Léi Huālín puso los ojos en blanco. Por unos segundos, dejó de moverse. HuángFǔ JiānWú estaba esbozando una débil sonrisa, una a medias; en otras condiciones, habría sido una en su totalidad. Mofarse de Léi HuāLín en su cara, ¿cuántas oportunidades tendría?
Sus surcos infrapalpebral se elevaron, entrecerró el lado derecho de su mirada y se dibujaron cuatro líneas al final de su ojo. El clan HuángFǔ vestía un listón rojo de un ancho de tres centímetros, el color realzó la alegría celeste de sus ojos. Sus cabellos se deslizaron por la cinta.
Léi HuāLín aseveró sin duda alguna:
— No has cambiado, HuángFǔ Mò. Sigues siendo el mismo cargoso de siempre.
— Digo lo mismo, Léi Píng. A excepción de que ya no acostumbras a perderte en la nieve. Aunque, pensándolo bien, creo que continuas con esas mañas.
— ¡Ja! —rio Léi HuāLín, falsamente. Gestualizó alegría, una mirada que pronto pasó a una fría—. Yo no me pierdo, doy paseos largos sin rutas. ¡Mocoso! —denotó, déspota.
— Tú también lo eres.
Léi Huālín se cansó. No estaba en buenas condiciones físicas y mentales, ni poseía ánimos para discutir con HuángFǔ JiānWú, odiar a Léi XuěWēi y sacudirse como paracito en la cuerda. Aparte, sospechó que, si continuaba agitando a Shěn XuěPíng, este vomitaría sin que hubiera un mañana; era el más enfermizo de todos.
Estudió las hebras de la soga con las yemas de sus dedos. Estas se entrelazaban inmoderadamente. Los hilos se enrollaban en un espiral inexorable. Su superficie era agreste y severa, exhibía una fortaleza que desafiaba el contacto, ceñía con firmeza sus extremidades. Por más que lo deseara, sería complicado romperla.
«Maldición… —gruñó en su interior—. Ese desgraciado de Léi XuěWēi, ¿de dónde…? ¡Espera! ¿Y si lo hechizo?», se preguntó. Observó a HuángFǔ JiānWú como si se tratase de un ave que solo se ve una vez en la vida. «Es una nueva forma... —concluyó, inspirado, pero sintiéndose limitado—. ¡¿Por qué dudo?! No es como si cometiese un delito. Es la ley de la vida. ¡Quién puede, puede! ¡Vamos, no tuve problemas con manipular a mi shifu!»
Al instante, Léi HuāLín se aprovechó de la guardia baja de HuángFǔ JiānWú, le aplicó su hechizo de control mental y le demandó utilizar su espada y bajarlos de allí. Shěn XuěPíng y Léi HuāLín aterrizaron dolorosamente sobre la nieve. El enjambre, en el que estaban envueltos, rodó, dio unas tres vuelvas antes de detenerse en la base de un árbol cercano. HuángFǔ JiānWú se acercó a ellos y terminó de liberarlos.
— ¡Por fin, por fin! ¡Libres, Shěn Jīn! ¡Libres! —festejó Léi HuāLín, agitándolo.
Shěn XuěPíng se sentía mareado al extremo de vomitar. Se puso de pie rápidamente y se dirigió detrás de un árbol, donde liberó la molestia que inundaba su boca.
— ¡Ah! ¡Qué! ¡Cómo! —farfulló Huángfǔ Jiānwú. Soltó espantado su espada—. ¿En qué momento yo…? —El joven había regresado en sí, pero no recordaba nada— ¿Léi Píng?
— ¿Qué sucede? —preguntó, haciéndose el desentendido— ¿Ya olvidaste que te rogamos hasta tocar tu corazón? Gracias, gracias, eres buena persona —habló, en tono superficial. Shěn XuěPíng estaba recuperándose, pero aún oía todo, las declaraciones de Léi HuāLín lo dejaron confundido. No tenía pañuelos, así que se limpió con la escarcha blanca, y cubrió su suciedad con la misma. Iba a decir algo, pero lo distrajo el corte en la palama de su mano. El ardor se había hecho intensó—. Bueno… —murmuró Léi HuāLín. No sabía qué hacer—. Ah. ¡¿Ahora a dónde vamos?! —preguntó, nervioso. Sujetando las mangas de su vestimenta.
