— ¿Una función bajo el sol? —gruñó suavemente Lán Mèng, cuyo verdadero nombre era Lysan. Antes, hubiera preferido pensar las cosas. Pero sus concepciones ya no eran personales. Y siendo lo individualista que era, y considerando que prefería guardar sus percepciones y molestias para él mismo, aprovechó la soledad y dejó salir algo de sí; era su tiempo, esos segundos eran suyos—. Eso se realiza en las noches —criticó, casi en un murmullo.
Su cuerpo se mantuvo pegado en la ventana, oculto tras la deteriorada cortina. De su cara, solo se visualizó una fracción de su ojo.
Su frente se colmó de arrugas. No concebía certero lo que atestiguaba.
La gente, entre ellos, soldados, sirvientes y algunos integrantes del consejo, corría por la calle cargando materiales, dando órdenes y sirviendo de apoyo. Había cuatro señores cargando un plano de instalación temporal; se destinaron a inspeccionar las medidas recurrentemente. Aunque sus movimientos eran rápidos y sus voces se percibían exaltadas, se contempló orden en la escena. Lo que, en otra perspectiva, hubiera generado algo de mofa. El equipo encargado del diseño y coordinación estaba más vibrante que el pueblo.
— ¡Eso! ¡My bien! —festejó Yún Tiān. Él fomentaba la faena y se cercioraba de que se concretara—. ¡El tiempo apremia! ¡Muevan esas manos! ¡Cada segundo cuenta!
Lysan era arisco, brusco, grave, insulso e intolerante. El cuadro del que era admirador le resultó pesado y desagradable, irritante. Sus oídos huyeron del ruido; sus ojos, cuerpo, piel..., todos sus sentidos se estremecieron. Inspeccionar a tantas personas agitó su sien, generándole un tic. Sus labios gestualizaron un mohín.
Detrás, Sūn LiúXīng descendió los escalones, saltando. Estuvo limpiando el polvo y revisando los objetos que el antiguo propietario del negocio había dejado en la única habitación del segundo nivel. Decidió guardar ordenadamente todo en una caja. De esa forma, si el señor decidía regresar, le entregaría sus artefactos y le diría: «lárgate», en tono seco, desesperanzador y con una sonrisa.
Su nombre original era Kitakyushu Ueda; era más alto y delgado que Lysan. A diferencia del retraído señor, Kitakyushu resultaba ser un apasionado de la diversión, loco y eufórico del entretenimiento y el humor, y extremadamente dinámico. Bajo el perfil de Sūn LiúXīng, se mostraba con otro carácter, el de un médico serio y noble. Pero este temperamento era el suyo, el único y original.
Kitakyushu Ueda bailó en medio del salón, mientras barría y cantaba desafinadamente. Se acercó a Lysan y lo abrazó por la espalda. Se apoyó en su hombro y recargó el resto de su cuerpo sobre el hombre.
— Es lo normal —susurró, amoroso—. Deja de ver a otros, me podré celoso.
Lysan le metió un codazo. Poesía una fuerza increíble. Sin embargo, Kitakyushu Ueda no se inmutó.
— Aléjate —advirtió.
— ¿Qué tal si lo hacemos…? ¿Hum? —preguntó, coqueto. Rosó sus dedos por las costillas de Lysan, jugando con su cinturón. Este se volvió, preparado para golpearlo. Kitakyushu extendió la escoba hasta golpearla en su frente, deteniéndolo—. ¡Juntos! No quiero barrer solo. Hay mucho que limpiar.
Alrededor de ellos, había varias mesas; sobre estas, sillas. El polvo se extendía por todo sitio.
La piel de Lysan picaba y ardía desde hacía rato.
Se quedó parado. No se movió. Mordió sus labios y permaneció con los ojos cerrados. Enfureció a cada segundo. Sus puños contuvieron su cólera, y sus venas sobresaltaron en son de sus emociones.
Sin advertirlo, extendió la mano, le arrebató la escoba a Kitakyushu Ueda.
Kitakyushu soltó un: «¡Wheeeeeeeeeeee!», dando más vueltas por el lugar. Llegó a una de las mesas y bajó una banca para sentarse.
