— ¡Qué te pasa! ¡¿Por qué no desenvainaste?! —le increpó Lucius a Zhì Yuè, empujándolo—. ¿Qué parte de no hacer ruido no entienden? —formuló, mirando a Yamagata y Viridia.
— ¡Basta! ¡No te pasaré una más! ¡Ya deja de golpearme! —repuso Zhì Yuè, tirándole un puñete.
Ambos rodaron por la tierra, intercambiando golpes e insultos infantiles y tontos.
La única razón por la que Zhì Yuè no se había defendido antes era porqué ver a Cassius le recordó sus obligaciones para con la familia Caelifer; su deber era proteger el apellido de la familia. Por ello, su carácter se había moldeado de nuevo a uno moderado y cortés. Sin embargo, su verdadera naturaleza era risueña y algo descontrolada. Y el maltrato de Lucius era suficiente como para descargar el tren.
— ¡No me estés molestando! —repuso Zhì Yuè.
— ¡Estúpido!
— ¡Hipócrita!
— ¡Suéltame! —y le tiró un puñete. Zhì Yuè le devolvió el golpe, esta vez reventándole el labio. Lucius se lo devolvió—. ¡Ja, ja! —rio orgulloso.
—Tú ni siquiera utilizaste tú magia —acusó Zhì Yuè.
— ¡Ya quisieras!
— ¡Por eso no tienes amigos!
— ¡¿Para qué quiero amistades?!
— ¡Perro!
—¡Gato callejón!
— Mira quien habla de callejero, ¡CALLEJERO!
Si otra fuese la situación, Viridia habría saltado sobre la cabeza de Lucius, golpeándolo, apoyando a Zhì Yuè. Sin embargo, en el otro extremo, él se encontraba junto a Yamagata; en un inicio, aferrado a sus prendas y preocupado por su estado; pero viendo con lo que se habían topado, estaba pálido, con el espíritu a cinco centímetros fuera de su cuerpo y serio, pero no rígido, firme o imponente, sino con una expresión de: «Aquellos que dominan los cielos, los llamados napatun, ¿Qué les hice para que sean tan crueles conmigo, un insecto?»; envuelto en una sublime sabiduría de nubes, nubes y más nubes celestiales formándose a su alrededor.
— Chicos… —murmuró Viridia, pero lo ignoraron—. ¡Chicos…! ¡Cof! ¡Cof! ¡CHICOSSSSSSSSSSSSSSSSS! —llamó la atención, con una voz exageradamente profunda, como la de un león—. Tenemos compañía.
Ambos se volvieron hacia la "compañía". Zhì Yuè con sangre en la nariz y Lucius con sangre en la boca, agarrándose de las mechas y el cuerpo, para que ni uno ni el otro se escapara, miraron airados y frenéticos a las dos personas que se incorporaban al pequeño grupo.
El sujeto, que parecía estar en los veinte, vestía una máscara. Esta tenía forma de cráneo de caballo, de hocico hermosamente moldeado. Su diseño no tenía color, pero el tallado resaltaba los orificios de la nariz del animal, así como el contorno de sus ojos y otras zonas. El hombre estaba cubierto de telas negras, encapsulado en una capa oscura, suelta y larga; ningún rastro de su piel era visible. A su lado, había un joven de expresión alegre y aire inquietante. Su sonrisa era exagerada y espeluznante. Abría los ojos con rigor, luciendo las rayas rojas de sus escleróticas. Vestía un chaleco carmesí oscuro, camisa blanca y unos pantalones cortos negros. El color de su cabellera era gris ágata. Sus manos estaban cubiertas por guantes oscuros y desgastados. Encima de su nariz, en línea recta, un delgado y largo papel rojo se extendía; estaba pegado a su piel.
