En esta línea de tiempo alternativa, Victor y Karla'k se enfrentaron en un combate épico en Marte, una batalla crucial que definiría el futuro de todo el universo. A diferencia de otras realidades, en esta versión, sus amigos aún estaban vivos, y aunque la lucha entre Victor y Karla'k fue brutal, las tensiones estaban al límite. Ambos combatientes desplegaron sus poderes más devastadores, con Victor canalizando sus energías más letales y Karla'k desatando su caos divino. El destino de este combate no solo dependía de ellos dos, sino del equilibrio de fuerzas que mantenían el universo intacto.
El combate entre Victor y Karla'k alcanzó su punto culminante cuando ambos se prepararon para desatar sus técnicas más poderosas. Victor, con una concentración absoluta, entrelazó sus dedos índice y medio, mientras sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa. Con una voz grave y resonante, pronunció: "Victor Infernal Eternal." En el momento exacto, su cuerpo se cubrió de una energía oscura, y una esfera de poder negro se formó a su alrededor, liberando ondas de devastación a su paso.
Por otro lado, Karla'k, con su aura caótica desbordando la realidad misma, entrelazó sus dedos con un movimiento preciso y fatal. Al gritar "Caos Inconmensurable," un rugido de destrucción resonó por todo Marte. Su energía liberó una dimensión alterna, envuelta en un vacío interminable donde el fuego ardía sin fin, iluminando un paisaje desolado. Cada corte invisible que Karla'k lanzaba desgarraba no solo la carne, sino la propia esencia de todo lo que tocaba, creando heridas en la realidad misma.
Ambos guerreros se vieron absorbidos por sus respectivas energías, y en un instante, desaparecieron del plano físico, sumidos en una dimensión oscura. En este vacío, el fuego eterno chocaba con la fría oscuridad de la energía infernal. La batalla continuó, pero ya no en este mundo, sino en un reino donde solo existían sus fuerzas descontroladas, donde cada golpe y corte resonaban en un eco eterno.
La lucha entre Victor y Karla'k no solo era una pelea física, sino una confrontación de conceptos opuestos: la eternidad infernal contra el caos infinito. ¿Quién prevalecería? Solo el tiempo podría revelarlo, pero el universo entero temía que el resultado de esta batalla definiría más que solo el destino de sus combatientes.
Victor avanzaba a través del vacío infernal, cada paso pesado y determinado. Los cortes invisibles de Karla'k seguían desgarrando su piel y su alma, cada uno más profundo que el anterior, pero su voluntad no se quebraba. La sangre caía de sus heridas, y una de sus pupilas estaba completamente oscurecida, el ojo gravemente herido y perdiendo visión. Sin embargo, en su rostro no había rastro de miedo ni vacilación, solo una expresión de pura seriedad.
Cada gota de sangre que caía sobre el suelo infinito del vacío solo alimentaba su sed de venganza, y aunque el dolor era inmenso, lo utilizaba como combustible para su avance. Karla'k, con su mirada fija en él desde la distancia, sentía cómo el caos que emanaba de su ser se oponía a la presencia firme y decidida de Victor. El aire entre ellos vibraba con una tensión insoportable, la batalla aún no decidida, pero Victor no vacilaría.
Se acercaba lentamente, cada paso resonando como una sentencia, su respiración pesada y forzada, pero su mente más clara que nunca. Aunque las heridas amenazaban con llevarlo al borde, su determinación era su mayor fuerza. Al acercarse, sus manos se alzaron hacia Karla'k, los dedos entrelazados nuevamente, esta vez para lanzar un ataque aún más poderoso. Sin importar la gravedad de sus lesiones, su único propósito era detener a Karla'k y devolver el equilibrio al universo, sin importar el costo.
"Este caos... no será el fin," murmuró Victor, con la voz firme a pesar del dolor, mientras la energía infernal dentro de él comenzaba a intensificarse, preparándose para la siguiente fase de la batalla.
Con una velocidad descomunal, Victor y Karla'k se lanzaron el uno hacia el otro, desatando una serie de ataques rápidos y devastadores. El vacío que los rodeaba parecía temblar con cada golpe, el eco de su batalla resonando por toda la dimensión. Cada movimiento de Karla'k era impredecible, sus cortes invisibles surcando el aire, mientras Victor respondía con su maestría en combate, evadiendo y contraatacando con una agilidad inhumana. Los dos guerreros parecían danzar en el aire, como sombras rápidas, pero sus poderes colisionaban de manera destructiva, destruyendo la realidad misma a su paso.
De repente, Victor aprovechó un pequeño desliz de Karla'k, quien había intentado realizar un corte fatal. Con un movimiento decisivo, Victor concentró toda su energía en un único golpe, una explosión de luz pura. Un destello solar estalló de su mano, disparándose con la fuerza de una estrella, iluminando la dimensión oscura como nunca antes. El rayo de energía atravesó el aire y alcanzó el pecho de Karla'k, la onda de calor y luz empujando su cuerpo hacia atrás, haciendo que su caos titubeara.
Karla'k gritó de dolor, su cuerpo envuelto en una resplandeciente luz solar que parecía consumirla. Su poder parecía debilitado por un momento, el caos interno de su ser perturbado por la intensidad del ataque de Victor. Sin embargo, su resistencia era legendaria. A pesar de las heridas, Karla'k no cayó. De hecho, la energía que Victor había liberado parecía haber alimentado su propia furia, y su rostro se torció en una sonrisa diabólica.
"Esto no ha terminado, Victor," dijo Karla'k con voz rasposa, mientras su energía se regeneraba rápidamente, el caos comenzando a envolverse nuevamente alrededor de su cuerpo. La batalla había entrado en una nueva fase, y ambos combatientes sabían que solo uno de ellos podría salir victorioso.
El dolor en la cabeza de Victor era insoportable. El desgaste físico y mental de la batalla con Karla'k había comenzado a cobrar su precio, su cuerpo agotado y su mente llena de ruido. La dimensión caótica que los rodeaba ya no podía contener su batalla. Con los ojos entrecerrados, Victor luchó por mantener su enfoque, pero la presión de los cortes invisibles, las heridas y el caos que lo rodeaba se volvía más insostenible. Sin embargo, su voluntad era más fuerte que el dolor.
Con un grito de furia, Victor desató todo el poder restante que había acumulado en su cuerpo. Su energía infernal se concentró en un único punto, y con una explosión de luz cegadora, lanzó un ataque titánico hacia el vacío que los envolvía. La onda de energía arrancó la realidad misma, desgarrando la dimensión hasta su núcleo. Un destello de pura destrucción atravesó todo a su paso, llevando consigo el caos y la oscuridad de esa dimensión. La estructura misma de la realidad comenzó a desmoronarse.
"¡Esto termina ahora!" gritó Victor, sintiendo como su energía se desbordaba.
El ataque no solo destruyó la dimensión en la que luchaban, sino que también comenzó a rasgar el velo entre esa realidad y el mundo real. Un instante después, ambos guerreros fueron expulsados hacia el mundo exterior. La distorsión de la dimensión colapsada los arrojó fuera, y el espacio entre ambos colapsó de forma brutal, liberándolos a una tierra completamente diferente.
Victor y Karla'k cayeron violentamente al suelo, el choque con la realidad física los dejó atónitos por un momento. La energía de su batalla aún flotaba en el aire, pero ya no en una dimensión separada, sino en la tierra misma. Marte, el planeta desolado que había sido su campo de batalla, quedó atrás mientras los dos combatientes caían en un terreno más familiar, aunque aún cargado con la tensión de la destrucción que acababan de desatar.
Victor se levantó lentamente, aún mareado por el impacto, pero su mirada era de pura determinación. Karla'k, aunque también afectada por el cambio de entorno, se levantó con una sonrisa, sabiendo que la batalla aún no había terminado.
"Este mundo... no será diferente," murmuró Karla'k, mientras se preparaba para seguir luchando, sabiendo que la verdadera guerra apenas comenzaba.
