El fuego envolvía el lugar; más que las llamas, los sentimientos. El hollín se fijó en las prendas, las ensució. El tizne se infiltró en las percepciones. Pero nada de eso se coló en los ojos de Yamagata. Cada centímetro, cada metro y cada milla, cero significaba en el espacio negro en el que su amanecer nació. Ahora, dejaría atrás las copas de veneno. Su cuerpo ya no estaría adormecido ni su espíritu encarcelado. Le esperaba un interminable riachuelo serpenteante. Las esperanzas no tenían por qué volar en el viento, más que crecer en un jardín cultivado por él, en el que las raíces se arraigarían hasta llegar al otro lado del mundo.
«El corazón nunca dejará de llorar, nunca dejará de sentir. No te preocupes por eso. Así como sientes tristeza, sentirás alegría, felicidad y amor. Le sonreirás al cielo, cual flor se abre al sol, y reirás y caminarás junto a la tierra, el viento y el mar».
Aquellas palabras salieron de un recuerdo que era difuso. Ocurrió de noche, en una alta montaña en la que se veía una larga y tenebrosa arboleda. El viento corría con fuerza. Y sus mejillas estaban húmedas por su llanto. Sujetaba una larga manta, la tenía por encima de su cabeza. Se aferraba a ella. La ajustaba justo en su cuello, lugar en el que más escalofríos sentía. Con su otra mano, se limpiaba las lágrimas, la restregaba por su nariz, evitando que el moco embarrara la tela.
Lo que lo inquietó: No estaba solo. Su pequeña versión estaba apoyada sobre el lomo de algo, de un ser con vida, por supuesto. Sentía como la respiración de eso subía y bajaba. Le entregaba calor. Él se acurrucaba, como un pequeño delfín bajo la aleta de su madre.
¿La voz provenía de dónde se refugiaba?, ¿o había alguien más con ellos?
¿Era así? ¿Había algo más?
Ahora, contemplaba los colores con una vibración especial. Extrañamente, sentía algo diferente al miedo y horror.
— Si te lastimé, me disculpo… Yo… —murmuró Zhì Yuè.
Yamagata regresó a la realidad. Asintió y guardó silencio. No tenía nada que decir. Sin embargo, Zhì Yuè parecía esperar algo.
«¿Lo sabe?», se preguntó. Pensó que el pelirrojo había presentido que había recordado algo. Quiso decírselo, pero sonaría confuso. Primero, debía acordarse de todo.
— No importa —respondió Kiriya. Su mentón le dolía—. Ahora entiendo algunas cosas.
— ¿Entiendes algunas cosas? —preguntó Zhì Yuè. Le resultó interesante que Yamagata anunciara que meditaba sus asuntos. Pensó que solo vivía por vivir— ¿Qué cosas?
— Creo que lo necesitaba —reflexión Kiriya.
— No, ¡eso no! —repuso Zhì Yuè, desesperado. Se sintió muy avergonzado. Desde el mentón hasta la frente, todo se puso rojo como la cereza. Había perdido por completo las etiquetas—. ¡Totalmente mi culpa! No puedes permitir que la gente te haga eso. Para ser justos, debes golpearme. Vamos, golpéame. ¡Kiriya, tienes que hacerlo! Yo te lancé un puñete, y te revolqué por el suelo. Es lo justo. Vamos, así no habrá represalias ni mucho menos rencores.
Kiriya no lo entendió. Su expresión era como la de una roca. «¿Lo justo?», se cuestionó. Meditó en lo "justo"; luego, en la "razón". Concluyó que golpearlo no encajaba en las definiciones.
— No es nece…
— ¡Lo es para mí! —repuso Zhì Yuè, interrumpiéndolo—. Si no lo haces tú, entonces lo haré yo mismo, o le pagaré a alguien para que me golpee. Crecí con varones, soy el menor entre ellos. He recibido golpes desde que lo recuerdo ¡Muchas peleas! La mayor parte del tiempo la pasaba recuperándome o entrenando. Cuando te digo que puedo tolerarlo, es porque puedo. Lo juro, una vez uno de ellos me tiró del tejado de la campana de una iglesia…
Kiriya ya empezaba a familiarizarse con Zhì Yuè. Con lo que había visto desde que lo conoció, lo englobó en la palabra: Persistente.