— ¡Ah! ¡Ahhhhhh! —gritó el joven; primero, sorprendido; luego, alegre. Corrió hacia Zhì Yuè. Empujó a Lucius. Y tomó las manos del pelirrojo— ¡Tú! ¡Yo, yo, yo, yo, yo he oído de ti! El que se hace llamar Zhì Yuè, ¿no? ¡Pouchi, pouchi! Cabello manzana, sangre en la cama. Uno de los "a Caelifer here, a Caelifer there. A Caelifer will say "hello" whenever they see each other again". Esa frase es un asco ¡Pouchi, pouchi! ¿De verdad se dicen eso cada vez que se ven, o solo es un rumor? ¡Horrible! ¡Lo detesto! Pero ¿qué hace la mascota de la familia aquí? ¿Uhm? ¿Uhm? —preguntó, tocando su cuerpo, estudiándolo— ¿Estás de paseo? No eres muy alto en persona. Algo delgado. No te ves muy fuerte. Tu carne debe saber asquerosa. No la comeré. Me niego, ¡me niego! ¡Pouchi, pouchi! Y tus brazos… están delgados. Parece que sales de coma, ¿o pasaste hambre? Dime, dime, ¿es la primera o la segunda? Lo sabré de una u otra forma, ahhhhhhhh —repuso, sacando la lengua y mirando hacia arriba.
El cuerpo de Zhì Yuè se alejó. Retiró su mano algo horrorizado. Lo miró extrañado.
— Oh, sí, sí, sí, sí —continuó el joven. Se goleó el muslo con actitud—. ¡Mi nombre! Me llamo Dashiell. No pareces ser como el imbécil que me acompaña —articuló, mirando al señor de negro—, tampoco como el idiota de aquí —y miró a Lucius. Inmediatamente, posó sus macabros ojos rojos en Yamagata. Corrió hasta él y lo evaluó de cerca—. ¿Quién es este? ¿Tú compañero? ¡Hola, hola! ¡Pouchi, pouchi! Tú… ¡No me suenas de nada! —repuso, contento—. Ya me aburrí, ¡ya me aburrí! No me interesas —articuló, y se sentó en el suelo, admirándolos como un niño de cuatro años.
Zhì Yuè miró al señor.
— Desde que lo conozco, maneja ese carácter. No está loco…, o puede que sí; es algo peculiar.
«Es un pobre perturbado y traumado», pensó el señor. Y Zhì Yuè compartía la misma creencia.
El pelirrojo le lanzó una mirada a Lucius. Este puso los ojos en blanco y realizó un mohín. Desenfundó su espada y apuntó hacia Dashiell y el señor. Viridia saltó hasta la hoja de Summer Haze y, con ademanes, les dijo a los otros: «Los estoy observando».
— ¿Estás bien? —consultó Zhì Yuè. Había llevado a un rincón a Yamagata, lejos de todos—. Me disculpo. Lo que te dije en el pueblo, ¡eso estuvo mal! Yo no debí obligarte a olvidar todo de golpe, mucho menos a prometerlo. Todo tiene un proceso. No tienes que sentirte bien de la nada. Esto no es como una lista de deberes en la que tachas tus asuntos y continuas. Se trata de que sanes emocionalmente, ¿entiendes? Así como el pasado no se puede borrar, la felicidad jamás dejará de existir. Yo… me airé en ese momento, y terminé diciendo cualquier cosa… Kiriya, recuerda. Tienes derecho, así que date gusto, ¡date gusto! Mientras yo exista, alguien creerá en ti. Te apoyaré. Cualquier cosa que elijas, cualquier cosa que quieras, veremos la forma en la que lo consigas. Y creeré en ti. Aunque otros vengan y digan cosas, puedes dar por hecho que estaré de tu lado. Viridia también. Puede parecer fastidioso y todo eso, pero estará contigo.
— ¿Tú… me creerás?
— Por supuesto —afirmó, seguro y sonriente—. Debes sentirte sofocado aquí. Este lugar… es como ese otro lugar. Yo me disculpo de nuevo —se inclinó—. Totalmente mi culpa. Si hubiera sabido que eran túneles, y no un abismo, créeme que no te hubiera traído. Saldremos lo más rápido que podamos, lo prometo…
Lejos de ellos, Dashiell miraba con ojos asesinos a Lucius. Restregó su lengua por sus dientes lentamente mientras se reía. Su mirada contenía reproche y venganza. Parecía una hiena deseando atacar a su presa; solo que esperaba el momento, y no para comérsela, sino para infringirle dolor. Aún estaba enfadado por lo que había sucedido en su primer encuentro. Llevó su mano a su boca, cerca de sus labios, y comenzó a emitir pequeños gimoteos de alegría. Estaba eufórico imaginando sus asuntos.
Lucius se sintió asqueado.
— No me disculparé —expresó—. No confío en raritos con máscaras, mucho menos en niños de pantalones cortos.