— ¡Por eso dije que el árbol era la mejor opción! —regañó HuángFǔ JiānWú—. ¡Ese Hé vendrá y nos matará!
— ¡Entonces regresa al árbol! —repuso Léi HuāLín, palmeando el tronco.
Sin siquiera prevenirlo, las dos ramas, en las que estuvieron antes, se rompieron y cayeron. Una de ellas estaba a punto de aterrizar sobre HuángFǔ JiānWú.
Léi HuāLín lo empujó rápidamente, el otro se había quedado estático.
La arremetida fue tan fuerte que los dos aterrizaron al suelo. La nieve se escabulló por sus pendras. Se miraron estupefactos. ¿Era el día de mala suerte o qué? ¡Ni los árboles estaban a su favor!
— Siéntete feliz, este señorito te ayudó —suspiró Léi HuāLín. Tanteó nervioso su pecho, midió sus pálpitos. HuángFǔ JiānWú no supo qué responder, así que lo dejó pasar. Léi HuāLín se puso de pie—. Ya no estoy para ensuciarme —habló, monótono—, no debería estar jugando en la nieve. No se puede vivir sin tener estilo.
— Léi HuāLín —habló HuángFǔ JiānWú, frio—, no siempre eres el centro de atención.
— Adorable —juzgó—. Te equivocas. Siempre lo soy. No puede evitarse, es algo que sucede. —Alzó una ceja, abrió su abanico y, altivo, interrogó—: ¿Qué pasó? ¿Te sientes inferior a mi lado?
— Nunca.
— ¿Seguro?
HuángFǔ JiānWú fijó sus cejas, sus ojos se volvieron severos. Frunció un poco el entrecejo.
El clima estuvo a su favor. El sonido del aire acompañó su declaración agregándole un toque maduro:
— Escucha. No necesito compararme con otros para saber lo que valgo. Lo mío es lo mío. Las rocas en mi camino solo serán rocas si yo las veo como tal; te aseguro que no hay nadie apellidado Léi en mi sendero. Una adversidad es solo una adversidad si es importante, y nada realmente lo es; mi prado está limpio de malezas.
El maestro de HuángFǔ JiānWú era un anciano cuyos años de vida ya no se contaban, un hombre proveniente de Lircay. Su forma de ver la vida era singular. Educó a su estudiante bajo su propia rama filosófica. A su petición se hacía llamar Yǒng Gēn, un pacifista que vivía sin complicaciones, de largos bigotes y cabellos blancos, de cuerpo tembloroso y condicionado a un bastón. Utilizaba mucho la palabra "nada"; entre alumno y maestro, era un término que podía ser una frase, un estilo de vida y un mensaje.
— Tu cara no se salva de eso —determinó Léi HuāLín. Se refería a las pecas de HuángFǔ JiānWú. Arrugó la nariz—. Las ancianas no han narrado nada de ti. ¿No te molesta? Somos vecinos, y de la misma edad; han hablado más de mí que de ti, más de Léi XìnJiān que del heredero de Bīng Xīng.
— Ya lo dije, yo sigo en lo mío —precisó, desinteresado.
A diferencia de Léi HuāLín, HuángFǔ JiānWú había crecido solo; no tenía primos, hermanos o amigos de su edad en Bīng Xīng; era el único adolescente en Heilongjiang; no vivía sometido a demostrar que era el mejor entre otros, como sí lo hacían los Léi.
HuángFǔ JiānWú deslizó los dedos por la empuñadura de su espada, no hostil, sino inerte a sus ademanes y sumido en sus pensamientos.
— Oh, ya veo —exclamó, fingiendo sorpresa—, ¿no será que te molesta que ni siquiera te vea como competencia? ¿Quieres algo estimable como eso?, ¿un compañero, y no un familiar, para competir?
— No, para nada; sería raro —repuso Léi HuāLín, calmo—. Un lince y un águila. Imaginarlo es un insulto.
Las pupilas de Léi HuāLín eran incapaces de reflejar otra cosa que no fuera su imagen. Golpeó a HuángFǔ JiānWú con su despreció.