— Me siento en las nubes, my handsome boy. ¡Ya sé, ya sé! ¡Compra licor! —Palmeó la madera—. ¡Quiero beber!
Lysan lo ignoró. Kitakyushu repitió la solicitud hasta exasperarlo.
— No soy tu empleado. Vete a comprarlo tú mismo, por algo tienes piernas.
Kitakyushu negó. Colocó una expresión triste.
— Entonces iré yo. —Se puso de pie. Arregló su ropa—. Bueno, my handsome boy, ya regreso. Abre las puertas y ventas. Quita las cortinas y los tablones de madera, y remplaza el vidrio. Saca todo el polvo, y barre y baldea la entrada. Compraré algunas cosas más y…
— Yo voy.
Lysan no era un ocioso, sino un inadaptado. En el pasado, solía trabajar en la oscuridad y vivir en las montañas, lo que menos ambicionaba era ponerse a trabajar en pleno resplandor, mucho menos en un lugar colmado de gente, recibiendo cuantiosas miradas y preguntas de, como nuevo dueño del local, qué vendería y en qué se especializaba. Quería evitarse el trato con la gente.
— Claro. Aquí tienes la lista. Tienes que acercarte, no iré hasta a ti, guapo. —Lysan la tomó—. ¡Oh, sí! ¡Sorpresa! ¡También harás publicidad! ¡Preséntate bien con los vecinos y promociónanos, eso es vital!
«Solo busca molestarme», deliberó Lysan.
Kitakyushu extendió una sonrisa con ojos chispeantes.
— No olvides colocarte tu mascara. Y ven. —Kitakyushu se apoyó en el borde la mesa. Invocó un grillete que apareció en la palma de su mano. Jugó con ella—. Tengo que colocarte tu correa. No quiero que huyas.
Lysan leyó la lista mientras Kitakyushu le colocaba el metal en el cuello. Su expresión se volvió nauseabunda a medida su vista descendía el texto.
— ¿En serio abriremos una pastelería? —preguntó, agrio.
— ¿Qué? Yo hablaba de verdad —aseguró Kitakyushu, ingenuo.
Lysan se colocó su mascara de fantasma, de ojos preocupados y sonrisa temblorosa.
— My handsome boy, no creo necesario recordarte que te alejes de los Léi si lo ves. Ten cuidado.
Lysan soltó el mango de la puerta. Se encogió de hombros.
— No pueden recocerme.
— Lo digo en serio —alertó. Se sentó sobre la madera y balanceo sus pies el aire—. No quiero errores. No tolero la aguda voz de Kobe cuando suelta sus regaños. Eso hará que me enfade. —Lysan se reusó, no quería responderle, pero lo hizo; realizó un ademán—. ¿Desde hace cuánto que no te alimento?
Lysan quedó patitieso. La deslucida y raída imagen del negocio se congeló en el espacio. Rato después alzó los hombros, tenso.
Kitakyushu se mordió la uña. Partió la queratina por la mitad. Sangre se escurrió por su muñeca.
— ¿No vas a comer? —consultó, saludándolo, burlándose de los impulsos de Lysan.
Lysan presionó su mandíbula. Trató de domar sus impulsos. Cubrió su boca y nariz con la mano, casi agonizante.
Kitakyushu podía controlar su propia sangre; desplazó más de su líquido, incitando a Lysan.
El aroma lo manipuló. En un dos por tres, perdió el sentido y se abalanzó sobre Kitakyushu, lo empotró contra la mesa. El impacto fue tan fuerte que las patas de madera temblaron, y el polvo se elevó como neblina.
Lysan estaba encima del estómago de Kitakyushu. Su mano se aferró al brazo del otro, cada vez sujetándolo con más fuerza, presionándolo. Sus labios se posaron en su pulgar, viéndose como un pequeño can pegado a la leche de su madre.
Kitakyushu se echó a reír, sádico. Acercó su mano a la solapa izquierda de Lysan, quiso deslizar la tela y morderle piel, pero este lo detuvo.
— Si yo no me alimento, tú tampoco podrás.
Lysan lo observó desafiante.
