Chereads / Misticismo Perdido / Chapter 29 - Capítulo 26: Viga, cuerda y una silla, parte 9

Chapter 29 - Capítulo 26: Viga, cuerda y una silla, parte 9

— ¿Quién sabe más de la muerte que yo? ¿No fui yo quién te devolvió a la vida? —preguntó, mordaz. Lo miró picaresco. Las necesidades de Lysan llegaban a Kitakyushu porque compartían un lazo. Fue así como Kitakyushu supo que su compañero quería saber más. Repuso—: YǐnXīng Gōng hace poco presentó nuevas leyes. La verdadera finalidad de estas beneficiaban a ciertos grupos. LiángZhū KuàiLè lo acusó, se lo recalcó al Emperador. ¿Pero qué puede hacer el hombre si casi todos los votos fueron a favor? Noddon se negó, pero solo existen dos clanes representantes allí, y ¿más el clan LiángZhū? ¡Perdieron! ¡Oh, pero hay más! Te mencioné algo de una malversación de fondos mientras me bañabas —asintió, contento, cerca del oído de Lysan—. YǐnXīng Gōng, con la ayuda del General del Imperio y teniendo a ZǐTéng Gōng como apoyo, desvió recursos públicos de programas sociales e infraestructuras, para fines personales y a beneficio de terceros. Hay muchos más involucrados, incluido el padre de la tierna señorita YǐnLuò WēnYí, quien nos compró postres esta mañana. Luego está la sarta de incompetentes del clan YǐnXīng, muchos ni siquiera cumplen los requisitos técnicos para asumir el puesto; se limitan a respaldar las propuestas de YǐnXīng Gōng como sector popular realizando barraras de amparo.

«¿Cómo el ser humano edifica templos a la corrupción y los llama palacios?», se preguntó Lysan.

Bajo el Lago Superior turbio, aquel caballero, proveniente de Snepden, puro como el oxigeno de las montañas no profanas, atisbó un mar de hollín y ámbar dorado falso que lo arrojó en un oscuro sótano de peste desesperanzada. Su corazón ya era un loto ahogado en el barro al conocer a Kitakyushu. Luchaba por florecer como planta trepadora entre marea depravada. En medio de todo, escuchó el eco de su inmaculada patria siendo arrasada por una tormenta; con el brillo de los soles, suplicó que fuesen las lunas las confidentes de su clara indignación de pulso perceptible como la fiebre.

Una cosa era escuchar un resumen de la situación y, otra, haberla vivido. En situaciones de público involuntario, los soldados siempre se manifiestan agresivos, golpean a quién sea que los detenga, no importa si se trata de una anciana, mujer o niño, de un anciano u hombre con discapacidad. Lysan imaginó a las victimas con moretones, sin dientes, con heridas; «algunos murieron. A otros se les habrá cortado extremidades por intervenir», infirió. Recordó el color de la carne, los tipos de fractura de hueso y los gritos, sobre todo, los chillidos y maldiciones, lágrimas y suplicas. Era difícil visualizar gente arrodillada y llorando. Un bestiario total. ¿Retener a una mujer entre cuatro varones y forzarla a comer algo que teme? Es como si cogieran a un varón, lo desnudaran y le rozaran el metal, pesado y helado, de una oz o tijeras de cosecha por los genitales y una gruesa rama de Acacia sumergida en aceite de sándalo por los glúteos expuestos a la intemperie. En esa situación, ¿no te pondrías mucho más salvaje?, ¿a la defensiva? Pero el castigo es que te subyuguen el doble. ¿Cómo habrá sido con las niñas? Una madre no se queda tranquila viendo que su hija es apartada de su lado.

Kitakyushu se había expresado con mucho placer. Lysan había empezado a identificar sus tonos y gestos faciales. Solo si la situación era más crítica de lo que se mencionaba, se expresaba extasiado y relajado. Le satisfacía saber que el mundo representaba la ruina, ver como las personas se colocaban en la cesta siniestra. Lysan intuyó que muchas mujeres habían muerto luego de ese "medicamento". Y ¿"nacimiento excesivo de infantes"? Si lo nombraban así, era porque los niños representaban un problema. ¿No se solucionan las molestias cuando acabas con ellas?, ¿entonces…? ¿Mmn? ¿Y qué hay con lo demás?

— Pero… ¿y por qué? —preguntó Lysan.