El mundo real ahora era el escenario de una lucha aún más grande, y tanto Victor como Karla'k sabían que la destrucción que habían traído a la dimensión caótica podría ser solo el comienzo de una nueva era de caos.
Karla'k, exhausto y gravemente herido por la intensidad de la batalla y el colapso de la dimensión, cayó al suelo, su cuerpo de energía caótica comenzando a desintegrarse ante la magnitud de la destrucción que había causado. La furia que solía emanar de su ser se apagaba lentamente, su cuerpo se descomponía en partículas que desaparecían en el aire. Su último aliento se ahogó en una exhalación cansada, dejando una sensación de vacío a su alrededor. El último rastro de su existencia se desintegraba.
Pero justo cuando parecía que todo había terminado, un destello oscuro y siniestro emergió de su cuerpo. Algo en su interior, algo oculto y maligno, comenzó a liberarse. Sin que Karla'k lo supiera, una fuerza más allá de su control había estado latente dentro de él durante todo su tiempo en esta dimensión.
Era un virus, uno conocido como El Virus de Dios Nos Abandonó, una creación antigua diseñada para arrasar con la vida y la esperanza. Este virus no solo mataba; desintegraba la conciencia, borraba la esencia de los seres vivos y convertía todo en un vacío desesperante. Había sido sellado en su cuerpo por fuerzas que Karla'k nunca entendió completamente, pero al morir, el virus despertó, liberándose y expandiéndose rápidamente.
El aire a su alrededor comenzó a tornarse pesado, y la tierra misma comenzó a marchitarse a medida que el virus se esparcía. En segundos, la zona que rodeaba a Karla'k se vio afectada, las plantas se marchitaron, el suelo comenzó a agrietarse, y el aire perdió su vitalidad, como si la vida misma estuviera siendo arrancada de todo lo que tocaba.
Victor, aún agotado y con dolor de cabeza, observó con horror cómo el terreno comenzaba a desmoronarse. El virus había sido liberado. "No... no puede ser," murmuró, dándose cuenta de que la muerte de Karla'k no había terminado la amenaza. De hecho, la verdadera batalla acababa de comenzar, y esta vez el enemigo no era un ser físico, sino una entidad invisible, capaz de erradicar todo rastro de vida.
La conciencia de Victor se alertó, mientras se preparaba para enfrentar lo que parecía ser una amenaza aún más destructiva. El Virus de Dios Nos Abandonó no solo estaba acabando con la vida, sino también con cualquier esperanza de detenerlo, dejando al universo al borde de la extinción.
Mientras Victor se levantaba, aún atónito por la magnitud de la amenaza del virus que Karla'k había liberado, un pequeño grupo de personas del asentamiento marciano cercano emergió de un refugio. Eran supervivientes, algunos científicos y otros residentes, que habían estado monitoreando la batalla desde lejos. Con cautela, se acercaron, preocupados por el estado de Victor, aún sin saber lo que realmente había ocurrido.
Al principio, no notaron nada extraño en el aire, ya que el virus se esparcía en una forma casi imperceptible, invisible al ojo humano. Sin embargo, al inhalar el aire contaminado, sus cuerpos comenzaron a reaccionar. Unos pocos respiraron profundamente, ya que el ambiente marciano, aunque estéril, aún mantenía una mezcla de polvo y aire que se sentía denso.
En cuestión de segundos, uno de ellos, un joven llamado Theros, comenzó a sentirse mal. Sus ojos se abrieron ampliamente, como si un terrible dolor comenzara a tomar control de él. Primero fue una leve tos, luego un ardor en su garganta y en su pecho. El resto del grupo observó, confundido y preocupado, mientras Theros comenzaba a temblar.
Victor, aún recuperándose del golpe del combate, miró hacia ellos, sin entender de inmediato lo que estaba sucediendo. La infección se estaba propagando en Theros rápidamente. Sus movimientos se volvieron torpes y erráticos, y su respiración se aceleró. Un sudor frío cubrió su frente, y antes de que pudiera hablar, un extraño brillo comenzó a tomar lugar en sus ojos. Era como si la conciencia de Theros comenzara a desaparecer, reemplazada por un vacío oscuro, como si algo lo estuviera controlando.
En cuestión de un minuto, Theros ya no parecía humano. Su piel se tornó pálida y gris, sus ojos vidriosos, y un gruñido gutural emergió de su garganta, algo completamente inhumano. El virus lo había transformado en algo mucho peor: un zombie, una criatura desprovista de voluntad propia, solo impulsada por el hambre y la desesperación. Su cuerpo, ahora una sombra de lo que era, se desplomó hacia adelante, arrastrándose y lanzándose hacia el grupo que lo rodeaba.
Los demás intentaron retroceder, pero ya era demasiado tarde. La infección se había propagado demasiado rápido, y el cambio en Theros había sido tan abrupto que no pudieron reaccionar a tiempo. En segundos, Theros se abalanzó sobre uno de ellos, mordiéndolo y transmitiéndole el virus, comenzando una cadena de infección.
Victor, horrorizado, se dio cuenta de la gravedad de lo que acababa de suceder. La transformación de Theros no solo había sido rápida, sino que había sido letal. El Virus de Dios Nos Abandonó no solo mataba: convertía a los infectados en monstruos que devoraban a quienes aún quedaban, propagando el caos de manera imparable.
Victor, con desesperación, comenzó a retroceder. Sabía que debía actuar rápidamente. Si la infección se extendía, Marte entero podría caer bajo su influencia, y la humanidad podría estar condenada a una extinción inminente. Sin perder tiempo, comenzó a planear cómo detener la propagación del virus antes de que fuera demasiado tarde. Pero el tiempo ya no estaba de su lado.
Victor, con el sonido de los gruñidos y el caos en aumento a su alrededor, no perdió tiempo. Sabía que la situación se había vuelto aún más peligrosa de lo que imaginaba. La transformación de Theros y la propagación del virus marcaron el inicio de una posible catástrofe. Los infectados comenzaban a atacar sin control, y el ambiente se saturaba con la infección.
Con rapidez y seriedad, Victor retrocedió unos pasos, alejándose del grupo y buscando algo de distancia entre él y los infectados. Sintió cómo las heridas de su cuerpo, resultado de la brutal batalla contra Karla'k, comenzaban a interferir con su concentración. El dolor de las heridas se intensificaba, pero su mente estaba clara. No podía permitirse ser distrajo por el dolor; tenía que actuar rápidamente.
Victor cerró los ojos, enfocándose en la técnica de sanación que había perfeccionado durante años: la Auto-sanación, también conocida como RGD (Regeneración General Avanzada). Esta técnica era parte de su entrenamiento más avanzado y le permitía regenerar sus heridas rápidamente. Con un movimiento fluido, colocó ambas manos sobre su cuerpo, y comenzó a concentrar su energía interna en los puntos dañados.
La regeneración comenzó con una sensación de calor profundo, como si una energía reconfortante fluyera a través de sus venas. La carne rota y las heridas en su torso comenzaron a cerrarse lentamente. Los cortes invisibles de Karla'k y las cicatrices de su enfrentamiento comenzaban a desvanecerse a medida que la energía sanadora restauraba las células dañadas.
Pero, mientras sus heridas se cerraban, el aire cargado con el virus comenzaba a ponerse más denso. Sabía que debía aguantar la respiración, al menos por el momento, para evitar inhalar más de esa sustancia letal. Aunque su resistencia al veneno era alta, y había entrenado para aguantar la falta de oxígeno, cada segundo que pasaba en ese ambiente se volvía más peligroso.
Con la regeneración funcionando, su cuerpo recobraba su fuerza. Pero sus ojos permanecían fijos en los infectados. Sabía que la prioridad ahora era detener la propagación del virus, y para eso, debía mantener la calma, pero también debía actuar rápidamente.
