El aire comprimió sus pulmones.
— Qué carajo…
Árboles cortados, y troncos gruesos tendidos sobre la miseria, generaban una impresión escalofriante.
No.
En realidad, lo tétrico era el cuerpo sin vida sobre la nieve, donde una cabeza había rodado hacia abajo, exhibiendo un par de ojos sin anhelo, apuntando hacia un sendero abandonado, en el que parecía que las almas se perdían junto a la niebla de escarcha.
¿Qué es lo que había sucedido?
Los jóvenes habían estado corriendo por el bosque riéndose y retándose entre ellos. Léi Huālín le había dicho a Shěn Xuěpíng que avanzara con sus manos. Shěn Xuěpíng le había dicho a Léi Huālín que se sostuviera cabeza abajo más de un minuto, y Fú Nán le había pedido a Yán Yǒngzhōng que le enseñara a soltar Cuchillas de Energía. Después de eso, todos se pusieron a hacer lo mismo con los árboles de paso.
Estaban seguros de que ninguno tenía el talento como para cortar una cabeza, con las justas habían generado cortes profundos en los troncos.
Al otro lado de la escena, se encontraban Léi Xuěwēi y Sīkòu Fēng, abrumados. Su respiración era acelerada; el halito de sus bocas lo demostraba. Lucían nerviosos. Léi Xuěwēi miró a Sīkòu Fēng, acercándose al cadáver, arrecio. Poco a poco, sus ojos se posicionaron en el otro grupo de jóvenes, como si ellos fuesen los responsables, aunque sus ojos aún acumulaban desconcierto.
Léi Xuěwēi y Sīkòu Fēng no salían de su inquietud, también habían estado jugando con las Cuchillas de Energía. Prueba de ello eran los árboles en su dirección.
La duda quedó en el aire. ¿Quién le había cortado la cabeza al joven que yacía sobre la pureza del invierno?
Solo en eso, llegó Léi Yǒnghuā junto a Douman Wénrú, quienes salieron a un recorrido en caballo. Una excusa, dicho de otra forma, Léi Yǒnghuā había notado la ausencia de su hermano, y, preocupado, se precipitó a ir por él.
Un escándalo se produjo esa tarde, a plena luz del día. El fallecido era hijo del señor Chén, dueño de la tienda de arquería. El hombre tuvo en cuenta su cruce con Léi Huālín. Lo acusó a él y al resto de la muerte de su hijo. Una polémica se levantó.
— ¿Esto es enserio? —cuestionó Léi Huālín. Se encontraba sentado al otro lado del salón, donde la sombra del dormitorio lo cubría. Sus ojos eran de disgusto y arrogancia. Su mentón estaba dignamente levantado como siempre—. No quiero sonar descarado. Jiùjiu, ¿acaso entreno a diario? ¿No menciona seguido que pongo excusas para holgazanear? ¿Cómo podría tener la fuerza como para cortarle la cabeza a alguien? Nuestro invitado, Douman Wénrú, asegura que es un corte limpio. ¿Cuándo he sido yo talento de dicho logro? Siempre me regaña por no ser como Léi Yǒnghuā —declaró, descarado y sin vergüenza—. ¿Y acusar a Shěn Xuěpíng?, eso debería ser irracional, él es peor que yo en habilidades. Y ¿cómo podría ser Fú Nán o Yán Yǒngzhōng siendo sirvientes? ¿Acaso tienen tiempo? Yo siempre los veo trapeando dormitorios ¿Cuántas veces los ha visto libres este año? Entiendo que el señor Chén se sienta confundido por perder a su hijo, pero no consiento que usted, Jiùjiu, estando en sus facultades, dude de mí, así como el resto. Harían bien en escrutarse el rostro con esas expresiones, es el mismo gesto de alguien dándose cuenta de que tiene poros abiertos. ¡Y sí los tienen¡ Fú Nán y Yán Yǒngzhōng… —murmuró, mofándose—, ¿habrán utilizado la postura del Trapeador Mojado para matar a alguien?
