgado un control absoluto sobre su cuerpo," dijo Luci, con voz temblorosa. "Si eso es cierto... estamos ante algo mucho más peligroso que cualquier enemigo que hayamos enfrentado antes."
Evil Victor observó a cada uno de ellos con una sonrisa fría, como si disfrutara de su sufrimiento.
"Exacto," dijo, sus palabras llenas de una calma ominosa. "Lo que ven ahora no es más que el comienzo. Y aunque ustedes crean que pueden detenerme, no tienen idea de la magnitud de lo que está por venir."
El aire se volvió aún más denso, y la oscuridad a su alrededor parecía consumir todo a su paso. Luci, Liesel y Rigor sabían que, si no actuaban rápido, esa presencia abrumadora terminaría por consumirlos a todos. El virus había tomado el control total, y con ello, cualquier esperanza de derrotar a Evil Victor parecía cada vez más remota.
Evil Victor suspiró, dejando escapar un aliento pesado, y miró a Rigor con una seriedad inquietante. La arrogancia que había mostrado hasta ese momento se desvaneció por un instante, dejando lugar a un pragmatismo sombrío.
"Escucha, Rigor," dijo, su tono grave. "Lo que sea que esté controlando este cuerpo, esa... cosa, ya no es Victor. Es el virus, lo que lo domina ahora. Si seguimos aquí, vamos a perder. No tenemos otra opción más que pelear, no solo por nosotros, sino por todo lo que queda."
Rigor, con el rostro tenso y la respiración entrecortada por la presión que sentía en el aire, asintió lentamente. Sabía que Evil Victor tenía razón. El poder que emanaba del cuerpo de Victor era aterrador, y si no tomaban acción, todo podría terminar en cuestión de minutos.
"No lo hagas por mí," dijo Rigor, con una mirada de determinación, aunque sus ojos aún reflejaban la incertidumbre del momento. "Hazlo por todos los que aún están vivos. Si dejamos que esa cosa siga, no solo perderemos a Victor... perderemos todo."
"Entonces... prepárate," respondió Evil Victor, su voz recobrando su tono autoritario. "Porque esta vez, el objetivo no es vencerlo, es destruir lo que queda de él."
Evil Victor cerró los ojos por un momento, recargando su energía y enfocándose. Sabía que aunque el virus había tomado el control de Victor, el poder de esa entidad estaba vinculado a sus recuerdos y habilidades, y eso podía ser utilizado en su contra. No era el Victor que conocían, pero de alguna manera, aún podía sentirse la esencia de lo que fue.
Rigor, por su parte, asintió con determinación. "Si eso es lo que hay que hacer, lo haremos."
Los dos intercambiaron una última mirada antes de ponerse en posición, listos para enfrentar la abrumadora amenaza que era Victor ahora convertido en una criatura controlada por el virus. No había tiempo para dudas. Sabían que cada segundo contaba.
"Vamos a acabar con esto," dijo Evil Victor, más convencido que nunca. Y con un movimiento rápido, lanzó un ataque devastador hacia el cuerpo de Victor. La batalla por la supervivencia del mundo comenzaba de nuevo, pero esta vez, la lucha no era solo contra el virus, sino contra todo lo que había dejado atrás.
Liesel y Luci, sabiendo que el poder de Victor ahora convertido en una bestia controlada por el virus era demasiado para enfrentarlo directamente, tomaron una decisión rápida. Sin dudarlo, se apresuraron a retroceder, corriendo hacia el subterráneo de la academia, buscando refugio en las profundidades del edificio, donde las paredes gruesas podrían brindarles algo de protección contra el caos que se desataba arriba.
"Tenemos que mantenernos a salvo. No podemos dejar que ese monstruo nos atrape," dijo Luci, su rostro palideciendo mientras miraba hacia atrás. El sonido de los pasos pesados de Victor resonaba a lo lejos, como un recordatorio de la amenaza inminente que enfrentaban.
