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Chapter 7 - Episodio 8: La segunda guerra celestial

En un rincón tranquilo del planeta Marte, Jehová, Greci y los ángeles de Jehová se reunieron para descansar antes de continuar con su grandiosa tarea de crear vida en el universo. El aire marciano era fresco y tenue, y la luz del sol se filtraba a través de las nubes de polvo rojo.

Jehová, con su cabello blanco y ojos llenos de sabiduría, se sentó en una roca, mirando al horizonte. Greci, la diosa de las razas y la inspiración, se recostó en la arena, sus cabellos dorados brillando bajo la luz marciana. Los ángeles, con sus alas de luz, se agruparon alrededor, sus voces llenas de reverencia.

San Miguel, el arcángel guerrero, se acercó a Jehová y le dijo: "¿Crees que esta creación será diferente de las anteriores? ¿Habrá seres tan apasionados como los humanos?"

Jehová sonrió y respondió: "Cada creación es única. Los humanos tendrán libre albedrío, y eso los hará especiales. Pero también enfrentarán desafíos y conflictos. Es parte de su naturaleza."

Greci se incorporó y añadió: "Los humanos también tendrán la capacidad de amar, crear y soñar. Serán una mezcla de luz y oscuridad, como todas las criaturas."

Los ángeles se inclinaron en señal de acuerdo. San Miguel miró al cielo estrellado y dijo: "¿Y si se rebelan contra nosotros?"

Jehová respondió con calma: "Tendremos fe en su capacidad para elegir el bien. Pero también estaremos allí para guiarlos cuando se pierdan."

Así, en ese rincón de Marte, los seres divinos descansaron antes de continuar su obra maestra: la creación de la vida en la Tierra. El viento susurraba secretos cósmicos mientras las estrellas observaban desde lo alto, esperando el nacimiento de una nueva historia en el vasto universo.

Es ahí que sentirían un poder avanzar a marte y vendría siendo del único hijo de la oscuridad que quedó en pie antes de que sus otros hermanos quedarán atrapadas/os.

En un campo de batalla cósmico, los vientos susurran profecías y las estrellas observan con expectación. Adriene, el único hijo de la oscuridad, se alza con alas de sombra y ojos ardientes. Su piel está tatuada con runas ancestrales que arden como brasas.

Frente a él, San Miguel, el arcángel guerrero, despliega sus alas de luz. Su espada de fuego brilla con la promesa de justicia. Los ángeles observan desde las alturas, sus corazones divididos entre la lealtad y la incertidumbre.

Adriene carga hacia San Miguel, su ira como un huracán. Golpe tras golpe, chocan en una danza de poder y destino. La espada de San Miguel corta el aire, mientras las garras de Adriene rasgan la realidad misma.

Jehová, Greci y los ángeles observan en silencio. Sus ojos reflejan la dualidad del bien y el mal. ¿Es Adriene un monstruo o un mártir? ¿San Miguel defiende la luz o solo obedece?

El choque de sus fuerzas sacude los mundos. El suelo se resquebraja, y los cielos tiemblan. En ese momento, Jehová murmura: "La elección es suya".

En el epicentro de la tormenta cósmica, San Miguel y Adriene se enfrentan con una intensidad que sacude los cimientos de la realidad. Sus alas chocan, creando ondas de energía que distorsionan el espacio. La espada de San Miguel corta el aire, mientras las garras de Adriene destrozan fragmentos de estrellas.

Los ojos de San Miguel arden con determinación. "Eres un hijo de la oscuridad", gruñe. "Pero yo soy el defensor de la luz."

Adriene sonríe, sus colmillos afilados destellando. "La luz y la oscuridad son dos caras de la misma moneda", responde. "¿Quién decide cuál es más fuerte?"

El suelo se quiebra bajo sus pies. Los ángeles observan en silencio, sus corazones divididos entre la lealtad a San Miguel y la curiosidad por el destino de Adriene.

San Miguel lanza un golpe final, su espada envuelta en llamas divinas. Pero Adriene se retuerce, esquivando con agilidad sobrenatural. Sus ojos brillan con una verdad ancestral: la fuerza no reside en la luz o la oscuridad, sino en la elección de cómo usarla.