— ¿Te refieres a su tipo de gobierno? —interrogó Kitakyushu, quien estuvo escuchando los pensamientos de su camarada—. ¡Exprésate mejor! Ellos intentan remedar la estabilidad de Snepden. No lo logran. Como dijo la señora, este gobierno es el reflejo de la auténtica naturaleza humana. ¿Quieres entender todo con simpleza, my handsome boy? El General del Imperio tiene un secretito. —Dejó de observar a la mujer para ordenar las tazas—. Trafica niños —declaró. Sus labios dibujaron una suave sonrisa. Lysan le quiso tirar un puñete—. Desmiembra infantes y vende partes de sus cuerpos en la Rinconada. Él es quién maneja ese sitio. El mercado negro de los tiernos Maestros Hé que eligen el placentero sendero de la perdición. —Atisbó a Lysan—. Algunos quieren invocar canticos malditos. Necesitan de esas especies para los rituales. —Soltó suaves carcajadas—. ¿No te conmueve? Casualmente, la condena del clan ZǐTéng depende de almas puras. Lù ZhànXiāo le hace descuentos a cambio de que disfrace sus ingresos. ZǐTéng Gōng compra muchachos y, pues, ¿quién sabe?, no sé sabe qué hace con ellos, pero a estos los quiere completos. —Cogió una escoba. Se dirigió a limpiar el desastre del primer nivel. Lysan hizo lo mismo—. YǐnXīng Gōng quiere el poder. Se aprovechó de la situación. En otra de sus leyes, aplicó lo que se denominó: Cobro de Diezmo. Se queda con un porcentaje del sueldo de los trabajadores estatales justificando que es "contribución" al Imperio. Chantajeó a ZǐTéng Gōng, para que ZǐTéng ZhàoYán, consejero que se encarga de la administración, registre el aporte sin negligencias. ¿Qué opinas? ¿No es lindo? ¡El ser humano en todo su esplendor! —Negó, contento. Se tocó la frente, fingiendo vergüenza—. ¡Quieres golpearme!

— ¿Cómo se enteró la señora? —preguntó Lysan.

Los nervios de Kitakyushu se agitaron. Experimentó un placer aliviador.

— Alguien fue a tomar y habló de más —declaró, elevando sus cejas, audaz.

— ¿Y cómo lo supiste tú?

— ¿Qué crees que hacemos aquí?

— Cualquier cosa menos caridad —aseveró Lysan, desafiante.

— Natsugama necesita algo que se esconde en el Imperio, my handsome boy.

Regresando con la señora, esta señaló a todos con el dedo índice. Dio vuelta en su mismo eje, acusatoria. Se detuvo en DǒuMàn MéiFēn, pero ella estaba debajo de su padre, por lo que todos pensaron que se refería al Emperador. YǐnXīng YǐnZhì cargó a su hija. Dándole unos suaves toques en la cabeza, se apartó del escenario. DǒuMàn MéiFēn se volvió sonriente y llamó a un militar.

— ¡Por eso, las siete cabezas que aclaman los soles están…!

Un arquero le disparó una flecha en el vientre. La mujer aterrizó de costado. Sus ojos se sumergieron en furia y dolor, representados por los tonos del membrillo japones. Su sollozo se escuchó quebradizo. Ahogó gritos de dolor que tragó con orgullo. No permitió que su rostro fuese una intensa llovizna. Mordió sus labios, esos que temblaban, así como sus manos, como una hoja expuesta a la tormenta. Su mirada se visualizó desmoralizada. Observó los cielos, cada nivel de la construcción. La gente estaba sentada. Ella estaba tendida sobre la piedra de dragón con un río escarlata saliendo de su cuerpo, y la gente lucía hastiada de su presencia. Esos ojos de campesina, de suave capa amarillenta con manchas rojas y marrones, en ese momento cubiertas de un velo rojo, abrazaron, por unos segundos, temor, impotencia y perplejo. Nadie alzaría la voz para defenderla. Y ella se había quedado sin declaraciones. La oscuridad la rodeó. La luz y la sombra se volvió una. Se puso de rodillas y sacó una muñeca de trapo.

Aquella monstruosidad era de escencia discordante. En la cara, se había bordado ojos de pescado. En la cabeza, se extendía un largo mechón de cabello. En el torso del cuerpo, había siete figuras indistinguibles trazadas con sangre. Se logró vislumbrar unos caracteres en el reverso, pero la ortografía era tan mala que no se pudo siquiera adivinar a qué caracteres aludían. Los dedos de su mano y pies eran cabezas. Y su color era rojo. Estaba lleno de ingredientes elaborados a su fin, con corazones de niños de cinco años. Parásitos salieron de allí e invadieron la mano de la mujer.