Shěn XuěPíng se precipitó hacia ellos, los detuvo antes de que la discusión subiera a mayores. Cada que un Léi y un HuángFǔ sacaba a flote el tema de los emblemas de sus casas, las cosas podían ponerse peor, no era exageración. Y no era momento para discutir, un Hé malvado estaba al asecho.
— Vendrá si seguimos haciendo bulla —afirmó Shěn XuěPíng—. Hay que escabullirnos discretamente y…
— ¿Y? —preguntó Léi Huālín. Quería que terminara de hablar. Shěn Xuěpíng casi nunca terminaba sus oraciones por vergüenza—. ¿Qué ibas a decir? ¡Habla con confianza!
— El… el… ¡el Hé malvado! —tartamudeó Shěn XuěPíng, ansioso.
Solo con escucharlo, todos echaron a correr a la dirección contraria.
— ¿Adónde vamos? —cuestionó HuángFǔ JiānWú—. El Mausoleo Léi está al otro lado.
— ¡No lo sé! —repuso Léi Huālín, mirando hacia atrás.
«El Antiguo Panteón de los Dioses está mucho más allá», gritó en su cabeza. Tendrían que rodear al Hé para llegar, y aquello era imposible, el centauro los cogería a penas reorientaran.
Su ansiedad no le permitió pensar.
Sí recordaba las rutas fijas y las que utilizaba para entrenar, solo que no había un «dónde» para estar a salvo. No se le ocurría algo.
— ¡Este es tu territorio! —recalcó HuángFǔ JiānWú.
— ¿Ya olvidaste que me perdía en mi propio territorio? —atacó Léi Huālín. Su voz se escuchó seria, ausente de su acento altanero y engreído—. Tengo tantas tierras que no sé cuáles me pertenecen ni hasta dónde llegan. ¡Además, adonde sea que vayamos, eso nos seguirá!
— Si corremos directo por este camino, llegaremos al abismo de la montaña XinMei. —Léi Huālín se quejó. No entendía qué tenía que ver—. ¡Recuerda! En el filo del acantilado, hay una gran cadena que cuelga al vacío. ¡Es fácil escalarlo! —afirmó Shěn XuěPíng. Léi Huālín lo miró pálido—. Uno se puede sostener largo rato sin dificultades. Yán Míng y yo jugábamos allí de niños. Hay suficiente espacio en los eslabones como para que ingrese un pie entero y te posiciones con firmeza.
— ¡¿Se colgaban de esa cosa?! ¡Están locos! ¡¿Cómo Yán Yǒngzhōng te permitió eso?!
— Como está detrás de XinMei, si todavía hay gente al pie de la montaña, nadie resultará lastimado —continuó Shěn XuěPíng.
— Si él no quiere la cadena, entonces yo sí —repuso HuángFǔ JiānWú—. No quiero que esa cosa me destripe. Prefiero colgar en el aire que estar en tierra. En todo caso, la altura me mataría, no esa bestia. ¿Por dónde queda esa parte del abismo?
Shěn XuěPíng señaló la dirección. Todos corrieron al abismo de la montaña XinMei.
La nieve se extendía como un tapiz de alabastro, embellecía el mundo con su cobertura diáfana y centelleante. Los nobles pinos se alzaban como torres ancestrales. Sus ramas estaban enrolladas al cristal del invierno, formando un celaje de arcos de plata que brillaban bajo el lúgubre esplendor del anochecer estacional.
Léi XuěWēi y el resto corrían cuidosamente hacia Běifāng Zuànshí. El ambiente estaba sumido en la calma, no se escuchaba más que las pisadas en la nieve, su sumergir y su arrastrar entre la escarcha. A lo lejos, se percibía la aproximación de un viento indomable y portentoso, parecía un espíritu caprichoso. Se mecía arremetiendo contra los troncos, con una sutil violencia, arrastrando nieve en un torbellino de transitorias partículas blancas, las cuales giraban en espirales tumultuosas y desordenadas.
El viento era una entonación aguda y persistente, un sonido que se entrelaza con el crujido de las ramas y la nieve. Esta tensa serenidad, que emitía una especie de encantamiento, con las acículas rojas balanceándose, originaba una sensación estremecedora. El tiempo se sentía dilatado. Algunos de los presentes se sintieron en un sueño lúgubre.