— ¿Ese de allí no usa máscara? —señaló Dashiell, apuntando a Yamagata.
— Permito que "ese" se mueva conmigo porque conozco al idiota que lo acompaña.
— Tú sí que no respetas a nadie —aseveró Viridia, tocándose la frente.
Aunque no entendió por qué se comportaba tan hostil, únicamente mostraba ese lado con Zhì Yuè. «¿Trabaja así?», se preguntó. «Quizás ocurrió algo entre ellos».
— ¿Desde cuándo es raro que alguien use pantalones pequeños? —preguntó Dashiell— Me gustan ¡Pouchi, Pouchi!
— ¿Crees que eso es lo único raro en ti? —se mofó Lucius. A pesar de sus dolores musculares, su semblante se veía rígido y firme. Esbozó una sonrisa y planteó—: ¿Qué hace un mocoso en medio del bosque, escondido, esperando a que alguien más termine un ritual para ingresar al abismo maldito, en el que, se divulga, se esconden dos seres que lo pueden asesinar? ¿Hmn? Y, en cuento a usted, anciano, no sé quién es, pero también esperaba a que lo terminara, ¿no? Si no fueran sospechosos, habríamos tenido un duelo antes de ingresar. Pero no fue así. Se escondieron como ratas. Además, cuando caímos, usted supo que había trampas.
«¡¿Anciano?!», se ofendió el joven señor. Guardó la compostura. Solo formuló:
— ¿Habría sido mejor dejar que las estalagmitas los atravesaran? ¿Habría preferido ser perforado?
— ¿De qué tanto hablan esos dos? —se preguntó Dashiell. No parecía importarle la furia de Lucius—. ¿Por qué son así de cercanos?
— ¿Tengo que agradecerle? —cuestionó Lucius, sarcástico.
— ¿Agradecerle? —cuestionó Dashiell— ¡Qué tal si me dejas probar la carne de tu brazo!
— ¡Zhì Yuè! —llamó Viridia—. Se van a matar, perrou. Ven rapidín.
Zhì Yuè se volvió hacia ellos. Había estado pendiente de la discusión en todo momento. No podía darse el gusto de bajar la guardia, no frente a desconocidos. Es más, él y Lucius sabían que debían empezar a trabajar como un equipo frente a ellos; dar la imagen de "estamos unidos". De ese modo, remarcarían su fuerza.
— Lo siento. Opino igual que el lunático —dijo, refiriéndose a Lucius—. ¿Los amarramos?
Dashiell se empezó a reír a carcajadas. Se dejó caer al suelo y rodó por él. Estaba realmente gozando de algo. Se revolcó como un parasito. Agitó los pies y levantó polvo.
— ¡Claro! —respondió, sonriente. Se puso de pie. Y se llevó las dos manos a la boca con los ojos muy abiertos. Sus cejas se alzaron con excitación, y el granate brilló sediento de disputa, acompañado de carcajadas escalofriantes—. Siempre y cuando puedan atraparme. Pero si lo intentan, les clavaré varios cuchillos en las piernas. ¿Estamos de acuerdo?
«Sí, está trastornado», concluyeron casi todos.
— ¿Has estado con este loco estos días? —le preguntó Viridia al señor.
— No he dormido bien —respondió luego de un rato. Los jóvenes no supieron si reír o sentir lastima—. Si me dejo amarar, no me mataran, ¿no? Estoy cansado. Además, supongo que no me convive atacarlos.
— ¿Qué hacían aquí? —preguntó Zhì Yuè— ¿Estaban descansando?
— Todas las rutas son horribles —explicó Dashiell, limpiándose el oído. Parecía haber cambiado de actitud muy rápido. Masculló algo que no se le entendió, parecía hablar consigo mismo. Despues, repuso—: En mi opinión, esta es la más esquivable y menos molesta.
«¿Más esquivable?», se preguntó Zhì Yuè.
Como si Dashiell conociera las expresiones de Zhì Yuè, adivinó rápidamente lo que se preguntaba. Su habilidad consistía en esfumarse y aparecer. Podía cambiar de lugar según lo quisiera. Respondió su pregunta apareciendo en distintos puntos de su entorno:
— Justo así, mira. Aquí. Allá. Por aquí. Ahora abajo. Detrás. Delante. ¿Quieres que te abra la piel? —preguntó, presionándole una najaba en el cuello—. Será un juego divertido ¡Pouchi, pouchi! Algo como "Detén al que te acuchilla". Si lo logras, prometo comportarme.
