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Chapter 17 - Capítulo 15: Canto a la hoguera, parte 5

La montaña XinMei se alzaba con una presencia solemne, cargada de una especie de dureza impenetrable, proyectaba una presencia que se mecía en la condena de su misma altura, donde la helada vastedad era indiferente a los temores humanos, donde la tierra se rompía de caída a un abismo del que la mirada no podía descifrar lo que yacía abajo en lo profundo.

El viento azotó con furia.

— Ese maldito abismo —criticó Léi HuāLín.

Habían perdido al Hé escabulléndose entre los árboles, iban algo adelantados. Estaban confiados.

HuángFǔ JiānWú tenía varias flechas en su carcaj. Había disparado tres. Dos de ellas a los ojos del corcel, dejándolo ciego de un ojo, pues la segunda saeta fue interrumpida; la tercera, aterrizó a una herida generada por Léi XìnJiān, la flecha perforó su antebrazo.

— ¿Te trae recuerdos, Little Autumn Rose? —preguntó HuángFǔ JiānWú, mofándose.

— ¡Cállate! —rugió Léi HuāLín.

Correr dejó agotado a Shěn XuěPíng. Sus mejillas ardían. Su delgada contextura generó la errónea percepción de que sus rodillas se quebrarían al segundo. Tenía la palma de su mano enroscada en la parte baja de su extenso abrigo de telar celeste. El carmesí había teñido desaliñadamente esa zona.

En ese momento, en el que su vida corría peligro, ni siquiera sintió frio. El calor lo envolvía como un bollo recién horneado. Sus botas de cuero gastado producían un sonido sordo a cada paso. El borde de sus botines estaba cubierto de un halo de escarcha. Cada zancada era firme. Pero la nieve cubría quince centímetros de altura de la superficie, por lo que avanzaba con resistencia; sus pies se hundían y cedía a emerger con más fuerza.

Los jóvenes estaban próximos a los largos candados de acero, de aspecto oxidado gracias al temido tiempo. ¿Cómo se habrá visto pulido y reluciente, sin esa pátina marrón rojiza que agrietaba algunas partes, exhibiendo la corrosión? La brisa la mecía, sus rígidos mecanismos crujían como si se fuese a quebrar. Aunque la apariencia carecía de relevancia, no se destruiría. No era cualquier tipo de candado.

— Baja primero, Léi Píng —habló Shěn XuěPíng, inquieto. Quería asegurar la vida de Léi HuāLín—. Ten cuidado.

Léi HuāLín lo miró de soslayo. No recordaba las rutas del Antiguo Reino Léi, y quizás se frustraba y olvidaba rápidamente las rutas escondidas de Běifāng Zuànshí, pero había algo que su mente no olvidaba: La imagen de la cadena desgastada.

Una sensación le advertía, o le hacía creer, que justo cuando él colocase un pie, la cadena se fracturaría y caería al vacío, que sería arrastrado inexorablemente de sus crímenes. ¿Y quién lo culpaba de esas alucinaciones? Nadie. Las cadenas platicaban, y a cada chirrido decían "sí".

— ¿Por qué yo? —protestó el petulante— ¡Qué baje primero HuángFǔ JiānWú!

HuángFǔ JiānWú, el joven que adoraba escalar en su tiempo libre. No había montaña, risco, pico, que no hubiera trepado a su edad en todo su territorio; era el que más viajaba, el menos encontrado en Bīng Xīng y el más visto en cualquier parte de Heilongjiang.

¿Colgarse de una cuerda de acero?, ¿qué tan complicado era al lado de apoyarse en un pie en un fino risco del que tu única opción de estabilidad es la respiración precalculada para no caer doscientos metros?

HuángFǔ JiānWú infló el pecho, se dispuso a ser el primero. Su vida sería la primera en estar a salvo.

— Gracias —dijo, adelantándose.

— ¡Espérate! ¡Mejor bajo yo! —replicó Léi HuāLín, corriendo más rápido.

Ambos compitieron por quién llegaba primero.

Shěn XuěPíng no quería escucharlos discutir de nuevo. Cogió valor y repuso:

— Sé que están frustrados, pero no deberíamos discutir. Por favor, tómense un momento y cálmense. El entendimiento mutuo no hace daño. Cualquiera puede ser el primero. Yo seré el ulti…

En ese preciso instante, se escuchó una embestida, un golpe que apaciguó el discurso de Shěn XuěPíng.