En un parpadeo, cuando muchos desviaron la vista por la asquerosidad, la señora hundió la daga en el ombligo del muñeco. YǐnLuò WēnYí se espantó. WúShēng XuànFēng, cuyo rostro estaba oculto por una máscara de conejo, tomó la mano de la dama para calmarla. Su padre, quien estaba cerca, se aseguró de velar por su tranquilidad. Los del clan YǐnLuò poseían una vista que atestiguaba más del parámetro convencional, y vieron claramente el cielo tornarse negro en un efímero instante. Como si se tratase de un cerdo, el rubí líquido se apoderó de la figura de dragón. Las líneas se colmaron de rojo granate. Paralelo a eso, DǒuMàn MéiFēn ordenó que le lanzaran otras dos flechas; una aterrizó en su corazón y la otra en su cuello. En eso, la niña, que HuángFǔ ZhēnFù había rescatado, se puso a convulsionar en las manos del escolta. Su cuerpo tembló y se agitó. Escupió sangre y falleció.

 

 

Habitación privada de DǒuMàn MéiFēn.

La dama estaba arrodillada jugando con su pequeña hija. Le gustaba peinarla. Estuvo los primeros minutos recreándose con su cabello. Después, regresó la cabellera a su diseño de alcurnia. Acarició sus mejillas y mimó su nariz. La abrazó y la hizo reír. En ese mismo momento, JìngGuāng-Jūn tocó la puerta. DǒuMàn MéiFēn autorizó su ingreso. Le ordenó a una sirvienta llevarse a su hija y al resto de los presentes salir de la habitación. En un inicio, actuó como si JìngGuāng-Jūn no existiera. Varios minutos más tarde, cuando se puso cómoda y sentó, habló:

— Sus estudiantes son peculiares. Buenos chicos. Sorprendieron a todos. —JìngGuāng-Jūn asintió. DǒuMàn MéiFēn sugirió con los ojos aprobar que se sentara, pero el hombre no lo hizo—. ¿Cómo va con lo que le pedí?

— He complido con lo que ha solicitado. Dijo que esperara sus instrucciones y aquí estoy.

— Léi Dàrén se ve anciano. Sus habilidades se han deteriorado. —La última vez que DǒuMàn MéiFēn platicó con JìngGuāng-Jūn, este se escuchó anormalmente apático; hoy lucía predispuesto y atento—. Has pasado mucho tiempo en Noddon. ¿El clima en el Sur te gusta?

— Es agradable —articuló, escuchándose todavía ajeno—. ¿Cómo ha evaluado mi confianza? ¿Sigo siendo de su agrado?

— Aprobaste cuando empezaste ha envenenarlo. Te volveré a aceptar cuando Léi Dàrén muera. Es hora de que sepas lo que debes hacer —anunció, retomando el tema de conversación de hacia días, de cuando el clan Léi llegó al Imperio DǒuMàn—. Que sean tres, y quiero que del tercero sea horrible; o te culparé de traición por intentar asesinarme y haré que te ejecuten. Si no me sirves, no hay razón para que existas.

JìngGuāng-Jūn no se inmutó; era el comodín de DǒuMàn MéiFēn.

— Como ordene. ¿Nombres?

— Wú Hǎi. No hizo nada malo. Ha sido un excelente tío y un hombre educado en extremo. —Recordó unos detalles—. Ya sabes qué hacer. —Jugó con una moneda—. YǐnLuò WēnYí. No puede casarse con el último SīKòu. Tiene que ser ella. Me habría encantado elegir a SīKòu Feng para probar aún más su fidelidad, JìngGuāng-Jūn, pero desisto. YǐnLuò WēnYí es una bomba de tiempo por el hecho de poder procrear. Si apareciera otro con genética SīKòu, entonces no haberla asesinado sería un error. —Se burló fríamente—. Y tu señor, Léi Gōng. —DǒuMàn MéiFēn acarició los pétalos de un florero—. Ya sé que te ordené envenenarlo de a poco, pero eso es solo la primera parte de mi plan. —Se paró frente a JìngGuāng-Jūn. Sus ojos lo despreciaron como si no valiera nada—. Crearás un largo y problemático asesinato: Envenenamiento, suicidio y ajuste de cuentas al mismo tiempo; tiene que ser los tres en el caso de Léi Gōng. Y quienes deben resultar sospechosos de la muerte son: El clan YǐnLuò, el clan YǐnXīng y mi padre. ¿Qué te parece? —Realizó un suspenso—. ¡Esos son los tres principales!, hablemos de las hojas secas que representan un estorbo en el mármol. Entre la gente del consejo hay muchos YǐnXīng, mate a diez de ellos y vea la forma de acabar con los hijos mayores de los hombres. Con esto, recuperaré la confianza en ti.