Zhì Yuè alejó la mano de Dashiell. Este no colocó resistencia.
— No, gracias.
— ¿Qué harás? ¿Acaso me congelarás? —interrogó Dashiell—. Tengo entendido que dominas conjuros de hielo, pero ¿son tan poderosos como para detenerme? Puede que yo sea más rápido ¡Pouchi, pouchi!
En la generación de Zhì Yuè, era imposible que alguien administrara magia de hielo; sobre todo, por la caótica historia de los dioses, los dragones y los napatun. Se podía interpretar muchas cosas de las personas que la poseían, si es que alguien podía poseerla; en ocasiones, cosas buenas, en otras, malas. Esta última era la que más usual. Lo que se sabía de Zhì Yuè era que manejaba conjuros de hielo, mas no magia de hielo. Lucius, además del maestro de Mermaid Wings y la familia Caelifer, era el único que sabía sobre la magia de Zhì Yuè, todo por la culpa de Viridia, a quién un día se le escapó el chisme en un momento de euforia.
— Niño, será mejor que te controles —regañó Viridia—. No quieres pelear contra estos tres. Ja, ni siquiera podrías contra uno de ellos. Zhì Yuè será amable, pero Silvanus no dudará en darte un estatequieto si sigues así. Y nuestro enmascarado, jojojo, JAJAJA, no querrás saber lo que hace, ¡así que compórtate! —gruñó—. Atrévete a lastimar a mi A-Yuè y me meteré a tu oído.
— Ah, sí. Como digas —pronunció Dashiell, desganado. Se sentó en el suelo y guardó silencio.
«¡SE CALLÓ!», se sorprendió Viridia, pero aparentó no importarle.
— Mi nombre es Pax —dijo el señor—. Soy Pax Cogno.
— ¿Pax Cogno? —repitió Zhì Yuè, pensativo. Se golpeó la frente—. Me suena. ¿A ti?
— Me suena a farsa —replicó Lucius—. Muestra tu cara —ordenó, alzando el mentón, y escupió.
Cuando Lucius perdía los estribos, se comportaba de forma vulgar; aún más, cuando sentía que trataba con personas ordinarias.
Pax Cogno era un integrante del Consejo de Magos, no alguien importante, sino un externo que trabaja para ellos, exactamente, para Aulus Nerva. Era obvio que los presentes no sabían eso. Zhì Yuè ni siquiera lo conocía; recordó su nombre porque lo escuchó el día que decidió irse de casa. Su hermano mayor discutía con Nocflo, uno de sus otros primos, sobre el Traicionero de la Familia Caelifer; y mencionaron que todo estaba en el documento que Pax Cogno les había entregado.
Cogno se quitó la máscara. El color de su cabello era oscuro; su piel suave y clara, de tez uniforme, saludable y fresca. Sus pómulos eran prominentes, no desmesurados. Sus labios estaban bien delineados, con el labio superior suavemente más fino que el inferior, volviéndolo de expresión afable y accesible. Su nariz era recta y proporcional. Tenía unos ojos almendrados; eran intensos y expresivos. Sus cejas, rectas, realzaban su ovalado rostro.
— Conozco a Axton, líder de Mermaid Wings. Platico de vez en cuando con él cada que voy a Grumelia. Me conoce. Joven Sir Zhì, con usted me he topado dos veces. ¿Me recuerda? La primera, en una pastelería; ambos chocamos nuestros hombros y nos disculpamos. Ese día usted estaba acompañado de una dama, su hermana, me parece. La segunda vez, nos vimos en Mermaid Wings. Bueno, usted no me vio, solo cruzamos unas palabras, pero no me miró, lucía concentrado. Fue en el Tablero de Trabajos. Estaba concentrado en qué misión tomar. Le sugerí la del Niño Calavera. Usted solo dijo «Gracias», lo tomó y se fue.
— Sí…, me acuerdo. Los siento. Algunas veces soy distraído. Me alegra saber su nombre. Es bueno que no sea un total desconocido. Entonces ¿cómo es que cocone a Dashiell? ¿Por qué entraron al abismo?