HuángFǔ JiānWú y Léi HuāLín se detuvieron en seco. Sacudidos ante la tormenta inesperada, se congelaron. Quedaron patitiesos, similar a un retrato que encapsula el concepto de temor. Sus miradas se hundieron en pánico. Y la preocupación se extendió, así como una sombra que se alarga en la apuesta del sol.

Se escuchó un relinchido en su forma más perturbadora, de peso condenable, inescapable, desoladora y penetrante. Los halitos se hicieron uno. En la penumbra de la noche, el segundo relinchido, acompañado de galopes de fulgor, perforaron el lánguido, pero largo tembloroso, por no denominarlo súbito esperanzado, silencio. La fría vibración se clavó en el corazón, congeló la carne y el pensamiento. Si hubiese sido un frio lamente, el ser humano habría encontrado eco de esperanza, pero era clamor lo que se oía, excitación del Hé de haber arrojado el cuerpo de Shěn XuěPíng más de un metro.

Léi HuāLín. En su consciencia, resonaba su respiración. Se quedó atrapado en un abismo de incertidumbre y desolación. La cabeza de Shěn XuěPíng había aterrizado en una gran roca. Sangre había empapado su frente; era mucho líquido.

«Una tortura insondable —pensó sin meditarlo, en medio del desastre—. El relincho no es más que una tortura insondable», se acechó a sí mismo. «Tres gansos. No. Cinco gansos. No. Creo que cuatro, son cuatro», calculó, mirando la sangre. No sabía cuánta se había derramado.

No lo notó, porque su consciencia estaba fuera de sí, pero había gritado el nombre de Shěn XuěPíng. El centauro miraba en su dirección, pero Léi HuāLín estaba estático con los ojos fijos en un cuerpo que no se levantaba de la fría escarcha.

Cuando el sonido del entorno regresó a sus percepciones, y lo forzaron a contemplar lentamente al musculoso Hé que presumía su vigor, dominio y capacidad, no supo que hacer. No era de los que cargaban su espada a todos lados, así que no tenía la suya consigo. Aquella reliquia, herencia de su madre, se encontraba reservaba en su dormitorio.

El Hé malvado soltó otro relinchido. Restregó su mano pata en la nieve, la levantó, marcando paso por donde comenzaría a galopar.

HuángFǔ JiānWú caminó hacia la derecha, cauteloso.

— Léi HuāLín —murmuró—, quítate del precipicio, camina hacia el otro lado. A mi orden, lánzate al suelo. —El joven no respondió—. Léi HuāLín… —gruñó—. Léi Píng, eso te lanzará por el precipicio si no te mueves. Reacciona.

Para estar envuelto en una situación en la que sus capacidades quedaban cortas, y de la que tal vez sería perdedor, ganándose una muerte asegurada si era descuidado, HuángFǔ JiānWú se escuchó calmó, tensó, pero compasivo.

Léi HuāLín obedeció. Avanzó paulatinamente. Su mirada alternaba entre el Hé y Shěn XuěPíng.

Cuando estuvo lejos del despeñadero, HuángFǔ JiānWú acumuló energía en su mano y lanzó, no una, sino dos Cuchillas de Energía en un movimiento. Como Léi HuāLín se encontraba en la misma recta, pero en el otro lado, ubicándose el Hé en medio de ellos, fue al escuchar «¡Ahora!» que se tiró a la nieve, se abrazó a ella y gateó en dirección a Shěn XuěPíng.

— Animas, animas, animas, animas… —susurró, nervioso—. Shěn Jīn, despierta. —Palmeó su rostro—. ¿Shěn Jīn?

— Léi Huālín, un muerto no necesita tu ayuda —farfulló HuángFǔ JiānWú—. Si no peleamos, nos matará.

HuángFǔ JiānWú se movía como un águila en el vasto cielo, o como una serpiente escapando de un alcón en la oscura tierra. Había dos formas de verlo. Protegía su vida con todo, maniobrando y haciendo todo lo que se le ocurriese; pero escapaba, rodaba y esquivaba como un fino reptil.

En ese lugar, nadie más que HuángFǔ JiānWú podía ser el águila. Eso era lo correcto. Sin embargo, lo habían reducido a ser la presa. Era asombro observar cómo se afianzaba a la vida. Posiblemente, era la batalla entre un águila mayor y menor.

«Debí llevarle los dos conejos a mi madre», pensó, mientras disparaba otra flecha. «Y el otro que no se mueve», suspiró. «Si genero una distracción y huyo… Si le lanzo una flecha a Léi Píng, este gritará. El Hé irá tras él. Justo estoy en el camino de bajada, no vi piedras al subir. Puedo rodar por la nieve, llegaré rápido a…»

— ¡Léi Píng, ponte de pie! ¡Usa la espada de Shěn XuěPíng! ¡Léi Píng, si no te levantas, te juro que te arrepentirás! ¡Pelea de una vez!