Su amigo no se callaría ni se detendría hasta que él respondiera con otro golpe.
Como Zhì Yuè ya lo había declarado, le pagaría a alguien para que lo hiciera o él mismo lo haría. Ya sea de una u otra forma, conseguiría un golpe para estar a mano.
Si lo golpeaba otra persona, ¿lo haría con todas sus fuerzas? ¿Lo lastimaría bastante? Y si se golpeaba él mismo, ¿lo haría moderadamente?, ¿o tomando en cuenta su forma de hacer justicia, se terminaría rompiendo la mandíbula y sacando un par de dientes?
Kiriya no supo que hacer. Zhì Yuè seguía diciéndole que necesitaba golpearlo, dándole justificaciones y argumentos extraños para que lo hiciera. Lo último que explicaba había perdido todo sentido. Sonaban a excusas.
Kiriya lo golpeó.
Zhì Yuè aún estaba aferrado a las solapas de su ropa. Por ello, cuando el puñete lo mandó hacia atrás, Kiriya quedó sobre él. Intercambiaron lugares.
La cabeza de Zhì Yuè impactó en el suelo. Cerró los ojos; la colisión resonó, dejándolo con unas inusuales vibraciones. Soltó una carcajada. Las cejas de Yamagata se contrajeron, preocupado.
— Pensé que no lo harías —sonrió Zhì Yuè. Le dio una palmada en el hombro—. ¿Te sientes mejor? —Tan pronto cuando realizó esa pregunta, su rostro se supo pálido. Sus ojos se abrieron asustados; el pánico fue visible. Sin demoras, repuso nervioso—: ¡Tenemos que irnos! Lo digo enserio, muy, muy enserio. Debemos irnos.
— ¿No ayudaremos al pueblo?
Zhì Yuè negó rápidamente con la cabeza.
— Algunos de los integrantes de Mermaid Wings están aquí —asevero—. ¿Conoces a Imber? —Era obvio que Kiriya no lo conocía—. Él tiene magia de lluvia, detendrá el fuego. Los demás son rápidos arreglando desastres. Siéndote sincero, no seremos de ayuda. Ocurrió otra cosa, incluso peor. La gente de…
En ese instante, se escucharon las garras de un animal rasguñando la calzada. Su jadeó se hizo cercano; el sonido de un sonajero alrededor de su cuello también lo anunciaba. Su sombra se movía con rapidez. Su cuerpo era robusto. El pelaje era blanco con manchas marrones; la lanilla interna era generosa, la capa era lisa y casi ondulada. En su rostro y orejas, la cobertura era mesurada. Y la cola caía como un extenso caudal de hojas de sauce.
Kiriya y Zhì Yuè miraron hacia la dirección. Cuando el perro llegó al lugar, su nariz se arrastró en el piso. Se mantuvo olfateando tenazmente todo. Su moquillo dejó huella, y, parte de las partículas de los materiales de la combustión, las absorbió. Con eso, empezó a estornudar, soldando baba por aquí y allá.
Viendo la raza del perro, Zhì Yuè abrió aún más los ojos. Si antes lucía asustado, ahora lucía como si estuviera viendo a un demonio anunciar su marcada, dolorosa y miserable muerte.
Su mala posición no le permitía observar la escena completa, estaba mirando las cosas con el mentón direccionado hacia allá, con el pecho hacia el cielo y aún en el suelo. Se elevó sosteniendo la ropa de Kiriya, su cabello le cubrió totalmente la vista a este último. Y Zhì Yuè enfocó su atención solo en el perro.