— ¡Basta! —gritó Léi Yǒnghuā, molesto— ¿Quién te ha educado para que seas tan malcriado? ¿Tienes que comportante de esta forma todos los días?
— ¿Qué se supone que haga? ¿Tengo que callarme y aceptar la culpa? ¿O quieres que llore para demostrar mi inocencia? No haré ninguna de las dos. Si piensas que soy culpable, entonces lo aceptaré. ¿Cuál es el castigo? La muerte, ¿no? En mi caso, ¿creo que la prisión? Entonces que me lleven preso, pero que sea a una cárcel lejos de aquí, no quiero verte la cara de nuevo.
Léi Yǒnghuā no dudaba sobre la inocencia de su hermano, pero le enfadó su soberbia, su tono de voz y su actitud. Del mismo modo, le mortificaba haberlo descuidado y golpeado. Si hubiese sido más responsable, habría tenido a Léi Huālín bajo sus ojos en todo momento.
Teniéndolo en frente, se preguntaba ¿qué había hecho mal para que resultase desmedidamente creído y exigente, tan infantil e inmaduro?
Se sentía furioso.
¡Claro que sentía rabia!
Todos en el reino dudaban de su hermano menor. ¡Y aquel…! Y aquel solo manifestaba disgusto, como un criminal desanimado por ser atrapado.
¡Alguien había muerto! ¡Lo estaban culpando! ¿Cómo podía ser vanidoso e ignorar el problema? ¿Acaso no tomaba en cuenta que su reputación estaba dañada? Un error así nunca se borraría, ni demostrando la falsedad ¿En serio no lo notaba?, ¿no sentía nada?, ¿algo de angustia, preocupación o temor?
Eso le carcomió aún más. Léi Huālín no parecía siquiera dispuesto a pedirle ayuda.
— ¡Léi Píng, te…!
— Léi Yǒnghuā —pronunció Douman Wénrú, calmo, tocándole el hombro. Con esto, logró que su amigo contuviera su cólera—. Léi Dàrén, no creo que hayan sido los jóvenes.
Léi Dàrén no se inmutó, le dijo a su hijo:
— Tú, ¿no dirás nada?
— ¿Qué puedo decir? —preguntó, déspota—. No pienso rogar clemencia. Si cree, Fùqīn, que fui yo, entonces aceptaré la culpa. Usted es sabio.
Venas verdes se dibujaron en la frente de Léi Dàrén, durante todo ese tiempo estuvo guardando la compostura, escrutando a los presentes y meditando lo sucedido. Sentado, reprendió:
— ¡¿Los he instruido así?! ¿Les cuesta mostrar algo de piedad y vergüenza? ¡Se les acusa de asesinato! Entran aquí con aires de arrogancia. ¡Lo peor! Ninguno lucha ni un poco por probar su inocencia. Se aferran a su orgullo. ¿Creen que es sencillo?, ¡qué por ser su familia el castigo no será riguroso! ¿Tanto les cuesta bajar la cabeza y contar su lado de la historia?
— Familia —murmuró Léi Huālín, sarcástico. Elevó sus cejas y soltó una carcajada.
Léi Yǒnghuā no lo aguantó más, dio unos pasos hacia adelante, amonestó:
— ¡Léi Huālín, eres una vergüenza! ¡No tienes modales! ¡No puedo creer estar escuchándote!
— Entonces no lo hagas… —murmuró, esquivando la mirada y cruzándose de brazos.
Léi Yǒnghuā quedó atónito. Se sintió decepcionado.
— ¡No vuelvas a llamarme hermano hasta que madurez! Con tu comportamiento, si nuestros padres estuvieran con vida, preferirían antes estar muertos que ver como los deshonras.
