Caminaron lo que toma un incienso. La vía parecía ser un ciclo interminable de transitar. Los pasos no generaban ecos. Y la brisa se transformó en aire envolvente y libre, no lo filtrante y sofocante que había sido.
Grande fue la sorpresa de los tres cuando llegaron a lo que parecía ser el final del camino. Las cejas de los muchachos se elevaron como nunca lo habían hecho. Si Yamagata difícilmente experimentó la sorpresa, esta era la tercera impresión más fuerte de su vida. Viridia no tardó en emitir sus lamentos. Soltó chillidos y chillidos lastimosos sobre la suerte y lo miserable que era por andar con Zhì Yuè.
— Si me hubiera quedado en casa, no estaría viviendo nada de esto. A-Yuè, dime que me odias sin decirme que me odias; muéstrame esto y lo entenderé rápido.
— No exageres.
— …en fin, la hipotenusa —murmuró Viridia.
— Permítele exagerar —articuló Yamagata, apático.
— ¡Apoyo a Chí Wā! —repuso Viridia—. Déjame ser como soy.
Ante sus ojos, las rocas se elevaban irregularmente, la estructura tenía algunas grietas. Las paredes estaban esculpidas por sí mismas, guiándose por sus caprichos, moldeando estrepitosamente los bordes de seis pasajes; específicamente, seis rutas de las que la oscuridad se hacía cada vez más densa. No había forma de saber cuál tomar. El viento provenía de todas. Incluso sabiendo a donde ir, ninguno se hubiera adentrado, y si lo hubiesen hecho, habría sido con duda y miedo certero. De cada entrada, se percibía una energía paralizante, como si la escencia apocalíptica del mal hubiese sido desatada. No eran senderos hacia la salvación, sino hacia el final.
— ¿Si elegimos con un juego? —preguntó Zhì Yuè.
— No hablarás en serio, ¿verdad? —amonestó Viridia.
Yamagata parpadeó pacientemente. Frunció su ceño, dudoso. Asintió.
En términos de números, Zhì Yuè dudaba siempre del número uno. De esa forma, empezó desde el segundo camino que se construía al frente de ellos, desde el lado izquierdo.
— Una flor está creciendo en la pared, la pared está llena de aroma floral[1] —recitó, mientras consecutivamente reposicionaba su mirada en cada una de las opciones. El resultado se reveló. Y el quinto pasaje se erguía ante él—. Mmn… Entonces… vamos, ¿no?
— Si muero, te denuncio —chilló Viridia, aferrándose de los cabellos de Zhì Yuè.
Solo estuvieron quince segundos en ese lugar antes de salir corriendo y meterse al segundo camino.
— Pero ¿qué fue eso? —interrogó Zhì Yuè, espantado.
— ¡Nuestra muerte! —gritó Viridia.
De nuevo, no duraron ni quince segundos en ese túnel cuando salieron disparados. Se adentraron rápidamente al primer camino, el que quedaba justo al lado.
— ¡Qué mierdaaaa! —articuló Viridia, angustiado—. ¡Blande tu espada! ¡Blándela, blándela, blándela! ¡Por algo tienes una! ¡Blande a Zhū Yán!
— ¡Shhh!
— ¡Ah! ¿Me chitaste? ¿Acaso te atreviste a chitarme? ¡Se atrevió a chitarme! —repitió Viridia, mirando a Yamagata— ¡¿Voy a morir y no puedo quejarme?! Discúlpeme, Èr Láng, debo resultarle fastidioso en los últimos segundos de mi vida. ¡Pondré una demanda! ¡Esto es maltrato animal! ¡La próxima vez que nos veamos será en un juicio!
— Eran varios, ¿verdad?, ¿o me pareció? —preguntó Zhì Yuè.
— ¿Te pareció? —repuso Viridia— ¿Crees qué te pareció? ¡Si a ti te pareció, entonces yo vi a los dioses!
El terreno era asimétrico y desleal, rocas ahondaban por todo sitio, siendo baches peligrosos para alguien que corría sin ver. El brillo de Viridia parpadeó repetitivamente a razón de sus nervios. Polvo caía de la cobertura mientras más golpeteos se generaban.