Léi XuěWēi se detuvo de golpe.
— ¿Por dónde era? —preguntó, perturbado—. ¿Y los árboles?
Léi Xìnjiān lo miró extraño. Claramente, los pinos estaban al frente de ellos. ¿Qué clase de pregunta era esa?
— ¡No hay nada! ¡Solo nieve! —clamó Fú Nán, espantado. Se volvió por todos lados—. ¿Qué es esto, Yán-gē?
Al segundo parpadeo de Léi XìnJiān, todo desapareció de la zona. Solo atisbó la nieve y a los muchachos.
SīKòu Fēng respiró con dificultad, espasmos recorrieron su cuerpo. Sus ojos apuntaron a varias direcciones, intentó captar a precisión los detalles. Pensó que los atacarían en cualquier momento si bajaba la guardia. Rápidamente, se pegó a la espalda de Léi XuěWēi, quien tenía la respiración entrecortada, casi jadeante. Todos sostuvieron sus espadas, sus manos temblaban. Fú Nán se aferró a las prendas de Yán YǒngZhōng.
El único en mantener la calma era Léi Xìnjiān, lo hacía por los muchachos.
— ¿Es… es… una alucinación?, ¿un… un hechizo? —tartamudeó SīKòu Fēng— ¿Qué es?
— No…, es… imposible —habló Yán YǒngZhōng.
¿Tácticas de alucinación? Los únicos con el don eran los de descendencia demoniaca, seres extintos.
— ¿Se tratará de un Hé? —cuestionó Sīkòu Fēng.
— Si es un Hé, no creo que sea uno benévolo, ¡menos neutral! —gimió Fú Nán—. ¡Hasta yo puedo sentir algo oscuro!
Léi XuěWēi tragó en seco. Inspeccionó el lugar mucho más de lo que le permitía la lógica. Preguntó:
— ¿Será un Hé? Hace un rato hablábamos de un posible Maestro Hé de rango diez. Un rango diez puede generar ilusiones además de una bestia.
Léi XìnJiān asintió.
— Posiblemente se trate del leñador que mencionó Huángfǔ Jiānwú.
— No escucho nada —dijo SīKòu Fēng—. Aunque estemos en una alucinación, ¿no deberíamos siquiera percibir los sonidos de nuestro alrededor? —Nadie lo sabía. Habían pasado siglos desde el ultimo registro. Y los datos sobre ello, habían desaparecido—. Los guardias que nos siguieron, Léi HuāLín gritando, galopes del Hé, algo, deberíamos oír algo, ¿no?
De pronto, Fú Nán lo recordó, todo gracias a los dados de cristal que se mencionaron.
Fue una mañana cuando desaparecieron los preciados cristales, los cuales reaparecieron una hora antes del almuerzo. Como Léi HuāLín acostumbraba a dirigir su atención a todo lo novedoso y abandonada rápido lo que ya había obtenido, Léi YǒngHuā se enfadó con él por perder un regalo de Bǎo Zhī.
Pero a esa edad, Léi YǒngHuā no solía reprender a Léi HuāLín cuando cometía una fechoría. Se limitaba a ignorarlo. Y realmente lo ignoraba. Ya sea que se encontraran en el pasillo, comedor, la sala de estudio o el baño, Léi YǒngHuā no le dirigía la mirada o le decía algo. Nada, absolutamente nada.
En aquel tiempo, la discusión por los dados se había originado a inicios de Invierno Intenso. Como el clima era espantoso, los hermanos vivieron lejos de sus familiares en Casa de Rosas Otoñales. La compañía era escasa. Léi Huālín había gastado días enteros con Fú Nán, y se había distraído persiguiendo a Bǎo Zhī, pero su pequeño corazón no lo resistió.
