Adriene, con su corona de llamas aún ardiendo, contempló el abismo que se extendía ante él. Las almas atormentadas se arremolinaban a sus pies, esperando sus órdenes. Había conquistado el Infierno, pero su ambición no se detendría allí.
"Ha llegado el momento", declaró Adriene en voz baja, dirigiéndose a los demonios y las almas. "El Cielo, ese lugar de luz y pureza, ha estado fuera de nuestro alcance durante demasiado tiempo. Pero antes de que ascendamos, debemos asegurarnos de que nada nos detenga."
Los ojos de los presentes se clavaron en él. ¿Qué plan tenía en mente? ¿Cómo podría alguien desafiar a los seres celestiales?
"La Tierra", continuó Adriene, "es un eslabón débil en la cadena. Sus habitantes son frágiles, divididos y autodestructivos. Si queremos enfrentar al Cielo, primero debemos eliminar cualquier amenaza que provenga de allí."
Las llamas se intensificaron, y los demonios asintieron en acuerdo. Las almas murmuraron entre sí, temerosas pero también ansiosas por la promesa de poder.
"Destruiremos la Tierra", proclamó Adriene. "No por maldad, sino por necesidad. Sus guerras, su contaminación, su codicia... todo eso debe desaparecer. Solo entonces podremos ascender y reclamar nuestro lugar en los cielos."
Los demonios comenzaron a dispersarse, listos para llevar a cabo la voluntad de su nuevo rey. Las almas se aferraron a la esperanza de un mundo mejor, incluso si eso significaba su propia aniquilación.
Adriene miró al horizonte, donde la Tierra giraba en la vastedad del espacio. "Prepárense", susurró. "La oscuridad se cierne sobre ellos. Y cuando llegue el momento, caerán."
Adriene emergió de las llamas del Infierno, su figura distorsionada por el poder que lo envolvía. La superficie de la dimensión infernal se resquebrajó bajo sus pies, y un vórtice de energía lo atrajo hacia arriba, fuera de los abismos ardientes.
Cuando Adriene materializó en el plano de la realidad, se encontró en medio de una ciudad en ruinas. Edificios derrumbados, calles desiertas y un cielo rojo como la sangre. El aire estaba cargado de electricidad, y el olor a muerte se aferraba a todo.
En ese momento, vio a Karla'k, el dios de la maldad y el miedo, luchando en un cuerpo humano. James Talloran, un hombre común, era el anfitrión de la entidad divina. Sus ojos brillaban con una dualidad inquietante: la humanidad de James y la oscuridad de Karla'k.
Karla'k se enfrentaba al héroe Victor, un guerrero con puños de acero y una voluntad inquebrantable. Los golpes resonaban como truenos, y la tierra temblaba con cada choque. Victor no sabía que dentro de James se libraba una batalla cósmica.
Adriene se acercó, observando la lucha. ¿Qué papel jugaría en todo esto? ¿Debería unirse a la pelea o esperar en las sombras?
Karla'k sonrió, su voz resonando en la mente de Adriene. "Victor es fuerte, pero no puede vencer a un dios. Y tú, Adriene, eres el catalizador. Tu presencia altera el equilibrio."
Adriene consideró sus opciones. Prefiere acabar con la humanidad, nada más a eso vino nada más.
Adriene, ahora en la Tierra, ha logrado dominar a todos los ángeles caídos. Cada uno de ellos obedece sus órdenes sin cuestionar. En un lugar sagrado, rodeado de runas ancestrales, Adriene se prepara para invocar al más poderoso de todos: Lucifer.
Sus manos se mueven con gracia, trazando símbolos en el aire. La energía fluye a través de ella, conectándola con los reinos más allá. Sus ojos brillan con determinación mientras pronuncia las palabras de invocación:
"En el abismo de las estrellas, en la oscuridad eterna, te llamo, Lucifer, Señor de las Llamas Celestiales. Acepta mi pacto y desciende."
El viento se agita, y una figura majestuosa emerge. Lucifer, con alas de fuego y ojos centelleantes, se materializa ante Adriene. Su presencia es avasalladora, y el mundo tiembla bajo su poder.
Adriene sonríe. Ha convocado al ángel caído más temido, y ahora, juntos, enfrentarán desafíos que trascienden los mundos.
Lucifer, con sus ojos ardientes fijos en Adriene, habla con una voz que resuena en el alma:
"Adriene, mi invocador, ¿qué deseas de mí? ¿Qué pacto sellaremos esta noche?"
Adriene titubea. Sabe que Lucifer es un ser de poder inimaginable, capaz de cambiar el curso de la historia. Pero también conoce las consecuencias de sus acciones. ¿Qué hará?
El ángel caído se inclina hacia ella, sus alas de fuego crepitando. "Dime, Adriene. ¿Quieres la destrucción de la humanidad? ¿Estás dispuesta a pagar el precio?"
Adriene sostiene la mirada ardiente de Lucifer. Su voz resuena con determinación:
"Lucifer, escucha bien. La humanidad es un cáncer que devora este mundo. Su codicia, su crueldad, su indiferencia... Han causado más daño del que puedo soportar. Mátalos. A todos."