— ¡¿Quién dice que te necesito?! —repuso Léi Huālín rápidamente. Las palabras de su hermano sí que lo hirieron—. Puedes perderte, tú y hermandad. ¿Alguna vez te pedí cuidarme? Puedes irte. No necesito tu ayuda, Léi Yǒnghuā —denotó rabioso, con una mirada hedonista, precisando en el nombre y marcando una fría lejanía.
Su hermano abandonó el salón.
Léi Huālín se sintió remordido, pero se mantuvo ególatra.
Douman Wénrú pidió una audiencia privada con Léi Dàrén. Este se la concedió, antes de salir del salón, les advirtió a los jóvenes no abandonar el cuarto, y les comandó a los guardias no dejarlos salir.
— ¿Qué hacías allí? —preguntó Léi Xuěwēi, exigente.
— Respirando, Biǎo dì, respirando. No estoy de humor para soportar tus berrinches, así que guarda silencio.
Léi Huālín caminó de puntitas hasta la puerta, escuchó atentamente asegurándose de que nadie se aproximaba. No había nadie más dentro del salón que Léi Xuěwēi y él. Sintiéndose tranquilo, se arregló su ropa y acomodó su cabello.
Caminó briosamente, modelando sus hombros, se paró al frente de la venta, cerró su abanico, lo guardó y, pronto, comenzó a forcejear.
— ¿Qué haces?
— ¡Escapando! ¿Qué haces tú, que solo estás sentado? ¿No te irás?
— ¿Por qué escaparía? —planteó, indignado. Cerró los ojos y apuntó con su mentón hacia otro lado de la habitación. La ventana produjo un chirrido, Léi Huālín logró abrirla— ¡¿Saltarás?!
— Puede ser. —Sacó su cabeza y evaluó la altura. El viento agitó sus cabellos, arruinando su aspecto. Ingresó de nuevo al salón. Saltó un par de veces para aliviar su cuerpo y calmar los nervios—. No es nada, no es nada… —murmuró, y, como si nada, pasó su cuerpo por el marco.
Léi Xuěwēi se levantó prestamente y lo sujetó de la cadera.
— ¿Qué te pasa? ¡Te romperás una pierna!
Léi Huālín se aferró a los ladrillos del exterior.
— ¡No me importa! ¡Ya no quiero vivir aquí! ¡Me llevaré mis joyas y compraré una casa en el campo! ¡Pondré un negocio!
— ¡No aguantaras ni un día!
— ¡Fú Nán vendrá conmigo! ¡Trabajaré!
Léi Huālín tenía asegurada su supervivencia. Su sirviente lavaría, limpiaría, cocinaría y cosecharía las tierras a cambio de un techo y comida. Y él solo estaría a cargo de sus ventas. Era fiel creyente de esos delirios.
— Naciste para ser atendido, no para atender. Te rendirás y cansarás. No te aclimatarás. Deja eso. Debemos encontrar al culpable —explicó, y jaló por completo el cuerpo de su primo. Lo tiró al suelo al apartarlo de la ventana. Se paró al frente de esta, obstaculizando el paso—. No tienes remedio.
— Déjame ir. No quiero investigar nada. Si mi herma… Si Léi Yǒnghuā cree que soy el culpable, entonces que así sea. ¡Yo soy responsable! ¡Soy un asesino! ¡Yo lo maté! ¡Dile eso a todos! Ahora, hazte a un lado. Quítate. —Léi Xuěwēi lo tomó de la muñeca y aplicó una llave—. ¡Ay, ay! ¡Suéltame! ¡Arrugas mi ropa! ¡Dañas mi piel!
— Ya cállate. No puedes siquiera matar un oso. Le perdonaste la vida a tu "Táng Táng". Si te culpo de todo, tus guardias dudarán por completo.
Běifāng Zuànshí poseía áreas reservadas para la caza.
En año nuevo, para recibir el éxito y la prosperidad, los jóvenes habían sido enviados, junto a un vasto equipo, a cazar leopardos y dos Hé. Léi Huālín decidió centrarse en cazar faisanes y perdices. Estaba bien con eso, hasta que uno de sus hombres le lanzó una flecha a una osa. Léi Huālín desmontó de inmediato.