Kitakyushu soltó maliciosamente una carcajada. Se hizo el tonto. Pasó su mano, encantador, por el grillete y mordió cortésmente a Lysan por encima de la ropa.
Lysan volvió a mirarlo, colérico y mortificado. No había sentido dolor. Lo contemplaba de esa forma porque cada esquina de su ser lo repudiaba. Sus pupilas se adjuntaron a las del hombre.
Sin la obligación de parpadear, Kitakyushu capturó su alma. Era alguien excéntrico a las particularidades. Le demostró que era capaz de lastimarlo sin violentarlo.
Algunas cosas están destinadas a no funcionar; otras, forzadas a ser.
Cierta cosa puede dañar y destrozar, pero, para Kitakyushu, el efecto era irrelevante siempre y cuando fuese paralelo.
En su modesta percepción, el resto era arena; y él, un indomable tsunami, un conquistador, brutal y despiadado.
Ni siquiera tuvo que meditarlo. Un día, nadando en un volcán de sangre, pensó: «¿Qué es el gentío y la ética? El legítimo poder mora en quien es capaz de ejecutar lo requerido sin pánico y misericordia. La bondad es el patillo favorito de los débiles; la moral, las cadenas de quién se limita en un pantano; y la grandeza, para los que buscan la victoria en un mundo que carece de reglas naturales, en la que la carne se dilata plácidamente de ilusiones y existe como un residuo plagado de asuntos triviales».
Kitakyushu Ueda era una supremacía, alguien insólito.
Huǒ Yǔqīng solía caminar por un largo pasillo para llegar a su despacho. Como era de esperarse, ese día no fue la excepción. Su expresión se mostraba rígida y desesperanzada. Su porte era audaz y emitía aires de haber disfrutado la primera parte del día. No obstante, cuando se aproximó más a la puerta, la ligera, exageradamente ligerea, línea de felicidad desapareció de sus mejillas.
Lù ZhànXiāo lo esperaba en la entrada. No se veía contento.
— Ya seleccioné un grupo —espetó—. Carecen de escrúpulos; son útiles.
— ¿Te vieron?
— Sí.
— ¿Él lo sabe?
— Sirvió. No sospecha nada —asintió. Colocó una expresión insoportable—. He estado utilizando escencia de asarum y coptis. No puede estar cerca de mí, se marea al instante. Y yo estoy enfermo, ¡cof!, ¡cof!, no puedo dejar de toser. Es una pena, seguiré con la misma medicina.
«¿Eso es todo? ¿Por qué no te marchas?», pensó Huǒ Yǔqīng.
— ¿Por qué no te marchas? —preguntó. Su cara se volvió la de un papel—. ¿Lo dije o pensé?
Hizo ambas.
Lù ZhànXiāo lo ignoró.
— Hay uno que destaca entre ellos, lo entrenaré —previno.
Huǒ Yǔqīng le tocó el hombro. No en señal de hermandad, sino como intimidación. Se lo advirtió:
— No te vuelvas a meter en problemas.
Se escuchó siniestro. Lù ZhànXiāo lo apartó, disgustado y agresivo; se limitó a decir que "sí" con las cejas.
Huǒ Yǔqīng se limpió los dedos con un pañuelo.
— Lucías feliz. ¿Planeas destruir a Léi Dàrén? —Lù ZhànXiāo disfrutaba llamarlo así, sentía que lo insultaba—. ¿No estaba en tus planes casar a tu hermano con la hija del clan YǐnLuò?
Huǒ LǐnRán ya había estado casado. Su mujer había fallecido en el parto. Lo que buscaba no era una esposa, sino una madre. Y lo que Huǒ Yǔqīng codiciaba era mayor control legislativo y consistencia jerárquica. YǐnLuò WēnYí se presentaba como una jadeíta imperial, pero solo eso, no era un diamante rojo, así pues, no había por qué padecer. Enterarse de que Léi Dàrén había conseguido antes la mano, no lo acomplejó.
— ¿Por qué perdería mi tiempo jugando con el gato? YǐnLuò WēnYí solo se casará con quien el padre encuentre propicio. El clan Sīkòu será el residuo de la sociedad, pero poseen algo que nadie puede tomar a la ligera: Shí yī kǒu. Son los únicos que pueden invocarlo.
