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Chapter 12 - episodio 13: guerra de inter-especies.

La creación de la vida dependía de un hilo, por tener un arma poderosa, se querían sentir superiores. Al final todos sabemos que el poder va con la mano con el dinero y la política.

En el vasto y desolado paisaje de Marte, cuatro razas convergieron en un punto: la cima del monte más alto, Olympus Mons. Allí, el arma Eclipse yacía, su filo oscuro brillando con promesas de poder absoluto.

Los humanos, con sus trajes espaciales y determinación, escalaban la ladera rocosa. A su lado, los Acuáticos emergían de una grieta en el suelo, sus escamas brillando bajo la tenue luz marciana. Ambas razas compartían un objetivo: controlar el Eclipse y cambiar el destino de sus mundos.

Pero no estaban solos. Los dragones descendieron del cielo, sus alas batiendo con ferocidad. Sus ojos reptilianos brillaban con codicia. Junto a ellos, los Reptilianos se arrastraban desde las sombras, sus garras afiladas listas para la batalla.

El viento marciano susurraba secretos mientras las razas se enfrentaban. Los humanos apuntaban sus armas, los Acuáticos invocaban tormentas de agua, los dragones exhalaban fuego y los Reptilianos se camuflaban en las rocas. El Eclipse era el premio, pero también la maldición.

Adriene, el astuto creador del arma, observaba desde las sombras. Su corazón latía con culpa. Había desencadenado esta lucha, pero también sabía que solo a través de la adversidad las razas aprenderían. El poder absoluto no era la respuesta.

La batalla rugió. Los humanos dispararon, los Acuáticos crearon tsunamis, los dragones se enroscaron en combate aéreo y los Reptilianos emboscaron. La cima de Olympus Mons temblaba con la energía liberada.

Y entonces, el Eclipse brilló. Un guerrero humano lo empuñó, su rostro reflejando la sed de poder. Pero la espada no obedecía. Absorbía su energía vital, dejándolo exhausto. Los Acuáticos intentaron lo mismo, con resultados similares.

Los dragones rugieron. "¡La espada es nuestra!", clamaron. Pero al tocarla, también sintieron su fuerza drenarse. Los Reptilianos se arrastraron hacia ella, pero su piel se volvió ceniza.

Adriene se adelantó. "Ninguno de ustedes puede controlarla", dijo. "El Eclipse es un recordatorio: el poder sin sabiduría solo lleva a la destrucción."

Las razas se detuvieron, mirándolo. El arma yacía en el suelo, su filo oscuro ahora inofensivo. Adriene la recogió y la arrojó al abismo de Olympus Mons.

"La verdadera victoria es aprender a renunciar al poder", dijo. "Solo así podemos salvar nuestros mundos."

El mismo día en que Adriene lanzó la espada Eclipse, una feroz guerra por el poder se desató en Marte. Las distintas razas que habitaban el planeta, cada una con sus propias ambiciones y ansias de dominio, se enfrentaban en un conflicto brutal que amenazaba con consumir todo a su paso.

Las arenas marcianas se tiñeron de rojo mientras clanes de guerreros, criaturas ancestrales, y humanos modificados genéticamente se enfrentaban en una lucha sin cuartel. La batalla rugía en cada rincón del planeta, pero todos los ojos estaban puestos en un solo lugar: la cima del Monte Olimpo, donde la espada Eclipse había vuelto a descansar.

Aquella espada era un símbolo de poder absoluto, y quien la empuñara tendría la capacidad de inclinar la balanza de la guerra a su favor. Entre la confusión y el caos de la batalla, un humano desconocido, cubierto de cicatrices y con un propósito claro en su mirada, escaló con determinación el Monte Olimpo.

Mientras las razas luchaban abajo, él ascendió entre las ruinas antiguas, ajeno a las explosiones y los gritos de la guerra que resonaban en la distancia. Al llegar a la cima, vio la espada Eclipse clavada en la roca, irradiando una oscura energía que parecía absorber la luz de su entorno.

Con un rugido que resonó como un trueno, el humano tomó la espada en sus manos. En ese instante, un torrente de poder oscuro fluyó a través de él, transformándolo. Las razas que luchaban abajo sintieron un temblor en el aire, una presión abrumadora que los hizo voltear hacia la cima. Vieron al humano levantando la espada Eclipse hacia el cielo marciano, su figura envuelta en sombras y energía negra.