— ¡Sh, sh, sh! ¿Escuchan eso? —preguntó Zhì Yuè—. Creo que nos siguen.
— Allí, allí, mira —repuso Viridia. En esa dirección, se proyectaba grandes sombras en la pared. Sencillamente, uno formularía que había un tipo de muro medianamente alto, hecho de enormes rocas. Analizándolo, había espacio suficiente para esconderse—. Vamos, vamos, ¿qué esperas, A-Yuè? ¡Muévete!
Los sonidos de pies azotándose contra el suelo fue desesperante. Viridia se apagó y, acto seguido, se desmayó. Yamagata y Zhì Yuè se asomaron sigilosamente. Una horda entera de seres extraños se desplazaban con sus cuatro extremidades, como simios en la jungla. Sufrían de alopecia; Zhì Yuè se erizó viendo las zonas huecas. Su piel era pálida y suavemente verdosa, algo fosforescente. Sus rasgos eran deformes, así como sus cuerpos humanoides. Algunos tenían los ojos inusualmente grandes y dilatados, con los pómulos marcados por la hambruna. Lo atroz de sus rostros residía en la boca. No tenían labios. Ellos se habían mordisqueado así mismos, al extremo de arrancar su carne y tragársela. Sus dientes eran verdosos y negros. En zonas de su piel, se visualizaban orificios pequeños y profundos, los cuales generaban tripofobia en Zhì Yuè. Tenía un grave problema con los agujeros. En cuanto a fuerza, parecían débiles, frágiles, pero se movían energéticos y bruscos.
Yamagata observaba a treinta centímetros de distancia de Zhì Yuè. De modo que, cuando el pelirrojo sintió una mano sujetar su espalda, una corriente de preocupación recorrió su cuerpo. Con los nervios a tope, pero conservando una voz calma, balbuceó:
— Kiri…tan…, ¿por qué…?
— ¿Mmn?
— La… mano… —Yamagata lo miró con una expresión blanca por debajo de la máscara, guardando silencio. No era él quien lo tocaba. Zhì Yuè se alarmó— ¡AH!
Prestamente, la misma mano le cubrió la boca, lo tiró al suelo, y envolvió sus piernas y manos en él. Zhì Yuè peleó. Yamagata estuvo a punto de golpear al sujeto. Se detuvo cuando este murmuró:
— ¡Silencio! ¡Soy yo!
— ¡¡¡¿Huh?!!!
— Soy Lucius… Lucius Silvanus…
Zhì Yuè lo escrutó en la oscuridad. Cuando reconoció sus ojos y ese pequeño lunar cerca de su ojo, quedó impactado.
Lucius suavizó el agarre.
— ¿Qué? ¿Qué demonios haces acá? —preguntó Zhì Yuè—. Espera, primero, quítate —lo empujó y se separó, arrodillándose al frente de él—; segundo, ¿qué?
— Yo debería preguntar eso ¿Por qué…? ¿Qué haces vestido así? —cuestionó, con una expresión asqueada y adolorida— ¿Aceptaste…? ¡Ay!
Zhì Yuè se apresuró a sostenerlo. Lucius se veía sumamente lastimado. Su cara estaba con raspones. Lucía totalmente deshidratado. Su brazo y muslo izquierdo estaba lastimados, tenía unos cortes, nada grave, pero dolorosos. Vestía telas negras y azules como el mar de noche. Zonas de su cuerpo estaban cubiertas por una armadura que lucía frágil; su pecho y piernas, hasta la altura de la rodilla, estaban protegidos. En su hombro izquierdo, había una superficie de cuero, y de allí, se deslizaba una larga tela que colgaba y flameaba con el viento.
Lucius Silvanus era una persona educada y fría, conservado en las formas; pertenecía a una familia igual de prestigiosa que la de Zhì Yuè; era integrante de un gremio llamado White Wine, nombrado así a partir del vicio favorito de su líder. Tanto el líder del gremio de Lucius como el de Zhì Yuè, se llevaban bien. Para celebrar esa cercanía, organizaban encuentros entre ambos gremios para convivir, ya sea con fiestas, competencias, etc.