— Uno de cada cien.
— Y él es uno de ellos.
— ¿En cuánto de probabilidad?
— El porcentaje no importa siempre y cuando exista una oportunidad. El clan YǐnLuò… Si Sīkòu Fēng y YǐnLuò WēnYí tienen un hijo, entonces el fruto podría ser el milagro. —Abandonó sus intereses. Se centró en Lù ZhànXiāo—. ¿Qué tienes planeado? El aire me dijo que recibiste una carta.
— Otro lobo se unirá al consejo —comunicó despectivamente.
— ¿Otro más?
— Van a remplazar a Wú Hǎi por otro maloliente. Se trata de YǐnXīng LíngJiàn, el que estuvo trabajando como asistente hasta hace poco. ¡Es tan descarado! No ha pasado ni un mes y se ha vuelto consejero. Le quitó el puesto al señor que lo aceptó. Nadie lo quiso recibir. Y así le paga.
Huǒ Yǔqīng estaba desconcertado. Se preguntó: «¿Lo decidió el emperador?»
— ¿Por qué te notificaron antes que a mí? —interrogó.
— ¡Es obvio que ni siquiera te consultó! —exclamó Lù ZhànXiāo, riendo. Se sintió superior a Huǒ Yǔqīng—. Si el rio continua por este caudal, ya no sé para quién estaré trabajando, si para la salamandra o el perro. ¡Pon algo de orden!, ¿esa no es tu labor?
— ¿Y qué hay con tu labor? El entrometido de Léi YǒngHuā está de regreso. —Su expresión era idéntica a la de una roca, pero se le detectó rastros de escarnio—. Esa vez que te acusó de soborno y otros incidentes solo le faltó una prueba para dejarte en evidencia. "¿Irregularidades en documentos?" —Negó, disconforme. Hubiera chasqueado, pero no era lo suyo—. Ponlo en su línea o deshazte de él. Se volverá un problema si continúa aquí.
— ¿Crees que no lo he intentado? DǒuMàn ShūYǔ lo ha plantado en la posición que se encuentra. Algunos del consejo, por no decir todos, le deben favores a DǒuMàn ShūYǔ. Nadie se atreve a proponer sacar a Léi YǒngHuā, a pesar de sus intensas voluntades.
— ¿No tienes con qué amenazar a DǒuMàn ShūYǔ?
— ¿Acaso hay algo? —preguntó, riéndose. Huǒ Yǔqīng se mostró aún más serio. Lù ZhànXiāo elevó la ceja—. ¿Lo hay?
Huǒ Yǔqīng lo arrimó y continuó caminando. Se quejó, cortés:
— Me generas descomposición visual.
En la torre de la celda aérea, donde el suelo era tan circular como las lunas, al interior de la residencia de Huǒ Yǔqīng, descansaba el lindo y domesticado Sparrow, un ave sin alas.
Lín TòngXīn estaba recostado de espaldas. Su cara se dirigía hacia la pared. No vestía ropa, las frazadas blancas lo envolvían y no presumían ninguna zona de su cuerpo. Había pasado la mañana con Huǒ Yǔqīng. Ambos desayunaron juntos. El señor le había traído una lectura de tres páginas, texto de política. Le explicó a Lín TòngXīn puntos importantes y situaciones hipotéticas. El joven se lo agradeció, pero Huǒ Yǔqīng buscó más que gratitud.
En estos instantes, se entretuvo contando con sus dedos. Estaba practicando sumas y restas.
— Lín TòngXīn —llamó un caballero. Golpeó la puerta.
El adolescente dibujó una sonrisa y salió corriendo de la cama. Como estaba emocionado, se olvidó de cubrir su cuerpo con la colcha.
Se acercó a la puerta. Movió las manos:
— ¡Está aquí de nuevo!
— ¿Cómo estás? —preguntó el desconocido. Su voz se oyó amable y pacífica, profunda—. Te traje estos caramelos.
Lín TòngXīn asintió, dichoso. Su cara se vio como el de un erizo. Sus mejillas se pusieron rojas y sus pupilas se llenaron de felicidad.