Se los había advertido desde el inicio, si iban con él, solo cazarían conejos o aves.
Cerca del cadáver del gran animal, se encontraba un osezno, un oso de apenas unos meses. Fingiendo crueldad, sujetó a la cría y dijo que se la daría al carnicero para que la cocinara, pero terminó criándola. La llamó Táng Táng por el dulce aroma de donde la encontró.
— Harían bien en no gritar —señaló Táo Tǎ, una voz que se sumó a ellos desde la frialdad del cuarto.
Los jóvenes se sorprendieron. La pequeña había aparecido por medio de una pared que se abría como puerta, cerca de la chimenea, donde Léi Dàrén estuvo sentado.
Běifāng Zuànshí poseía incontables pasadizos secretos, tantos que Léi Xuěwēi y Léi Huālín conocían de memoria solo cinco pasajes, más no otros.
Táo Tǎ sostenía una vela; con su otra mano, mantenía la puerta abierta. Era sorprendente verla sosegada estando en un lugar tan oscuro, lleno de insectos y de posiblemente serpientes. Si no fuera por la candela dorada que salpicaba su rostro, habría sido sencillamente confundida por un alma en pena.
— Léi XuěYún me envió. Dice que ninguno almorzó. Pueden pedir cualquier cosa.
La situación era más que evidente. Léi XuěYún conocía de izquierda a derecha la personalidad de los presentes, había crecido junto a ellos, sabía que, al presentarles la opción de "pueden pedir cualquier cosa", su primo y hermano responderían: "Libertad". Y Táo Tǎ, como mapa andante de los pasillos secretos, se transformaría en su guía hacia la luz.
Viéndola caminar tan seria y desinteresada, Léi Huālín le preguntó a la pequeña:
— ¿Crees que Biǎo mèi me regale todas sus joyas?
Táo Tǎ negó.
— Llevamos al establo —demandó Léi Xuěwēi. Se volvió hacia Léi Huālín, comunicó—: Tomaremos los caballos. Le ordené a Sīkòu Fēng prepararlos.
— Ya dije que no. Limpia tu nombre solo. Yo me voy.
— Vendrás conmigo. Uno de nosotros debió cortarle la cabeza. O tal vez fuimos todos.
— ¿Asumes la responsabilidad porque dudas de tu inocencia? Biǎo dì, no fuimos nosotros. Los árboles estaban cortados a una altura de un metro sesenta; Chén BìHǎi debía medir como un metro setenta y ocho. Nosotros medimos entre un metro sesenta a un metro sesenta y siete. ¿Cómo podríamos haberle cortado el cuello? ¿Uhm? ¿Acaso lanzas Cuchillas de Energía apuntando hacia el cielo, colocando tu mano por encima de tu cabeza?, ¿o las lanzas a la altura de tu hombro? Habríamos abierto su pecho si fuésemos los responsables.
— De todos modos.
— No seas paranoico. Ahora, si me permites, me espera la compra de unas tierras. Mi prospero futuro apunta hacia un negocio privado lleno de personas que venderán hasta su espíritu con tal de recibir mis servicios. ¡Pondré una licorería!
— No irás a ningún lado. Alguien asesinó a ese joven. El señor Chén es un hombre trabajador que siempre ha pagado sus préstamos, sirve respetuosamente a mi padre. Vengaremos la muerte de su hijo y limpiaremos nuestros nombres.
— ¿Para qué? Eso no hará que nos odie menos.
— No es sobre nosotros. ¿Sabes cómo miraran a mi Shīzūn?, ¿no te preocupas por Bǎo Zhì? Su reputación también está en juego. Los harán arrodillarse. Además, alguien es responsable. ¿Quieres que un asesino quede libre y mate a otro inocente? …Regresando a nosotros, no quiero que un imbécil me acuse de algo que no he hecho. No quiero siquiera pensarlo. Debe tratarse de un iletrado. ¿Cómo podría permitir que alguien así me eché sus cargas? ¡Eso es denigrante!
