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Chapter 30 - Especial de Navidad: ¡No seas aburrido! (Situación Moderna)

Lysan se encontraba en la sala, sentado en su sillón, leyendo un libro mientras que afuera la nieve se deslizaba entre los sueños más tiernos y las emociones más sublimes de calidez empática. Al interior de su casa, de estilo minimalista, un árbol de navidad estaba decorado con tres esferas desparejadas. La pintura de la decoración estaba desgastada. Si el rojo se asomaba con destellos de luz por la belleza de los focos, entonces a sus laterales, con timidez, se dejaban ver rasgos oscuros que volvían penoso el decorado.

Lysan había disfrutado la primera etapa del día. Había invertido maravillosamente su tiempo. Tan extasiado se había sentido que no le importó pasar las últimas cuatro horas del día solo. Lo tenía planeado. Cuando llegara la media noche, iría a la azotea del edificio. Fumaría un cigarro y se iría a descansar. Por ahora, se enfocó en su libro. Siempre había experimentado una curiosidad estremecedora por el exterior, él mismo era ajeno en el país que resida. Leería lo que le tenía que decir Andrés Oppenheimer, y aprendería un poco del mundo por medio de su prosa.

En medio de su tranquilidad, escuchó de pronto cómo su puerta fue tumbada por una patada de Kitakyushu Ueda. Este Fenómeno del Niño invadió abruptamente su casa, vestido de elfo, con un suéter navideño glamuroso y espantoso, y una sonrisa inquietantemente feliz. Se acomodó rápido en el salón. Trajo muchas cosas consigo. Mientras Lysan lo observó espantado como si la pesadilla le jugara una mala pasada, luego de pellizcarse cinco veces y caer en cuenta de que todo lo que sucedía era real, Kitakyushu Ueda transformó la sequedad del ambiente en un río de belleza colorida.

A penas Ueda ingresó a la cocina, la casa se llenó de un dulzor abrazador de canela molida. El aroma se expandió como una caricia que baja del templo invernal. El pavo también penetró en la seriedad. Fue una punzada en el estupor, la cual se fundió en las esquinas de la vivienda. Los olores se abalanzaron sobre Lysan, quien fue incapaz de poner peros al paso de los segundos. Cerró su libro y se quedó sentado en el sofá, con los codos en sus rodillas. Sujetó su cabeza con estrés.

— ¡Oye, Grinch! ¿Por qué no vienes y me ayudas? —preguntó Kitakyushu Ueda—. Una vez Isolde dijo que tu especialidad es la repostería. ¡Pareciera que no fuera así! —se jactó. Analizó imprudentemente a Lysan—. ¡Pero ella aseguró que te encanta el dulce! Me gustan las galletas con forma de pino. —Sujetó una bolsa de tela y arrojó muchos objetos enfrascados sobre el repostero—. ¡Compré muchos ingredientes! ¡Prepáralos, por favor!

Lysan no elevó la mirada. Con los ojos cerrados, declaró:

— No celebro Navidad.

Kitakyushu Ueda acomodó los materiales. En la repisa, clasificó a detalle los elementos.

— ¿No lo haces? —preguntó, desinteresado, aunque su voz se escuchó entusiasta—. ¡Por eso estoy aquí! ¡Yo transformaré este agujero deprimente en un paraíso navideño!

— Un paraíso incluye silencio y soledad. Entonces, ¿puedes apagar la música de las luces que colocaste?

— ¡Para nada! ¡No lo haré! —Sacó otra enorme caja de luces, guirnaldas y un inflable gigante de Santa Claus—. ¡Aquí tengo más! ¡Mi misión personal es que sonrías!

Dos venas se dibujaron en la frente de Lysan. Comenzaron a palpitar.

— Si intentas hacerme sonreír, terminaras en el hospital —alertó, despreciativo. Lo ignoró. Se puso de pie. Su mano presionó con fuerza la cubierta del libro. Descartó a Kitakyushu con un chasquido—. Me iré a dormir.