— ¿Nunu…? —murmuró, teniendo el panorama completo e impecable. Parpadeó varias veces. El perro se giró. Cuando ambas miradas se toparon, soltó unos ladridos que habrían espantado a un ladrón haciendo de las suyas—. Mierda…, mierda… —Murmuró ferozmente—: Nunu, silencio. Nunu, no ladres. Si me amas, entonces detente. Nunu, piedad. Nunu…
Sus palabras no tuvieron repercusión significativa. Zhì Yuè no dividió el cielo ni movió montañas, mucho menos logró tranquilizar al can.
— ¿Qué sucede? —Kiriya no podía ver nada— ¿Lo conoces?
— Me gustaría decir que no. —Lo agitó débilmente, paniqueado—. Vamos, quítate, tenemos que irnos —dijo sin mirarlo. Pero sus palabras eran unas y sus acciones otras. Por mucho que quería irse, y por lo dispuesto que Yamagata habría estado en alejarse de él y levantarse, el cuerpo de Zhì Yuè estaba entumecido y sus manos aferradas en las prendas del otro. Era como un gato empeñado en un tronco—. Luego, lo lamentaremos con…
Lo que temía sucedió. Las pisadas de alguien corriendo con furia llegaron tan pronto como la segunda gota de lluvia toca el suelo luego de la primera, o tan acelerado como cuando un herrero golpea el metal para perfeccionar una espada.
El chico era de piel aceitunada. Sus ojos eran igual de verdes que los de Zhì Yuè y, por lo airado que se encontraba, más penetrantes. La mitad de su cabellera era blanca y, la otra, de tono manzana. Vestía un traje blanco y negro, ornamentado con tejidos y joyas doradas. Su expresión era seria y noble; a pesar de sus emociones, no lucía vulgar y descontrolado. Desprendía energía oscura de todo su lado izquierdo, la cual se alternaba y siseaba.
El perro dejó de ladrar cuando lo tuvo cerca. El chico buscó con la mirada en los alrededores. Estaba desesperado. De pronto, se volvió a gran velocidad, gritando:
— ¡Zhì Yuè! ¡Zhì…! —No le agradó dónde yacía su vista. Su noble expresión cambió a una estupefacta, aun conteniendo amargura— ¡¿Pero qué cara…?!
Yamagata no sabía qué sucedía. Se inclinó hacia el suelo, curioso, y posó la cabeza de Zhì Yuè en el pavimento. Luego, miró dirección al intruso. No supo por qué, pero sintió que el sujeto lo había marcado a muerte solo por eso.
Casi se señala así mismo, preguntaría: «¿Tus asuntos son conmigo o con él?». Pero nada de eso ocurrió.
Cuando Zhì Yuè regresó de su impresión, tomó rápidamente la máscara de Yamagata, que colgaba de la cintura de este, y se la estampó en la cara. La embestida fue tan fuerte que sonó a bofetada; incluso, lo dejó desorientado. Pero Zhì Yuè estaba tan inquieto que no lo notó. Se apartó de Kiriya, le tomó la muñeca y salió corriendo.
— ¡Vuelve! —gritó el de ilustre aspecto— ¡Te llevaré a casa!
— ¡Vámonos, vámonos! —le dijo Zhì Yuè a Kiriya— ¡Corre, corre! Tenemos que irnos.
— ¿Cómo es que te metes tan rápido en problemas con todos? —preguntó Kiriya.
— ¿Ah?
Yamagata señaló con sus ojos al "problema".
— Juro que no siempre sucede.
— Está muy…
— ¡Sí, sí, sí, lo sé! Es mi primo. Se llama Cassius. No he regresado a casa en tres meses. Y no les dije que me iba. Tiene derecho a estar… ¿alterado?
Nunu aulló y gruñó a medida correteaba a los jóvenes. Para nada había olvidado a Zhì Yuè. Como todo can que persigue a sus seres queridos, este pensaba que jugaban.