— No es más que una casualidad —respondió Cogno.
— Sí, sí, eso es cierto —aseveró Dashiell, despreocupado y aburrido—. A mí se me hizo interesante y sospechoso verlo vestido con ese tipo de mascara; lo seguí y molesté ¡Pouchi, pouchi! Al final, resultó que él también se dirigía aquí. Yo quería entrar al abismo por las pulseras. —Observó a Lucius y chilló—: ¡Y solo esperé a que terminaras de hacer el ritual, porque ya estabas a la mitad de él! ¡El poema es largo! ¡Descontando los minutos de preparación, habría tomado siete minutos más realizar todo de nuevo! ¡Pouchi, pouchi! ¡E interrumpir un ritual mágico es de mala suerte! ¡¿En serio hubieras preferido que te interrumpiera?!
La expresión de Lucius se volvió como la de un gato sintiéndose atacado. Sus ojos ardieron en flamas de fuego infernal. Dashiell sonrió con gratificación; se estaba divirtiendo.
— ¿Cómo sabía que había estalagmitas que podrían lastimarnos? —le preguntó Lucius a Cogno— ¿Acaso había ingresado antes? Aunque Axton y Zhì Yuè lo conozcan, no deja de ser un extraño para mí.
— Joven Sir Silvanus, entiendo. No me ofende. Mi magia es magia de runas. Dentro del poema, hay un verso que se traduce como «la luz oculta malestar», ¿verdad? Eso es ukren moderno. En ukren arcaico, se traduce como «la verdad producirá malestar». El poema no solo era un ritual, sino un manual. Este verso quiere decir que, la verdad puede lastimar… cómo si te perforaran el corazón —explicó. Todos pensaron en las estalagmitas—. También, se lee «…envuelve la naturaleza, bailar permitirá, rosas y humanos lloraran bajo el eclipse a desvelar…»; en esta parte y la otra, se notifica que habrá una trampa, aunque la naturaleza, la tierra del abismo, te envuelva; es decir, te reciba luego de expresar tus secretos; las espinas de quién creías a ciegas te lastimarán, y la sangre se derramará. "Espinas", por rosas. Cuando alguien habla de naturaleza y piensa en flores, lo primero que se le viene a la cabeza es una rosa. Además, en ukren arcaico, el símbolo naturaleza significa rosa —esbozó una sonrisa. Miró a Zhì Yuè y continuó comentando—: Por desgracia, mi nivel de magia es inferior al promedio. No puedo hacer mucho, solo descifrar una que otra cosa y aplicar tres técnicas como máximo, todas de nivel inferior. Y Dashiell solo puede desaparecer y lanzar najabas. Decidimos quedarnos acá. No es lo más seguro, pero es un punto tranquilo. Ser débil no es algo de qué enorgullecerse, pero espero que esté tranquilo sabiéndolo. No los voy a atacar.
— ¿Y para qué vino? —preguntó Lucius— ¿También quiere las pulseras?
— No. Yo no vine por las pulseras…
Exista una historia relacionada al Abismo Maldito, un cuento para maravillar y sorprender a los niños de Starlim y a los de los pueblos cercanos, una historia que se volvió conocida ese mismo año tras ser publicada en una recopilación de relatos. Se trataba de Àn Bēi, la espada del antiguo e histórico Artemius Sertorius Caesus, el subyugador de Ocasip.
Ocasip y Snepden eran dos países vecinos; existía una brecha entre ambos. Los de Snepden nacían con el don de la magia, hechicería y brujería; era un país más avanzado y de talentos innatos. En cambio, Ocasip, que se reservaba en sus tradiciones y artes, era la única nación rica en cultivo, con habilidad mágica deficiente, además de escasa.
Nor por ello, por supuesto, un país era superior o inferior a otro. A decir verdad, aquella situación los dejaba en igualdad de condiciones. Cada uno tenía sus propios méritos que los nivelaban en preeminencia.