HuángFǔ JiānWú estaba agotado. Sed. Vaya que quería beber agua.

— No se despierta… —susurró Léi HuāLín, tembloroso—. No se despierta…

— ¡Qué no se despierte es normal!, ¿cómo podría? Recibió ese golpe en la cabeza. Evalúa su respiración. Si respira, entonces está bien.

«Pero no por mucho tiempo», juzgó HuángFǔ JiānWú. Advertía bastante sangre.

El Hé intentó embestirlo. HuángFǔ JiānWú lo evadió una vez más, rodó por el suelo y disparó otra flecha. El Hé la eludió, guio su visión hacia donde el proyectil había sido expulsado. La punta golpeó una gran roca, el astil se rompió en dos.

Para su tentativa maleza natural, cerca se encontraba Léi HuāLín y, en el suelo, un apetitoso bocadillo inmóvil que esperaba ser devorado. La comida nunca sabe bien fría; es mejor cuando el vapor todavía está brotando en el aire, cuando la sangre aún es abrazadora y el cuerpo está aclimatado por las emociones.

— ¿Qué…? —susurró Léi HuāLín, observando la aproximación del Hé. Tragó en seco.

El joven tenía los brazos envueltos en el cuerpo de Shěn XuěPíng, lo había estado zarandeando para que despertara; probó de todo un poco, hasta pellizcarlo. Tanteó en sus prendas buscando su espada. La desenvainó al instante y se paró al frente del apellidado Shěn.

Léi HuāLín estaba seguro de que el Hé quería devorar el cuerpo de Shěn XuěPíng. Por inercia, se interpuso en su propósito.

— ¡Léi Píng, quítate de allí! ¡Muévete! —gritó HuángFǔ JiānWú. Intentó enviar Cuchillas de Energía, pero no lo logró, su vitalidad estaba en su punto máximo. Se preparó para lanzar más flechas. Cuando llevó su mano a su carcaj, no sintió ni una pluma—. Muévete…

«Yo voy a… —pensó Léi HuāLín—. Voy a…»

«Me van a colgar», imaginó HuángFǔ JiānWú. «Me van a matar».

Aquello no contenía nada de falsedad. ¿Léi HuāLín y Shěn XuěPíng muertos y un HuángFǔ con vida? Si antes de que se encontraran los cuerpos, él no se cortaba la cabeza, entonces un Léi vendría y se la arrancaría de su cuerpo con un desgastado puñal, para que sufriera lentamente. ¿En qué podía pensar si no era en huir?

Porque aceptémoslo, sí pensó en escapar varias veces. Llegar a Bīng Xīng, despedirse de su madre, coger algo de comida y huir a N.A.D.A. En ese lugar, nadie lo encontraría. Comenzaría una vida nueva. Con algo de suerte, luego abordaría un barco, uno de ruta ilegal, desembarcaría en Arnoldii y viviría en Snepden. Por fin conocería la tierra de los ancestros de su madre. No sería sencillo, pero su cabeza y cuello se mantendrían en donde debían estar.

Si se quedaba y luchaba, moría. Si huía y los otros eran asesinados, lo mataban. Sin un corcel…

No. Igual estaría perdido, ¡estaba perdido! No era lo único. Algo en lo más ignoto de su ser le impedía abandonar su espada y desaparecer. No era ese tipo de persona. Yǒng Gēn y su filosofía de la «nada» sí que lo tenían bien gobernado. No rehuiría de su camino por nada del mundo, porque esa era la ruta, ¡su bosque! Al llegar a casa, si es que volvía, se tiraría a los temblorosos pies de su maestro y le reprocharía, afianzado en berrinches, su correcta formación. Claro que solo lo realizaría al sentirse enfadado consigo mismo por lo justo que resultó ser, pero, muy en su interior, se hallaba sereno con su propia naturaleza, y su rabieta no sería más que una forma de gratitud.

Sujetó fuertemente su espada. No era tan rápido, no le ganaría al vuelo de una flecha o a la celeridad del trueno. Lo único que estaba en sus manos era atacar al Hé, aunque este agrediese antes a Léi HuāLín. El golpe del caótico centauro puede que lo hiciera reaccionar. De cualquier manera, corrió a toda prisa.

