En las profundidades ardientes del Infierno, donde las llamas danzan y los lamentos resuenan, Adriene, el hijo de la oscuridad, emergió de las sombras. Su piel era pálida como la luna, y sus ojos brillaban con una malévola intensidad. Había vagado por los abismos durante eones, sin rumbo fijo, sin conocer su verdadera naturaleza ni su propósito.
Las almas atormentadas se arrodillaron ante él, sintiendo su poder innato. Los demonios, temerosos pero intrigados, observaron desde las grietas de las rocas candentes. Adriene extendió sus brazos, y las llamas se apartaron, formando un círculo a su alrededor.
"¡Escuchadme, criaturas del averno!" rugió Adriene, su voz resonando como un trueno. "Soy Adriene, el hijo de la oscuridad, y he llegado para reclamar mi trono."
Los murmullos se propagaron entre los condenados. ¿Quién era este recién llegado? ¿Qué derecho tenía a gobernar sobre ellos?
Adriene ignoró las dudas y continuó. "Karla'k, el antiguo señor del Infierno, ha desaparecido. Nadie sabe dónde se encuentra. Pero yo, yo soy su heredero legítimo. Mi sangre está impregnada de sombras, y mi corazón late al ritmo de las llamas eternas. ¡Este reino será mío!"
Las llamas se elevaron, formando una corona ardiente sobre la cabeza de Adriene. Las almas se postraron aún más, temblando ante su presencia. Pero no todos estaban dispuestos a aceptar su ascenso.
Desde las profundidades emergió un demonio de piel escamosa y cuernos retorcidos. Era Belthor, el antiguo general de Karla'k. Sus ojos rojos brillaron con desafío.
"¿Crees que puedes usurpar el trono sin luchar?" gruñó Belthor. "El Infierno no se rinde tan fácilmente."
Adriene sonrió, revelando colmillos afilados. "Entonces, Belthor, luchemos. Que los abismos sean testigos de nuestra contienda. El vencedor gobernará sobre las llamas y las almas perdidas."
Y así comenzó la batalla en el corazón del Infierno. Adriene y Belthor se enfrentaron, sus poderes chocando como tormentas titánicas. Las almas observaron, temerosas y fascinadas, mientras los dos contendientes luchaban por el dominio.
¿Quién prevalecería en esta lucha cósmica? ¿El hijo de la oscuridad o el leal general? Solo el Infierno lo sabía, y sus llamas ardían con anticipación.
Adriene se sumergió en la refriega con una ferocidad que sorprendió incluso a los demonios más antiguos. Sus manos lanzaban rayos de oscuridad, y sus alas negras se extendían como un manto de sombras. Belthor, aunque formidable, no podía igualar la intensidad de Adriene.
Los pilares de fuego se derrumbaron mientras los dos contendientes se enfrentaban. Los lamentos de las almas se mezclaban con los rugidos de la batalla. Belthor intentó invocar a los espíritus de las profundidades, pero Adriene los desgarró con su mirada penetrante.
Finalmente, Adriene atrapó a Belthor en un vórtice de energía oscura. El general demonio luchó, pero sus fuerzas menguaron. "¿Por qué?" gruñó, sangre brotando de sus heridas. "¿Por qué crees que mereces el trono?"
Adriene sonrió, su voz resonando como un eco de abismo. "Porque no temo la oscuridad. Porque he vagado por los rincones más oscuros del Infierno y he sobrevivido. Porque soy el equilibrio entre la luz y la sombra. Y porque, en este momento, soy más fuerte que tú."
Con un último esfuerzo, Adriene arrojó a Belthor al abismo ardiente. Las llamas lo envolvieron, y su grito se desvaneció en el viento infernal. Las almas observaron, atónitas, mientras Adriene se alzaba sobre los restos humeantes.
"¡Yo, Adriene, hijo de la oscuridad, soy el nuevo rey y dios del Infierno!" proclamó. "Que todos los que desafíen mi dominio enfrenten un destino similar."
Las llamas se arremolinaron a su alrededor, coronándolo con fuego. Las almas se arrodillaron, aceptando su reinado. Y así, Adriene ascendió al trono, su mirada fija en los abismos infinitos.
Fin.