Como Zhì Yuè y Lucius compartían muchas similitudes y eran de la misma edad, toda la gente a su alrededor intuyó que se volverían increíbles amigos. Forzaron la amistad desde distintas direcciones; sin embargo, eso solo alimentó el desprecio de Lucius hacia Zhì Yuè. Cada año que se veían, la frialdad e incomodidad, del uno hacia el otro, tensaba el ambiente. El resto no lo sabía, por supuesto, pero Lucius era demasiado ofensivo con Zhì Yuè cuando se encontraban solos. Zhì Yuè no entendía por qué lo menospreciaba tanto; solo lo dejaba pasar. No obstante, luego de tantos comentarios satíricos e insultos, prefería estar lejos de él, limitando todo a saludos y despedidas. Con todo, los adultos no evidenciaban la situación y terminaban involucrándolos juntos. Y Zhì Yuè no era un santo buda, era un joven de emociones libres, aun conociendo sus dos caras, caía en las trampas del otro, quedando como un malcriado.
— La última vez que te vi… fue hace tres meses y algo, ¿no? —articuló Zhì Yuè, pensativo—. Como tres semanas más, creo. No estoy seguro. Pasó bastante.
Lucius lo miró con asco. Sus cejas se contrajeron débilmente y con dolor.
— ¿De qué hablas? —preguntó. Sintió al estrés invadir su cabeza—. Deja de decir estupideces. Nos vimos hace no tanto. ¿Pensar te hace daño?
Zhì Yuè se puso rojo.
— ¿Ah? ¿Por qué siempre buscas contradecirme en todo? Ni en ese estado dejas de insultarme. Nos vimos hace casi cuatro meses. Yo estuve en otra parte hace tan solo unas semanas. ¿Acaso me viste por allí?
Lucius arrugó todo su rostro.
— Imposible. Yo he… estado… como unos... dos días aquí…
— Por qué insistes en… —Zhì Yuè y Lucius lo entendieron. Sus labios se contrajeron y la impresión bañó sus semblantes. Pronto, el pelirrojo conectó cada punto. Con los ojos muy abiertos, aseveró—: ¡El tiempo corre diferente! ¡Por ello, fue que el alcalde de Starlim cambió el caso a urgente! Esto tiene lógica. El favorito de White Wine se pierde, entonces urgentemente lo quieren rescatar, pero no desean tomar la responsabilidad directa de una posible muerte… ¡Así todo sería casual! La recompensa por venir… Ahora todo tiene más lógica. ¿Por qué darían una recompensa tan alta si el infiltrado tendría la oportunidad de robar las pulseras?
Todo aquel que conociera la reputación del líder de White Wine sabía que el anciano apreciaba mucho la responsabilidad y seriedad de Lucius; era conocido como uno de sus favoritos. El mismo Lucius, a pesar de la edad, era famoso. Su nombre sonaba con las promesas de convertirse en uno de los magos más reconocidos. De ahí que, el alcalde de Starlim subiera la recompensa. Los que ingresaran verían a Lucius, lo reconocerían y ayudarían.
— Sí gracias, yo estoy muy bien —masculló Lucius, con un profundo dolor físico.
— Pero ¿qué te pasó? —interrogó Zhì Yuè—. Literalmente. Parece que mil personas te pasaron encima.
Lucius no respondió. Posó sus ojos sobre Yamagata. No confiaba en él. Le daba mala espina. No consentía que siguiera oculto tras su mascara. Preguntó, hostil:
— ¿Quién es?
— Mírate, mostrando tu verdadera cara —suspiró Zhì Yuè—. Qué nuevo… Se llama Yamagata Kiriya. Está viajando conmigo por el momento. —Intentó pasar sobre el tema. Repuso rápido—: No lo puedo creer. Casi cuatro meses. El líder de White Wine debe estar buscándote como loco. Estuve caminando lejos de la aristocracia y las grandes ciudades, así que… solo sé lo que sucede en los pueblos. No tengo nada para informarte sobre ellos si me lo preguntas. Esto te pasa por andar siempre solo ¿Para qué viniste?
— Para qué viniste tú —recriminó, receloso.
— No te esponjes. ¡Animas!, estoy siendo amable. Quieres iniciar una tormenta en primavera.