Cassius los iba alcanzar. Zhì Yuè se sobresaltó. El joven no lo desafiaría viéndolo directo a los ojos. Eso habría sido muy descarado de su parte. Los Caelifer lo habían educado con mucha propiedad. Su carácter fluctuaba en tres rasgos: Alegría, vergüenza y nobleza. La noble estirpe era la que más influenciaba en su idiosincrasia. Era consiente de ella; como si se tratase de un reloj, la tomaba en cuenta a cada oportunidad.
— ¡Zhì Yuè! ¡Detente! —advirtió Cassius.
— ¡Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, …! —se disculpó Zhì Yuè, corriendo mucho más rápido— ¡No puedo regresar aún! ¡Yo volveré por mi cuenta, lo prometo!
— ¡Zhì Yuè…!
Cassius reservaba un dilatado monologo de más de trecientas páginas, hojas que contenían pasajes y pasajes de regaños, reprimendas, reproches, castigos, ordenes… Pero… pero, lastimosamente dada su personalidad, él era igual de mudo que Yamagata, hasta mucho más callado. Su expresión era siempre severa y ajena. No era tímido, para nada. Tendía a ser directo. Si tenía miedo, lo decía. Si estaba feliz, lo decía. Si quería hacer algo, lo decía. Siempre y cuando se lo preguntarán, claro. Una de las razones de su estoicidad era la ausencia de pudor y vergüenza.
En sus proyectos, Cassius no consentía perder de nuevo a Zhì Yuè. Sin vacilar, hizo aparecer un conjuro de Midda en su mano. Lo envió en su trayectoria y articuló:
— ¡Haf'alah!
Zhì Yuè lo esquivó. Y le dijo a Kiriya que hiciera lo mismo.
— ¡No es justo! —articuló Zhì Yuè, ofendido. Los integrantes de la familia Caelifer tenían prohibido atacarse unos a otros con las reliquias ancestrales, más que una regla, era una promesa de sangre—. ¡Eso es trampa!
En la mano de Cassius apareció otro conjuro, lo lanzó, pero Zhì Yuè lo evadió. El accionar se repitió un largo rato. Cassius le arrojó alrededor de quince conjuros. Desde niño, Zhì Yuè aprendió a ser un talentoso huidizo de artefactos lazados. Su hermano mayor, Nizthe Caelifer, era responsable de ello.
Zhì Yuè, viendo que su primo no se detendría, saltó hacia un árbol; Kiriya lo siguió. Ambos parados en la misma rama. Desde allí, Zhì Yuè extendió su mano hacia las hierbas. Como el albor de la luna, una fuerte energía mágica salió dispara de su palma. El césped se congeló con rapidez, así, como cuando el fuego devora, el hielo invadió.
Por poco y Cassius cae sobre él. Se deslizó. Supo estabilizarse rápidamente, mas no podía correr. Ahora la superficie era resbaladiza. Nunu no había sido tan inteligente como para detenerse. Su trasero cayó justo en la helada y patinó hasta el otro lado del bosque, aullando. Una escena lastimosa.
— Deshazlo —ordenó Cassius. Su respiración estaba suavemente agitada. Su pecho subía y bajaba. Pese a los eventos, su articulación no contenía rabia u otra emoción. Permaneció apático.
Zhì Yuè asintió. Sus ojos se curvaron con pena y vergüenza. Allí lo supo, el pequeño lo había engañado. Cassius sintió el hielo subir hasta por arriba de su tobillo. ¡Zhì Yuè le había congelado el pie!
— Cassius, prometo regresar… —dijo Zhì Yuè, huyendo—. Solo pido que no te molestes. Me tomaré mi tiempo y volveré, lo juro.
— Zhì Yuè…, regresa a casa.