El sujeto descubrió su capucha. Exhibió la tersa piel de poros cerrados y pequeños. Su rostro era como un manantial acariciado por los rayos solares. Sus ojos emitían una danza dinámica de buen humor, se mostraban bondadosos y exquisitos como las perlas. Su porte era el de un joven acomodado, de carácter tenuemente relajado. Sus hombros se visualizaban finos y más anchos que su cadera, lo que le brindaba una buena figura.
Escudriñó el cuerpo de Lín TòngXīn. Identificó mordidas y marcas de succión. Verlo sucio, utilizado y marcado lo fastidió e indignó. ¡Pero él era un gran actor! Extendió una sonrisa con la que un venado se le acercaría en confianza. Le acarició la cabeza.
Apreciándole los ojos, tal como un poeta y musico admirando y sintiendo un atardecer, quiso bañarlo, asearlo y dejarlo como nuevo, vestido y abrigado. No obstante, detectó que había sido duchado.
«Quizás hubo más luego del baño…», inquirió.
— Pronto te sacaré —afirmó—. Serás libre.
— ¿Hoy?
— No, hoy no —negó, serio y lamentable. El tono de su voz se tornó maciza, proporcionándole una imagen despótica. Las sombras del pasadizo se ciñeron en su porte—. La situación debe ser propicia. —Con duda, consultó—: ¿No puedes evitar que te toque?
— Una vez lo intenté.
— ¿Y?
— Duró más tiempo…
YǐnXīng LíngJiàn se sintió decepcionado. Se quedó ensimismado.
— No me abandonará, ¿verdad? —preguntó Lín TòngXīn. Su corazón almacenaba demasiada esperanza—. ¿Me sacará de aquí?
YǐnXīng LíngJiàn preguntó, serio:
— ¿Así tenga que asesinar a Huǒ Yǔqīng?
— ¿Qué es asesinar?
— Alejar a una persona de tu vida… para siempre.
— ¿Lo lastimará?
— No es tu padre —informó—. Te ha estado engañando. Todo lo que te ha dicho es una mentira. Te ha secuestrado. Y ha construido una realidad falsa de lo que es el mundo para mantenerte alejado y desinteresado de todo. Lo que te hace está mal. No debería tocarte de esa forma, no es lo correcto. Las mujeres y los hombres… —Se tocó la frente—. Escucha, en primer lugar, en el supuesto caso de que ustedes fueran padre e hijo, lo que te hace, de quitarte la vestimenta y llevarte a la cama, es incorrecto. Los padres no le hacen eso a sus hijos; no es el tipo de amor que están destinados a otorgar, no como progenitores.
Desde que Lín TòngXīn conoció a YǐnXīng LíngJiàn, supo que nada en su vida estaba bien. Experimentó la angustia enterrándose como una jeringa del gruesor de un pincel conectado a una cuerda roja, voluminosa y larga, la cual le desgarraba el espíritu más que la piel y la carne, quebrantando sus huesos por la presión y cada parte sí en cada perforación. Asimismo, el temor detenía su corazón, como si sobreviviera micro paros que le arrebataban el aliento, lo único que le pertenecía; sus dolores aumentaban día tras día.
El día que se enteró de su situación, no volvió a pensar hasta el anochecer, regresó a su consciencia como si recibiera un golpe, una fractura de nariz. En su mente, vio como las paredes se derrumbaron, y cayó por un vacío interminable. Su cuerpo se estrelló contra cada fragmento de información, cada recuerdo. Y estos se transformaron en burbujas inconsistentes, que se adentraron en su cuerpo por su boca y salían por sus oídos y boca, restregándose por su cerebro.
Ese día se sintió tan traicionado que desconfió del aire. Ignoraba cómo funcionaba la anatomía humana. Figuraba que, dentro de su cuerpo, en sus pulmones, pequeños hombres trabajaban y creaban el oxígeno de su ser, deliberando que existía dos tipos de aire; él los denominaba: Aire natural y aire humano. En las noches, antes de dormir, alentaba a los hombrecitos a darle más y más oxígeno; de esa forma, tendría algo suyo, algo en lo que confiar. Su inocencia era tan pura que hasta los había nombrado: Cepillo, pelota y zapato.
No lo comprendía.