— ¡Qué espíritu navideño enormemente cálido! —animó, cantando—. ¡No te preocupes, yo traigo el calor! ¡JAJAJAJA! —De pronto, se calló. Corrió hacia el pasillo. De regreso, arrastró una caja consigo. Lysan lo criticó con los ojos. Lo alteró que rayara su suelo. Kitakyushu fingía seguido ser débil. Y le encantaba agitarlo—. Lysan, ¿dónde está la escalera? Quiero colocar estas luces en la ventana.

— Si te caes, no llamaré a emergencias —declaró, frío. Se cruzó de brazos—. Para ser preciso, ni siquiera llamaré a la funeraria si te rompes el cuello.

— ¡Sé caer con estilo! Dime ¿por qué tienes un árbol de navidad que parece que lo sacaste de un basurero?

Los ojos de Lysan se colmaron de rencor. Se volvió, critico.

«¿Basura?»

Kitakyushu Ueda colocó cara de gato satisfecho luego de comer comida de calidad. Amasó el vientre de su madre como un cachorro a fin de estimular la producción de leche, en este caso, su propósito fue sobresaltar a Lysan.

No era el mejor árbol navideño, pero tampoco era digno de ser llamado basura.

Lysan no distinguía la vejez del artefacto. Para él, se veía igual a cuando lo compró para sus hijos. Nunca se deshizo del adorno por los recuerdos. Luego del divorcio, meses más tarde, Isolde lo llamó para botar cosas del garaje. Dijo que su nuevo esposo estaba remodelando la casa y que habían comprado nuevos muebles por ofertas de temporada. Necesitaba un lugar para guardarlos mientras se pintaban los dormitorios. Entre los nuevos artefactos, habían comprado un árbol electrónico ultimo modelo, cuyas ramas giraban suavemente si el artefacto se enchufaba.

Lysan se ofreció a deshacerse de las cosas que Isolde y sus hijos ya no querían. Salió de casa y se dirigió al basurero. Cuando llegó, permaneció sentado en el coche durante largo rato. Finalmente, bajó, sacó un cigarro y lo encendió. Habían pasado cinco años desde que había dejado de fumar, el mismo día en que sostuvo a su hijo por primera vez en brazos. Todavía podía recordar con claridad el aroma a desinfectante del hospital, el retumbar de los truenos afuera y esa presión en el pecho que casi lo asfixiaba. Había sido un embarazo de alto riesgo.

Ser padre era más agotador que haber sido asesino. ¿O quizá el momento más terrible había sido estar a punto de convertirse en padre? No, ambas cosas. Ser padre y estar a punto de serlo se sentía como caminar sobre una cuerda floja, donde el peligro estaba en todas partes y no había más opción que confiar en tus propias habilidades para no equivocarte y caer al vacío. Pero el problema era que, a veces, las cosas podían salirse de control, aunque no lo quisieras.

¿Por qué desechar los objetos era como abandonar las memorias, como negar el pasado? Lysan observó la basura mientras se apoyaba en la puerta derecha del coche. Sus recuerdos se desplomaron como una lluvia de meteoritos. La alegría colisionó contra su gélida estabilidad, mezclándose con el desconcierto de intentar abandonar un trance aferrado a los efectos nocivos de cinco botellas de tequila. El frío penetró las partes más sensibles de su cuerpo, obligándolo a abrazarse a sí mismo.

Una punzada lo llevó a apartar la mirada. Mientras deliberaba una decisión, un hálito escapó entre sus labios. Forzándose, volvió a contemplar el basurero una vez más. En medio de sus pensamientos, recordó su infancia. Examinó los artefactos y proyectó en ellos la idea de dinero reducido a nada. Finalmente, apagó el cigarro y regresó al coche. Había decidido atesorar lo que les perteneció a sus hijos durante los primeros años de sus vidas.

— ¿Qué te importa? —cuestionó Lysan, seco.

Kitakyushu Ueda le colocó un sombrero de Santa.

— ¡Estoy aquí para salvar tu alma navideña! —rugió, dando giros.

Lysan se quitó de inmediato el sombrero. Se estimó colérico.

— Primero salva tu dignidad —espetó—. ¡No vuelvas a tocarme el trasero! ¡Romperé tu mano!