Los labios de Léi HuāLín temblaron. Sus dos manos empuñaban la espada, sus palmas la envolvían rabiosamente. De pronto, contrajo su ceño. Con rabia, gritó:

— ¡Maldito! —y dirigió un ataque directo a la cabeza.

Todo se desarrolló en una morosa respiración. El sonido se deslizó en la nevada, cuyos copos descendían en un paisaje vacío. El tiempo se prolongó como un siseo ahogado que se extravió en el pulso vehemente del cuerpo, donde "el instante" se desvaneció con la calma de un sueño cansino.

Con la ligereza de un parpadeo, un pestañeo tardío y enervado, cargado de angustia por una próxima muerte, la figura de Léi YǒngHuā se dibujó entre las corrientes del viento. En sus palmas, había acumulado dos esferas de energía, una de color celeste, pequeña, y la otra dorada; aquella poseía un radio de seis centímetros; a su lado, la pequeña se veía débil, como un botón en el aire; dirigió esta última al pecho de Léi HuāLín; su pequeño hermano salió disparado del lugar; la dorada la envió al cráneo del Hé.

Léi YǒngHuā se deshizo fácilmente de la bestia.

El centauro quedó con el cráneo y el pecho perforado. Se sostuvo, lánguido, en la nieve. Tambaleó antes de caer. Su tonificado cuerpo agitó el inmaculado manto natural. Su sangre se derramó como la cera roja de una paupérrima vela de un miserable burdel. No era un rojo vivido, sino uno oscuro, deteriorado y negruzco, con migajas de ceniza; a lo mejor por ser fabricadas en un lugar destartalado y de entorno ruinoso.

El perfil de Léi YǒngHuā era distante, una máscara de impasibilidad que no permitía entrever el menor rastro de emoción, ni de vida, salvo tal vez una sombra de cansancio arraigada en la hondura de sus deshabitadas pupilas. Sus cejas pitaban austeridad. Una melodía de suspenso, que arrastraba una asfixiada temeridad a cada pulsar del guqin, cautelaba una furia que podía encenderse como el fuego en Luòyáng a la mínima alteración.

La armadura dorada que lo cubría soltaba un brillo metálico que, lejos de irradiar gloria, ahogaba cualquier vestigio de humanidad en su interior. El dorado absorbía la luz con una frialdad implacable. Cada placa del blindaje era rígido y perfecto, carente de la más mínima imperfección, como si en su creación hubiera sido sacrificada cualquier señal de vida. Debajo, el lienzo que cubría su piel, un telar azul celeste, se mecía como un trozo de cielo ajeno a lo mundano, no tocaba el suelo y suavizaba su imponente figura; era una irónica contradicción de su ser impenetrable.

Hace rato que Léi YǒngHuā estaba en el bosque y era confidente de los inicios del Invierno Intenso, desde su discusión con Léi HuāLín que cabalgaba en busca de pistas para sustentar la inocencia de su hermano. Había seguido un rastro hasta más allá de los parámetros del Antiguo Reino Léi. Ingresó a Heilongjiang, pero algo lo hizo dar la vuelta y galopó a la montaña XinMei.

Cada uno de sus pasos resonó sobre la nieve, inspiraba más miedo que respeto. Se detuvo cerca del cuerpo de Shěn XuěPíng, revisó su estado. No lucía preocupado, pero su atención fue precisa y diligente. Las dos imperceptibles líneas de su frente desaparecieron.

«Está vivo», confirmó, aliviado. «Su pulso es débil». Rápidamente pensó en su hermano. Lo buscó con los ojos. Olvidó que lo había arrojado hacia un lado para protegerlo. No sabía qué tan fuerte era el Hé. Y vaya que lo que hizo fue lo más decente.

— Léi Píng, toma el caballo. —pronunció, mirando a HuángFǔ JiānWú— ayuda a cargar a Shěn Jīn. Vayan, rápido.

Léi HuāLín lo contempló con una tonta expresión. Tartamudeó:

— Léi YǒngHuā, ¿no vendrás?

«¿Ah?», denotó HuángFǔ JiānWú en su interior. «¿Léi YǒngHuā?»

HuángFǔ JiānWú se puso pálido, luego de un segundo de estupor, se movilizó mecánicamente a seguir órdenes. No sabía qué estaba haciendo. Lloró por dentro. «Me van a encarcelar», predijo, cargando el cuerpo de Shěn XuěPíng. «Tan liviano…», chilló. Si otro le hubiese dado instrucciones, se habría hecho respetar.