Contemplando la nieve por la ventana, escuchando las conversaciones blancas que solo pasaban por sus oídos y lo abandonaban al segundo, sintiendo el frío por las noches, observando la flama distante de su chimenea, que no lo calentaba, sino lo hacía sentir más abandonado que nunca, lloraba con rabia por las noches por los esquivos de su hermano. Era la segunda semana del siguiente mes cuando no pudo tolerarlo más. Esa tarde, Léi YǒngHuā se fue a cazar en una fuerte tormenta, fue a reflexionar, la residencia lo estaba agobiando. Cuando la oscuridad cubrió Casa de Rosas Otoñales, aún no había llegado. Bǎo Zhī pasó la tarde con Léi HuāLín y Fú Nán, les enseñó lo básico. Como ambos parecieron dominar aquel tema rápidamente, los dejó irse temprano a dormir. Arropó a Léi HuāLín y se dirigió a su dormitorio, que se ubicaba al otro extremo del domicilio, a meditar bajo el incienso de gardenias. No se preocupó por Léi YǒngHuā, lo había entrado bien. Estaba seguro de sus capacidades y sabía que regresaría antes de la media noche a no más tartar.
Sin embargo, Léi HuāLín siempre había sido intranquilo. Calculó los minutos. Cuando supo que su Shifu no volvería a recorrer el pasillo, se sacó todas sus prendas y dejó en su cuerpo una delgada tela blanca. Se aproximó a la entrada de la casa y se bañó en la nieve. Para esto, primero construyó una montaña de escarcha en la que enterró su cuerpo, hasta la altura de sus hombros. Ignoró todo dolor y ardor que empezó a sentir. Su piel se tornó rosada, como si hubiese sufrido quemaduras.
¡Estaba dispuesto! ¡Esperaría el regreso de Léi YǒngHuā hasta que la piel dejara su carne! ¡No importaba! ¡Si con eso lo perdonaba, entonces el dolor valdría la pena!
El pequeño no soltó ni una lagrima o gemido.
Casi media hora después, se escucharon los cascos de un caballo que galopaba en la lejanía. Solo cuando Léi HuāLín atisbó a su hermano, ya sintiéndose mareado y casi inconsciente, comenzó a llorar al igual que una catarata. «Xiǎo Gē», gritó Léi HuāLín, vagamente entendible. Toda su boca temblaba. Sus dientes castañeteaban como dos piedras chocando entre ellas, se escuchó como martillos diminutos tocando una campana.
Léi YǒngHuā se desesperó. Cuando estuvo lo suficientemente cerca se lanzó del caballo. Se golpeó las rodillas en el suelo y, prestamente, le colocó su capa a su hermano. Lo cargó y se lo llevó a su habitación. Léi HuāLín no podía mover sus extremidades, estaba entumecido y azul. Tenía irritaciones en los brazos, piernas, pecho, espalda, ¡dónde no las tenía era la pregunta!
Léi YǒngHuā mandó a llamar a Hú Róu. La bella mujer lo atendió.
— Se recuperará en una semana con la medicina —declaró Hú Róu. Léi YǒngHuā estaba de espaldas, con la mirada fija en las llamas de la chimenea, consumido por el remordimiento. Estaba sudoroso. Sus hombros cargaban el peso de una vertiente—. Me hospedaré en tu casa hasta que Léi Píng se recupere. —Hú Róu observó de soslayo la puerta que daba al pasillo. Estaba sentada al borde de la cama, al lado de Léi HuāLín, le dio una última limpieza en la frente antes de ponerse en pie—. Te recomiendo, Léi YǒngHuā, por la seguridad de tu hermano, que permitas que Léi Dàrén se haga cargo permanente de él una vez se recupere. —No hubo respuesta alguna. La leña chispeó dentro de los ladrillos—. No se te culpa por esto, así que no te sientas responsable. Eres muy joven para ser padre y madre. No estás solo. Tu hermano no es una responsabilidad o un deber, es tu hermano. Si lo ves como un cargo, que no quieres tener o que sientes que te come tiempo o te quita espacio, o como algo que se sobrepone a tus planes, lo criaras con resentimiento. En el futuro, le sacarás en cara constantemente su formación y lo agradecido que debería estar contigo. Tus preocupaciones deberían ser cómo cultivar, no…
Léi YǒngHuā la interrumpió. Sus palabras se escucharon forzadas, temblaron al borde de la quebrades. Su garganta estaba oprimida. Se esforzó por mantener la compostura dentro de su tormenta.
— Su piel... ¿Cómo está… su piel?