— ¡Oh, mira! ¡Los colores son brillantes, justo como tu carácter! No… ¡Lo olvidé! ¡Tú eres como un muro de concreto! —Lo abrazó y se colgó del cuello de su amigo— ¡No tienes brillo! ¡Vamos! ¡Quiero que seas igual de dulce que un pastelito!

Lysan lo empujó y vociferó una fuerte reprimenda. Le lanzó un shuriken. Kitakyushu lo esquivó.

Kitakyushu Ueda empezó a desenredar el enjambre de luces como si no hubiera ocurrido nada. Aplicó más fuerza de la habitual. Los cables eran delgados, al igual que los focos, que se veían frágiles. Lysan se estresó; parecía que Kitakyushu destruiría el decorado en cualquier momento. Asqueado, se levantó y, coaccionándolo, tomó su lugar. El comportamiento de Kitakyushu lo desesperaba.

Había notado la marca de las luces. El adorno era caro, y si se había invertido una buena cantidad en eso, la sola idea de que Kitakyushu lo dañara le provocaba una migraña. Hoy en día todo estaba cada vez más caro, y Lysan no toleraba lo que se compraba y luego se dañaba, o lo que se compraba y simplemente se tiraba. Aunque su situación económica le permitía comprarse cinco casas en distintas partes del país, había crecido sin nada en su niñez. Por eso no le gustaba regalar su esfuerzo con facilidad ni desestimarlo.

— Tú tienes el intelecto de un calcetín usado más de un año —rebatió.

Kitakyushu se burló a carcajadas.

— ¡Eso estuvo bueno! Estoy logrando que saques tu sentido del humor. Es un milagro navideño.

Posteriormente, Kitakyushu bajó al primer piso y se volvió rápidamente amigo de la vendedora de departamentos. Con su astucia, la convenció de colocar, en el enrejado que daba a la calle, el inflable de Papa Noel con el trineo de renos que había comprado.

Al finalizar la decoración, Lysan y Kitakyushu se quedaron apreciando el resultado.

— Esto es peor que un especial de televisión cursi —rebajó Lysan.

Su casa era como el vomito de un enano mágico. No le gustó. Se puso su chaqueta para irse a caminar. Con suerte, cuando volviera, Kitakyushu ya no estaría en su casa.

— Oye —se quejó Kitakyushu. Lo detuvo. Enseñó algo que tenía oculto en su espalda. Gritó—: Llegamos al climax: ¡Los villancicos!

Lysan retrocedió. Su expresión acogió nervio y terror.

— No…

Kitakyushu había sacado un micrófono de juguete. El diseño era de princesa, de color rosa. Lo encendió.

— ¡Oh, sí! ¡Empiezo yo, empiezo yo! —gritó, alzando la mano—. "Noche de paz, noche de aaaaamor…"

— Juro que quemaré ese micrófono —gruñó.

Kitakyushu cantó más fuerte.

— Vamos, tú también canta.

— ¡Prefiero comer vidrio!

— Será menos dañino si cantas.

Lysan se dirigió a la entrada de su casa. Abrió la puerta.

— Si no sales de mi vivienda, voy a celebrar la Navidad enterrándote en la nieve.

Kitakyushu retrocedió. Se fue a la cocina dando brinquitos.

— ¡Cómo sabía que no hornearías galletas, compré una caja! ¡Saben horrible, pero mi esfuerzo por conseguirlo cuenta!, ¿no? ¡Me peleé con una señora por ellas! ¡Me agarró a bastonazos y, luego, la amenacé con mi arma!

Lysa cerró la puerta. Se encaminó hacia la cocina. Cogió la caja y la arrojó en la basura.

Kitakyushu fingió ofenderse.

— ¡Eso dolió!

— ¿No deberías estar cenando con el resto? ¿Qué haces en mi casa?

Kitakyushu vigiló el horno. Se apoyó en la mesa de la cocina.

— ¡El pavo lo sazoné ayer y lo guardé! ¡Seguí la receta de mi abuela! ¡Te encantará!