En el pasado, Artemius Sertorius Caesus, quien era un exiliado de su patria, posteriormente llamado the Conqueror of Ocasip por su pueblo, mientras que era nombrado Liúlàng Qièzéi por los de Ocasip y sus enemigos; por sus talentos y el afecto que el Antiguo Rey de Snepden había desarrollado por él, como un padre a un hijo, le dejó su reinado cuando falleció. Lo primero que hizo Artemius, en su gobierno, fue desafiar a Ocasip; inició una guerra en busca de poder y dominio. Domó la mitad del país. No pararía hasta conquistarlo todo. Sin embargo, no contó con que los ciudadanos de Ocasip eran duros de roer. Los pueblerinos, los ciudadanos, tanto la aristocracia como los pobres, cada uno de ellos, nacido y criado en Ocasip, siendo el botín de Artemius, destruyeron su propio territorio.
Lo tenían bien claro, no serían esclavos, mucho menos piezas de ajedrez que intercambiar, ni la ruina a una posible gloría de guerra bajo la excusa del rescate de sus vidas. Los cautivos de Ocasip quemaron sus tierras, destrozaron sus mansiones, arruinaron sus recursos, contaminaron el agua, dañaron piedras espirituales, quemaron sus reliquias, escondieron sus riquezas, eliminaron su historia, fundieron sus armas en tablas de metal que luego estropearon; ocasionaron la más grande y desgarradora mancha de carmesí en toda la historia. Una vez asegurados de haberlo arruinado todo, se suicidaron en conjunto.
Artemius conquistó y perdió. La hambruna llegó a su ejército, solo le quedó retirarse. Se quedó con las tierras sometidas de Ocasip. Semanas después, en la frontera, crecería mágicamente, ocasionando un temblor, un cercado de arboleda seca con ramas de púas filudas, separando a Ocasip y Snepden generaciones y generaciones.
No obstante, este cuento no se centraba en el Colonizador, sino en Àn Bēi, la verdadera poderosa.
Artemius fue un estratega, de talento mágico un poco más arriba del promedio, pero un mediocre en cultivación; en eso, no podía ni igualar a un estudiante de diecisiete años. Él halló a Àn Bēi en su exilio. La espada era admirada de extremo a extremo, no solo por su calidad y brillo descomunal, sino por la sensación de poder y miseria. Àn Bēi desprendía una energía melancólica que arruinaba a su oponente.
Se afirmaba que nació de las lágrimas de un lastimoso dios, de uno totalmente nostálgico y sumergido en la miseria. En pocas palabras, Artemius ganó gracias a ella, así que también la llamaban la Espada Capaz de Domar Países. Se creó un largo listado de posibles técnicas que podría administrar al ser celestial y sacra, solo faltaba encontrarla para la verificación. Nadie sabía dónde estaba. Un día Artemius salió y nunca volvió. Y los de Starlim les aseguraban a los niños que el cuerpo y la espada yacían en el Abismo Maldito, como sello social de su cultura y patrimonio.
— Bueno, yo viene por "Salamandra de Hielo" —dijo Zhì Yuè.
— ¿Para qué quieres la espada? —interrogó Dashiell.
— ¿Para qué quieres las pulseras? —plateó Cogno.
El pequeño gestualizó una sonrisa pícara. Se sonrojó.
— ¡Obvio!, para pedir que la mitad de la población en toda la tierra muera—respondió Dashiell.
Sin saber qué opinar al respecto, porque ni siquiera los jóvenes supieron qué decir, Cogno desestimó lo que dijo y repuso:
— Las intenciones de cada uno son privadas.
— Sigo sin confiar en usted —resaltó Lucius— ¿Por qué alguien querría La Espada Capaz de Domar Países si no tiene la intención de domar un país? Si encontramos la espada, se la entregaremos al Consejo de Magos. No hay razón para entregársela. Si lo hacemos, y hace algo fuera de lugar, seríamos responsables de las consecuencias. No me verán envuelto en la ruina de un estado; antes, me contaré las manos.
— ¿No te parece qué exageras? —preguntó Viridia, rascándose la cabeza—. Escuche, Cogno, ¡Lucius y Zhì Yuè son magos de rango T! Sus gremios pertenecen al Convenio de Magos asociado al Consejo Estado Real. Estos jóvenes recibieron un ash-milta. Eso los convierte en caballeros del Consejo; sirven a la nación. Técnicamente, en este lugar, son algo así como la ley, papu. Si la espada está aquí, su trabajo es entregársela a los que dirigen el país. Será mejor que olvides tus necesidades.