Aunque su respiración se mantenía controlada, no podría aguantar para siempre. Necesitaba encontrar una manera de neutralizar el virus, o Marte entero podría caer bajo la infección. Sin perder tiempo, Victor evaluó sus opciones mientras la regeneración seguía cerrando las últimas heridas en su cuerpo, permitiéndole estar en la mejor forma posible para enfrentarse a la amenaza que acababa de desatarse.
Victor, con un esfuerzo desesperado, utilizó sus habilidades para escapar de la atmósfera marcada por la desolación del virus. Sabía que permanecer en Marte significaba una muerte segura, no solo por el peligro de la infección, sino también por la creciente amenaza que el virus traía consigo. Tomó un último aliento profundo y, con su técnica de Usagi Instantáneo, desapareció de la superficie marciana.
En un parpadeo, se encontraba en la Tierra, de regreso al lugar donde sus amigos y aliados lo esperaban. El aire fresco de la atmósfera terrestre lo recibió con una sensación de alivio momentáneo. Sin embargo, el peso de lo que había experimentado en Marte, el horror de ver a aquellos inocentes convertirse en monstruos bajo el poder del Virus de Dios Nos Abandonó, lo persiguió como una sombra. Sus piernas temblaban levemente por el cansancio, y su respiración aún era irregular, pero se obligó a mantenerse firme.
Al llegar a un lugar seguro, se tomó un momento para respirar profundamente. Sus ojos recorrían el entorno, buscando el consuelo de la familiaridad. Fue entonces cuando vio a sus amigos, entre ellos Luci y Rigor, junto con algunos otros aliados cercanos. La sorpresa y preocupación eran evidentes en sus rostros, pero lo que los inquietó aún más fue la expresión perturbada de Victor. Sus ojos, usualmente claros y decididos, ahora reflejaban una mezcla de agotamiento y algo mucho más oscuro: una incomodidad palpable, como si el peso de lo que había presenciado lo estuviera consumiendo.
Luci, con una expresión de incertidumbre, dio un paso hacia él. Su mirada se encontraba llena de preocupación, pero también de confianza, como si confiara en que podría entender lo que estaba ocurriendo.
"Victor," dijo con suavidad, "¿qué pasó allá afuera? ¿Qué viste?"
Rigor, siempre directo, también se acercó con un semblante grave. "Tu rostro... no es el mismo. ¿Qué sucedió?"
Victor no respondió de inmediato. Sus ojos se desvanecían en una mirada vacía mientras se tomaba otro respiro profundo. No quería hablar sobre lo que había visto, pero algo en su interior sabía que no podía ocultarlo. La batalla en Marte había sido solo el principio. La sombra del virus, el horror de la infección, y el entendimiento de lo que venía con él lo perseguirían durante mucho tiempo.
Finalmente, con una voz ronca, casi vacía, Victor rompió el silencio:
"Hay algo mucho peor que Karla'k. Algo que ya ha comenzado a propagarse. Ese virus... es peor que cualquier enemigo que haya enfrentado. Está... cambiando todo."
El silencio en el aire era profundo. Todos sabían que las palabras de Victor no eran sencillas, que lo que había visto lo había marcado de manera irreversible.
Luci dio un paso hacia él, tocando su hombro con delicadeza, como si intentara anclarlo de vuelta a la realidad. Pero lo que él acababa de decir marcaba el comienzo de una nueva lucha, mucho más aterradora que cualquier guerra que hubieran librado.
Liesel, una joven médica con habilidades de curación excepcionales, había llegado a la Academia Historia con la esperanza de estudiar y perfeccionar sus poderes. Aunque su habilidad para sanar era notable, sus capacidades se extendían más allá de los simples remedios físicos; poseía un talento único para reparar no solo cuerpos, sino también tejidos emocionales y mentales, algo que le otorgaba una perspectiva más profunda sobre el bienestar de los seres vivos. Había decidido unirse a la academia con el objetivo de aprender todo lo posible y contribuir a la lucha contra las fuerzas oscuras que amenazaban la paz.
Su llegada coincidió con el regreso de Victor, Rigor, y Luci a la academia, quienes, tras la devastadora batalla en Marte, estaban decididos a reconstruir lo que quedaba de la institución. La Academia Historia había sufrido daños significativos durante los ataques y el caos desatado por las fuerzas externas, y aunque el lugar era un refugio para muchos, la necesidad de restaurar la estructura y los recursos era urgente.
Al llegar, Liesel se encontró con un ambiente tenso pero lleno de determinación. La academia, aunque severamente dañada, todavía mantenía la esencia de su propósito: ser un centro de conocimiento y entrenamiento para aquellos que luchaban por la paz en el universo. La mayoría de los estudiantes y maestros aún estaban allí, ayudando en las tareas de reconstrucción, mientras otros se recuperaban de las heridas físicas y psicológicas de la reciente guerra.
Victor, aún con la perturbación en su rostro, observaba la destrucción alrededor. Había algo en su interior que sentía incompleto, como si la amenaza del virus y las consecuencias de la batalla lo hubieran dejado marcado para siempre. Pero al ver a sus amigos y aliados trabajando para restaurar lo que se había perdido, encontró una pequeña chispa de esperanza.
Luci, por su parte, ya había comenzado a coordinar las tareas de recuperación. Sabía que, aunque la batalla aún no había terminado, la reconstrucción era un paso importante para asegurar que la academia y su misión siguieran adelante.
Rigor estaba en otro lado, asegurándose de que la defensa de la academia estuviera reforzada, consciente de que, aunque hubieran ganado varias batallas, la guerra aún no había concluido. Y en medio de todo esto, Liesel se presentó frente a ellos, buscando ser parte del esfuerzo para sanar no solo las heridas físicas, sino también la moral del grupo.
Al verla, Victor, aunque agotado, se acercó a ella, reconociendo de inmediato su aura curativa. "¿Eres la nueva médico?" preguntó, su tono algo áspero, pero con un atisbo de curiosidad.
Liesel asintió, sonriendo levemente. "Sí, llegué para ayudar. Puedo ver que todos han pasado por muchas pruebas. Si necesitan algún tipo de sanación, ya sea física o emocional, estoy aquí."
Victor asintió, aliviado de saber que alguien con habilidades como las suyas estaba allí. Sabía que la carga de lo sucedido no solo afectaba el cuerpo, sino también las mentes de aquellos que sobrevivieron, especialmente después de lo ocurrido con el virus.
"Te necesitaremos," dijo, mirando a Rigor y Luci, quienes se acercaban al escuchar la conversación. "El virus que liberó Karla'k... hay algo en él que va más allá de lo que imaginamos. Lo que está ocurriendo es más grave de lo que pensábamos."
Liesel, al notar el peso en las palabras de Victor, frunció el ceño, comprendiendo que la situación era mucho más compleja de lo que parecía. "Lo sé," dijo con firmeza. "Y estaré aquí para asegurarme de que todos tengan el cuidado necesario. Pero también debemos prepararnos para lo que viene. No estamos a salvo aún."
Con estas palabras, todos sabían que, a pesar de la reconstrucción, la verdadera batalla estaba por comenzar. La presencia de Liesel significaba una oportunidad de sanar, pero también una nueva fase en su lucha por la supervivencia, mientras el virus de Karla'k y sus consecuencias seguían acechando, amenazando con desatar más caos.
Meses después de la aterradora batalla en Marte y el caos desatado por el Virus de Dios Nos Abandonó, el universo entero parecía estar al borde de la destrucción. A pesar de los esfuerzos heroicos de Victor, Rigor, Luci, y los demás, el virus logró propagarse a lo largo de innumerables planetas, infectando a casi toda forma de vida en el universo conocido.
La Academia Historia, ahora reconstruida con la ayuda de Liesel, estaba en el corazón de la Tierra, el único planeta que permanecía libre de la infección. Mientras tanto, fuera de la atmósfera de la Tierra, las ciudades en otros mundos caían una a una. Las naves de evacuación huían, pero eran incapaces de encontrar un refugio seguro fuera de la influencia del virus. Los infectados, una vez transformados, se habían convertido en una horda incontrolable, esparciendo el caos por dondequiera que iban.