Lysan se sirvió un trago de lo que trajo Kitakyushu. Nunca había visto ese tipo de licor. Se preguntó si sus gustos eran extravagantes o si se trataba de una nueva compañía. Degustó el sabor. Se acercó al lavabo. Arrojó la bebida y lavó el vaso. Enjuagó su boca.

«¡Este tipo!», renegó.

— ¿Por qué no fuiste con el jefe a cenar? —le cuestionó, mirándolo con odio.

Kitakyushu sonrió.

— ¿Por qué no fuiste tú? —Se recostó en el borde de la mesa. Se inclinó demasiado—. Eres su mejor guardaespaldas. No le agradó que te ausentaras. Te dejó ir porque se supone que ibas a estar con tus hijos.

Lysan se preparó para salir de la cocina. Se encaminó de nuevo a la sala. Apagaría la música de las luces y se pondría a ver las noticias. No quería platicar con Kitakyushu.

— Estuve con mis hijos —aseveró, ajeno.

Kitakyushu lo persiguió.

— Pero ahora estás libre, ¿no? ¿Por qué no regresaste al trabajo?

— Pedí todo el día libre.

Lysan encendió la tele. Kitakyushu la apagó. Se arrodilló encima del sofá.

— Pero el jefe te dijo que fueras si tenías tiempo. —Lysan se estresó—. ¡Vamos, dime! ¡Cuéntame! ¡Cuéntame! ¡Cuéntame! ¡Cuéntame! ¡Cuéntame! ¡Cuéntame!

— ¡Este es mi tiempo, el tiempo de mis hijos! ¡De alguna forma, yo estoy allí, a su lado! ¡Con tu bulla, no puedo concentrarme y no puedo imaginar estar con ellos!

Lysan trató de controlarse. Se tragó la rabia. Se puso de pie y se adentró a la cocina.

Kitakyushu enmudeció por completo. Persiguió a su compañero un minuto después.

Lysan se había servido un poco de agua. Balanceó el liquido y, en una sola toma, se bebió el contenido.

Los ojos de Kitakyushu Ueda resultaban curiosos. Él poseía una variación en el color de sus iris. El lado derecho era verde y, el izquierdo, plomo. Con el suave color anaranjado del ambiente, sus pupilas simularon verse de color avellana. Su cabellera era oscura, tan negra como el carbón. Era años menor que Lysan. Kitakyushu tenía veinticinco años, pero parecía tener treinta. Y el señor pasaba los cuarenta.

La primera vez que Lysan vio los ojos de Kitakyushu Ueda supuso que el chico miraba de una forma distinta los colores de la vida. Lo relacionó directamente con el daltonismo. Un día casi le pregunta: «¿Sufres de dislexia de los colores? ¿Es contagioso? ¿Le sucede a cualquiera? ¿Se manifiesta en algún momento de la vida?», pero se tragó sus preguntas y se fue a una clínica. Sacó una cita y le preguntó todo a un médico. Se preocupó por sus hijos. Si era algún tipo de enfermedad, quería prevenir el progreso.

Lysan quiso morder el borde del vaso y mascar vidrio. Ahora que lo conocía mejor, muchas de sus facetas le daban asco.

— ¿Y tú no tienes familia? ¿Por qué mi casa?

«¿No tiene padres? ¿Él los mató?», se preguntó.

— Te dije que no tenía familia —respondió Kitakyushu Ueda. Lysan no le había creído la primera vez—. Un tiempo viví fuera del país, en un continente hispanohablante, por ello, mi habilidad en el idioma. Mis padres trabajaban para una empresa que fue construida sin mucha inversión. Ellos fallecieron por la culpa de un alcalde que malversó fondos. Mis tíos me buscaron y me trajeron de regreso. Me pasé años estudiando un idioma por las puras. —De pronto, se emocionó asombrosamente. Elevó sus dos cejas—. ¡Quizás no lo sepas! ¡La hija del señor Hiroshi cumple cinco años hoy! ¡Su padre la trajo a la cena y la dejó con las cocineras! ¡Como es una niña tierna, y sacó buenas notas en la escuela, muchos le dieron regalos! ¡Ella me regaló el micrófono!, ¿no es lindo? ¡Hasta Kenji estaba allí! ¡LALALALALA….! —Lysa le quitó el artefacto y lo aventó por la ventana—. Tienes mucha fuerza. ¡Es bueno que te sientas energético, pero ese era mi regalo!