— ¿Dónde está Throckmorton? —le preguntó. Intentó inclinarse. Apartó la mano de Zhì Yuè con un golpe y se sentó— ¿Lo perdiste?
El rostro de Zhì Yuè se oscureció. Su lengua le pesó y su garganta se sintió golpeada. En ese momento, Viridia se recuperó de su desmayó. Lucius dirigió la mirada hacia él.
— Ah, sí… —suspiró, desanimado— ¿Se toparon con los otros dos? ¿Todavía están vivos?
— ¿Los otros dos? —preguntó Viridia.
— ¿Cuánto rato han estado aquí? —preguntó Lucius.
— Más de seis horas —respondió Viridia, cortante y cansado. Se paró en los muslos de Zhì Yuè, quien estaba arrodillado—. Estuvimos en las estalagmitas cada una de ellas —y extendió sus patas, efusivo, hacia Zhì Yuè.
Lucius lo entendió de inmediato.
— No tienes remedio —regañó—. Eres tan estúpido que me enfermas. ¿Qué ganas ayudando a los muertos? Nadie será tan amble contigo, como tú lo has sido con otros. Eres un idiota. Deberías ser egoísta. —Rodó los ojos, soltando un suspiro, algo jadeante. El dolor le carcomía los sentidos. Estaba desperdiciando sus valiosas energías con Zhì Yuè—. Te voy a decir esto porque tienes cara de estúpido. Salamandra de Hielo no es un rumor. Lo vi.
Zhì Yuè no se sorprendía con facilidad cuando se trataba de trabajo. Observó la seriedad en los ojos de Lucius y solo pudo emitir:
— ¿Entonces qué es?, ¿un espíritu cualquiera, una salamandra de verdad, él o…?
— Un dragón. —Todos se quedaron callados. Zhì Yuè y Viridia se miraron y empezaron a reír— ¡No estoy alucinando! ¡Lo que vi era un dragón!
Los sentidos de Viridia eran agiles, captaban las vibraciones, sobre todo, en su plena disposición. En breve, empezó a llorar, refunfuñar y chillar. Lucius decía la verdad. Sentir eso en sus antenas lo volvió loco. Se sujetó sus largos y canosos bigotes, y los jaló al extremo de casi arrancarse algunos cabellos.
— ¡Ahhhhhh! ¿Cómo dices qué dijiste? ¡¿Cómo qué un dragón?! No puede ser un dragón. Los dragones están muertos, lucharon al lado de los dioses. No queda ninguno con vida. —Se volvió hacia Zhì Yuè. Se subió a su hombro y le murmuró al oído—. Zhì Yuè, si me lo preguntas, creo que Lucius quemó de tanta hipocresía. Mira, como siempre te ha tratado mal, ¿qué te parece si lo dejamos aquí? —Le abrazó el rostro—. Por favor, solo vámonos. No seas cruel, no seas así. Te lo suplico… —Miró a Lucius con el rabillo del ojo— ¡Oh, oh, jojojo! No te lo tomes personal. No hablábamos de ti. Es de otro Lucius…, loco.
Lucius lo ignoró. Posó sus ojos sobre Zhì Yuè y demandó:
— Tienes magia de hielo. Haz tu trabajo. Retomando lo anterior, dos personas ingresaron conmigo. No trabajamos juntos, se colaron mientras hacía el ritual. Uno es un viejo, alrededor de los veinte, parecía reservado; el otro, alguien menor que nosotros, es una persona trastornada. No confió en ninguno de ellos. Entendí que no eran amigos, se acababan de conocer. Me fui por mi cuenta. Otra cosa, este lugar está encantado. El responsable es el que nace de los cánticos… —Con una expresión seca, de pronto cambió de tema—: ¿Qué caminos has tomado?
— Oye, oye, oye. Espérate, papá —le dijo Viridia—. Ya lo sabíamos, pero ¿no dirás más?
— No tienen que saberlo todo.
— ¿Cómo qué no? Si no desembuchas, entonces Èr Láng no te ayudará. Te dejaremos y morirás solo. ¿Crees que Zhì Yuè te ayudaría si no le dices nada? Toma en cuenta que lo molestas cada vez que se encuentran. Podrá ser amable, pero nunca tan estúpido.