El virus, que se manifestaba como una mutación biológica y mental, era más que una simple infección. Aquellos que caían bajo su influencia no solo perdían su humanidad, sino que adquirían un odio irracional y una necesidad insaciable de expansión. El poder del virus, al parecer, no solo los transformaba en monstruos, sino que también les otorgaba habilidades extrañas y devastadoras.
En la Tierra, el equipo de Victor había logrado mantener a raya la infección gracias a las barreras naturales de su atmósfera y a los esfuerzos de curación de Liesel. Sin embargo, la constante amenaza de la propagación seguía acechando. A pesar de que el planeta estaba a salvo por el momento, sabían que no podrían permanecer tranquilos por mucho tiempo. Mientras las noticias sobre el avance del virus en otros mundos llegaban de manera intermitente, la preocupación era constante.
Victor, ahora más determinado que nunca, se encontraba en una sala aislada de la academia, observando los informes de las últimas semanas. El virus estaba creciendo rápidamente fuera de la Tierra, y la humanidad en esos planetas se encontraba al borde de la extinción. Las naves de exploración ya no regresaban, y los informes de los mundos infectados mostraban un panorama desolador: todo lo que tocaba el virus, era destruido.
Rigor y Luci, quienes se habían estado preparando para cualquier eventualidad, compartían la misma preocupación. Habían perdido muchos en las batallas previas, y ahora enfrentaban el hecho de que el virus podría ser una amenaza aún más grande que cualquier ejército que hubieran combatido antes.
"El virus... no parece tener límites," murmuró Luci, mirando el mapa galáctico con preocupación. "Ha invadido la mayoría de los sistemas conocidos. Estamos corriendo contra el tiempo."
Victor, con un semblante grave, respondió: "Estamos a salvo aquí, pero el tiempo no está de nuestro lado. Si el virus no se detiene pronto, no solo los planetas estarán en peligro, sino el propio universo. Necesitamos encontrar una solución definitiva antes de que se propague más."
Liesel, que había estado trabajando incansablemente en la investigación y el tratamiento del virus, entró en la sala, agotada pero resuelta. "He estado analizando muestras y datos. El virus parece tener una mutación que lo hace adaptable y resistente a los tratamientos convencionales. Pero... hay algo extraño en su composición. Podría haber una manera de crear una vacuna, pero necesito tiempo. El problema es que no sabemos cuánto tiempo tenemos."
La atmósfera en la sala se volvió tensa. La idea de que solo la Tierra estuviera a salvo les daba una ventaja, pero también significaba que todo el universo, sin importar cuán lejanas o poderosas fueran las civilizaciones, corría el riesgo de ser destruido.
"¿Qué tal si tratamos de obtener más muestras de los mundos infectados?" preguntó Rigor, observando el mapa galáctico. "Tal vez podamos encontrar una debilidad en el virus que no hemos visto."
Victor asintió. "Es un riesgo, pero no tenemos muchas opciones. Si hay alguna forma de crear una cura, necesitamos todas las muestras posibles."
Mientras tanto, fuera de la academia, en las fronteras del sistema solar, los últimos grupos de supervivientes de los mundos infectados estaban comenzando a ser conscientes de que no tenían más lugar adonde huir. La batalla contra el virus se había convertido en una lucha no solo por la supervivencia de los planetas, sino por el futuro mismo del universo.
En ese momento, Victor, Rigor, Luci y Liesel se reunieron, conscientes de que su próxima misión sería más peligrosa que cualquier otra que hayan enfrentado. El virus, aún sin una cura definitiva, seguía siendo una amenaza inminente para todos, y ellos serían los últimos en pie que lucharan por detenerlo.
El destino del universo estaba ahora en sus manos.
En un rincón aislado del planeta Tierra, donde la vigilancia era más relajada y la paz parecía haber prevalecido después de las intensas batallas, un infectado había logrado infiltrarse sin ser detectado. Aquel ser, antes un habitante de uno de los planetas devastados por el virus, había viajado en una nave de evacuación que se había desviado de su curso debido a la desorientación causada por el virus. Al no poder controlar la nave, el infectado cayó en el mar, al sur de las costas, en una región apartada donde las fuerzas de seguridad rara vez patrullaban.
El ser, ya transformado por el virus, no tardó en desorientarse al llegar a la Tierra. Su cuerpo, ahora una amalgama de carne retorcida y fuerzas destructivas, comenzó a moverse de forma errática, arrastrándose hasta las profundidades del océano. Nadie, ni los sistemas de detección de la academia ni los grupos de rescate cercanos, se dieron cuenta de la caída del infectado. La criatura desapareció en las aguas oscuras, oculta de la vista humana.
Lo que nadie sabía era que el virus, a pesar de ser letal, tenía una capacidad aún más peligrosa en este nuevo entorno. En el mar, lejos de los ojos atentos de las fuerzas de defensa, el infectado comenzaba a adaptarse a las nuevas condiciones. En el agua salada y las profundidades frías, el virus parecía mutar aún más rápido, preparándose para extenderse de una forma aún más insidiosa.
A medida que pasaban los días, los síntomas del virus empezaron a mostrar su verdadero poder. En el cuerpo del infectado, el virus comenzó a crear burbujas microscópicas en el agua, portando un virus con un potencial aún mayor de propagación: en lugar de depender de contacto físico directo, las partículas de virus se liberaban en el agua, creando una forma de "marea" viral.
Mientras tanto, en la Academia Historia, Victor, Liesel, Rigor, y Luci continuaban con su misión de detener el avance del virus, ignorando por completo la nueva amenaza que se gestaba en las profundidades del mar. La academia, confiada en su seguridad, no estaba preparada para una infiltración tan sutil. Sin embargo, un aumento de anomalías comenzó a ser detectado por los radares y sensores del planeta. Primero fue solo un pequeño cambio en la química del agua, algo imperceptible para la mayoría de las personas, pero lo suficiente para que los sistemas de defensa comenzaran a alertar a los científicos.
Liesel, quien ya se encontraba investigando las mutaciones del virus, fue la primera en notar la discrepancia en los datos del océano. "Algo no cuadra con los niveles de salinidad y los microorganismos marinos en la zona sur," comentó, su voz grave. "Parece que algo está alterando el ecosistema del mar."
Victor frunció el ceño, sabiendo que cualquier cambio en el entorno natural era una señal de que el virus podría estar evolucionando de formas impredecibles. "¿Crees que el virus pudo haberse diseminado en el océano?" preguntó, mirando a Liesel con preocupación.
Ella asintió. "Es posible. Y si es así, podría estar adaptándose aún más rápido. Necesitamos investigar esa área. El virus no solo puede estar mutando; puede estar creando una nueva cepa más resistente, posiblemente invadiendo todo el ecosistema marino."
Los minutos pasaban y el peligro era inminente. El infectado, ya completamente sumergido en el mar, comenzaba a liberar más y más partículas del virus. Las aguas, aparentemente tranquilas, se convertían en un caldo de cultivo para una nueva amenaza que podría extenderse rápidamente por todo el planeta.
Rigor y Luci comenzaron a preparar una misión para investigar la fuente de la anomalía. Sabían que el virus, al ser tan adaptativo, probablemente no solo afectaba a los infectados de manera directa, sino que también podría comenzar a afectar el entorno y las criaturas marinas, creando un desastre de proporciones aún mayores.
Con el mundo sin saberlo, el virus estaba a punto de extenderse más allá de los límites de lo conocido. Mientras Victor, Liesel, Rigor y Luci se preparaban para lo que podría ser una misión de vida o muerte, el mar, que parecía tan sereno, escondía la clave de la nueva y más terrible fase de la infección.
El infectado, después de arrastrarse por el mar durante días, finalmente emergió de las aguas, arrastrándose con dificultad hasta las costas de un país de gran tamaño. Nadie lo había visto llegar. La criatura, cuyo cuerpo estaba en un estado de mutación avanzada debido al virus, se arrastró por la arena y se adentró rápidamente en las áreas pobladas cercanas.