Lysan se sorprendió: «¿Kenji despertó del coma?»

— ¿Kenji se ha recuperado de sus heridas? —consultó.

Kitakyushu Ueda negó. Gestualizó una mueca. Sus cejas se fruncieron y rodó los ojos. Se atisbó infantil. Se dibujaron dos hoyuelos en sus mejillas, pero de insatisfacción. Kitakyushu Ueda se sintió rezagado.

¿Acaso Lysan había olvidado que le habían disparado hace dos días? ¿Por qué no preguntó por su estado? ¿Por qué preguntaba por Kenji? ¡Ni siquiera eran amigos! ¿O… sí? ¿Eran cercanos?

— En proceso —contestó, desinteresado. Se colocó unos guantes de horno y analizó el pavo—. Lo sacaron del hospital y le hicieron un espacio en la organización.

Kitakyushu Ueda agujereó la carne.

«Estaremos así hasta más de la media noche».

Se volvió. Sonriente, anunció:

— Va a tomarse su tiempo. ¿Tienes algún juego de mesa? —Lysan negó—. No te creo. Tienes hijos. Es obvio que en esta casa hay juegos de mesa. ¿No quieres jugar conmigo? ¡Mi compañía no es aburrida! ¿Te crees el ultimo mango de Janap? ¡Juguemos algo! ¡Juega conmigo!

Lysan lo ignoró. Había sobrevivido a la guerra de berrinches de sus hijos. Saldría ileso de una batalla en la que un inepto se comportaba como un bebé.

— ¿Quién cazará a Álvarez y Barata? —preguntó Lysan.

— Se nos asignó el trabajo —manifestó, inmutable. Se le escuchó insensible. Una expresión estoica se coció en su cara—. Salimos temprano. —Le entregó un archivo—. Álvarez y Barata no solo declararon en contra de nuestro jefe, casi exponen su identidad. Son unas ratas. Lo vieron una vez e intentaron reconstruir su cara por medio de descripciones.

— Le advertí al jefe nunca exhibirse. No tuvo que dejarse ver por ellos.

Ni siquiera Lysan sabía cómo lucía el rostro de la persona que le pagaba.

— ¿Es eso? —cuestionó Kitakyushu Ueda, descompuesto—. El jefe no es estúpido. Yo imaginé que los eliminaría de todas formas, que les mostró su cara como un anuncio de muerte. Algo así como: "Esta es mi cara, la cara de Satanás. Y esta será la cara que vendrá a sus cabezas cuando mueran". —Empezó a reír tiernamente. Alzó la mano. Gritó, entusiasta—: Oye, oye, ¿no crees que es bueno que a nuestro jefe no le gusten mucho las injusticias? ¿Cuál será su tipo de moral? ¿No te da curiosidad? —Lysan lo ignoró. Encendió el televisor de nuevo, pero Kitakyushu lo apagó—. Como sea…, el estado los atrapó. Mañana los trasladan. —Golpeó el hombro de Lysan con la mano. Lo zarandeó un par de veces—. Cuida esos dedos, lindo franco tirador. ¡Oh, oh! ¡Dicho eso, no te golpearé más!

Kitakyushu Ueda lo abrazó y se restregó en su hombro.

«¿Sus tíos serán ricos? Siempre actúa como un niño mimado».

Lysan lo alejó.

Kitakyushu Ueda se aferró al suéter. Lo olfateó sin vergüenza.

— Oye, Lysan, hueles a cigarro —acusó, indignado. Realizó un par de pucheros—. ¿Me has estado engañando? ¿Esa vez que me dijiste que no fumabas fue para no estar a solas conmigo?

— No suelo fumar.

Lysan encendió la televisión. Kitakyushu la apagó.