Zhì Yuè lamentaba profundamente dejarlo así. Tenía un secreto, y nunca se lo diría a nadie. De entre todos en la familia, Cassius era su favorito. Tal vez era callado, reservado y distante. No le gustaban los extraños y se apartaba de todos. Prefería la compañía de Nunu que la de alguien. Observaba la lluvia con melancolía, y sus partituras eran tristes como el viento en otoño. Su sinceridad era como una navaja; su disposición, como una cascada. Con todo, Zhì Yuè lo estimaba. «Donde hay agua turbia, hubo agua limpia. Donde es de día, también es de noche», respondía Zhui Yuè cuando alguien le recriminaba el carácter de Cassius, y lo arrastrado que era con él cuando este lo arrimaba o botaba y aún seguía a su lado, persiguiéndolo como un pato tras su madre.
Zhì Yuè se había aferrado al violín por él. Mientras que Nizthe quería que aprendiera piano, Zhì Yuè se encaprichó a pasar tiempo con Cassius, así que su hermano mayor le arrimó las sesiones de música a su primo. Se negó durante tres semanas. Extrañamente, Cassius cedió una tarde de la nada. Su respuesta ocasionó que Nizthe se atorara con su té. El plan que armó fracasó en un dos por tres. Y Zhì Yuè pasó a invertir horas de sus tardes con Cassius, en las que aprendería que un instrumento es solo un canal de la belleza.
Yamagata no le preguntó a su compañero sobre lo ocurrido. Ambos se desplazaron saltando entre las ramas. Se internaron en el soto. Por suerte, en esa zona el fuego aún no llegaba, pero el aroma a acre era distinguible.
Zhì Yuè materializó una hoja amarillenta y mellada en su mano; estaba desgastada y marcada por la humedad, de textura rugosa y quebradiza, impregnada de una historia pátina. Las grietas y pliegues resaltaban las variaciones descoloridas. En medio de ella, como si hubieran arrojado pintura con una brocha, en este caso, aparentemente algo similar al té rojo Rooibos, se dispersaba el tinte sobre las letras negras de la información impresa, oscureciéndolo; inclusive, distorsionando la carta geográfica que indicaba la ubicación del abismo.
Por una indicación del pelirrojo, se detuvieron y tocaron tierra. Justo en ese instante, se hizo presente una intensa lluvia.
— Si estamos aquí, y el mapa dice que eso está allá, entonces el lugar debería estar cerca de… —murmuró, dudoso. Señaló un punto en la hoja; por su estado, casi todo era inentendible. Lo revisó una vez más, le dio varias vueltas y giró hacia el Norte y Sur, Oeste y Este—. Esa es la dirección. Dos minutos y llegamos.
— ¿Estamos realizando el encargo de Starlim? —interrogó Yamagata, monótono.
— Sí… —contestó, aun concentrado en el grafico—. Se han notificado desparecidos, algunos dados por muertos. Un punto clave es que, quienes reportaron esto, fueron, en su mayoría, familiares y amigos de los extraviados; pocos, extraños que los vieron por última vez. Algunos dudaron; otros, no; pero, en resumen, todos afirmaron que los desaparecidos se dirigían aquí, por lo que este sería su último paradero. Se acusa a Salamandra de Hielo como responsable.
— ¿Qué es lo que dice? —interrogó, mirando el afiche.
Zhì Yuè se alteró. Sonrió nerviosamente. Dobló la hoja y la guardó.
— Básicamente: «Exterminen a Salamandra de Hielo en el abismo maldito… 20 mil sonios por deshacerse de él». La mayor parte de la hoja lo ocupa el croquis, y las letras «Trabajo – Urgente» en la parte superior. —Segundos despues, agregó, dubitativo—: Nunca he estado acá, pero no me parece que haya un abismo. Y no creo que se trate de una estafa, el empleador es el alcalde de Starlim. Quería hablar con él antes de venir aquí…
«…sobre todo, cuestionarle por qué un caso que era "tolerable" pasó a "urgente". Sin considerar las desapariciones, los informantes me aseguraron que había sido etiquetado de esa forma durante años…», caviló, preocupado. No por la seguridad de él, sino por la integridad de Kiriya y otros, aquellos que estuvieron y vendrían allí. Así era Zhì Yuè, caminaba por el sendero de "protege al indefenso". Por ejemplo, si una o más personas contrajeran una peculiar enfermedad y la cura fuese presentada por un dios, colocando tres frascos sobre la tierra, dos de ellos siendo veneno y uno la cura, Zhì Yuè los bebería para hallar el remedio. Otro ejemplo, si se trataba de elegir un sacrificio, para calmar la furia de un napatun, Zhì Yuè sería voluntario.