Se dijo entre lágrimas más afligidas que amargas: «El piso podría desaparecer y nunca sería atrapado. ¿Por qué tanto daño?»
Sin embargo, se sentía comprometido con Huǒ Yǔqīng. Cuando se imaginaba huyendo, proyectaba al señor Huǒ dentro de la otra prisión, su primer hogar; solo, triste y abandonado. Él conocía la sensación de estar allí, mirando las rejas, la madera y el plomo de las paredes. No quería eso para él, pero tampoco deseaba quedarse en el mismo sitio. Se sentía culpable. No sabía cómo expresarlo.
Una parte de él quería advertirle y despedirse.
Se lo había preguntado a YǐnXīng LíngJiàn, pero su rescatista se negó.
«Ya no podría ayudarte. Él lo sabría y te detendría», le comunicó.
— No lo lastime —pidió Lín TòngXīn.
— Pequeño Lín, si lo supieras todo, no me pedirías eso. —Guardó silencio. Sus manos de aferraron al metal, meditabundo—. ¿Y si tengo que hacerlo y no hay otra forma?
El adolescente colocó una expresión atiborrada de inquietud.
— Trate de no herirlo —transmitió, culpable y afligido.
Los segundos se volvieron toscos.
— ¿Haz estado practicando tu caligrafía? —Lín TòngXīn asintió, avergonzado—. No te agobies por ello. Yo te enseñaré lo que te haga falta. Mantente sosegado. —Sonrió—. ¿Quieres ver algo interesante? —Lín TòngXīn dudó, pero asintió lentamente—. Antes, júrame que nunca te desnudarás ante nadie más. ¿No sientes miedo o… pena?
Lín TòngXīn ya le había explicado sobre el pudor.
— Lo había olvidado —se asustó, moviendo las manos rápido. Corrió, recogió la túnica del suelo y se vistió—. No estoy acostumbrado.
— Claro… —repuso YǐnXīng LíngJiàn, impresionado y vigilante.
Examinó a detalle el cuerpo del joven. Se vio envuelto en el tono de su piel. Comprendió por qué Huǒ Yǔqīng lo llamaba "sparrow". Allí, en Ocasip, los gorriones eran blancos como la nieve.
Lín TòngXīn emanaba un aura gélida, de piel albina con rastros rosáceos. La pregunta de: ¿Cómo se sentirá abrazarlo?, resonó en la facultad de YǐnXīng LíngJiàn. ¿Sería frío o cálido?, ¿qué tan helado y qué tan cálido? ¿Helado al extremo de congelarte, o helado fresco de sensación tierna y relajante?, ¿o cálido como el vientre de un canguro al igual que una cama?
«Sus cabellos son blancos plata. Y esos ojos… —Tragó saliva—. Huǒ Yǔqīng ha caído rendido ante Lín TòngXīn. No tiene salvación».
En la residencia de los abuelos de Léi HuāLín y Léi YǒngHuā.
El comandante presentó a su pequeño hermano a sus abuelos. DǒuMàn RuòXī observó a Léi HuāLín por tres segundos, luego, se retiró. Léi YǒngHuā charló con su abuelo. Platicaron lo necesario. Después, se marchó y dejó a su hermano para que conociera a DǒuMàn ShūYǔ; avisó que se quedaría en el vestíbulo de meditación.
La expresión de Léi HuāLín no era buena. Estaba molesto. Y lo demostró.
— ¿Tu hermano te obligó a venir? —preguntó DǒuMàn ShūYǔ.
— ¿Se nota?
DǒuMàn ShūYǔ meditó la respuesta de su nieto. No esperó un tono seco y tajante. Consideró que su cortesía sufría de agujeros.
No quiso verse como un antipático. Se puso en el lugar de Léi HuāLín.
— ¿Estás enfermo? —consultó, imaginando que le dolía la cabeza.
— ¿Hum? No —aseguró, extrañado—. No me enfermó seguido.
— ¿De qué sueles enfermarte?
— Lo único que me puede enfermar es la pobreza.
DǒuMàn ShūYǔ meditó la respuesta de su nieto. No previno un comentario avaro, pretensioso y aporofóbico.