A medida que avanzaba, el infectado se volvió más agresivo, atacando sin piedad a todo ser vivo que se cruzaba en su camino. El virus, ahora adaptado a su nueva forma, se propagaba de maneras mucho más eficaces que antes. Las mordidas del infectado no solo infectaban de inmediato, sino que también había una forma de contagio a través de la sangre: cualquier herida que entrara en contacto con el fluido del infectado sería suficiente para transmitir el virus. Además, el virus no solo se esparcía por contacto directo; las partículas virales en el aire, liberadas por el aliento y la cercanía del infectado, comenzaban a ser absorbidas por quienes respiraban cerca.
Los efectos del virus eran mucho más veloces que antes. Las personas que eran mordidas o que entraban en contacto con la sangre del infectado comenzaban a mostrar síntomas casi al instante. Sus cuerpos se retorcían, y la mutación se desataba en cuestión de minutos. Lo peor de todo era que el simple olfatear al infectado también bastaba para desencadenar la infección, pues el virus estaba tan desarrollado que podía propagarse incluso por el aire, afectando a quienes estaban cerca.
En poco tiempo, la infección se esparció como una plaga, comenzando en pequeñas comunidades y avanzando rápidamente por las ciudades cercanas. Los afectados, al principio confundidos por lo que sucedía en sus cuerpos, rápidamente se convirtieron en una horda de seres sin conciencia, buscando expandir el virus a cualquier costo. Cualquiera que se acercara al infectado sin saberlo, quedaba condenado. Las autoridades locales intentaron contener la situación, pero la velocidad con la que el virus se extendía era incontrolable. Las fronteras de los países se cerraron rápidamente, y el pánico se apoderó de los gobiernos.
Mientras tanto, en la Academia Historia, Victor y sus compañeros comenzaron a recibir informes de lo que estaba sucediendo en el planeta. Aunque la Tierra había permanecido a salvo durante tanto tiempo, las noticias de este brote inminente comenzaron a poner a todos en alerta máxima. Sabían que la situación podría desbordarse rápidamente si no se intervenía de inmediato.
Liesel fue la primera en hablar con gravedad. "Si no encontramos una forma de detener esta nueva cepa del virus, todo lo que hemos hecho hasta ahora será inútil. Este virus está evolucionando de manera que no habíamos anticipado. Es mucho más agresivo y mucho más contagioso."
Victor, con el rostro sombrío, asintió. Sabía que el riesgo de que el virus se expandiera a escala global era más alto que nunca. "¿Crees que podríamos contenerlo en algún lugar? ¿Hay algún remedio o antídoto que podamos aplicar a esta nueva mutación?"
Rigor intervenía con una mirada seria. "La única forma de detenerlo es rastrear su origen y erradicar la fuente. Si no encontramos cómo frenar la expansión en sus primeras etapas, la Tierra podría ser el siguiente planeta que caiga."
El equipo se preparó para enfrentar lo que parecía una batalla aún más desesperada. Si el virus ya había comenzado a extenderse de manera tan rápida e imparable, debían encontrar una solución antes de que fuera demasiado tarde. Victor sabía que el tiempo era ahora su enemigo más grande. La humanidad necesitaba una cura, y cuanto antes, mejor.
El infectado en la costa, que ahora había comenzado a diseminar su enfermedad por el país, representaba solo el principio de algo mucho más grande. El reloj ya había comenzado a contar, y si no se intervenía pronto, la Tierra misma podría ser arrasada por este mal mutado.
En medio del caos que comenzaba a extenderse por todo el país, un grupo de héroes luchaba desesperadamente por contener la amenaza: Trapecio, Palitogood, Asagi, y Kiara. Estos guerreros, conocidos por sus habilidades y coraje, habían estado en ese país por razones distintas cuando el brote comenzó. Sin embargo, al ver la magnitud de la situación, rápidamente unieron fuerzas para enfrentar la ola de infectados que se esparcía sin control.
La Batalla en las Calles
Trapecio, con su habilidad acrobática y dominio del combate cuerpo a cuerpo, se movía con agilidad entre los infectados, usando su rapidez y precisión para derribar a los enemigos. Cada golpe suyo era letal, utilizando sus armas y técnicas especiales para asegurarse de que los infectados no volvieran a levantarse. Sus ataques eran certeros, apuntando a las cabezas y partes vulnerables para evitar que el virus se propagara más.
Palitogood, con su fortaleza sobrehumana, se convertía en un muro impenetrable. Utilizaba su gran fuerza para aplastar a los infectados, levantando vehículos abandonados y lanzándolos contra los grupos que se acercaban. A pesar de su enorme poder, mantenía un enfoque calculado para proteger a los civiles que aún no habían sido evacuados. Su misión era clara: salvar a tantos como pudiera mientras eliminaba la amenaza.
Asagi, la especialista en combate con espada, desataba una danza letal en medio de la multitud de infectados. Su espada brillaba con cada corte, liberando destellos que dividían a los enemigos en segundos. Asagi, conocida por su frialdad y precisión, luchaba incansablemente, cubriendo a sus compañeros cuando la situación se volvía demasiado abrumadora. Sus habilidades eran vitales para mantener la línea de defensa.
Por otro lado, Kiara, con sus poderes místicos y habilidades curativas, no solo luchaba, sino que también asistía a los heridos. Su magia permitía curar rápidamente las heridas causadas por los infectados, evitando que los mordidos se transformaran. Además, utilizaba hechizos ofensivos para incinerar a los infectados desde la distancia, creando barreras de fuego que frenaban el avance de las hordas. Su presencia era un rayo de esperanza en medio de la desesperación.
Un Combate Desesperado
La situación se volvió más desesperada cuando descubrieron que algunos infectados habían mutado, volviéndose más rápidos y fuertes que los infectados normales. Estos "superinfectados" eran capaces de resistir ataques directos, obligando al equipo a emplear sus habilidades más poderosas para eliminarlos.
Trapecio gritó una advertencia a sus compañeros: "¡No los dejen acercarse! ¡Si inhalan su aliento, estarán perdidos!"
Palitogood lanzó un automóvil contra un grupo de infectados que intentaba rodearlos, logrando abrir un espacio para que Asagi y Kiara contraatacaran. Asagi desató su técnica especial, "Corte Celestial", que liberó una onda de energía cortante, eliminando a decenas de enemigos en un solo movimiento. Mientras tanto, Kiara invocó un escudo místico que protegió al grupo de una nube de esporas virales que un infectado había soltado en el aire.
Resistencia Inquebrantable
Los héroes sabían que no podían aguantar para siempre. La infección se expandía con rapidez, y aunque estaban logrando contener a los infectados en su área, el peligro seguía aumentando en otras regiones del país. Necesitaban refuerzos y, más importante aún, necesitaban encontrar una forma de contener el virus antes de que cruzara las fronteras y amenazara al resto del planeta.
Palitogood rugió mientras lanzaba un ataque masivo, abriendo una brecha en las filas enemigas: "¡Tenemos que evacuar a los civiles y reagruparnos! No podemos dejarlos aquí a su suerte."
Kiara, con el sudor cayendo por su frente, asintió. "Voy a usar un hechizo de teletransporte para sacar a los heridos. Asagi, cúbrenos."
Trapecio y Asagi se posicionaron para defender a Kiara mientras ella comenzaba su hechizo. Las hordas de infectados seguían acercándose, pero con una combinación de trabajo en equipo y pura determinación, lograron crear una zona segura lo suficientemente grande como para permitir la evacuación.
La Llamada de Auxilio
Sabiendo que la situación estaba a punto de desbordarse, Asagi envió un mensaje de emergencia a la Academia Historia, esperando que Victor, Rigor, Luci, y los demás pudieran llegar a tiempo para ayudarlos a contener la catástrofe antes de que fuera demasiado tarde.
Con el país al borde del colapso debido a la infección, estos cuatro héroes luchaban contra el reloj, intentando contener una plaga que amenazaba con destruir no solo una nación, sino todo el planeta Tierra.