Zhì Yuè se rascó la cabeza y tocó su mentón.
Lucius levantó la ceja. Esbozó una sonrisa y preguntó:
— ¿Qué decías?
— ¡A-Yuè! —resondró Viridia.
Yamagata separó a Viridia de la cara de Zhì Yuè, pues aquel lo había empezado a morder.
— No me importa lo que Zhì Yuè quiera —rezongó Viridia—. Si no nos cuentas todo, dejaré de brillar. ¡No me moveré de aquí! Ahí ustedes cómo salen. Este lugar se ve seguro, así que me pondré cómodo e iniciaré una dinastía. ¡La Dinastía Viridia! Será majestuoso, ¡un evento canónico!
— Tomamos el quinto y segundo camino —respondió Zhì Yuè—. ¿Dónde viste al dragón?
Viridia quedó completamente ignorado.
— Todos los pasadizos están embrujados —explicó Lucius—. Al final de todos ellos, se dividen dos rutas. Una de cada esas dos te lleva hacia el nivel inferior, allí yace un dragón de carne; duerme profundamente, apoyado en la pared, cubriendo un pasaje, en el cual creo se esconden las pulseras. Como te dije, cada ruta está embrujada; el quinto es el de las mujeres ahorcadas. Ellas caen del techo y, luego, algunos de los cuerpos se descomponen en pequeñas serpientes y arañas, mientras que las otras te atacan. El segundo es el de los hambrientos, los que te perseguían. Ellos te arrancan la piel… —y posó su vista en su muslo. Al parecer, lo habían llegado a lastimar. Se expresión se vio determinada—. La mejor opción es la quinta. No quieres saber lo que hay en las demás.
— Escúchalo, A-Yuè; es la voz de la experiencia —recomendó Viridia, llorando, pero en un tono astuto y predispuesto.
— Dijiste que de los dos caminos al final de cada sendero uno lleva al dragón, ¿el otro? —preguntó Yamagata, frívolo.
Su voz se escuchó mucho más ausente. En las últimas horas, se había escuchado calmo y apático. Ahora, había cambiado a un tono carente de vibraciones emocionales, totalmente plano, tal cual los primeros días en los que Zhì Yuè y él se trataron.
El pelirrojo pensó que se sentía incomodo. Despues de todo, solo habían sido ellos dos durante varios días. Conocer gente nueva tal vez le afectaba, quizás aún no estaba listo para confiar en otros.
— Es un laberinto de caída, como un tobogán, pero de piedras filudas. Un tipo de trampa. Cuando caí, mi carne se atoró en una roca, entonces escalé de regreso y tomé el camino del dragón. Estuve revisando cada una, por si alguna lleva directo a las pulseras, así fue como supe que una de las dos te lleva a un "tobogán de piedras" y la otra al dragón. Este túnel tampoco es seguro —afirmó, refiriéndose a donde se encontraban—. De hecho, es tranquilo hasta aquí, pero dos metros más y te topas con algo perverso.
— ¿Y esas otras dos personas?, ¿Qué camino tomaron? —preguntó Zhì Yuè.
— ¡Ah, no! ¡No los ayudarás! ¡Sobre mi cadáver! —rugió Viridia—. ¿Quieres morir? ¿Qué le diré a tu hermano si mueres? Me va a meter a un horno. ¿Quieres que me vuelva parte del menú? ¡Piensas en otros, pero eres un desconsiderado conmigo! ¿Quién se preocupa por mi cadáver? ¡Solo yo! ¡SOLO YO! El pobre Viridia es muy insignificante para ti.
Sus quejas continuaron. Zhì Yuè lo ignoró. Viridia siempre le decía lo mismo.
— ¿Puedes caminar? —preguntó Zhì Yuè.
— Antes muerto… —respondió Lucius, pensando que lo cargaría, pero pronto vio que la pregunta era para Yamagata. Aquel asintió. Lucius cerró los ojos con furia—. ¡¿Estoy de adorno?! ¿No estás viendo que estoy herido? ¿Qué esperas? ¡Ayúdame!