— ¿Sin excepción?, son los familiares de su esposo.

— Creo que me expresé bien —aseveró.

JìngGuāng-Jūn asintió.

— Tengo información del castigo que los dioses le colocaron al clan MǔDān. Me infiltré en su clan como lo solicitó. Ellos no pueden tener más de cinco…

— El castigo que le impusieron los dioses al clan MǔDān es no tener más de cinco legítimos en cada generación. Y debe ser cinco, ni más ni menos. Si nacen menos de cinco, toda la generación fallece. Y si nacen seis o más, sucede lo mismo. Sus cuerpos se derriten como el de unas velas. ¿Me equivocó? —JìngGuāng-Jūn colocó una expresión desconcertada—. Envié a alguien a investigar antes. No es que no confíe en ese informante. Quería ver si obedecías mis órdenes y me hablabas con la verdad. Esta persona, que trabaja para mí, te observa. —Meditativa, evaluó—: ¿No le parece raro? La mayoría de las maldiciones que regalaron las deidades reducen el linaje hasta hacerlo desaparecer, entonces ¿cómo se le permite al clan MǔDān tener cinco hijos?

— ¿Por qué quiere conocer las maldiciones de todas las familias?

— ¿Te importa? —interrogó. Sus ojos eran mordaces y suaves. No estaba molesta. Como figura parte de la realeza, le gusta limitar a sus inferiores. Respondiendo su propia pregunta, añadió—: He pensado que es el precio por pagar. Los humanos les ruegan a los dioses por favores para ellos mismo, suplican y suplican hasta secar sus gargantas. ¿Pero alguna vez un humano a pedido por el bienestar y la comodidad de una deidad? Lo sé, son dioses, pero sienten, ¿no?, sus días también se agitan a causa de problemas. —Caminó por el lugar y, con un ademan, negó, mirando el bordado de la alfombra—: Nadie lo hizo. Piensan que por ser celestiales lo tienen todo. —Pensando en la especie humana, declaro—: Son una bola de egoístas, unos paracitos que se ciernen en la piel para comer la carne en descomposición y, una vez que no hay nada, se marchan. El día en el que los dioses necesitaron de los humanos, ninguno intentó ayudarlos. —Cogió un libro—. Lo considero justo. Esa especie de ratas merecía un castigo. Si te vas a entregar a un dios, no solo le rindas homenaje. —Se desplazó delicadamente. Sus finos hombros se apreciaron delgados y apetitosos—. Me he sentido sosa desde la mañana. Quizás continue así por lo sucedido en la tarde. Piensa en cómo culpar a Léi Gōng para justificar su muerte. —Posó su mano en la manija de oro. Se detuvo—. Ya no eres tan discreto como antes. Bǎo Zhī sabe lo que haces. Él vino a buscarme. Quiere venganza por la fallecida Léi Qīng. Ahora está bajo mi cargo. Hagan lo que tengan que hacer. Él está realmente enfadado. —Abrió la puerta—. Le dije la verdad, Léi Qīng falleció por culpa de Léi Gōng.

DǒuMàn MéiFēn se marchó revisando la cobertura del libro. Leyó unas líneas. Era el texto favorito de su hija, contenía muchas historias y leyendas de Janap. A la pequeña, sobre todo, le encantaba escuchar acerca de los Sapos de Cinta Roja, pequeños guerreros espadachines. La misma pequeña fingía ser un sapo. Con cariño, DǒuMàn MéiFēn siempre le recomendaba guardar propiedad, y le recordaba ser un dragón, pero algunas veces no podía oponerse a su hija, así que la dejaba divertirse a su forma. Su sonrisa eliminaba sus problemas. Su inigualable Joya de Vida era su razón.

— Madre, ¿puedo comer más caramelos?

— Claro. —Observó a una sirvienta—. Tráele postres de chocolate.