Sungonkun llegó justo a tiempo, descendiendo del cielo como un relámpago. Al impactar en el suelo, una onda de energía se expandió en todas direcciones, haciendo retroceder a los zombies más cercanos. Su llegada fue un rayo de esperanza en medio de la desesperación, sus ojos brillaban con determinación mientras evaluaba el caos a su alrededor.
Trapecio, jadeando por el agotamiento, gritó entre el ruido de los gruñidos: "¡Sungonkun, si tienes un as bajo la manga, este es el momento de usarlo!"
Sin perder un segundo, Sungonkun cerró los ojos y concentró su energía interna. "Esfera del Trueno Divino", susurró, extendiendo sus manos hacia adelante. Una serie de esferas de electricidad pura surgieron, girando en el aire antes de lanzarse como meteoros hacia la horda. Al impactar, las explosiones de energía llenaron el aire con destellos cegadores y el olor a carne quemada. Decenas de zombies fueron pulverizados al instante, pero sus gritos sólo atrajeron a más de los rincones oscuros de la ciudad.
Asagi, su espada cubierta de sangre oscura, se alineó al lado de Sungonkun. "No podemos contenerlos para siempre. ¡Necesitamos detener el origen de esta plaga!"
Kiara, su voz temblando pero llena de coraje, comenzó a invocar un hechizo de sellado. "¡Cubrídme! Si puedo sellar el área, tal vez podamos contener el avance de los infectados."
Palitogood, con furia en sus ojos, golpeó el suelo con tal fuerza que una grieta se abrió bajo los pies de los zombies, tragándose a varios de ellos. "¡No dejaremos que esto llegue más lejos! ¡Lucharemos hasta el último aliento!"
Pero justo cuando parecía que la situación estaba bajo control, un rugido ensordecedor llenó el aire. Desde las sombras, un coloso infectado, mucho más grande y mutado que los demás, emergió, su piel era un amasijo de carne podrida y ojos múltiples que miraban en todas direcciones. Sus pasos retumbaron como terremotos, y al abrir la boca, lanzó un aliento tóxico que se extendió como una nube mortal.
Sungonkun, apretando los dientes, murmuró para sí mismo: "Esto no puede ser el final...". Con un grito feroz, canalizó su energía para un último ataque devastador. "¡Rayo Celestial!" Una columna de rayos descendió del cielo, golpeando al coloso en el pecho, pero la criatura, aunque herida, siguió avanzando.
Los héroes, empapados de sudor y sangre, sabían que el tiempo se agotaba. Mientras el coloso avanzaba implacable, Sungonkun, Trapecio, Asagi, Kiara, y Palitogood se prepararon para una última resistencia desesperada, conscientes de que el destino del planeta dependía de ellos.
El infectado, el primero que cayó al planeta, emergió de las profundidades como una sombra maldita. Con un grito bestial, alzó sus manos temblorosas y, con una voz que resonaba como un eco de pesadilla, vociferó:
"¡Court Caótico!"
De su cuerpo se desató una energía negra, expandiéndose como una ola de oscuridad que envolvió un área de cinco kilómetros, atrapando a Sungonkun, Trapecio, Palitogood, Asagi, y Kiara en su interior. El mundo se volvió un abismo de sombras, donde la luz era devorada y el sonido se ahogaba en un silencio opresivo.
De repente, cortes invisibles comenzaron a surcar el aire, como si el mismo espacio se rasgara. Los ataques surgían de todas direcciones, un vendaval de cuchillas que caían sin piedad.
Asagi sintió el filo de uno de estos cortes atravesar su brazo, dejando un rastro de sangre que goteaba al suelo. "¡No puedo verlos venir!", rugió, intentando cubrirse mientras retrocedía.
Trapecio, furioso, intentó bloquear los ataques con su fuerza sobrehumana, pero cada corte perforaba sus defensas, desgarrando su piel y músculos. "¡Esto no tiene sentido! ¡Estamos siendo cortados por fantasmas!"
Palitogood se lanzó hacia adelante, intentando cerrar la distancia con el infectado, pero fue detenido por una ráfaga de cortes que lo hicieron tambalearse. "¡Maldito sea este zombie! ¡Está usando alguna clase de magia infernal!"
Kiara, desesperada, trataba de conjurar un escudo de luz para protegerlos, pero la energía negra que los envolvía distorsionaba sus poderes, debilitando cada barrera que intentaba formar. "¡No puedo mantener esto por mucho más tiempo!"
Sungonkun, con los ojos entrecerrados, intentaba localizar al infectado en medio de la penumbra. Su cuerpo ya estaba cubierto de cortes, pero su determinación no flaqueaba. "Este maldito zombie es la fuente... ¡si lo destruimos, romperemos esta maldición!"
Tomando una decisión rápida, Sungonkun cargó su energía restante en un ataque concentrado. Pero justo antes de que pudiera lanzarlo, un corte profundo surcó su espalda, haciéndolo soltar un grito de dolor.
El infectado, con una sonrisa retorcida y ojos llenos de odio, levantó nuevamente sus manos, dispuesto a desatar una segunda oleada de caos. Pero antes de que pudiera terminar su movimiento, Asagi, empapado en su propia sangre, se lanzó hacia adelante con una velocidad inesperada.
"¡No dejaré que acabes con nosotros!" gritó Asagi, reuniendo todas sus fuerzas para lanzar un ataque devastador. La explosión de energía desató un destello que iluminó por un instante la oscuridad opresiva, mientras los héroes luchaban desesperadamente por salir con vida de aquella prisión infernal.
El tiempo corría en su contra, y cada segundo bajo el asedio de los cortes invisibles los acercaba más a la muerte. Si no encontraban una forma de romper el dominio del infectado, sus nombres quedarían grabados como los últimos héroes en caer bajo el virus que había infectado el universo.
En medio de la caótica batalla, Trapecio y Sungonkun empezaron a mostrar signos alarmantes. Primero fue una tos seca, casi imperceptible entre el estruendo de los ataques. Pero en cuestión de segundos, ambos comenzaron a jadear, su respiración volviéndose errática. Trapecio se llevó una mano al pecho, sintiendo un ardor que parecía consumirle desde dentro. Sungonkun, tambaleándose, sintió un dolor agudo en su cabeza.
De repente, de la nariz y los ojos de ambos empezó a brotar sangre. Trapecio se limpió con el dorso de la mano, solo para ver el líquido rojo manchar sus dedos. Sungonkun cayó de rodillas, su temperatura corporal elevándose a un nivel extremo; su piel ardía al tacto, y un temblor incontrolable sacudía su cuerpo.
Kiara gritó, intentando acercarse para ayudarlos, pero fue Asagi quien primero comprendió la gravedad de la situación. Observando el sangrado y los espasmos, su rostro se transformó en una máscara de puro horror.
"¡No... esto no puede ser!" murmuró Asagi, retrocediendo instintivamente, su voz temblando. "¡Han sido infectados! ¡El virus... está en el aire y se metió por sus heridas!"
Los ojos de Asagi se abrieron desmesuradamente al darse cuenta de que el enemigo no solo había traído destrucción física, sino también una plaga mortal que ahora estaba infiltrándose en sus propios compañeros.
Trapecio, entre espasmos, trató de ponerse de pie, pero sus piernas cedieron. "No... puedo... respirar...", alcanzó a decir, su voz apenas un susurro.
Sungonkun, con los ojos enrojecidos y la visión borrosa, levantó la vista hacia Asagi y Kiara, como si quisiera decir algo, pero su boca solo emitió un jadeo ronco antes de colapsar al suelo.
El tiempo parecía detenerse. El aire, que antes era solo un campo de batalla caótico, ahora se había convertido en un enemigo invisible. Asagi sabía que, si no encontraban una solución pronto, esta infección los consumiría a todos, empezando con los más vulnerables.