Ahora, con el poder de la espada en su control, el humano se convirtió en una fuerza imparable, decidido a dominar Marte. La guerra de razas, que hasta ese momento había sido un conflicto equilibrado, se convirtió en una masacre unilateral. Este nuevo portador de la espada arrasó con todo a su paso, decidido a imponer su dominio sobre todas las razas que osaran desafiar su poder recién adquirido.

Manuel, el Yadaratman de mirada serena y fuerza inquebrantable, apareció en la cima de Olympus Mons. Sus ojos centelleaban con sabiduría ancestral mientras observaba al humano que sostenía el Eclipse. La espada vibraba en su mano, ansiosa por liberar su poder.

"¿Qué haces aquí, humano?" preguntó Manuel, su voz resonando como el viento marciano. "El Eclipse no es para los débiles de corazón ni los insensatos."

El humano, sudoroso y tembloroso, tartamudeó: "¡Poder! ¡Dominio! ¡Quiero... quiero gobernar!"

Manuel suspiró. "El poder no es un fin en sí mismo", dijo. "Es una responsabilidad. ¿Crees que puedes controlar esta espada? ¿O te convertirás en su víctima?"

El humano apretó los dientes y blandió el Eclipse. Pero la espada no obedecía. Su energía vital se desvanecía, dejándolo exhausto. Manuel extendió su mano y la tomó con calma. La hoja se aquietó, como si reconociera su verdadero dueño.

"La verdadera fuerza radica en la humildad", dijo Manuel. "No necesitamos armas para gobernar. Necesitamos compasión, sabiduría y unidad."

Los dragones rugieron, los Reptilianos se arrastraron y los humanos observaron en silencio. Manuel alzó el Eclipse hacia el cielo. "Esta espada será sellada", declaró. "No más luchas. No más codicia."

Manuel, con su ira desatada, agarró la espada Eclipse y la partió en dos con un solo golpe. La hoja se deshizo como si estuviera hecha de cristal, y su energía oscura se dispersó en el aire marciano. Los fragmentos cayeron al suelo, inofensivos ahora.

El cráter humeante y el silencio persistieron en la cima de Olympus Mons. Las razas observaron, asombradas, mientras Manuel se volvía hacia ellas. "El poder no es la respuesta", dijo con voz firme. "La verdadera fuerza radica en la sabiduría y la compasión."

Y así, el Eclipse quedó olvidado en la roca marciana, su influencia sellada.

Manuel, con su mirada impasible, se acercó al humano que había osado empuñar el Eclipse. Sin decir una palabra, le dio una cachetada que resonó en el silencio marciano. El humano tambaleó, aturdido y avergonzado.

"El poder no es para los insensatos", dijo Manuel con voz firme. "Aprende la lección."

El humano asintió, tocándose la mejilla enrojecida. Los demás observaron, recordando que incluso en la lucha por el poder, la sabiduría y la humildad eran armas más poderosas que cualquier espada.

Después de todo esto todas las razas regresan a su planeta natal.

En un rincón apartado del cosmos, donde las estrellas se entrelazaban como hilos de un tapiz cósmico, tres razas se reunieron: Dracora, la dragona de escamas iridiscentes; Sirena, la acuática con cabellos de algas; y Elena, la humana con ojos curiosos.

Se sentaron alrededor de una fogata en el planeta Altharion, sus miradas fijas en el cielo estrellado. El tema de conversación era uno solo: Manuel, el enigmático Yadaratman.

Dracora: (sus ojos reptilianos centelleando) "¿Alguna vez han visto a un yadaratman en acción? Dicen que su fuerza rivaliza con la de los antiguos dragones."

Sirena: (susurra melodías marinas) "He oído que su piel brilla como las profundidades abisales. Pero, ¿por qué nunca lo hemos encontrado en nuestros viajes interplanetarios? Se parecen mucho a los humanos."

Elena: (se ajusta los lentes espaciales)"Tal vez es un ser solitario. O quizás se oculta en los pliegues del tiempo. Pero, ¿saben qué dicen las leyendas? Que un yadaratman es el guardián de un conocimiento ancestral."

Dracora: "¿Conocimiento? ¿O algo más? (guiña un ojo) Dicen que los Yadaratman tienen habilidades... intrigantes."

Sirena: "¿Habilidades para aparearse, quizás? (sonríe con picardía)"

Elena: "¡Chicas! No empecemos con teorías descabelladas. Ese yadaratman es un enigma, eso es seguro. Pero, ¿qué importa? Siempre hay algo mágico en lo desconocido."

Y así, las tres razas continuaron su charla bajo las estrellas, preguntándose sobre el misterioso Yadaratman.

Fin.