— No, madre, no esos. Padre me hizo probar un Bundt cake de limón y arándanos. ¡Me encantó! ¡Amo el limón!

— ¿Te gusta el limón? —preguntó DǒuMàn MéiFēn—, ¿desde cuándo?

— Oh, preciosidad —exclamó la sirvienta—, eres como la difunta DǒuMàn QīShuāng. A la hermana de tu madre también le encantaba el limón. Le traeré su postre —declaró, solicitando permiso.

 DǒuMàn MéiFēn observó salir a la señora de la habitación. Llamó a una joven criada.

— Que recoja el postre y que luego la golpeen diez veces con el látigo —exigió, sin que su hija escuchara. La doncella cumplió con lo sugerido—. Joya de mi Vida —llamó—, hay muchos más sabores de los que te puedes encaprichar. Por ahora está bien que te guste el limón, pero prométeme que encontraras otro sabor del que disfrutar.

DǒuMàn MéiFēn y DǒuMàn QīShuāng dieron a luz el mismo día. ¿La diferencia? La hija de DǒuMàn MéiFēn falleció al nacer, mientras que DǒuMàn QīShuāng murió por sangrado.

DǒuMàn MéiFēn ambicionaba tener una bebé, e hizo pasar a la hija de su hermana, es decir, su sobrina, como suya propia. Solo la partera lo sabía, era la única en conocer el secreto. Por ello, le disgustaba que otros relacionaran a su Joya de Vida con su difunta hermana. Para salirse con la suya, declaró que DǒuMàn QīShuāng y su recién nacida no soportaron el parto.

— Está bien, madre —dijo la niña, sin entenderla del todo.

DǒuMàn MéiFēn la cargó y abrazó. Sumergió su rostro en el vientre de la menor para hacerle cosquillas con la boca.

— Hueles bien —le dijo—, ¿padre te llevó a comprar esencias de nuevo?

— Dice que una rosa debe oler como tal —aseveró, feliz. Se acercó y besó a DǒuMàn MéiFēn en la mejilla; después, rozó su cuello para envolverla en su aroma—. ¿Qué pasó con la señora, madre? La señora de…

— No te preocupes por ella. Hizo cosas malas. Cuando alguien hace cosas delictivas, entonces debe ser castigado. —Golpeó su nariz suavemente con la llena de su dedo—. Joya de mi Viada, padre vendrá pronto a llevarte al lago. No te desabrigues.

DǒuMàn MéiFēn le brindó otros tres besos y le realizó cosquillas.

 

 

Las nubes pintaron sus inmaculados cuerpos con tonos rosa y ámbar. Esta muestra natural fue evidencia del deleite de la luz y sombra. El sol descompuso su energía en partículas cromáticas. Desplegó un espectro que conmovió el corazón de los observadores.

Los colores no solo eran reflejos sino las longitudes de ondas que tropezaban con partículas suspendidas. Luego de la dispersión y el doblegamiento, el naranja incandescente se fundió de púrpura. Al igual que un río perdido en la oscuridad de la noche, este fenómeno se mantuvo eterno en la memoria, como un verso valorado a la par de una justa ley.

— Conozco a ese joven —señaló la ladronzuela.

Ella se encontraba en el gigantesco patio del Imperio DǒuMàn, LíngZé YúnChuān y Léi YǒngHuā estaban a su lado. LíngZé YúnChuān le había traído un platillo de Pollo Kung Pao, el cual devoró en un santiamén. Ahora, se encontraban de pie, dirigiéndose a ver a Piān NíHóng.

El General de Ala Derecha, así como el resto de los soldados que custodiaron la entrada del pequeño coliseo, incluido Léi YǒngHuā, habían sido rociados de un extraño polvo que los tumbó al suelo. Según el médico, eran hierbas molidas utilizadas para dormir a las personas. Fue así como la campesina logró invadir el anfiteatro sin que nadie la detuviera.

A diferencia de su superior, Léi YǒngHuā despertó antes.

— ¿A Léi HuāLín? —interrogó LíngZé YúnChuān.

Shěn XuěPíng y Léi HuāLín se encontraban lejos de ellos, estaban de espaldas. Shěn XuěPíng parecía estar en los últimos segundos de su vida, mientras que Léi HuāLín actuaba como si lo regañara; el joven le estaba dando los reales consejos para vengarse de Léi XuěWēi. ¡No importaba que fuese su primo, era hora de que Léi Kāng se detuviera y dejara en paz a Shěn XuěPíng!