Lucius había tratado sus heridas, por lo que solo estaba en recuperación. Zhì Yuè lo cargó en su espalda. Y Viridia se rio de él, llamándolo: Tuózi[2]. Su justificación era: «Si voy a morir, lo haré riendo».
Lucius dio algunos últimos detalles de cómo era el quinto pasaje, en eso se delimitó su conversación. En realidad, no tenían mucho que decir, eran conscientes de las responsabilidades de su trabajo. No había que coger valor, ni mucho menos meditar las opciones. Si el pastel estaba servido, tenían que ir por las rebanas. Era: O pelear con el dragón o pelear con el dragón. Además, tal vez, y lo pensó Zhì Yuè, la salida se encontraba donde el dragón dormía, el cual también podía ser el escondite de las pulseras.
— ¿Qué hacen esas pulseras? —preguntó Zhì Yuè. Ya había notado que Lucius venía por ello—. ¿Cumplen deseos o algo?
— …Nada que te importe… Nunca pensé encontrarte aquí. Siempre imaginé que serías tan estúpido como para no ingresar. ¿Cómo es que sabes ukren?
— Yo no sé ukren. Ingresamos de suerte —respondió Zhì Yuè—. Viridia puede dar fe de eso. ¿Qué tipo de deseos cumplen las pulseras? —Lucius gestualizó un mohín— ¿Qué? Por tus reacciones, uno puede inferir muchas cosas.
— Escucha —articuló, airado. Y golpeó la cabeza de Zhì Yuè—. Esas pulseras me pertenecen. Son herencia.
— ¿A tu familia? —cuestionó Zhì Yuè. Lucius lo miró enfadado—. Ya, ya, no diré nada. Cálmate. No tocaré las pulseras. Yo me encargaré del dragón. Tú ingresa y toma tus cosas. Ya veremos qué hacemos con él.
Existía un dicho en las grandes ciudades del país de Snepden: «Los hechiceros responden al llamado; sobre todo, si a su red has entrado. Si aquel pertenece al canto, entonces tu vida habrá tomado». No todos aquellos nacidos de un cantico eran Hechiceros de Canto, otros resultaban ser maldiciones o almas vengativas aferradas al plano físico. Sin embargo, por su condición como guardián, su nivel de poder y su tipo de energía, era deducible que se trataba del primero. Por tal motivo, todos los presentes en el abismo, que, por cierto, en realidad era un subterráneo de cuevas, evitaban nombrar a Hynt en su territorio. Si lo hacían, el ser se aparecería ante ellos a reclamar por sus almas. Era sensato ser precavido.
— Throckmorton no vino contigo, ¿no? —preguntó Lucius—. Si fuese de otro modo, lo habrías buscado hace rato. ¿Qué pasó? ¿Se cansó de tu compañía?
— No molestes a A-Yuè —regañó Viridia—. Encima que te carga. Èr Láng todavía está recuperándose. Tiene muchas heridas en el cuerpo. Harías bien en pagar con tu silencio…
— Viridia… —regañó Zhì Yuè.
— Ya, ya, no hablaré más —farfulló— ¡No hablaré más!
A la brevedad, ingresaron al quinto camino. Viridia se aferró a Zhì Yuè con ahínco. Deseaba disolverse y convertirse en parte de él de nuevo, pero no podía. Su responsabilidad era alumbrar el camino. No amplificó su brillo. Aquello atraería demasiado la atención. Se mantuvo débilmente resplandeciente.
— Desde aquí tengan cuidado —advirtió Lucius—. Lo mejor es no hacer ruido. Si una se despierta, entonces la mitad de ellas lo hará. Nos arrastraremos por el suelo para pasar, lento y silenciosamente…
La escena era dantesca para los sentidos, una danza macabra en un desfile de atrocidades que congelan la sangre.
Sus cuerpos se erizaron, igual a cuando se es infante en medio de la oscuridad del campo, allí donde los alumbrados no llegan y todo es invadido por la voracidad de la noche, y el negro está de frente, detrás, arriba y abajo; los nervios escalan como hormigas hasta llegar a la cabeza, donde hacen que la piel se contraiga y el cuero cabelludo se endurezca.