«Alguien inferior no se va a reír de mí», aseguró Léi Xuěwēi.
— …Analízalo bien —sumó Léi Huālín segundos después, finalmente convencido por Léi Xuěwēi, tampoco quería que le chantaran una asesinato mal elaborado—. Saca de tu cabeza que fueron Cuchillas de Energía. Pudo haber sido otra cosa… —La situación era peligrosa. Preguntó, extrañado—: ¿Investigaremos solos? ¿No le pediremos ayuda a alguien? ¡Oh!, ¡qué alguien limpie nuestros nombres por nosotros! Como que hace frío, ¿no?, con este clima no podré hacer mucho. Quiero un té.
— Tú sí eres bien…
— No te arañes, ¿quieres? Escucha, tenemos gente a la que se le paga por su labor. Es lo justo. Mi cuerpo me duele, solo quiero descansar.
— Hace un rato querías escapar.
— ¡Qué trabajen los pobres y qué descansen los ricos! No tengo ganas de limpiar mi nombre. Si mis vasallos me quieren, ellos lo harán por mí. Hay que llamar a alguien. Mira, del uno al cien, ¿cuánto quiero esforzarme?, menos cien, Léi Kang. Ya, ya, cálmate. Solo digo que no tenemos experiencia, necesitamos ayuda quieras o no.
— ¿De dónde sacaremos a alguien que no se deje llevar por los comentarios de otros, que nos conozca, que nos permita investigar y que no nos encierre al vernos y que, además de eso, no haya dudado ni por un segundo de nosotros? ¡Si hasta nuestros guardias vacilaron cuando se les preguntó!
— Sobornemos a alguien.
— No digas tonterías.
Táo Tǎ se detuvo. La vela jugó con su aspecto, creó una sombra aterradora. Su rostro no contenía ni un gramo de alegría, pero las comisuras de sus labios se alzaron; era más que evidente que en contra de su voluntad. Con una voz apática, preguntó:
— ¿Quieren que busque a Léi Xìnjiān?
Léi Huālín dibujó una sonrisa y asintió desenfrenadamente.
— Si nos encierra, te mato —aseguró Léi Xuěwēi, golpeándole el pecho a su primo.
— Táo Tǎ, dime, ¿no te asusta la oscuridad? ¿Cómo puedes caminar por estos túneles sin miedo?
— Guapo y hermoso amo Léi —habló seria, con algo de mofa; sus pupilas eran igual a las de un pescado horas después de su muerte, tétricos y asechadores—, olvida que yo crecí en la oscuridad. Este lugar es como pasear por el mercado.
Léi Xuěwēi volvió a golpear a Léi Huālín, quien luego se quedó callado junto a su primo, aterrados de la pequeña.
Fuera, el clima estremecía todo lo ligero.
Los establos estaban construidos con la calidez de la madera y la rigidez de la piedra. Bajo la techumbre, los corceles de pelaje carbón, contextura robusta y autoritaria, comían cebada, dorada como el amanecer, y manzanas, verdes como el kiwi; agitaban sus colas espantando las moscas, y otros brincaban, golpeando el suelo y sacudiendo la tierra; yeguas lamian a sus potrillos, mientras que los padres caminaban de un lado, como guardianes.
Táo Tǎ dejó a los jóvenes justo al frente; inmediatamente regresó con Léi XuěYún.
Los dos primos se escondieron en la montaña de heno.
— No veo a Sīkòu Fēng —avisó Léi Huālín.
— ¿Estás ciego? Debe estar allí.