— Hasta su nombre suena pretensioso —se quejó la ladrona. Su cara se llenó de tremendo disgusto. LíngZé YúnChuān y Léi YǒngHuā la miraron atentamente—. Él estaba paseando en el pueblo, empezó a llover. —Léi YǒngHuā tomó mucha más atención. Nunca había permitido que su hermano saliera—. Yo estaba corriendo. Y había varios charcos de barro. Me resbalé justo al frente de Léi HuāLín. —Se escuchó hastiada—. Él me ayudó con su pie, pero igual me embarré la ropa. Me socorrió para no enlodarlo.

— ¿Qué? —preguntó LíngZé YúnChuān.

— Él puso el pie. Mi cabeza se posó allí, en su zapato; me sostuvo en el aire. Suspiró y dijo: «Menos mal no me manché». Se espantó cuando vio salpicaduras en sus botas y, finalmente, me dejó caer. Es un idiota. LíngZé-gē, no es buen caballero. ¡Lo detesto! —Arrugó la nariz. Se cruzó de brazos—. ¿Qué? ¿Te molesta? ¿Es tu amigo?

— Es mi hermano —respondió Léi YǒngHuā, adusto.

Corrió una brisa que agitó sus cabelleras. El comandante Léi y la ladronzuela se miraron como perro y gato, mientras que LíngZé YúnChuān parecía ser un coatí, intermediario del enfrentamiento.

— Agarras confianza muy rápido —juzgó Léi YǒngHuā.

— Uno puede morir en un segundo; es lo normal. Vivo al máximo. —Cogió el brazo de LíngZé YúnChuān y se ocultó. Señaló con los ojos al comandante Léi—. LíngZé-gē, creo que él ya me cogió odio.

— Ama demasiado a su dìdi —ratificó el caballero. Se llevó una mano a la cara y, luego, a la cabeza—. Me gustaría vivir al máximo. Siento que todo este tiempo solo he seguido reglas y que ayer tenía trece años. ¿Tú no, Léi YǒngHuā?

Léi YǒngHuā no lo negó. Dirigió su mirada donde su hermano. Se interpeló: «¿De qué platican?»

— ¿Y qué te parece "Piān YúnYǒng" como nombre? —preguntó LíngZé YúnChuān.

— Demasiado —se asustó la joven.

LíngZé YúnChuān meditó unos segundos. Al concebir una idea, golpeó el puño de su mano derecha en la palma de su mano izquierda. Sonriente, exclamó:

— ¡Ya que tú y Léi Gāng parecen llevarse bien!, ¿elegirías Huā YúnYǒng? ¿O prefieres HuāLíng YúnYǒng?

La ladrona colocó una evidente expresión de: «Deja las sandeces», «¿Es enserio?», «¿Cuántos años tienes?»

— Era una callejera; ahora, una sirvienta —expuso la chica—. No requiero de un nombre de cortesía. Está bien si me llaman Chóu Ròu[1].

— Quiérete un poco —le aconsejó Léi YǒngHuā, circunspecto.

La mujer lo observó como un alma en pena. Léi YǒngHuā la remedó.

— Te llamaré HuāLíng HuāHuā —confirmó LíngZé YúnChuān.

— Ah —denotó, sorprendida y seca—. ¿No tienes nombres más infantiles? Sinceramente, Chóu Ròu no me afecta, me he acostumbrado. Me he salvado de muchas por llamarme así. Cuando la gente me quería golpear por robar, se reían al escucharlo; aprovechaba para huir. ¡Espera! ¿Me juzgas? —le preguntó a Léi YǒngHuā. El comandante la miró moralizante. La dama se sintió condenada—. Hace un rato presumiste delante de ese horrible, que me quería cortar la mano, que alquilaste a una mujer por tres meses. ¿Mis inmaculados robos y tus derroches de dinero en que se diferencian? Ambos rompemos virtudes. Déjame decirte, si gastas tu riqueza de esa forma, no tardarás en ser pobre. No lo hagas. Piensa, pero con la cabeza, por favor.