Liesel, siempre calculadora, asintió. "Sí, pero también necesitamos encontrar una forma de detenerlo. Si no lo hacemos ahora, no habrá un mañana. El virus tiene el control total sobre él, pero todavía hay algo de Victor en su interior. Debemos encontrar la forma de llegar a esa parte antes de que sea demasiado tarde."
Ambas llegaron al subterráneo y rápidamente se refugiaron en uno de los pasillos más oscuros. Sabían que el virus probablemente aún estaba propagándose a través del aire, y cada segundo contaba. A pesar del miedo que sentían, el deseo de salvar a Victor y a todos los que quedaban les daba la fuerza para seguir adelante.
"¿Y ahora qué?" preguntó Luci, mientras se agachaban detrás de una pared de concreto, tratando de mantenerse fuera de la vista.
"Nosotros no podemos enfrentarlo directamente. Necesitamos esperar. Rigor y Evil Victor tienen que acabar con él. Si hay alguna esperanza de salvar a Victor, ellos son los que lo harán," respondió Liesel, la calma en su voz reflejando su habilidad para pensar con claridad incluso en momentos de desesperación.
En el silencio que siguió, ambas escucharon los ecos de los pasos de Victor resonando por el edificio, un recordatorio de lo que estaba en juego. La batalla continuaba, pero en ese subterráneo, Liesel y Luci solo podían esperar, con la esperanza de que la lucha de los demás pudiera salvar a Victor... o al menos evitar que el virus lo destruyera por completo.
Rigor y Evil Victor se posicionaron frente a Victor, ahora infectado, cada uno con su propio propósito. La tensión se sentía en el aire, cargada con la incertidumbre de lo que sucedería a continuación. Sabían que la batalla no sería fácil. Victor, aunque en su forma zombie controlada por el virus, aún mantenía una fuerza titánica, un poder mucho mayor que el de cualquier enemigo común.
Rigor, con la mirada fija en su amigo convertido en monstruo, adoptó una postura de combate centrada en la defensa y contraataque, listo para aprovechar cualquier momento de debilidad que pudiera mostrar el infectado. "No dejes que te controle, Victor. Sé que hay algo de ti aún dentro de ese cuerpo," pensó en silencio, mientras su cuerpo se tensaba, esperando el primer movimiento.
A su lado, Evil Victor, con una sonrisa sádica, adoptó su pose de combate, completamente consciente de que no sería un combate como los otros. Sabía que el virus le había dado a Victor un poder aún más inmenso, y eso lo excitaba. "Vamos a ver qué tan fuerte eres ahora. No hay más límites para ti," dijo, su voz teñida de una calma inquietante. Aunque estaba decidido a detener a la versión infectada de Victor, no dejaba de sentirse fascinado por la transformación de su contraparte.
Victor, por su parte, se mantenía de pie, su cuerpo deteriorado por el virus pero aún increíblemente fuerte. La mirada vacía y desprovista de humanidad se cruzó con la de los dos, y aunque no hablaba, su presencia era imponente. "No eres más que una sombra de lo que fuiste," dijo en voz baja, aunque su tono era apenas audible.
Sin embargo, la conciencia de Victor aún luchaba por salir, y se reflejaba en sus ojos. "Lo sé... pero si no lucho... no habrá nadie más que lo haga."
El aire se tensó mientras los tres se observaban, listos para desatar la batalla que podría decidir el destino de todos. La ciudad alrededor de ellos se había convertido en un campo de batalla, pero esta pelea sería más que una simple guerra física; sería una batalla interna, entre la humanidad de Victor y la monstruosidad que el virus había sembrado en su interior.
Rigor, Evil Victor y Victor se prepararon. El combate estaba a punto de comenzar.
Evil Victor observó el estado de Victor infectado, notando que su poder había crecido exponencialmente, pero también que su cuerpo comenzaba a deteriorarse rápidamente. El virus, aunque lo había consumido completamente, no podía cambiar la naturaleza incontrolable del ser Yadaratman que alguna vez fue Victor. Este era un monstruo ahora, pero aún tenía retazos de la fuerza que lo hacía imparable.