"¡Tenemos que salir de aquí, ahora!" gritó Asagi, pero la desesperación en su voz traicionaba la certeza de que podría ser demasiado tarde. El virus, silencioso e implacable, ya había empezado su cacería.
El horror no tardó en desatarse. En cuestión de un minuto, Trapecio y Sungonkun cayeron víctimas del virus. Sus cuerpos convulsionaron violentamente, sus ojos se volvieron vidriosos, y sus movimientos se volvieron torpes y descoordinados. Un espeso velo de oscuridad cubrió sus miradas, anunciando su transformación.
Kiara retrocedió con el corazón desbocado, viendo cómo sus compañeros se convertían en algo irreconocible. "¡No... no puede ser!", gritó, pero sus palabras se ahogaron en la desesperación.
De pronto, sin previo aviso, Trapecio, ahora convertido en un zombie, se abalanzó con una rapidez feroz. Su fuerza, aumentada por el virus, era más brutal y salvaje que antes. Con un rugido gutural, lanzó un puñetazo que rompió el suelo bajo sus pies, enviando fragmentos de roca volando hacia sus antiguos aliados.
Sungonkun, también infectado y totalmente perdido en la locura del virus, abrió su boca para soltar un grito inhumano que resonó por todo el campo de batalla. De sus manos, ahora deformadas y llenas de venas oscuras, disparó una serie de proyectiles de energía oscura que se dirigieron hacia Asagi y Kiara.
Asagi, en un intento desesperado por protegerse, apenas logró esquivar el ataque, sintiendo el calor abrasador de los proyectiles rozando su piel. "¡Maldición! ¡El virus los convirtió en monstruos en cuestión de segundos!", pensó, con los ojos desorbitados de terror. Ahora sabía la verdad: el virus tardaba solo un minuto en consumir por completo a su víctima, afectando tanto el cuerpo como la mente.
Kiara, jadeando, intentó reunir sus poderes curativos, pero dudó al ver a sus compañeros transformados. "¿Hay alguna esperanza para ellos?", se preguntó con lágrimas en los ojos, pero antes de que pudiera decidirse, un nuevo ataque de Trapecio casi la golpea de lleno, obligándola a retroceder.
"No hay tiempo para lamentos", gritó Asagi con firmeza, su voz cargada de dolor y decisión. "¡Kiara, tenemos que neutralizarlos antes de que nos infecten también!"
Los héroes ahora enfrentaban una pesadilla que no habían anticipado: pelear no solo por sus vidas, sino también contra sus amigos convertidos en enemigos. La infección había demostrado ser implacable, y el reloj seguía corriendo para los que aún quedaban en pie.
Palitogood, con una expresión de pura determinación, levantó sus manos al cielo y liberó un ataque devastador. Una onda de energía envolvió la dimensión, rompiendo la realidad misma con un estallido cegador. Los fragmentos del espacio se hicieron añicos, y de repente, todos fueron expulsados al mundo real.
En medio del caos, Asagi, Kiara, y Palitogood cayeron sobre los escombros de un edificio destruido. No tuvieron tiempo de recuperarse; los gritos guturales y jadeos hambrientos de los zombies resonaron detrás de ellos.
"¡Corran, rápido!" gritó Asagi, ya en movimiento. Con una agilidad asombrosa, saltó sobre los escombros, sus pies apenas tocando el suelo.
Kiara, con el corazón acelerado, siguió su ejemplo, sus ojos llenos de terror mientras veía a Trapecio y Sungonkun, ahora completamente convertidos en zombies, persiguiéndolos a una velocidad inhumana. El virus había amplificado su fuerza y velocidad, convirtiéndolos en depredadores implacables.
Palitogood, cubriendo la retaguardia, lanzó una serie de esferas de energía que impactaron contra los zombies que se aproximaban, destruyendo a varios, pero no logrando detener la marea creciente. "¡No podemos seguir así por mucho tiempo!" exclamó, respirando con dificultad.
El trío corrió a través de calles devastadas, derribando puertas y atravesando edificios en ruinas. A su paso, más zombies surgían de las sombras, uniéndose a la persecución. Los gruñidos y chillidos de los infectados llenaban el aire, convirtiendo el escape en una carrera frenética por la supervivencia.
"¡Asagi, a tu izquierda!" gritó Kiara, al ver a un zombie abalanzarse desde un edificio colapsado. Asagi reaccionó al instante, desenvainando su arma y cortando al infectado en un solo movimiento, pero ni siquiera se detuvo para mirar atrás.
Las calles ahora eran un infierno viviente, con los héroes esquivando los ataques de los zombies mientras buscaban desesperadamente un refugio seguro. El sonido de las pisadas y los gritos de los zombies los rodeaba, amenazando con cerrarse sobre ellos en cualquier momento.
La carrera por sus vidas había comenzado, y solo el tiempo diría si lograrían escapar del destino que había consumido a sus compañeros.
Palitogood, con la adrenalina a tope y el sudor cayendo por su frente, se giró hacia Asagi y Kiara mientras una horda de zombies se acercaba a ellos con furia. Sus ojos, llenos de desesperación, reflejaban la gravedad de la situación.
"¡Salgan de aquí ya! ¡No puedo mantener esto por mucho tiempo!", gritó Palitogood, su voz cargada de urgencia. Los zombies se acercaban a una velocidad alarmante, y cada vez más surgían de las ruinas, rodeando al trío. Trapecio y Sungonkun lideraban la horda, su fuerza amplificada por la infección, y el peligro era inminente.
Kiara, al escuchar sus palabras, miró a Asagi con una expresión conflictuada, pero sabían que no había tiempo para dudar. Asagi asintió, su rostro marcado por el cansancio y el miedo. "¡Nos vamos, ahora!", gritó, mientras agarraba a Kiara por el brazo, tirando de ella hacia un callejón cercano.
Palitogood, sabiendo que no podía seguirlos, se quedó atrás, rodeado por los zombies. Trapecio se lanzó hacia él con una furia incontrolable, sus garras extendidas. Palitogood apenas pudo esquivar el ataque, pero la fuerza de su enemigo lo empujó hacia un edificio cercano. La lucha se volvía cada vez más feroz.
"¡Vayan! ¡No hay tiempo para mí!" gritó Palitogood, girándose para enfrentar la avalancha de infectados que se acercaba, lanzando explosiones de energía a su alrededor. Las explosiones resonaron en las calles, derribando a varios zombies, pero también hacían que más vinieran en su dirección.
Asagi y Kiara no querían dejarlo, pero sabían que si no huían ahora, también serían víctimas. Con el corazón pesado, Kiara miró a Palitogood una última vez, antes de girarse y correr junto a Asagi. Los dos corrían por las calles caóticas, sus piernas casi no respondiendo debido al agotamiento y el terror.
Palitogood se quedó en el centro de la batalla, luchando contra la horda, sabiendo que cada segundo de retraso significaba un paso más cerca de su inevitable destino. Pero no pensaba en eso ahora. Su único objetivo era ganar tiempo, proteger a sus amigos y asegurarse de que tuvieran la oportunidad de escapar.
La ciudad seguía cayendo a pedazos, mientras Palitogood resistía con todo lo que tenía, peleando contra una marea interminable de zombies que no se detenía.
Palitogood sentía que el dolor se apoderaba de su cuerpo a medida que los dientes de los dos zombies se hundían en su carne. El virus comenzaba a hacer efecto rápidamente, y su vista se nublaba mientras la fiebre y el dolor lo invadían. El sudor le recorría la frente, y su respiración se hacía más difícil con cada segundo.
Con el cuerpo temblando y el rostro empapado en sangre, Palitogood gritó con fuerza, un grito de resistencia que resonó en las calles desmoronadas. La agonía era insoportable, pero se aferró a la voluntad de seguir luchando. Los zombis alrededor de él se abalanzaban con hambre, arrancándole trozos de carne, mientras la infección comenzaba a hacer estragos en su cuerpo.