Una tarde, jugando con Luna, su hermana menor; la pequeña le dijo:
— Hermano, hermano, dime una frase con la que te gustaría vivir.
— ¿Con la que me gustaría vivir?
— Sí. Una que sería tu lema de vida.
Al fondo del salón, Nizthe estaba leyendo un libro. Zhì Yuè lo observó con miedo. Se acercó a Luna y le susurró al oído:
— …Alegría en el desierto, templanza en el oasis.
Luna se cubrió la boca, emocionada. Lo había entendido. Quedó admirada por la sabiduría de su hermano.
— Nizthe dijo: «Pasado mañana, mano elevada». Lo analicé tres horas. Llegué a la conclusión de que solo me dijo algo que rimara.
— ¿"Pasado mañana, mano elevada"?
Zhì Yuè se volvió cuidadosamente hacia Nizthe. Su semblante lucía tranquilo. Tenía la mirada enfocada en el texto. Zhì Yuè bajó la vista, meditativo, y vio que las uñas de su hermano estaban aferradas a la cubierta. Se espantó de inmediato. Nizthe presionaba con furia el libro. Sus dedos ya habían arrugado las páginas.
— Vamos a jugar con Nunu —dijo Zhì Yuè, tomando de la mano a Luna y saliendo del salón.
Si bien la frase de Nizthe contenía un tierno y lamentable significado, la de Zhì Yuè no se quedaba atrás. Se relacionaba demasiado en siempre estar a disposición de todos; incluso, abandonándose a uno mismo…
Pero eso no era todo, presentía segundas intenciones en la modificación del caso.
— "Abismo…" —murmuró Zhì Yuè— tal vez sea un tipo de jerga, ¿no crees? —Estaba pendiente de dónde pisaba, había muchas ramas y rocas. No quería generar ruidos a pesar de que la lluvia lo hacía. El líquido cayendo del cielo siempre lo volvía incoherente—. ¿Recuerdas que te mencioné que "en el abismo", además de Salamandra, estaban las Pulseras Divinas custodiadas por Hynt? —Kiriya asintió. Zhì Yuè sonrió y articuló—: No es algo verídico. —Se escuchó muy orgulloso para algo que no era digno de glorificación—. Respecto a Salamandra, nada de lo que oí fue consistente. Varios aseguraron que es un espíritu; algunos, que es una ninfa diabólica enfadada; y, pocos, que se trata literalmente de una pequeña salamandra que muta a una versión enorme de sí misma.
— ¿Habilidades de Hynt? ¿Origen?
— Popularmente, se cataloga como hechicero. Se supone que nace del cántico Las raíces tocaran el yelmo; el yelmo, el suelo. Hynt solo se encarga de proteger las pulseras. Mi pregunta: ¿Qué tan valiosas o poderosas son? Mi respuesta: No tengo idea. Sobre las habilidades de Hynt, no he escuchado nada.
— Y al otro, ¿por qué lo llaman Salamandra de Hielo? —preguntó Yamagata.
— Nombran a cualquiera que posea magia de hielo de esa forma por el disque "regalo de un dragón".
Kiriya observó el entorno. El ahumado forestal había desaparecido. La lluvia combinó los olores. Se sentía toques a petricor y carbón.
Zhì Yuè se pasó la mano por la cabeza. Dejó su palma sobre su frente para que la lluvia no empara su rostro. Sus intenciones eran más que evidentes para Yamagata. No venía por la recompensa, sino a ayudar. Por su carácter, dedujo, le daría una muerte piadosa. Respecto a las declaraciones, sobre cómo era posiblemente ese tal Salamandra de Hielo, eran falsas, y sabía, por las miradas de Zhì Yuè y cómo se expresó, que era consciente de eso.