— No he terminado —respondió Léi YǒngHuā. A su tras, el Hé se puso en pie de nuevo. El hoyo de su cuerpo se regeneró, así como las laceraciones que lo adornaban—. No tardes. Shěn Jīn morirá. Entrégaselo a…

— ¡A Hú Róu! ¡Lo sé! —recalcó Léi HuāLín.

HuángFǔ JiānWú y Léi HuāLín cabalgaron hasta alejarse.

— Léi Píng —habló el de ojos celestes, mirando a Léi YǒngHuā pelear a distancia—, tu hermano es increíble. ¿Discutiste con él? ¿Por qué lo llamaste así? —El silencio y la espalda baja de Léi HuāLín lo delataron—. ¡Sí pelearon! Léi HuāLín, eres un infantil, haces drama por las puras. Tu hermano vuelve luego de varios años y tú discutes con él. Madura. ¿No lo extrañaste? ¡Ay, por favor, apuesto a que lo extrañaste! Sigue igual, bueno, su aspecto es más terrorífico que antes. Si vieras mi piel, todos mis vellos están erizados… Léi HuāLín, ¿por qué peleaste con Léi YǒngHuā? —Léi HuāLín lo ignoró—. ¿Léi Píng?, ¿no quieres hablar?, ¿y ese milagro? —Posó sus ojos en Shěn XuěPíng—. Este joven se morirá, su cuerpo está como un fideo. No seré malo —declaró, sonriente. Se sentía tranquilo de continuar con vida, no lo había disfrutado por qué en Běifāng Zuànshí lo condenarían, pero sentir la brisa en el rostro lo liberó de sus pesares—. Creo que el joven Shěn durará más que tu relación con tu…

— ¡Ya cállate! —gritó Léi HuāLín, irritado— ¡Metete en tus asuntos! ¿Quién eres para regañarme? ¡No me molestes y guarda silencio! ¡Quiero que te calles!

«Inmaduro», pensó HuángFǔ JiānWú. Extrañamente, sintió sus labios pegados. No logró abrir la boca para responderle. Se desesperó. No obstante, sus quejidos no se escucharon. El caballo golpeaba y agitaba el suelo. En medio de ambos, se interponía el cuerpo de Shěn XuěPíng. HuángFǔ JiānWú agitó su cuerpo en vez del de Léi HuāLín. Casi todo el recorrido estuvo así, hasta que se cansó, no poseía muchas energías.

Todo no fue más que un delirio. Peleas por aquí, peleas por allá. Léi XìnJiān era otro que había llegado a su límite. La dama Hú Róu podía ser algo perturbadora en ocasiones. Le gustaba experimentar, crear pociones y una que otra cosa. Como Léi XìnJiān la ayudaba de vez en cuando, se había vuelto su estudiante a tiempo libre. Transportaba siempre consigo algunos preparados. Uno de ellos, con exactitud, era Violet Fire. Léi XìnJiān se lo lanzó a Bái Dú. Este empezó arder. Soltó un rugido y unos lamentos que se escucharon hasta seis metros a la redonda. Era ahora o nunca. Léi XìnJiān debía aprovechar esta oportunidad. Se acercó al Hé, siempre siendo precavido, extendió su mano y detectó su Crystal Poy.

Ante su repentina fragilidad, el resto de los presentes abandonó la alucinación. Todos estaban a salvo. Léi XìnJiān hizo desaparecer a Bái Dú controlando su Crystal Poy. Estabilizó su botín, y la mediana esfera que consiguió se sentó en la palma de su mano, como una mandarina blanca transparente con una escencia escarchada contenida. En ese preciso instante, LǜJiàn ShūYǎn apareció en la zona. Aquel era un amigo de Léi YǒngHuā, un asistente en su batallón. Ayudó a Léi XìnJiān en lo que pudo. Pero no hubo mucho que hacer, Léi XìnJiān había ganado la contienda con algo de astucia. Se desmayó luego de mirar hacia los jóvenes, asegurándose de que estaban bien; el dolor en su abdomen hirvió su mente.

***

Běifāng Zuànshí, Salón de Audiencias, distinguido lugar de encuentro para el modesto club de "cómo meternos en problemas por deporte", donde Léi XuěWēi y los demás hacen su magnífica entrada. 

No sería sorpresa que un día se construyan asientos con sus nombres grabados. ¿Qué será la próxima vez, por no hablar de esta? ¿Intentarían cazar un faisán con una espada de madera o quizás desafiarían a un caracol y tortuga a una carrera? ¡En serio!, si meterse en líos fuera una habilidad, ya se estaría pidiendo hacerles una estatua de bronce.