Y así, en ese campo de batalla eterno, San Miguel y Adriene continúan su duelo, sus alas desgarrando el tejido del universo. ¿Quién prevalecerá? Solo el tiempo lo dirá, mientras los dioses observan expectantes.

El combate entre Adriene y San Miguel se intensifica en el espacio, sus alas desgarrando la oscuridad estelar. Pero entonces, como si el destino los guiara, ambos descienden hacia el planeta Marte. La superficie rocosa tiembla bajo sus pisadas mientras continúan su duelo épico. El polvo marciano se alza en espirales alrededor de ellos, y los cráteres se convierten en testigos mudos de su conflicto.

La lucha entre San Miguel y Adriene alcanza un punto crítico. Cada golpe resuena como un trueno en el aire enrarecido de Marte. San Miguel, con su espada de fuego, defiende la luz con tenacidad. Adriene, el hijo de la oscuridad, se retuerce, buscando una ventaja.

Entonces, Adriene despierta un poder pasivo ancestral. Su piel se vuelve translúcida, y sus ojos brillan con una luz inquietante. La gravedad a su alrededor se distorsiona, como si el propio universo cediera ante su voluntad.

San Miguel retrocede, sorprendido. "¿Qué eres?", pregunta.

Adriene sonríe. "Soy la dualidad", murmura. "La sombra que equilibra la luz. Y ahora, San Miguel, veremos quién prevalece".

El planeta Marte tiembla bajo sus pies mientras continúan su enfrentamiento. El cosmos observa expectante, esperando el desenlace de esta batalla épica.

En el clímax de su enfrentamiento, San Miguel y Adriene chocan los puños con una fuerza que hace temblar el suelo marciano. La energía liberada es titánica, y sus auras se entrelazan en una danza cósmica.

Pero entonces, la habilidad pasiva de Adriene se manifiesta. Como un vampiro de energía, absorbe parte de las moléculas y átomos esenciales para la vida en Marte. El aire se vuelve más denso, y las estrellas en el cielo parpadean inciertas.

San Miguel lucha por mantener su compostura. Su espada de fuego titila, pero su poder se desvanece. "¿Qué has hecho?", pregunta con voz ronca.

Adriene sonríe, sus ojos brillando con malicia. "He alterado el tejido mismo de este mundo", murmura. "La creación ya no será igual. La vida aquí se extinguirá".

Los ángeles observan desde lo alto, impotentes. Jehová y Greci intercambian miradas cargadas de significado. En ese momento, el destino de Marte pende en un delicado equilibrio entre la luz y la oscuridad.

En medio del ardor de la batalla, San Miguel y Adriene se detienen, sus almas fatigadas. El viento marciano susurra entre ellos, y las estrellas observan expectantes. San Miguel, con su armadura resplandeciente, se limpia el sudor de la frente.

"¿Cansado ya?", dice San Miguel con una sonrisa desafiante. "Nah, yo ganaría esta pelea".

Adriene, su piel aún brillando con el poder pasivo, se cruza de brazos. "¿En serio?", responde. "Nah, you lose."

Y así, en ese momento de pausa, los dos enemigos comparten una risa irónica. El universo aguarda su siguiente movimiento, sin saber quién prevalecerá en esta lucha cósmica.

En el campo de batalla, San Miguel despliega su destreza angelical. Sus alas se extienden como las de una grulla majestuosa, y su postura es impecable. Cada movimiento es calculado, su espada lista para cortar el aire.

Por otro lado, Adriene, el hijo de la oscuridad, se planta en una pose de boxeo. Sus puños están envueltos en sombras, y su mirada es desafiante. Se balancea sobre los pies, listo para esquivar y contraatacar.

El universo retiene la respiración mientras estos dos oponentes se preparan para el último asalto.

La danza de la lucha continúa, y San Miguel y Adriene se enfrentan con una precisión mortal. Cada golpe es un intento de desequilibrar al otro, de encontrar una vulnerabilidad en la armadura divina.