— Mi maestro dijo que los monstruos y bestias inventadas terminan existiendo si el miedo es mayor y la creencia superior —precisó Zhì Yuè—. La magia no muere. Mientras no lo haga, todo puede suceder, ¿verdad? Todos coinciden en que el culpable posee magia de hielo. No sé si lo dicen por miedo a los napatun o dragones, pero para que concuerden en lo mismo… O es una maldición que agarró forma, o se trata realmente de uno de los primeros, lo que sería irónicamente justo y desigual para nosotros; o, simplemente, es un espíritu malvado con magia de hielo que se refugia allí, o quizás Hynt.
Lo último tenía más lógica. Así como los dioses, los dragones ya no existían, tampoco los napatun; aunque de eso se sabía menos, los temerosos aseguraban que sí.
Yamagata no entendió lo penúltimo que dijo, pero no preguntó.
— ¿Por qué el alcalde quiere que exterminen a Salamandra de Hielo? No detalla nada más en la hoja. No lo hace por las personas desaparecidas y muertas. Lo mencionaría si fuese así.
— Buen análisis —sonrió Zhì Yuè—. La gente de Starlim no posee talento para la magia. Tal vez, el alcalde era un fanático de los magos y quiso motivarlos con su labor, por eso, el monto. Otra respuesta es "trabajo es trabajo". Existen muchos magos que aceptan encargos superficialmente. No les importa si hay afectados, si la situación es peligrosa… Solo buscan desafiar sus habilidades. Y, pues, si les tocó morir, entonces morirán. Muchos trabajan así. Por ello, algunos empleadores solo colocan "el problema" en sus encargos, y ya no todo el contexto.
— Dos minutos —informó Yamagata—. Justo aquí.
— ¡Qué gran abismo! —exclamó Zhì Yuè, irónico. Lo que había en el lugar, bajo sus pies y millas y millas del entorno, no era más que pasto y altas hierbas. Le sonrió amablemente a Kiriya. Tocó su hombro y se dirigió a otra parte del pequeño espacio—. Debe haber algún tipo de botón por el suelo o árboles. Busquemos pacientemente. Trabajemos bien.
Zhì Yuè se mordió la lengua de casualidad. Estaba algo nervioso por encontrarse con Cassius. El mal sabor de congelar su bota lo dejó con una carga miserable. Cassius lo castigaría si se volvían a encontrar. Y vaya a saber él, porque su imaginación quedó corta, de lo que le haría su primo cuando lo tuviera en sus manos.
Yamagata asintió. Rato despues, observó a Zhì Yuè con el rabillo del ojo.
Perturbó el silencio y preguntó:
— ¿Hablaremos de eso? Lo evitas.
Zhì Yuè se aferró a las hierbas. Le dio la espalda, haciéndose el que buscaba. En un momento agachó la cabeza y la apoyó en sus rodillas. Su dedo jugó en las hojas.
— Te debo varias charlas y explicaciones —respondió, apenado. Intentó poner buena cara. No quería hacerlo sentir mal. La única persona egoísta allí era él. Su tono se mantuvo alegre—. Esta es una más…, o varias más en el bolso. Por ello, evito el tema.
— ¿Explicaciones?
— No es tan sencillo…
Yamagata miró el suelo, dónde Zhì Yuè jugaba con la hierba; observó cómo entrelazaba sus uñas. Zhì Yuè había vendado como sea la herida de su mano. Cuando sintió la mirada de Yamagata, apartó la muñeca y sonrió nerviosamente. Ambos se quedaron callados. Yamagata desvió sus ojos y continuó buscando.
— Puedo esperar —sostuvo, uniforme—. También tengo cosas de las que platicar. Ahora que lo mencionas, también preguntas y aclaraciones.