— Genio, no estoy a treinta metros, solo a cinco. ¿Cómo podría no verlo desde aquí? Solo está Miào Měi. ¿Qué hace el niño de la dama Xie Zǐxiá aquí? —Léi Xuěwēi se puso de pie—. Ah, ah, ¿adónde vas? Ocúltate. Nos va a… —Miào Měi los vio. Léi Huālín se levantó, distinguido. Guardando la compostura y comportándose como un pavo real, abrió su abanico y habló—: Saludos, pequeño, ¿habrás…?
— ¿Dónde está? —preguntó Léi Xuěwēi.
Léi Huālín puso lo ojos en blanco. «Como siempre, hará lo que quiera», meditó. Sacudió su ropa, luego, se giró a observar los caballos.
Miào Měi poseía un carácter duro. El brusco tono de Léi XuěYún no lo turbó. Arrugó su nariz y, con ojos acusadores, regañó:
— ¿Tanto se demora? No todos somos intocables. Si un superior me atrapa, me agarra a latigazos.
— Si alguien te toca, lo golpearé cien veces con el mismo látigo. ¿Dónde está?
Miào Měi sonrió. Su declaración fue miel para sus oídos.
— Mejor deme el látigo, yo golpearé a mi atacante —repuso, carismático. De un salto, bajó de la cerca que separaba a los caballos, donde estuvo en guardia y esperando—. Sīkòu Fēng casi es atrapado por un soldado. —Observó a Léi Xuěwēi con cuidado. Se pasó la mano por la cabeza, dudoso murmuró—: Lo ayudó… ¡Mire!, no se moleste conmigo, yo no controlo las causalidades de la vida. Lo ayudó Shěn-gē…
Léi Xuěwēi pareció tragar vidrio molido. Moderándose, su expresión regresó pronto a una menos disgustada.
— ¿En dónde están?
Miào Měi había ocultado dos monturas, las había colocado debajo de pesados y anchos sacos. Preparó a los caballos que había seleccionado.
— No lo sé —respondió, rascándose la nariz—. Sīkòu Fēng aseguró que vendría, me ordenó ayudarlo a cambio de darme pastelillos por un mes. Yo me dirigía a ordenar las velas al almacén, allí lo vi por última vez.
«Los niños de hoy extorsionan a sus señores…», pensó Léi Huālín, ingresando a una larga critica sociológica.
Léi Xuěwēi cerró los ojos y se cruzó de brazos. Su ceño se contrajo a cada segundo que transcurría.
— Esa rata… —masculló.
— No seas malo —se quejó Léi Huālín, golpeándolo con su abanico. Sabía que estaba insultando a Shěn Xuěpíng—. Yo le dije que fingiera desmayarse. Conociéndolo, se habría culpado. No tiene tiempo para estar encarcelado —se jactó—, planeó llevarlo conmigo, quiero que trabaje para mí. Deja de comportante como un niño; por eso, JìngGuāng-Jūn se niega a entrenarte. Le debes resultar fastidioso.
— ¿Lo dices porque patearon tus sentimientos? ¿Aún te duele el corazón?
— Siquiera no me consideran cabecilla de un grupo de homicidio barato y desorganizado. Y no hay nada que patear, no me duele nada.
— Claro que sí.
— No reflejes tus problemas en mí. Arregla tus asuntos con tu padre que parece y prefiere a otro como hijo. ¡Oh!, ¿te pateé el corazón?
— Pues, bien parece que Léi Gāng no te quiere como "Dìdì".
Ambos intercambiaron miradas amenazantes. Léi Huālín presionó su abanico con fuerza, tanto que produjo un crujido. Léi Xuěwēi alzó una ceja, malicioso; logró hacerlo rabiar.
— Discúlpate, o llamo a los guardias —amenazó Léi Huālín.
— Los dos perdemos si los llamas, estúpido.
— No pierdo si a cambio gano una derrota tuya, idiota.
— Te reto.
Léi Huālín estuvo a punto de gritar. Sin embargo, se tragó su primera silaba cuando vio a sus conocidos encaminándose a su dirección. Eran Sīkòu Fēng y Shěn Xuěpíng huyendo como ratas.