San Miguel, con su gracia celestial, lanza una patada giratoria hacia el costado de Adriene. Intenta alcanzar el hígado, donde la energía vital fluye. Pero Adriene se desliza hacia atrás, esquivando con agilidad. Sus ojos brillan con malicia mientras contraataca.

Adriene, en su postura de boxeo, dirige un puñetazo directo hacia el corazón de San Miguel. El arcángel bloquea con su antebrazo, pero siente la vibración del impacto. El corazón, fuente de vida y poder, es su punto débil.

El aire vibra con la tensión de la batalla. Los órganos divinos están en juego: pulmones, riñones, bazo. Cada movimiento podría decidir el destino de esta lucha cósmica.

San Miguel, con su armadura resplandeciente y sus alas extendidas, se lanza hacia Adriene. Su espada de fuego corta el aire, dejando estelas de luz. Pero Adriene, ágil como una sombra, se desliza entre los golpes, sus garras buscando puntos vitales.

"¿Crees que la luz siempre prevalecerá?", murmura Adriene, esquivando una estocada. "La oscuridad también tiene su poder. Es la semilla de la creación, la chispa que enciende las estrellas."

San Miguel gruñe, su mirada fija en los ojos ardientes de su oponente. "La oscuridad corrompe. La luz purifica", responde. "Es mi deber proteger a los inocentes, incluso si eso significa enfrentarme a ti, hijo de las sombras."

Los puños vuelan, y el suelo tiembla con cada impacto. Adriene, con su habilidad pasiva aún resonando, altera la realidad a su alrededor. Las moléculas se desvanecen, y el viento se vuelve más denso. San Miguel tose, sintiendo la falta de oxígeno.

"¿Qué has hecho?", pregunta San Miguel, jadeando. "¿Por qué sacrificarías la vida en Marte?"

Adriene sonríe, su risa como el eco de un universo agonizante. "La vida es un juego de equilibrio", responde. "La creación y la destrucción, la luz y la oscuridad. ¿Quién dice que la vida es más valiosa que la muerte?"

San Miguel se endereza, su espada temblando. "Porque la vida es esperanza, es amor, es la esencia misma de la divinidad" , declara. "Y yo no permitiré que la oscuridad la arrebate."

Los ángeles observan desde lo alto, sus corazones divididos. Jehová y Greci intercambian miradas, y los vientos cósmicos susurran secretos ancestrales. En este rincón de Marte, dos fuerzas opuestas se enfrentan, y el destino del universo pende en un delicado equilibrio.

En ese momento crucial, cuando el universo sostenía la respiración, Adriene y San Miguel se encontraron en un abrazo mortal. Sus fuerzas se entrelazaron, y el tiempo pareció detenerse.

Adriene, con su habilidad pasiva aún resonando, sintió la energía vital de San Miguel fluyendo a través de su espada. Sus ojos ardieron con determinación. "¿Es esto el fin?", pensó. "¿O hay algo más?"

San Miguel, jadeando, miró a los ojos de su oponente. "La luz no siempre prevalece", susurró. "A veces, incluso los ángeles caen."

Y entonces, en un giro inesperado, Adriene desvió la espada de San Miguel. La hoja de fuego se hundió en la tierra marciana, y el arcángel cayó de rodillas. El viento susurró secretos cósmicos mientras Adriene se alzaba, su piel aún brillando con poder.

"La oscuridad también tiene su propósito", declaró Adriene. "Quizás no somos enemigos, sino dos caras de la misma moneda. La creación y la destrucción, la luz y la oscuridad. Juntos, forjamos el equilibrio."

San Miguel sonrió débilmente. "Tal vez tengas razón", admitió. "Quizás la victoria no es solo para uno, sino para todos los seres que luchan por existir."

Este mismo angel cae desmayado al suelo, desgastado por el combate que en cierta medida, era el más estresante y doloroso para este guerrero.

Es entonces que Jehová tendría que discutir con Adriene, iban a hablar, y discutir en pequeña medida un acuerdo para los malos y buenos.

Fin.