"Así que esto es lo que pasa cuando un mortal se convierte en algo mucho más... monstruoso," murmuró Evil Victor, con una mezcla de fascinación y disgusto. El poder de Victor infectado era inmenso, pero el hecho de que su regeneración se había ralentizado y su humanidad había sido completamente extinguida lo convertía en una amenaza aún más peligrosa.
Victor infectado respondió a la provocación con un rugido gutural y un golpe brutal hacia Evil Victor. A pesar de la lenta regeneración, su fuerza era descomunal, y el virus le otorgaba una resistencia casi inhumana. Los ojos de Victor brillaban con un rojo enfermizo, la maldad pura tomando el control total de su cuerpo.
Evil Victor, sin embargo, continuaba sonriendo con calma. Aunque el virus no podía afectarlo, sabía que las reglas del combate habían cambiado. A medida que Victor infectado se volvía más agresivo y su poder aumentaba, Evil Victor no podía permitirse subestimarlo. Su poder de control y manipulación aún era más fuerte que el de cualquier virus, pero el poder bruto de Victor infectado comenzaba a ser peligroso.
"Es una pena, realmente," dijo Evil Victor mientras esquivaba un golpe masivo de Victor infectado. "El poder absoluto siempre viene con un precio, y tú, mi querido amigo, has pagado el precio de perder tu humanidad."
A pesar de las palabras de Evil Victor, la batalla estaba lejos de ser decidida. Aunque Evil Victor poseía una habilidad sobrehumana, Victor infectado, ahora un monstruo sin conciencia ni limitaciones, continuaba desatando un poder caótico y destructivo.
La batalla entre estos dos seres, uno Yadaratman y el otro más allá de lo humano, continuaba, con el destino de todos a su alrededor colgando de un hilo.
La batalla tomaba un giro aún más impredecible con la llegada de Blankito, quien, aunque no tan experimentado como los otros, parecía tener un poder oculto o una motivación fuerte para unirse al combate. Blankito se unió a la lucha con una determinación feroz, sabiendo que el destino de todos estaba en juego.
Evil Victor lanzó un corte preciso y mortal, dirigido directamente a la mejilla de Victor infectado. Sin embargo, el golpe, aunque con gran fuerza, no fue suficiente para detenerlo. Victor infectado, gracias a la naturaleza del virus, se regeneró casi al instante, su piel cicatrizando rápidamente y su rostro recuperando su forma grotesca. La regeneración de Victor infectado parecía más potente de lo que Evil Victor había anticipado, lo que hacía que la pelea fuera aún más difícil.
Blankito, al observar esto, se acercó con rapidez, preparando un ataque que podría complementar el de Evil Victor. Con una habilidad que no parecía de este mundo, Blankito utilizó una técnica que combinaba velocidad y precisión, lanzando un golpe que buscaba desorientar al Victor infectado.
"¡Ahora!", gritó Blankito, esperando que el esfuerzo conjunto de él y Evil Victor fuera suficiente para superar la resistencia de Victor infectado.
Evil Victor, al ver el movimiento de Blankito, aprovechó la distracción para lanzar un ataque más, pero no era un corte común. Esta vez concentró energía oscura en su mano, creando una onda de choque negra que intentaba desestabilizar al monstruo. La combinación de la habilidad de Blankito y el poder destructivo de Evil Victor parecía finalmente tener un impacto en Victor infectado, que, aunque se regeneraba rápidamente, mostraba signos de ser sobrepasado.
Victor infectado, enfurecido por los ataques, rugió con fuerza, una vibración que hizo temblar el suelo bajo sus pies. En su rostro, ahora más distorsionado que nunca, se reflejaba una mezcla de rabia y desesperación. Aunque el virus le otorgaba un poder increíble, también le dejaba vulnerable a aquellos que se atrevían a desafiarlo con la fuerza suficiente.
"Es solo cuestión de tiempo, Victor," dijo Evil Victor con una sonrisa macabra, "Solo tienes que rendirte, el virus ya te ha consumido por completo. No hay vuelta atrás."
Sin embargo, Victor infectado no se detuvo. Blankito y Evil Victor tuvieron que redoblar sus esfuerzos, sabiendo que la batalla aún no había terminado.
Continuará...