— ¿Están cumpliendo sus funciones ahora? —formuló Cogno—. No visten la insignia. El Joven Sir Silvanus viene por las pulseras, las cuales también se consideran patrimonio, en caso existieran. Si ejerce su cargo, no podrá tomarlas para sus necesidades. ¿Se las entregará al consejo? Solo voy por lo justo, no se moleste. En caso las tomara y rompiera su voto, el Joven Sir Zhì estaría obligado a pelear con usted para entregárselas al Consejo. Pregunto, ¿están ejerciendo sus deberes o vienen como simples magos?
Yamagata sujetó un extremo de la túnica de Zhì Yuè; tiró suavemente.
— ¿De qué están hablando? —le preguntó, estoico.
— Viridia nos acaba de meter autogol —respondió Zhì Yuè—. Te hablaré de la política actual después.
— Si te hubieras dormido, te habría comido y no estaríamos alargando esto —repuso Dashiell, limpiándose los oídos—. Deja de molestar a los niños, ya eres adulto. No toques la espada, y listo.
«¿Niños? Pero si tú eres un mocoso», pensó Viridia.
— ¿Tú no pelearías por las pulseras? —preguntó Cogno.
— ¿No ves la situación? Ya no quiero las pulseras ¡Cambio de planes! No me resulta interesante asesinar a las personas. Pensé las cosas. Quiero que lleven vidas miserables y que sufran en el proceso. Imaginarlo me hace sentir mejor ¡Pouchi, pouchi! No les daré el regalo de la muerte. Tienen que sufrir en vida, jajaja. —Observó a Lucius con desdén—. Que se las quede si quiere ¡Quiero irme de acá! ¡Ya me cansé de la carne muerta! ¡Quiero comer helado!
«Está loco, pero es tratable», pensaron Zhì Yuè y Lucius.
Hubo una larga pausa. Cogno se colocó la máscara.
— De nada sirve discutir, supongo —articuló—. Considere que es un tipo de abuso de poder. Joven Sir Silvanus, pude tomar las pulseras. El Consejo de Magos se enterará de todas las formas. —Caminó hacia un extremo, apoyó su cuerpo en una pared y se deslizó—. Como ya lo mencioné, estoy cansado. ¿Qué hará con Salamandra de Hielo? Me disculpo si no puedo ayudarte, prefiero descansar aquí si van a luchar. —Suspiré—. Resultó ser un Dragón K. ¿No es increíble? Bueno, es malo para nosotros.
— Tú también quédate —ordenó Zhì Yuè, mirando a Dashiell—. Les pasaremos la voz si encontramos la salida.
— ¡Pero yo quiero ir! —se quejó Dashiell— ¡Quiero ver como pelean!
—Te quedas. No está en discusión —repuso Lucius.
— ¡No quiero! ¡No me quedará! ¡Pouchi, puchi!
— Dashiell —habló Zhì Yuè, acariciándole la cabeza—, me recuerdas a mi hermano menor…
«¡PARA NADA!» Pensó Viridia.
— …Vopiscus, mi primo —continuó Zhì Yuè—, nos enseñó un truco cuando…
Lucius lo tomó del cuello y lo arrastró.
— Ya vámonos —espetó—. Si nos persigue, lo toca.
— ¡Qué te dije de molestarme! —gruñó Zhì Yuè.
Dashiell se tocó la cabeza. Sonriente gritó:
— ¡Er gēgē, te esperaré! ¡Promete enseñarme ese truco! ¡Además, quiero tener un duelo contigo! ¡Quién sangre menos, gana! ¡Pouchi, puchi!
— ¡Claro! —afirmó Zhì Yuè, algo dudoso pero sonriente.
«Ese niño es extraño», aseveró Lucius.
Dashiell parecía experimentar un cambio voluble de personalidad, de psicópata asesino a niño infantil. ¿Le había agradado conocer a Zhì Yuè? ¿Acaso era su fan? Pero, hace tan solo un rato, estaba amenazándolo, ¿no?
«Además de trastornado, bipolar. La gente es extraña», concluye.
— Suéltalo —articuló Yamagata, monotono. Sujetó la muñeca de Lucius, la que se aferraba a las solapas de Zhì Yuè.
— ¡Eso! ¡Defiende a tu sopa! —exclamó Viridia—. Estás progresando, Ya… Ya pareces un joven noble.
Viridia comenzó a tararear suavemente.
— ¿…? ¿De dónde se conocen? —preguntó Lucius, soltándolo.