— ¡Vámonos! —aulló Sīkòu Fēng— ¡Vámonos, vámonos! ¡¿Qué esperan?! ¡Monten, monten! ¡MONTEN!
Por supuesto que sus vidas dependían de ello. Si los guardias los atrapaban, los llevarían ante JìngGuāng-Jūn.
Subieron a los caballos.
Cerca de las puertas principales de Běifāng Zuànshí, se encontraban Léi Dàrén y Douman Wénrú. Al frente de ellos, arrodillado sobre la nieve, con el semblante pálido, con las manos rojas e inamovibles por el clima, yacía Yán Yǒngzhōng, quien los había interrumpido hace ya más de un minuto. No sabía cómo iniciar con su declaración. Léi Dàrén fue paciente en esperar, pero el tiempo ameritaba.
— ¿Qué es todo esto? —le preguntó.
Yán Yǒngzhōng elevó su semblante, perplejo; desprendía un calor lleno de angustia. Sudó por varias zonas de su cuerpo.
Los rasgos faciales del señor se contrajeron. Sus velludas cejas, vastas como el sauce, y del color de las montañas nevosas, se mecieron con la brisa que se interpuso. Su nariz lucía rosada, una característica que suavizó su agrio semblante, de ojos severos y delgados labios que solo acentuaban la dureza de su naturaleza formativa.
— Lei Dàrén, yo… —murmuró Yán Yǒngzhōng.
El sonido de los caballos galopando interfirió en sus palabras. Todos miraron hacia la esquina más próxima.
En un primer momento, todo aquel que andaba por allí pareció furioso, «¿quién es tan atrevido para armar este escándalo?», se preguntaron. Y la interrogante permaneció hasta que vieron al hijo de Léi Dàrén, al favorito de Léi Dàrén, al sobrino de Léi Dàrén y al prisionero de Léi Dàrén.
Los guardias, los soldados, los sirvientes, los leñadores, los pescadores, las mujeres, la nieve, las nubes y el viento, todos quedaron mudos y patitiesos. Esa rabia, que habrían arremetido contra los ocasionadores del caos, se esfumó, y contemplaron incrédulamente el espectáculo.
Lo charlaron camino allí. Cuando Shěn Xuěpíng vio a Yán Yǒngzhōng tendido en la nieve, le rogó a Léi Huālín ayudarlo. Se lo suplicó. Este le encargó el mismo trabajo a su primo, quien estaba más próximo al sirviente.
No hubo nada que discutir. Como Sīkòu Fēng estaba sentado detrás de Léi Xuěwēi, con gran disgusto, extendió la mano hacia Yán Yǒngzhōng y lo tomó del cuello, llevándoselo de allí. Y al mismo tiempo, Miào Měi había saltado del caballo hacia los otros dos señores, siendo un intercambio justo.
Léi Dàrén tenía la mente en blanco. No fue capaz de pensar en nada; es más, lo preciso era afirmar que se olvidó de cómo pensar. Si le hubieran preguntado cuánto es uno por uno en ese momento, ni siquiera habría sabido qué responder. Sus ojos estaban semiabiertos, apuntaban a la nieve, no a la dirección por la que los jóvenes se habían marchado. Para su estado, sus ojos emitían sabiduría.
— Ellos…
— Eran los involucrados, Léi Dàrén. Sus familiares… —esclareció Douman Wénrú, ligeramente sorprendido.
— Sí, eso creí.
Douman Wénrú tenía las manos extendidas en el aire. Miào Měi no había aterrizado en el suelo, sino que aquel joven de ojos coquetos lo había atrapado.
Ambos se observaron en silencio.
«Es cierto, realmente es tierno», pensó Douman Wénrú, examinándolo. «Es igual de ligero que un gato».
— ¡Suélteme! —enfureció Miào Měi, le mordió la mano y lo golpeó con sus pequeños brazos.