En el tenue crepúsculo de aquella habitación, una luz artificialmente formada con las antorchas, las sombras se arremolinaban. El espacio reservaba individuos agrupados en distintos rincones. Aquellos susurraban con la precisión de un cirujano. Sus gestos eran imperceptibles; sus palabras, sutiles como el vuelo de las plumas. Sus impresiones faciales y sonrisas, aunque ligeras, poseían la seriedad de un calmo lago. El humor no era cruel; reflejaba una danza verbal orientada más al jubilo que al desdén; se percibía un deleite infantil. La risa que surgía era flor de un día como la chispa en la penumbra.

Un tercero podría haber afirmado «El que no la debe, no la teme». La perspicacia con la que armaban sus oraciones simulaba un patrón de bordado detallado. Como quienes tocan la campana sin golpearla, daban indicios sin desatar un barullo que pudiera alterar el orden. Los hechos eran el deleite de los presentes, adictos al humor ligero. El resto de los jóvenes, camaradas de cultivo, lanzaban miradas furtivas, y una que otra risa compartida, de esas que son un respiro del trabajo.

— Los Reyes del Desastre —murmuró un joven.

— Muy inesperado —agregó su amigo, tosiendo casi en silencio.

— ¿Qué fue esta vez? —preguntó otro, solo para mofarse— ¿Resbalaron con una cascara? ¿Quemaron el bosque?

— El centro de entretenimiento del reino —dijo el del costado—. Una obra de teatro de tragedias evitables.

— ¡Bravo, chicos, bravo! —expresó un joven, movió lentamente los labios—. ¡Otra ovación por sus admirables hazañas… o lamentables!

— Serán acusados como asesinos… de tiempo —aseveró uno—. Culpables.

— Justo los viajeros retornan al Sur.

— No lo dudes. Los chismes ya llegaron.

— Todo fuera de lugar. Mal.

Los presentes eran ingeniosos. Sus comentarios los soltaron lejos de los guardias, y a un volumen de voz mínimo. A sinceridad, la situación era risible; y el Norte, frío y distante; momentos humorísticos debían ser aprovechados.

Léi Dàrén intentó mantener la calma. Su ceño estaba fruncido. Se asentaron varias arrugas en medio de su frente. Estaba meditando.

Luego de todos los regaños que había dado, singularmente, se había quedado sin palabras ese día. Habría tocado la parte superior de su cara si hubiese podido, ignorado a la gente, y frotado esa zona hasta aliviar su estrés. En el menor tiempo posible, los que se arrodillaban a metros de sus pies, habían causado más problemas.

«¡Es porque los regaño! No debería gritar. Se volverán más rebeldes», evaluó el Señor de Xiena. Tosió para sí. Infló levemente sus mejillas y semi abrió sus labios. Dejó salir su enojo. La preocupación era la que no lo abandonaba. Su mirada se posaba cada quince segundos en las grandes puertas, con la mano cerca al pecho. Tenía un nudo allí, al lado izquierdo. Su cuero capilar estaba tenso. Sus hombros cargaban el peso de la tierra. La inquietud lo quería orillar a caminar de un punto a otro, mas no se le permitía revelar su inquietud. Permaneció sentado. Mantuvo su audición enfocada en el perímetro de la entrada. Su esperanza era Hú Róu, solo ella. Si se aparecía JìngGuāng-Jūn, significaría lo impensable, lo atroz, lo horripilante.

No tan lejos de Léi Dàrén estaba sentado el escriba. Este desgraciado escribía y escribía. No se había dicho nada en toda la sala. No obstante, el redactor garabateaba eficazmente en su papel. El sonido de la tinta y el pincel exasperó las emociones de Léi Dàrén. El señor golpeó la mesa con las yemas de sus dedos, lo hizo un par de veces; descargó su ansiedad cómo pudo.

Los presentes entendían su silencio; por ello, sus chistes finalizaron al tercer suspiro del dueño de Xiena. Las miradas ansiosas se movían con un frenesí; se interrogaban mutuamente el desenlace de la situación. Había algunos gorros ceremoniales que se inclinaron hacia el frente para ver a su compañero de tres filas más a la izquierda, y abanicos cubriendo labios, hasta la altura de los ojos, los gestos astutos de las mujeres.

Las mentes estaban inmersas en preguntas impulsadas por la curiosidad. Los más ancianos, los que sabían de qué iba la cosa, escépticos que creen en sus teorías, que poseen ojos vacíos y vidriosos, acusatorios, que bien en una tormentosa noche repleta de rayos y truenos, con una abrumadora ventisca de nieve, en completa soledad, te haría temer y correr lejos; ellos, los del cuerpo delgado, como si se restregaran en la necesidad a pesar de llevar una vida modesta, la exacta para sobrevivir sin infortunios y ahorrar sus ganancias, observaban directamente a los jóvenes como si hubiesen cometido un pecado; sus canas los sentenciaban a dirigirles comentarios severos.