Su cabeza giró, el dolor en su cerebro era insoportable. Palitogood sentía que su cuerpo se estaba descomponiendo mientras una presión incontrolable llenaba sus venas. Los derrames eran evidentes: sangre brotaba de su nariz, sus ojos se llenaban de líquido rojo, y su cuerpo, ahora cubierto de mordeduras y heridas, comenzó a temblar descontroladamente.
"¡No... voy a... caer!" murmuró entre dientes, apenas escuchándose sobre el sonido del caos a su alrededor. Sus manos, temblorosas, levantaron una esfera de energía, brillando con una intensidad que se sumaba a su creciente desesperación. Sabía que el virus lo estaba controlando, lo estaba transformando en una de esas cosas, pero se negaba a rendirse.
A duras penas, Palitogood apuntó con la mano a los zombis que lo rodeaban, su energía concentrándose en el ataque que sabía sería su último esfuerzo. Los cortes invisibles de los zombies le desgarraban la piel, pero aún mantenía el control de su poder. El aire a su alrededor se distorsionó con la presión del ataque que se estaba preparando.
"¡Esto... es para ustedes!" gruñó con voz rasposa, su visión oscurecida por la fiebre y el dolor. En el último suspiro de lucidez antes de que la transformación fuera completa, Palitogood apuntó hacia el suelo, hacia las ruinas que lo rodeaban.
La energía de su ataque se incrementó, creciendo en tamaño y potencia, como si su voluntad, al borde de la desesperación, hubiera amplificado el poder de su habilidad. En el último momento, Palitogood lanzó el ataque al suelo, liberando una explosión devastadora que hizo temblar la tierra bajo sus pies, destruyendo lo que quedaba de la ciudad a su alrededor y eliminando a los zombis que lo rodeaban.
El impacto fue tan fuerte que la energía arrasó con todo en su camino, dejando una estela de destrucción en su rastro. Sin embargo, el virus ya estaba tomando el control. Con su último aliento, Palitogood cayó al suelo, su cuerpo convulsionando mientras la transformación empezaba.
En sus últimos momentos de conciencia, una sola lágrima escapó de su ojo, la misma que había estado luchando por proteger a sus amigos hasta el final. Palitogood se desvaneció en la oscuridad, su sacrificio no siendo en vano, pero dejando una pregunta sin respuesta sobre qué habría ocurrido si hubiese podido resistir un poco más.
Trapecio y Sungonkun emergieron de las sombras, sus cuerpos parcialmente destruidos, pero la sonrisa que aparecía en sus rostros contrastaba con la desolación que los rodeaba. Trapecio, con fragmentos de su cuerpo desintegrados y su piel deshecha en algunas partes, caminaba con pasos pesados, pero la expresión de satisfacción en su rostro era inconfundible. Sungonkun, igualmente devastado por la infección y las heridas, mantenía una sonrisa torcida, como si la transformación estuviera alimentando algo en su interior.
A pesar de los daños evidentes en sus cuerpos, el virus los mantenía vivos, un testimonio de la monstruosidad que ahora los controlaba. Sus ojos, antes llenos de determinación, ahora reflejaban una fría indiferencia, y sus sonrisas se habían distorsionado, como si se burlaran de la situación.
Trapecio caminó hacia el centro de la destrucción, su cuerpo parcialmente decaído, pero su postura seguía siendo imponente. Sungonkun lo siguió, su risa enfermiza flotando en el aire como si disfrutara del caos que ambos habían dejado a su paso. El virus los había convertido en algo más que zombis; eran monstruos conscientes, atrapados en sus propios cuerpos, pero sin perder la capacidad de sonreír mientras la destrucción los rodeaba.
"¿Sabes qué, Sungonkun?", dijo Trapecio, su voz rasposa pero clara, "Esto… esto es solo el comienzo". Sus palabras estaban impregnadas de una maldad tranquila, como si el sufrimiento de los demás fuera una nueva fuente de placer para ellos.
Sungonkun, con los ojos rojos y un tono bajo de locura, asintió, "Lo que hemos hecho no tiene vuelta atrás. El virus… el virus es nuestro ahora."
Ambos sentían la energía corriendo por sus venas, una fuerza oscura alimentada por la infección, pero también el poder que les otorgaba la enfermedad. Sabían que no podían ser derrotados con facilidad, no mientras el virus los mantenía en pie.
Con una risa macabra, ambos se lanzaron a la acción. No necesitaban nada más que sus cuerpos rotos y su mente afectada para seguir luchando. Aunque sus cuerpos estaban rotos, el virus los mantenía vivos y con un hambre insaciable. No pensaban en lo que venía después, solo en lo que podían destruir ahora.
Mientras las ruinas de la ciudad se extendían a su alrededor, los héroes que quedaban en pie sentían la presión de enfrentar a estas aberraciones vivientes, sabiendo que la infección no solo había cambiado sus cuerpos, sino que los había transformado en una fuerza casi imparable.
La sonrisa en sus rostros reflejaba un nuevo tipo de poder: el poder que venía con la locura y la desesperación. Y mientras ellos dos avanzaban por las calles desmoronadas, sabían que ya no había vuelta atrás para ellos.
La sonrisa que mostraban Trapecio y Sungonkun era una máscara vacía, una fachada que escondía la verdad más aterradora: ya estaban muertos. El virus, una mente colmena, había invadido completamente sus cuerpos, dominándolos desde dentro, convirtiéndolos en una parodia de sí mismos, pero con una consciencia retorcida. La infección, que los mantenía en pie, también los controlaba, borrando cualquier rastro de sus antiguos yo.
Cada movimiento, cada acción, no era más que una extensión de la voluntad del virus. A pesar de que sus cuerpos desmoronados mostraban claros signos de descomposición, la energía oscura y colectiva del virus los mantenía activos. Pero no era su voluntad la que dictaba sus acciones, sino la del organismo que los había consumido.
Trapecio caminaba entre las ruinas de la ciudad con pasos lentos, su cuerpo parcialmente destruido, pero sus ojos vacíos brillaban con una intensidad antinatural. Sungonkun lo seguía, con la misma expresión en su rostro, como si ambos compartieran un mismo propósito sin decir una palabra. El virus había sellado sus destinos, y ahora solo eran peones en una guerra que ya no les pertenecía.
En la distancia, Asagi y Kiara se mantenían ocultos, sabiendo que el tiempo que quedaba antes de que los infectados los localizaran era cada vez más corto. Los dos héroes observaban con horror cómo Trapecio y Sungonkun no solo habían sido corrompidos por la infección, sino que su ser había sido completamente reemplazado por la voluntad de la mente colmena.
El virus los había transformado en máquinas de destrucción, pero lo peor no era su fuerza o resistencia. Lo peor era que sus mentes ya no existían, solo quedaban sus cuerpos muertos, arrastrados por la necesidad de propagar más muerte. Cada sonrisa torcida, cada movimiento, era un recordatorio de que ya no había nada de los antiguos héroes que habían sido.
Kiara apretó los dientes, observando el caos que se desataba a su alrededor. Sabía que debían hacer algo, pero la sensación de impotencia era abrumadora. No podían dejar que Trapecio y Sungonkun destruyeran todo, pero también sabían que enfrentarse a ellos significaba arriesgarse a una lucha sin esperanza, una lucha contra un enemigo que ya no era humano.
Asagi sostuvo su espada con firmeza, su respiración entrecortada. Su rostro reflejaba una mezcla de miedo y determinación. "No podemos dejarlos… no podemos permitir que esto siga", murmuró, mirando a Kiara. Pero en sus ojos, ambos sabían que la batalla sería mucho más difícil de lo que jamás imaginaron. Trapecio y Sungonkun ya no eran solo enemigos; eran una parte del virus, una extensión de la plaga que amenazaba con consumir todo a su paso.
Y mientras ellos dos avanzaban, casi como sombras de su antiguo yo, el peso de la desesperación caía sobre los últimos sobrevivientes, sabiendo que el virus estaba ganando, que Trapecio y Sungonkun eran solo los primeros de muchos más que vendrían.
Continuará...