En el mismo sentido, a un día a altas horas de la madrugada, siendo niño, cuando el mundo pesa en el pecho por el pavor de bajar de la prominente cama, de la que posiblemente una mano brote de la cavidad y te ahogue en la penumbra, donde los gritos de horror son de regocijo para un monstruo que te perturba a su disposición; entonces te diriges temeroso a la cocina por un vaso de agua. Tus padres no están. Y tienes que pasar por la sala, una habitación de memorias, cuarto en el que sientes que un espíritu te respira en la nuca, soltando su penetrante aliento en tu cuello y oreja, lamiéndolos con una saliva que se asemeja a la viscosidad del moco. Tus vellos se erizan. Sientes tu cuerpo reaccionar al temblor de tus nervios. Tu pecho se agita como el de un conejo; frágil, indefenso, pequeño y débil; y los latidos se clavan en tu cerebro, perforando la masa y revolviéndola. ¡Pum!, no voltees. ¡¡Pum!!, es la muerte. ¡¡¡PUM!!!, adiós.
Algo así era estar dentro de ese canal. Con un paso, los jóvenes sentían que los muertos los miraban; con otro, que los seleccionaban; y, con uno más, que ya habían tomado sus almas. Solo faltaba que se las arrancaran. Y lo harían, claro que lo harían. Los empujarían contra el suelo, y muchos otros los subyugarían para abrirles las espaldas. Uno revolcaría su mano entre sus pulmones y corazón, sonriente y frénico. Y, luego, hundiría su mano en la tráquea hasta llegar al cráneo, donde arrancaría todo de golpe, buscando eso que no se puede encontrar ni tocar. Su hambre jamás sería saciada. Y ese sería el ciclo. Una vida arrebata por una incoherencia.
Lo que ocultaba el quinto camino, así como lo había resumido Lucius, eran mujeres ahorcadas con largos listones blancos de satén. Su piel era igual de pálida que la nieve, pero con machas oscuras que lucían como moretones. Debajo de la dermis, sus venas parecían haber estallado, había manchas de sangre muerta en algunas zonas. Sus ojos eran enteramente negros; el rastro del blanco, así como el de la esperanza había abandonado sus cuencas. Tenían el cuello roto. Y todas vestían un vestido de dormir, blanco y escalofriante. Y sus delgadas piernas, se balanceaban débilmente en el aire, haciendo más evidente el peso del cadáver.
Fue extraño pasar por allí. Arrastrarse por el suelo, como parásitos, bajo los cadáveres de más de cien mujeres, cuya piel era como el mármol, erizaba a cualquiera; desde luego, a quién sea que lo pensará o imaginará su historia. Parecían madres, hijas, primas, hermanas, tías, novias, esposas y abuelas. Cada una tenía el cuerpo golpeado. Y en sus espaldas, las prístinas túnicas blancas, se convertían en un baño de pétalos rojos, donde la carne se veía desgarrada. ¿Entonces qué era? ¿Una hermana azotada hasta la muerte? ¿Una madre empleada de un hogar acusada de robar algo y ahorcada como castigo? ¿Una abuela a quién mataron simplemente para deshacerse de ella, y luego le arrancaron la piel para vendérsela a los brujos? Zhì Yuè se imaginó múltiples historias, unas más perversas que otras.
El aire no solo estaba lleno de hostilidad, hambre y peligro, sino que estaba sumergido en la miseria y la venganza. Aunque no se oía nada, se sentía que todas ellas gritaban al mismo tiempo, así hasta angustiar, haciendo que las uñas se clavaran en la tierra por la atrocidad de la frecuencia y el dolor de cabeza; el corazón golpeaba el pecho como caballos galopando, como el tambor de los chamanes en medio de un anuncio caótico. Aquello resultó un grave problema. Yamagata comenzó a transpirar. Recordó cosas que le hicieron los Kaer. Recordó lo que le decía la voz que lo acosaba, lo que le murmuraba, la sensación de dominio que tenía sobre él.