— No presenta daños en tejidos profundos —anunció Hú Róu. Sumergió sus manos en una cuenca para lavarse—. Experimentó hipotermia, ya la controlé. Está descansando sin molestias. Su piel está reseca. No controlaste tu fuerza al cargarlo. Algunas zonas de su cuerpo se han agrietado. Unos minutos más expuesto y habría obtenido ampollas. Llegaste a tiempo.
Léi YǒngHuā cayó al suelo, escapándosele un suspiro. Se apoyó al lado izquierdo del armario de su hermano. La sombra del dormitorio lo cubría, no permitiendo leer su expresión facial, pero la escena misma era lúgubre. Hú Róu no quiso importunarlo.
— Búscame si necesitas algo —notificó antes de abandonar el dormitorio.
Se deslizaron las primeras lagrimas por las mejillas de Léi YǒngHuā. Se golpeó la cabeza contra el armario un par de veces. Se sentía aliviado y culpable, rabioso consigo mismo. Se miró con asco las manos; empezó a arañarlas hasta el punto de hacerlas sangrar. En pocos segundos se había llenado de estrés. Sus cabellos estaban erizados, como si un campo magnético las hubiera elevado.
Se restregó las manos por el rostro con locura. Solo se detuvo cuando Léi HuāLín murmuró «Xiǎo Gē», lo repitió varias veces.
Léi HuāLín era incapaz de acercársele. Unos nervios espantosos lo obligaban a repudiarse y temer contaminar a su hermano con su aproximación.
Los segundos pasaron; sin advertirlo, estaba de pie al frente de la cama.
Sus ojos recorrían perturbados las vendas en los pies y brazos de Léi HuāLín, quien se había revuelto por el gran colchón con dolor.
— Perdóname, por favor, perdóname —suplicó Léi HuāLín, aún dormido. Estaba sumido en una pesadilla. Lagrimas llenaron sus mejillas—. Xiǎo Gē, no volveré a perder nada, lo prometo. No me odies, no me apartes. No me gusta que me ignores. No vuelvas a ignorarme, Xiǎo Gē. Ya no lo hagas, por favor.
Léi YǒngHuā tomó valentía. Cubrió los pies de Léi HuāLín con la brazada. Encendió braceros de cobre para calentar el dormitorio, más de lo que ya estaba. Se quitó su ropa de caza y cubrió a Léi HuāLín con otra frazada. Se recostó a su costado y le acarició el semblante.
— No te odio. No estaba molesto contigo. Discúlpame. No volveré a ignorarte.
— Xiǎo Gē… —sollozó Léi HuāLín—. Juro que yo no destrocé los dados. Tal vez los perdí, pero jamás rompería cruelmente un regalo de Shifu.
— No pasó. Olvidemos los dados, no los vuelvas a mencionar. Duerme, solo duerme —murmuró Léi YǒngHuā, besando la frente de su hermano y abrazándolo—. No vuelvas a jugar en la nieve —susurró sin querer. Estaba pensado en voz alta—. No vuelvas a dañar tu cuerpo. Los eventos de la vida ya nos lastimaron lo suficiente, no deberíamos herirnos entre nosotros.
— Xiǎo Gē, nunca me dejes. Aunque sea un anciano, cuídame. Solo quiero que me cuides. No tienes que jugar conmigo. Es suficiente con que me mires y estés allí.
Sus palabras mutilaron a Léi YǒngHuā. No digirió las peticiones de su hermano. ¿Tan frío se había portado con él?, ¿tan lejano había sido, como para que su hermano pensara que no quería estar a su lado?, ¿para que se sintiera como algo que debía de aguantar? ¿Esa es la imagen que había proyectado? ¿Eso era lo que transmitía? ¿Hú Róu lo había notado? Entonces, ¿sus problemas eran eso? ¿Eso era lo que de verdad sentía? ¿No se debía a otra cosa?
— Te quiero —murmuró Léi HuāLín.
Léi Yǒnghuā soltó un par de lágrimas. Su brazo estaba alrededor de la cabeza de su hermano. Lo acarició, limpió el rastro de lágrimas secas. Acercó su cabeza hasta su pecho.
— Yo también.
Luego de eso, Léi HuāLín recobró algo de sentido y rogó por oír un cuento. Léi YǒngHuā no supo qué contarle así que le habló de Bái Dú. Esa noche, Fú Nán estaba escondido debajo de la cama, al borde de un golpe de calor. Por ello y la edad, que su mente había ocultado ese recuerdo en lo profundo de su consciencia.