Léi YǒngHuā y JiàngYīn JùShēn habían discutido antes de que la campesina los intoxicara. JiàngYīn JùShēn había dicho en voz alta que iría a visitar a Shū Chūn y que estaría con ella toda la noche, así varios días. Sus amigos se empezaron a reír de Léi YǒngHuā, quien ni siquiera se volvió a mirarlo. Enfadado por las faltas de respeto, Sī YùTán presumió: «El comandante Léi compró a Shū Chūn por tres meses. Tres carretas de oro y piedras espirituales fueron entregadas ayer». JiàngYīn JùShēn se exasperó y comenzó a exclamar cosas. Como comandante, Léi YǒngHuā lo educó. No le dio tantos golpes, solo algunos en los lugares indicados. De hecho, fue un golpe de Léi YǒngHuā el que dejó inconsciente a JiàngYīn JùShēn y no el polvo. Léi YǒngHuā le dijo: «Si ni siquiera te alcanza para comprarla, no te atrevas a pensar en ella».

— Casi te cortan la mano por robar —le dijo el comandante Léi a la recién bautizada HuāLíng HuāHuā.

— Te quedarás pobre —alertó la joven—. Piénsalo.

— Pero conservaré las manos —se jactó, digno.

— Tu hermano y tú son idénticos —descalificó HuāLíng HuāHuā—. No encuentro diferencias entre los dos. Pareces severo, pero eres muy…

— Generalmente es serio —interrumpió LíngZé YúnChuān—. ¿Qué te pasó hoy? ¿Estás cansado?

— ZǔFù actúa extraño con mi dìdi —declaró Léi YǒngHuā.

— ¿Cómo raro?

— La otra noche le sugirió dormir en casa —respondió, repugnado—. Y dicen que hoy estaba preocupado por Léi Píng y…

Léi YǒngHuā se señaló a sí mismo.

LíngZé YúnChuān se sorprendió tanto que casi deja caer su casco.

«Ni siquiera está aquí, así que no creo en sus falsas caras», concibió el comandante.

Piān NíHóng apareció en el entorno. Un joven de contextura delgada y diez centímetros más bajo caminaba a su tras; su cuerpo se inclinaba hacia el frente para intentar hablar con el General de Ala Derecha, le estaba recomendando guardar descanso. Su tono tímido se emitía como chillido ahogado. Sus mejillas estaban ruborizadas. Y sus emociones brincaban de un lado a otro. Se estaba esforzando por hablar, casi nunca lo hacía. Su preocupación por la salud de Piān NíHóng destrozaba rocas, así que, en un momento de desesperación, le sujetó el brazo y lo detuvo.

— Por favor, regrese a descansar —rogó Chuy, avergonzado.

— ¡Ya sé! ¡Prepara una bebida medicinal y, con eso, será suficiente! ¿Te parece? —Le acarició la cabeza para consolarlo—. Regresa a tus quehaceres. Vamos, no pierdas el tiempo, hay muchos más soldados que necesitan de ti.

— ¡Pero yo soy suyo! —recalcó, exaltado— ¡Debo asegurarme de que mi señor se encuentre excelente!

— ¡Tu señor está perfecto! —sonrió Piān NíHóng.

Un grupo de soldados dobló una esquina. Cada uno se maravilló al ver a Piān NíHóng de pie; habían planeado ir a visitarlo. Se demoraron debido a que el General del Imperio no se los permitió, pero ellos estaban bajo las ordenes del General de Ala Piān, ¿no? De todas formas, se dirigieron hacia donde su superior descansaba.

Con el inesperado encuentro, sus expresiones se colmaron de racimos de rosas con la calidez de delfines brincando en la superficie marítima. Gritaron: «¡Oh, mi General! ¡Mi General!». Se acercaron corriendo y se tiraron al piso. Le abrazaron el torso, la cadera, los muslos, las rodillas y los pies.

HuāLíng HuāHuā colocó expresión de títere perplejo. Se cubrió la boca con una de sus manos y contempló la escena, impactada.

— Sucede a menudo. Te acostumbraras —le dijo LíngZé YúnChuān.

«¿Por qué lo dice cómo si no estuviera incluido? Claramente, él y Léi YǒngHuā me acaban de arrastrar hasta aquí. ¿Tanto lo quieren?»

— Yo también los estimo —articuló Piān NíHóng—, pero tengo cosas qué hacer.

Y empezó a caminar. Los soldados fueron arrastrados como algas envueltas en sus muslos. Su andar fue pesado como en un pantano.

— No trabaje, General Piān —suplicó Sī YùTán.