Cuando por fin, al Salón de Audiencias, ingresó Hú Róu, una dama de ojos autoritarios y gestos faciales rígidos, pero hermosos, apareciendo sigilosamente y ocultándose entre el publico que cubría el costado del salón, Léi Dàrén no experimentó la tranquilidad, miró presionado hacia la mujer, y, en su pecho, sintió un agujero de peso vacío; se le cortó la respiración. Hú Róu fue amable, se esforzó por mostrar empatía. Colocó una mirada bondadosa y comprensiva, y asintió cálidamente.

Ese ademán encarnó la verdad: Shěn XuěPíng y Léi XìnJiān estaban bien.

Léi Dàrén soltó a su ritmo una buena cantidad de aire por la nariz. Su espalda se apoyó en el espaldar de la silla. Ser líder era cansado, claro que sí. Velar por todos, cuidar de todos; a sus ojos, su gente era como sus pequeños hijos, debía proteger y defender a cada uno de ellos.

Meditando en sus deberes, y gozando del sabor de la buena fortuna, la salud y la vida, escuchó dos estornudos en medio del cuarto. No quiso mirar, así que no lo hizo. Se resistió. Pero, seguido de esos estornudos, escuchó una queja:

— Tus mocos, Fú Nán. Mi ropa.

Léi HuāLín intentó mirar su espalda, dio un par de vueltas. Fú Nán bajó la cabeza. El sirviente estaba parado a su tras. Al sacudirse con el estornudo, se había inclinado hacia el frente, y expulsó sus gracias, de casualidad, en la espalda de su amo.

— Lo siento —respondió Sīkòu Fēng, limpiando a Léi XuěWēi. Él era el otro que había estornudado.

La manga de Léi XuěWēi quedó embarrada.

— Sīkòu Fēng, lavarás mi ropa —murmuró el joven. No molesto, pero tampoco alegre.

Léi XuěWēi se limitó a gestualizar desagrado, con carentes rasgos en sus tonos vocales. Se escuchó sereno.

Yán YǒngZhōng era el único que se veía nervioso por los acontecimientos del día.

Léi Dàrén se paró de su asiento. Se mostró paciente y resuelto. Antes de bajar por las gradas, inesperadamente, le arrancó el pincel de la mano al escriba y lo lanzó al otro lado del cuarto. Lo criticó con una tensa mirada: «Si te veo escribiendo, te arrancaré las manos». El escriba alejó su cuerpo de la mesa. Se inclinó tembloroso en su asiento y guardó silencio, sujetando sus manos, ansioso.

El señor caminó con tranquilidad hasta llegar a los muchachos. Próximo a ellos, su rostro acogió ira. Aquellos seguían discutiendo. Resondró:

— ¡Volteo y se meten en problemas! ¡Parpadeo y se meten en problemas! ¡Respiro y se meten en problemas! ¡Tomo un descanso y se meten en problemas! ¿Podré tomar el té sin que se metan en problemas? Casualmente, Shěn XuěPíng siempre termina lastimado en sus asuntos. ¿El muchacho es juguete de su diversión? —cuestionó, mirando a Sīkòu Fēng. Después, sus ojos cayeron en Léi XuěWēi—. Agradece que tu hermana te quiere, o te castigaría convirtiéndote en pescador. ¡Léi Yuán gobernaría por ti! Fú Nán, sé que eres un vago, pero nunca esperé otro tipo de decepción. Yán YǒngZhōng, ¿fue porque te dije que ya no fueras sirviente? ¿Vas a continuar empeñándote a esa vida?, ¿quieres que te castigue con eso? —Se dio media vuelta. Se tocó la frente. Luego de tres segundos, exclamó—: ¡Amarrarlos a un árbol!, ¡a un árbol! —Miró a Léi HuāLín— ¡Te regañaría, y quiero regañarte!, ¿qué puedo decirte si eres víctima y agresor en un día? ¿Cómo debería reprenderte, castigarte?, ¿hum? ¡¿Quieres que te envíe a cortar pescado?! ¡Haré que te vistas con sacos de arroz! ¡Así aprenderás! ¡Nada de lujos! ¡Tenerlo todo te ha vuelto engreído! ¿Qué habría sucedido si tu hermano perdía su brazo?, ¿o si le pasaba algo peor? ¿Ninguno de ustedes mide sus errores? ¿Pensaron siquiera en las consecuencias de sus actos? ¿Toman en cuenta siquiera a Léi XìnJiān? ¡No veo su agradecimiento! ¡Solo se quejan! —Sīkòu Fēng y Fú Nán volvieron a estornudar— ¡Alguien deles abrigos a estos dos! —Entre dientes, refunfuñó—: Animas… No pueden escapar luego de ser acusados de algo.