Regresando al presente, Fú Nán tembló, sosteniéndose del brazo de Yán YǒngZhōng. Repuso ansioso:
— ¡Bái Dú! ¡Bái Dú! ¡Es Bái Dú! ¡También crea ilusiones!
— ¿Bái Dú? —consultó Léi Xìnjiān, extrañado.
— ¡Qué Bái Dú no existe! —contradijo Yán YǒngZhōng—. ¡Deja ese tema!
— ¡Qué sí existe! ¡El mismo Léi YǒngHuā lo dijo! —aseveró. Agitó a Yán Yǒngzhōng.
— ¿Él mismo lo dijo? —preguntó Léi XuěWēi.
Fú Nán asintió repetidamente. Balbuceó varios "sí" inentendibles. Léi XuěWēi lo regañó y le pido que explicara de qué se trataba. Fú Nán los puso al corriente.
— ¡En resumen, Fú Nán! ¡En resumen! —exigió Léi XuěWēi.
— Fú Nán es como el GuangLiang San —expresó SīKòu Fēng—. No puedes interrumpirlo, y tienes que oírlo de inicio a fin.
Fú Nán lo desdeñó con los ojos, y luego empujó a Yán YǒngZhōng, quien asintió a favor ante la comparación.
— En pocas palabras, Bái Dú es el responsable —aseveró—. Su andar es lento, demasiado lento en zonas tranquilas. Cuando se siente amenazado es todo lo contrario, su paso se vuelve rápido, lo que provoca que las cadenas que cuelgan de su ombligo y espalda generen una frecuencia ilusoria; es decir, nosotros hemos caído en su…
— …juego… ¿Dónde está?, ¿por qué no se deja ver? —cuestionó SīKòu Fēng— ¿No hay forma de salir de la alucinación?
— ¡¿Ahora sí me quieres escuchar hablar?! —se quejó Fú Nán.
— ¡Sí, ahora sí! ¡Responde las preguntas! —repuso SīKòu Fēng, irritado.
— No es que no se deje ver —espetó—, nosotros no lo podemos ver. Lo más probable es que ahorita… él esté aquí entre nosotros. —Los jóvenes entendieron por qué Fú Nán se había ocultado al inferior del círculo que habían formado. Aquel joven era el único protegido de todos ellos—. Será mejor no separarse. Léi YǒngHuā nunca mencionó una forma de cómo salir de las alucinaciones…
— ¿Y si nos cortamos? —propuso Léi XuěWēi.
— ¿Qué? —cuestionó SīKòu Fēng— ¡Ah, claro! ¡Lo que dijo Shīzūn!
Un año atrás, JìngGuāng-Jūn envió a sus tres estudiantes a limpiar una abandonada azotea en el que se habían desplazado más de cien libros de los miles que se presumían en la Biblioteca Principal de Běifāng Zuànshí.
JìngGuāng-Jūn se enfadó por lo lentos que resultaron. Les lanzó varios libros con el fin de entrenarlos mientras limpiaban y de paso apurarlos. Shěn XuěPíng dejó caer uno: Liberación, se llamaba; de páginas apolilladas. Se abrió en el capítulo cincuenta, y, enseñando su interior, se evidenció que estaba escrito en janapio. JìngGuāng-Jūn les tradujo la página.
Se trataba de un libro de liberaciones ante hechizos demoniacos de primer nivel, algo de lo que las personas ya no se preocupaban.
— Dolor. El dolor físico despierta los sentidos. Solo debemos… —Léi XuěWēi llevó su espada a la palma de su mano, y se la cortó. Se infligió un corte rápido y firme que lo hizo contener un gemido de dolor—. Eso es todo.
Todos hicieron lo mismo, pero el ambiente lucía igual, estaba limpio de pinos. Fú Nán soltó quejidos de dolor, lo habían herido en contra de su voluntad, y todo en vano.
— ¿Dolor? —sollozó— ¡Todo sigue igual!
— Quizás se refería a otro tipo de dolor —anunció SīKòu Fēng.
— No bajen sus espadas —avisó Léi XìnJiān.