— Tengo qué. —Sī ZǐZhēn lo sujetó más fuerte—. Vamos, vamos, suéltenme —dijo, afectuoso—. Deben…

— Yòu Yì JiāngJūn[2], regrese a descansar —rogó Sī ZǐZhēn—. ¿Por qué tanta prisa? Yo me encargaré de sus labores.

— Tengo que ir a golpear a Zuǒ Yì JiāngJūn —declaró—. Disculpen.

Los soldados quedaron boquiabiertos como un castor indignado.

— Dijo que debíamos hacer el bien porque la vida recuerda —sostuvo Sī ZǐZhēn—. ¡Los problemas vienen y van!

— Exacto, por eso, golpearé a Zuǒ Yì JiāngJūn.

— No pelee con Canela Pasión —expresó Sī YùTán—. Usted vale más. Arriba usted y abajo el precio del pollo, harina, arroz y limón. —Despectivo y, con una actitud angustiada, esclareció—: ¡Ese es el Ala Izquierda, no tiene valorrrrrrrrrrrrrr! Nosotros amamos el suricatismo. ¡Viva el suricatismo!

— No tiene valor —confirmó otro—, pero es muy guapo.

Zuǒ Yì JiāngJūn era un mitad ciervo. Pecas blancas se esparcían por su rostro y espalda, como un río de diamantes descubiertos en una cueva. Sus ojos eran como cuchillas, de color beige con motas marrones; en puntos circulares, el blanco bordeaba las líneas de su mirada. En su frente, había pelaje naranja que desaparecía en la altura de las cejas, las cuales eran de un tono más oscuro. Los vellos se perdían creando una especie de blush. Y, como una corona natural, bajo su extensa melena, sus astas, ramas de vida, aparecían de su cráneo. Se veía como una roseta de sueño floral. A la altura de las clavículas, se le atisbaba una cicatriz. Nunca la ocultaba, parecía no importarle. Sobre su carácter, todos concebían una compleja opinión. Siempre avalaba: «Sigo órdenes», bajando sus tiernas orejas de animal y suavizando su rabo.

— Amigo, comportante —corrigió un soldado dos años mayor, lo golpeó con el hombro.

— Pero es la verdad. —Observó al General de Ala Derecha—. No pelee. Además, ¿qué podía hacer Zuǒ Yì JiāngJūn? Solo siguió las ordenes de…

— …de DǒuMàn MéiFēn, lo sé —anunció Piān NíHóng—. Pero ella nunca dijo explícitamente que la matara.

— ¿Tenía que hacerlo? —cuestionó Sī YùTán, payaso. Repuso, agitando la mano y metiendo sisaña—: ¡Traía una cara…!

— Zuǒ Yì JiāngJūn ha sido instruido. Sabe que tenemos que proteger a los ciudadanos y a la Familia Imperial. La mujer no representaba amenaza alguna. Asesinarla fue extremo. ¿Siquiera se preocuparon por atender el caso? —Nadie respondió—. Golpearé a Zuǒ Yì JiāngJūn. Eso ha de ser suficiente para que empiece a pensar con claridad.

— ¡Lo apoyo! —aclamó Sī YùTán—. Como dije, ¡arriba el suricatismo! ¡Dele sus buenas nalgadas para que no lo olvide! ¡Y regálele un ponchito de color!

— ¿Un ponchito de color? —cuestionó Sī ZǐZhēn.

— ¿Qué? ¿Ahora que dije? —Observó al General de Ala Derecha—. Mi Gloria del Paraíso lo entendió. Lalalalalala, lalalalalalala. Lalalalala, lala.

— ¿Otra vez se comió esos…?, ya sabes.

— Creo que sí —respondió Sī ZǐZhēn. Se puso de pie y jaloneó a su primo—. Hoy lo vi cazando Palomas Reales Púrpura.

LíngZé YúnChuān y Léi YǒngHuā levantaron a todos del suelo. Trataron de convencer a Piān NíHóng de discutir y no pelear, pero no lo lograron. El General de Ala Derecha estaba realmente enfadado. El público había tratado a la mujer como si no fuese un ser un humano. ¿Y qué si estaba loca o delirante? Se debió asistirla. Piān NíHóng se enteró de las declaraciones de la campesina. Supo de inmediato que todos estaban coludidos. A los del consejo, así como a los hijos del emperador y los líderes de clanes, no les convenía que la dama continuara hablando.

¡Eso era injusto! ¡Había mucho que analizar de la situación!

[1] Chóu Ròu (臭肉): "Carne maloliente".

[2] General de Ala Derecha