Douman Wénrú no pudo evitar soltar un quejido. Miào Měi le sacó la lengua y se refugió detrás de Léi Dàrén; soltó gruñidos como si fuese un animal.
Douman Wénrú lo siguió con la mirada, estaba dispuesto a ir tras él para regañarlo con amabilidad; de paso, le daría uno que otro consejo; siempre había querido un hermano. Ahora que estaba en el Norte, y se quedaría indefinidamente, tal vez podría establecer un lazo con el pequeño.
Léi Dàrén se volvió hacia Douman Wénrú con un aura vacía. Sus palabras se escucharon pesadas y frías:
— No lo toques. Le arrancó los dedos de la mano a un leñador con sus dientes.
Algunos hombres fueron detrás de los fugitivos. Se adentraron a la arboleda, la cual se colmó de gritos.
A ese extremo de acontecimientos, Shěn Xuěpíng se moría de los nervios, nunca había hecho algo como eso. Repitió: «Cómo puedo estar en esto» hasta volverlo un mantra.
Léi Huālín estaba angustiado. Nunca había cabalgado tan rápido. Se sintió abrumado. La adrenalina revolvió sus emociones. No sabía qué estaba haciendo. El caballo no lo obedecía, se movía por su cuenta. Sus manos sostenían la rienda por inercia. Paralizado del miedo por haber perdido el control, se limitó a un silencio que llamó la atención de Léi Xuěwēi.
— ¡Léi Píng, sostén su cabello! ¡Envuelve tu mano en su cabello! ¡Rápido! ¡Hazlo!
El guapo, perfecto y hermoso Léi Huālín se hubiera quejado. Habría dicho algo como: «Prefiero romperme el cuello y morir que ver mi mano fracturada».
— ¡Hazlo de una vez! —volvió a gritar Léi Xuěwēi. Los caballos se dirigían hacia un cercado de gigantescas rocas cubiertas por la nieve. Con la redirección repentina, era más que obvio que el caballo lo tiraría contra el muro antes de caer al suelo, donde se erguían más rocas. Se rompería la cabeza si salía disparado—. ¡Sujétate de una maldita vez!
Léi Píng tanteó, aferró su muñeca en la larga cabellera de la yegua.
Sīkòu Fēng y Yán Yǒngzhōng estuvieron peleando. El primero se quejaba de como se le pegaba el segundo.
Pero era un caballo montado por tres personas, lo que menos sobraba era espacio.
Yán Yǒngzhōng dejó de discutir cuando vio la situación de Léi Huālín.
— ¡Sostente bien, Shěn Xuěpíng —recomendó—, rodea a Léi Huālín con fuerza! ¡¿Endientes?! ¡Aférrate a él!
— ¡Ponte para atrás! —se quejó Sīkòu Fēng, metiéndole un codazo.
— Cállate.
— Tú cállate.
— Cierra la boca.
— ¿Quieres eso?, entonces bajemos. Te daré una lección.
— Cabeza de piedra.
— ¿A quién llamas cabeza de piedra, idiota?
— ¡A ti, orangután!
— ¡Me pellizcaste!
— ¡Mentiroso!
— Quita tus manos de mi cadera —exigió, sacudiéndose.
— ¡No te muevas así! —se quejó, aferrándose más, casi cayéndose.
— ¡Suéltame!
— ¡Ya cállate y quédate quieto!
— ¡Quietos los dos! —renegó Léi Xuěwēi, harto de su beligerancia. Los caballos ya habían rodeado el muro. Su dirección era segura. Se volvió y continuó amonestando—: ¿Tienen que pelear ahora? Mi primo casi se rompe la cabeza. Ustedes casi hacen que nos caigamos. Cuando toquemos tierra, mátense si quieren. Ahora no es…
Los caballos se elevaron abruptamente, sacudieron sus largas patas en el aire y aterrizaron de espalda; los chicos salieron disparados hacia el suelo, algunos rodaron y otros aterrizaron sobre otros.