— ¿Qué significa "Postrimerías"? —consultó Fú Nán de golpe, había recordado algo—. ¡Léi YǒngHuā utilizó esa palabra! «Durante las postrimerías de la vida, verás a tu enemigo agonizante como el sol en el atardecer antes del anochecer». ¡Eso dijo! ¡Lo dijo cuando Léi HuāLín le preguntó por Bái Dú!
— ¿"Postrimerías"? —consultó Yán YǒngZhōng—, ¿no retrata los últimos momentos de algo?
«Léi Yǒnghuā, ¿acaso te refieres a estar al borde de la muerte?», se preguntó Léi XìnJiān, preocupado.
Con total seguridad, sostuvo su espada y se perforó el vientre en un punto en el que sus órganos vitales no se dañarían del todo.
Los jóvenes se asustaron; eran varones, y nunca lo declararían abiertamente, pero le tenían aprecio; que se lastimara los dejó atónitos.
Las pupilas de Léi XìnJiān temblaron y sus ojos se abrieron debido a una fuerte impresión. Sus emociones lo presionaron a exhalar una bocanada de aire derivada de la tensión de sus músculos y pulmones. Se quedó paralizado unos segundos. Su conciencia intentaba aceptar lo que digerían sus ojos.
A siete centímetros de su rostro, Bái Dú lo observaba, inmerso. Sus ojos resultaron ser perturbadores. El color amarillento de su esclerótica y que no poseyera pupilas, sino aros de menor a mayor, agudizó la cobardía. En las orbitas de sus ojos, una profundidad negra rosaba su arco ciliar y llegaba hasta su pómulo; el tono negruzco se profundizaba a medida se acerca al borde de los ojos.
Bái Dú estaba inclinado hacia él. Técnicamente, Léi XìnJiān había retrocedido toda su nuca hacia atrás. Su manzana de adán esculpía su cuello en dirección a la horripilante expresión.
La boca de Bái Dú estaba cerrada, pero una lengua golpeó el interior de su pecho, anunció una salida repentina para lamer a su presa. Se desplazó lentamente, se envolvió en el aire como una delgada serpiente; la masa era larga. Su lengua estaba conectada al final de su esternón, y era áspera.
La saliva, tibia y pegajosa, se adhirió al igual que una capa viscosa al borde de sus labios. Dejó un rastro húmedo y resbaladizo en cada rincón de la boca. Su textura era gelatinosa y acuosa. Formó pequeñas burbujas de espuma en el borde del agujero por el que se deslizó, produciendo un chasquido desagradable.
Léi XìnJiān sintió la punzada de su herida. La sangre se esparcía por su cuerpo. Se tocó su vientre y presionó con su mano izquierda. Sostuvo su espada, firme. Dirigió un corte hacia Bái Dú. El Hé esquivó el ataque. Inclinó perturbadoramente su cuerpo. Colocó sus manos en el suelo. Su enorme panza, donde el pellejo se le cumulaba, se expandió hasta quedar competente lisa. Las venas muertas de su vientre se visualizaron, parecían tallos muertos de maracuyá. Su cráneo se visualizó por debajo de su cuerpo. Su cabeza giró en un parpadeo, con los huesos crujiendo, en dirección a Léi XìnJiān.
Las cadenas volvieron a sonar. Y Léi XìnJiān vio claramente como su realidad y la alucinación interfirieron en sus percepciones. Fue algo similar lo que visualizaron Léi XuěWēi y el resto. Para ellos, Léi XìnJiān reapareció y desapareció en su campo de visión.
— ¡Todos pónganse detrás de mí! —gritó Léi XìnJiān, escoltado de un espasmo de dolor.
— ¿Qué sucede? —preguntó SīKòu Fēng, desesperado, sin saber por dónde mirar—. No te veo.
— ¡Te fuiste de nuevo! —repuso Yán Yǒngzhōng.
Léi Xuěwēi relacionó los puntos rápido.
— ¡También hay que cortarnos! —avisó—. ¡Así saldremos de…!
Léi XìnJiān cogió velozmente la mano de Sīkòu Fēng, quien estaba a su lado, y lo arrojó hacia un lugar seguro.
— Todos vayan para allá. No se lastimen. Yo me encargo.
Sangre salió de la comisura de su boca. Se limpió hastiado, preparado para dar batalla.