Los adolescentes se miraron con ojos inquietos, sus dilatadas pupilas reflejaron una mezcla de sorpresa y agitación. Hubo una tensión furtiva, cada uno esperó que el otro dijera algo. El aire parecía más denso y sus respiraciones, casi contenidas, traicionaron su creciente ansiedad. No sabía qué esperar, pero todos compartían incomodidad por no saber lo que venía.

El peso cayó en Léi HuāLín. Todos, a excepción de Yán YǒngZhōng, le dijeron con la mirada: «Dijiste que eras el mayor y que estabas a cargo, asume tus palabras».

Léi HuāLín los miró desdeñoso y decepcionado: «Son unas serpientes», juzgó, pero asumió su cargo. Estuvo punto de hablar cuando DǒuMàn WénRú ingresó de pronto al Salón de Audiencias junto a unos cuantos subalternos. El público miró hacia ellos. Se mostraron respetuosos con Léi Dàrén. Este les permitió hablar.

— Léi Dàrén, se confirmó la invasión de un forastero en el territorio —notificó DǒuMàn WénRú.

A su lado, se encontraba Sūn LiúXīng, un señor que había viajado con su sirviente desde el Sur; los soldados DǒuMàn lo habían conocido camino a Noddon. Sūn LiúXīng había salvado la vida de los soldados de Léi YǒngHuā luego de que se llenaran de urticaria y experimentaran dificultad para respirar al pasar cerca de funnathes, flores de pétalos moradas azulinas. Es más, había ayudado al mismo Léi YǒngHuā impidiendo que cayera de un barranco mientras recolectaba medicina. En agradecimiento, el noble lo invitó a Běifāng Zuànshí.

— Léi Gōng[1], usted conoce a mi Zhǐhuīshǐ [2], estaba preocupado por la integridad de Léi HuāLín y el resto de los muchachos, así que envió a un grupo a analizar el área —explicó LíngZé YúnChuān, solemne—. Nuestro acompañante, Sūn LiúXīng, a quién se lo presentamos con anterioridad, fue voluntario junto a Lán Mèng para examinar la zona. Lán Mèng posee un Hé de Oso Pardo, entonces usted entiende que su sentido del rastreo supera el de los canes. Seguimos el rastro, pero no se encontró nada, se llega hasta un grupo de árboles talados. LǜJiàn ShūYǎn examinó los cortes con los troncos de la escena del joven Chén BìHǎi, ha determinado que son las mismas…; es decir, alguien los quiso culpar del crimen… —concluyó, mirando a los involucrados.

— ¡Jiùjiu!, ve, se lo dije —repuso Léi HuāLín—. Yo no fui. Nosotros éramos inocentes…

Se calló. Su Jiùjiu lo miró enfadado.

— Sin embargo, Léi Gōng —continuó LíngZé YúnChuān—, nuestro equipo trajo consigo un Talismán de Búsqueda, un artefacto de última generación que recién se está fabricando. El modelo que teníamos nosotros era un último prototipo, el cual nos entregó Piān Níhóng, el General del Ala del Imperio DǒuMàn. Este talismán puede medir los niveles de la escencia de un Maestro Hé, así como rastrearlo. El artefacto calculó… —habló dudoso.

— Léi Dàrén, el artefacto calculó una escencia de rango diez antes de estallar —complementó DǒuMàn WénRú. Su rostro pronto acogió una expresión mucho más seria y tensa—. Además, Léi Dàrén, los hombres que envió a inspeccionar el sector fueron hallados muertos.

«Mierda», pensó Léi HuāLín. Sabía lo que se venía.

Todo el salón se llenó de cuchicheos. Las declaraciones eran inimaginables.

— Jiùjiu —murmuró Léi HuāLín—, si me permite, si es que usted quisiera, claro, podría otorgarme una audiencia… en privado. Es un… tema… ¿urgente?, …por favor —solicitó, conchudamente nervioso—. De verdad, es urgente.

[1] "公": Duque.

[2] "指挥使": Comandante de Batallón. Se refiere a Léi YǒngHuā.