De nuevo, no quiso verse demasiado estricto e implacable corrigiéndolo de inmediato. Apaciguó sus valores y carácter.
«Una persona es usualmente sincera cuando ya conoce a otra…»
— ¿Acaso nos hemos visto antes?, ¿hemos platicado de casualidad, o algo?
Léi HuāLín colocó expresión de puño. Sus brazos cruzados elevaron su duro tono:
— No. No que yo recuerde. ¿Alguna vez, en estos dieciséis años, fue a visitarme a Xiena?
Traducción de lo que quiso decir Léi HuāLín: Nunca ha ido a visitarme, ¿y pretende que lo conozca?, ¿es conchudo? Lo que interpretó DǒuMàn ShūYǔ: ¿No tiene vergüenza? ¡Es mi abuelo y nunca tuvo la decencia de visitarme! ¿Quiere que me tire a sus rodillas por la imaginable probabilidad de supuestamente conocerlo? ¡Nunca platicaría con usted, aunque lo viera por la calle, viejo tonto! ¡Respétese solo!
DǒuMàn ShūYǔ iba a resondrarle, pero se calmó. Conociendo a Léi YǒngHuā, si este escuchaba que había maltratado a Léi HuāLín de alguna forma, entonces nunca más lo traería. A parte de todo, él aspiraba a llevarse bien con Léi HuāLín. Pretendía renovar la circunstancia de ser impropio para sus familiares.
El señor se limitó a fruncir el ceño. Planeó intimidar tenuemente a Léi HuāLín con la mirada, pero su nieto le remedó.
DǒuMàn ShūYǔ meditó, sorprendido.
«Este se parece a la madre y se comporta como el padre. El mayor luce idéntico al padre, pero se comporta como la madre… Mmn, no, creo que tiene un poco de ambos, o quizás…».
— Si no querías venir, ¿por qué no remarcaste tu negativa?
— Seamos francos, DǒuMàn ShūYǔ, si yo no hubiera venido estando en el imperio, usted habría regañado a Léi YǒngHuā. Además, claro que enfaticé en mi oposición de venir, lo hice más de cincuenta veces. Piān Níhóng me amarró al corcel.
DǒuMàn ShūYǔ elevó las cejas.
— ¿Viniste amarrado?
— De pies a manos.
«¡Las personas…! ¡Este joven…! ¡Ánimas, algo de paciencia!»
— No le generes disgustos a Léi YǒngHuā —aconsejó, serio y calmo—. Pronto se casará. Debes verlo como tal, ya no es un joven con el que puedas estar jugando; es un comandante. No lo hagas quedar mal con esos espectáculos.
«¿Qué acaba de decir? ¿Mi Dà Gē se cansará?, ¿con quién?», se cuestionó Léi HuāLín.
— Sé que no compartimos edad, pero somos hermanos. Sé que no lo sabe. La familia acostumbra a jugar entre sí cuando el afecto es mutuo. Aunque uno esté enfadado, sigue divirtiéndose con los hermanos y primos. Gēgē me quiere, así que seguiré detrás de él.
DǒuMàn ShūYǔ entendió que era una indirecta.
— Sabrás perdonar a tu abuela. Su salud…
— ¿Salud? —Léi HuāLín colocó una mirada frívola. Se puso de pie—. Escuche, DǒuMàn ShūYǔ, escúcheme muy bien. Esa historia y excusa barata de que DǒuMàn RuòXī está enferma y usted no puede dejar el sur es para mi hermano, quien es mucho más educado que yo; conmigo sea directo o no pretenda hablarme. Elija una. Mi hermano los respeta porque son padres de mi padre, pero, por cómo lo trataron y criaron, yo no puedo sentir otra cosa que rechazo hacia ustedes. Escuché que mi madre le dijo una vez todas sus verdades, estoy dispuesto hacer lo mismo. —Caminó hacia la puerta—. Esta es la primera y última vez que vengo. No me gustó charlar con usted. De hecho, me duele la cabeza. Espero que tenga buen día.
Léi HuāLín no azotó la puerta a pesar de sentirse contrariado.
«No salió nada bien —reflexionó DǒuMàn ShūYǔ—. En estos casos, ¿qué se hace?»