A pesar de que Zhì Yuè estaba a su costado, Yamagata sintió que estaba a medio millón de millas. Se sintió solo, completamente abandonado. ¡Estaría apartado por siempre! Su respiración se alteró. Los sonidos del corazón lo atormentaron. Tener presente ese sonido, ese palpito. Solo faltaban otras cosas… otras…
En las noches vacías, en los días solitarios, en las mañanas frías y en las tormentas oscuras, él estaba desprotegido y vulnerable, como el hielo a centímetros del sol.
— ¿Estás bien? —le preguntó Zhì Yuè—. ¿Kiriya?
Lucius lo golpeó. Con los ojos le dijo: «¡Cállate!». Zhì Yuè lo ignoró. Yamagata no se veía nada bien. Su mano se aferraba a su pecho, y estaba respirando con rapidez. Estaba demasiado perturbado.
— Yamagata, no te asustes —murmuró Viridia, temeroso. Le dio unas palmaditas en el hombro—. Zhì Yuè te protegerá. Lo hará. No tengas miedo.
Zhì Yuè evidenció la ansiedad de Yamagata. Intuyó que quizás se debía a la oscuridad y los gritos lo que pusieron así. Había pasado años encadenado en las tinieblas y la esclavitud emocional, abnegado de todo. Era normal que estuviera angustiado. ¿Quién no lo estaría?
— Kiriya…
Lucius volvió a golpear a Zhì Yuè. Y, con eso, empujó toda la olla al suelo.
¿Cómo arruinarlo todo? Aquí un ejemplo.
Zhì Yuè no se encontraba en una gran posición. Había elevado su pecho del suelo con ayuda de una de sus manos, y, la otra, estuvo a punto de dirigirla a la espalda de Yamagata. Fue allí cuando Lucius lo golpeó, y, por la poca estabilidad que tenía, hizo caer a Zhì Yuè de costado. Viridia gritó del miedo. Y se ocultó dentro de la ropa de Yamagata. La luz se apagó.
— ¡Corran! —advirtió Lucius.
El gritó había perturbado a los muertos.
El cuerpo de las mujeres comenzó a caer, y los listones de satén las privaron de sus cabezas. La carne muerta, con un olor putrefacto, penetró las percepciones. No se podía observar nada, pero Lucius detectó cada uno de los ataques por la fuerza del aire. Supo por dónde moverse y deslizarse. La familia Silvanus manejaba las posturas de Cereza Dorada; desenvainó su espada y se defendió; arremetió contra los cuerpos con dos técnicas: Cereza dorada Vertical y Cereza Dorada Horizontal. Una espada normal con técnicas simples solo hubiera dividido los cuerpos, y, luego, las mujeres se hubieran desecho en serpientes. Pero no en este caso. Summer Haze, su espada, devoró con llamas doradas a los cadáveres, llamas que desaparecieron al segundo junto a los cuerpos.
Zhì Yuè se concentró en Yamagata. Lo levantó rápidamente del suelo y comenzó a utilizar magia de hielo sin detenerse. Congeló la superficie para que sus atacantes se retrasaran mientras se caían y levantaban; así mismo, congeló a varios en él, dejándolos pegados. Les lanzó dardos de hielo a las serpientes y arañas. Los alaridos que soltaron fueron abrumadores, fue como el llanto de bebés. Sintiendo un largo escalofrío, cambió de técnica y empezó a congelar a cualquiera que se aproximara. Estando todos en el mismo lado, Zhì Yuè creó varias paredes de hielo, así hasta quedar solo los tres en un solo lugar.
[1] No me funen. Para mi defensa, la rima se escucha mucho mejor en chino: Yī duǒ huār kāi zài qiáng shàng, qiáng shàng kāile xiǎo huā xiāng. (Nota: Poy-poy A-Jie se retira, mis hermosas y queridas mermeladas). Otro detalle (la oración anterior la escribí hace tiempo), en esos momentos no sabía si escribirlo en chino o español (mi idioma natal) así con todos los poemas, ya que, al crear esta historia, quiero brindar un ambiente oriental por el contexto seleccionado. Disculpen. Creo, y al final, redactaré los poemas en español, con las rimas en español, y eso. Personalmente, es más sencillo. Repito, disculpen.
[2] Animal de carga. "驮子", apodo despectivo (no amable) para alguien que lleva muchas cargas o responsabilidades. Similar a burro o mula.