«¿Aclaraciones?», se preguntó Zhì Yuè. Recordó su charla en la panadería del señor. «¿Decidirá irse solo? No tiene interés en unirse a Mermaid Wings; ni siquiera sabía lo que era… No volveré a verlo luego de esto…», infirió, pesando que Yamagata había decidido recorrer su propio camino.
— Claro… Recuerda no quitarte la máscara. Sería problemático si otros supieran de ti o te reconocieran.
No dijeron nada más.
El sonido de la lluvia produjo un mormullo en las hojas. Las botas de ambos se llenaron de barro. Sus mangas, además de mugrientas, ahora estaban mojadas. Sus manos con tierra y sus cabellos empapados. Cualquiera que los viera, habría pegado un grito desdichado. Dos jóvenes guapos y esbeltos jugando con el fango, ¡menudos locos!
El aguacero se convirtió en llovizna. Y la llovizna, de lo ligera que era, se hizo una con el aire.
— Creo que nos faltan manos —sonrió Zhì Yuè—. ¿Qué te parece si nos ayudas, Viridia?
Viridia era pasto esparcido por distintas partes en el cuerpo de Zhì Yuè. Podía coger cualquier forma según lo dispusiera su volumen. Generalmente, se presentaba como una mantis religiosa. Era la figura en la que más había trabajado.
— A-Yuè, Cassius no está por aquí, ¿no? —preguntó una voz, la cual sonaba como a la de un hombre de cuarenta años.
— No, para nada —contestó Zhì Yuè—. Si lo estuviera, habría atravesado mi cabeza en una lanza.
Distintas zonas de la túnica interior de Zhì Yuè empezaron a moverse. Como si diminutas serpientes se restregaran por su piel, buscando un punto de reunión.
— Ya te digo yo —repuso Viridia, atrevidamente. Agarró mucho más valor al saber que Cassius no los escuchaba—. En mis tiempos, los ancianos como yo no le temíamos a jóvenes como ustedes. Éramos más aguerridos, formidables, predominantes… Hey, hey, justo aquí, niño. ¡Justo aquí! ¿Dónde miras? ¡Aquí están mis ojos!
Viridia había salido por la manga izquierda de Zhì Yuè. Aún se estaba formando. Ya tenía sus seis patas, pero le falta construir la mitad de su cuerpo. Por ello, Yamagata no supo dónde mirar.
— Ya, Viridia, no lo fastidies —articuló tiernamente. Su ropa ya estaba mojada y arruinada, así que se sentó en el lodo. Su trasero aterrizó en una piedra. La arrimó y se volvió a sentar—. ¿Qué te dije de ser amable?
— ¿Fastidiar?, ¡¿yo?! —interrogó Viridia, sumamente ofendido. Agitó sus patas con furia y saltó al suelo. Se paró en medio de ambos—. Yo soy una racha de suerte. ¡Soy su suerte muchachos! —se pavoneó. Caminó agitadamente de un lado a otro. Extendió sus patas, afirmando—: Me atrevo a decir que soy las cinco lunas de los dioses, el fuego eterno del sendero, la base de la tierra, el sostén de la fortuna, la alegría del Manantial Estelar, la base del Santuario Espiritual Real, Pilar del bien y armonía de la paz. ¡Es más! —pateó una roca—, yo, niños, soy el abismo que buscan; uno que los lleva hacia la riqueza de la felicidad, la fe y la armonía; ¡el paquete de la suer…! ¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
La tierra se abrió en una milésima de segundo. Se formó un gran agujero en el campo verde, como si miles de manos empujaran la tierra dándole una forma redonda. El aire se llenó de una energía misteriosa y pesada. La superficie ni siquiera tembló en aviso. En el centro del césped, el suelo se bañó de una luz azul como si el rayo del Dios del Mar se concentrara en un solo punto; el borde resplandeció en el mismo tono. Tan pronto como se amplió, se cerró en forma espiral sin dejar rastro. El brillo se desvaneció gradualmente.