— ¿Podemos dormir juntos? —preguntó sorpresivamente—. Me gusta acostarme con alguien en fechas importantes.

Lysan lo analizó con frialdad. Su gesto se volvió agrio y distante. Unas verdosas venas se alzaron en su cien.

«Siempre he imaginado que bromea, pero empiezo a pensar que lo dice en serio… No, debo estar confundiendo las cosas. Yo lo he escuchado con mujeres. Además, es solo un niño… Yo no discrimino… Aun así, tengo entendido que no se juega con estos temas. Él también debe saberlo. Claro, él creció con la generación Alfa, Alta o como se llame. Él lo sabe mejor que nadie. Solo está bromeando…. ¿O… acaso es de los que les gusta las dos cosas? ¿Cómo se llamaba… biparental?, ¿bisexuali?, ¿bisexul? No lo recuerdo. No, tampoco puede ser. Nunca lo he visto con algún hombre. No permite que cualquiera lo toque…»

— ¿Eres tan desagradable que no tienes novia? —se mofó Lysan, amargo. Encendió la televisión. Le incomodó tenerlo a su costado. Quiso callarlo con el sonido. Y se hizo el loco. Se puso de pie para dejar su libro en la mesa de centro; luego, se volvió a sentar, pero más lejos—. Sal de mi casa y llama a una mujer si quieres estar con alguien.

Kitakyushu silenció la pantalla.

— Si voy a mi casa, y te llamo a ti, ¿irás a atenderme?

— ¿Quieres que te mate?

— Sería lindo eliminar la "T" y ordenar las letras de esa palabra. No me iré. ¿Dónde puedo dormir?

«¿Sus tíos no lo invitaron a pasar la noche junto a ellos? No creo. Si lo buscaron en otro país para tenerlo de regreso, ¿cómo no lo invitarían a una cena? De seguro fallecieron…»

Lysan pensó en sus hijos. ¿Algún día ellos pasarían por eso? Egoístamente, solicitó y se negó a que eso sucediera. Dejó a un lado la amargura. Por ese día, decidió ver a Kitakyushu Ueda como Timón y Pumba vieron a Simba. Cerró los ojos y depuró todo lo malo que sabía sobre el joven.

— El sofá es cómodo, sobre todo, para los solteros —respondió, apático.

— ¡Pero me gustan las extranjeras! —Lysan lo desdeñó con los ojos—. No me mires con esa cara. Tú también eres un perro. ¡Eres hombre! Sé cómo piensas. —Se zarandeó de un lado a otro—. Oye, ¡ya, pues!, ¿no tendrás una hermana gemela? Prometo tratarla bien, lo juro. Sabes que soy buen amante. No me hace falta dinero. Y tengo buen humor. Seré buen esposo. Preséntame a alguien como t…

Lysan lo sujetó de sus solapas.

— Una palabra más y te largas de mi casa. Escúchame, miraremos la televisión en silencio. Hay una maratón de películas en este canal. A las doce, llamaré a mis hijos, los saludaré primero, así que más te vale no pronunciar alguna palabra o emitir algún ruido. Luego, comeremos, porque la comida no se bota, y nos vamos al aeropuerto. ¿Listo? ¡Qué lindo! ¡Y si intentas hacer algo, de las cosas que sueles intentar, te dispararé en tu herida y viajaré solo!

— ¿Qué película veremos? —preguntó Kitakyushu, alegre.

— Lo que salga —espetó.

Luego de los anuncios, la próxima película que se asomó fue: Feliz Novedad.

— Lysan —murmuró Ueda—, te recuerdo que botaste las galletas que compré.

 

 ***

[Nota del estimado autor Poy-Poy Chang]

[Mermeladas, este es un pequeño especial de Navidad. Espero que les haya gustado. No es mucho, pero me pareció un detalle agradable para con ustedes. Espero que hayan pasado días lindos y que hayan podido trazarse esas nuevas metas para el año que viene. Disfruten de la familia y que les vaya bien en todo.]

[Siempre feliz de que me lean.]

[Cuídense.]

[Poy-Poy Chang trabajará más.]