El ángel caído asiente solemnemente. Sus alas de fuego se extienden, y la oscuridad se ciñe alrededor de él. Los cielos tiemblan mientras Lucifer desciende a cumplir la voluntad de Adriene.
En un cruce de dimensiones, Luci, la cambiaformas humana, emerge junto a Palitogood, el guardián elemental de energía, y Amsel, el presidente de New Perú. Sus miradas se encuentran con las de Adriene y Lucifer, quienes se alzan en un escenario de poder y oscuridad.
Luci, con ojos que cambian de color como las estaciones, habla con voz firme: "Adriene, Lucifer, vuestro conflicto afecta a todos los mundos. No podemos permitir que la destrucción se desate."
Palitogood, cuyas formas fluctúan entre fuego, agua y tierra, asiente. "La energía elemental clama por equilibrio. Debemos encontrar una solución."
Amsel, con su traje presidencial y una espada ceremonial, se adelanta. "Como líder de New Perú, estoy dispuesto a negociar. Pero la paz debe prevalecer."
Adriene sonríe con malicia. "¿Paz? Lucifer y yo somos dos caras de la misma moneda. No hay paz sin sacrificio."
Lucifer, con alas de sombras y ojos insondables, se dirige a Luci. "Tú, cambiaformas, ¿qué deseas? ¿La supervivencia de tu especie o la caída de la humanidad?"
El aire se carga con electricidad mientras Luci, Palitogood y Amsel avanzan hacia Adriene y Lucifer. Pero antes de que puedan atacar, Lucifer se mueve como una sombra, golpeando a los tres con una velocidad sobrenatural. Luci es arrojada contra una pared, Palitogood se tambalea y Amsel cae de rodillas.
Adriene no duda. Su cuerpo se convierte en un torbellino de movimientos precisos. Golpe tras golpe, su puño encuentra su objetivo: costillas, mandíbulas, rodillas. Los tres son lanzados hacia atrás, atravesando ventanas y chocando contra edificios cercanos.
El rugido de Lucifer se mezcla con los gritos de dolor. El enfrentamiento alcanza su punto álgido.
Desde las calles y los edificios, los testigos observan la épica batalla entre ángeles y humanos. Algunos corren hacia los héroes caídos, levantándolos con determinación. Sus voces se unen en un coro de ánimo:
"¡Ánimo! ¡No te rindas!"
"¡Eres más fuerte de lo que crees!"
"¡Juntos podemos vencer!"
Los héroes, heridos pero no vencidos, se alzan con la ayuda de los desconocidos. La esperanza brilla en sus ojos, y la ciudad entera se convierte en un escenario de resistencia y solidaridad.
En un callejón oscuro, la madre soltera, con su hija aferrada a su mano, se encuentra atrapada. El miedo en sus ojos es palpable mientras Adriene y Lucifer avanzan. Sus espadas brillan con malévola intención.
El corte es rápido, implacable. La madre y la niña caen sin emitir un sonido. La sangre mancha el pavimento. Los héroes y los testigos observan en silencio, impotentes ante la tragedia.
Los héroes llegan al lugar, pero la escena que presencian es desgarradora. La madre soltera y su hija yacen sin vida en el suelo, víctimas de la crueldad de Adriene y Lucifer. El aire está cargado de tristeza y rabia. Los héroes se arrodillan junto a los cuerpos, impotentes ante la tragedia. No hay palabras que puedan aliviar el dolor. Solo queda la promesa de venganza y la lucha por un mundo donde la oscuridad no prevalezca.
Adriene levanta su mano, canalizando una oscura energía que chisporrotea con malévola intensidad. "¡Prepárense para el fin!" grita, mientras Lucifer sonríe siniestramente a su lado.
Los héroes, conscientes del peligro, se preparan para esquivar el ataque. En un instante, Adriene lanza el corte oscuro, una línea negra que atraviesa el aire con velocidad mortal. Luci, Amsel y Palitogood reaccionan rápidamente, saltando en diferentes direcciones para evitar el ataque.
Pero en medio del caos, ninguno de ellos nota la figura pequeña y temblorosa de un niño, escondido detrás de una estatua en la plaza. El corte oscuro atraviesa la noche y, en un fatídico segundo, alcanza al niño. Un grito de narrador llena el aire cuando su cuerpo es partido en dos, cayendo al suelo en un charco de su propia sangre.
Los héroes aterrizaron ilesos, pero sus corazones se hundieron al darse cuenta de lo que había sucedido. Luci, con los ojos llenos de horror, se volvió hacia el lugar del impacto. Amsel cayó de rodillas, incapaz de procesar la brutalidad de la escena. Palitogood apretó los puños con rabia y dolor, sintiendo la impotencia arrastrarse por su ser.
Mientras tanto, Adriene y Lucifer se regodeaban en su victoria momentánea. Las sonrisas crueles en sus rostros eran un testimonio de su satisfacción ante el sufrimiento de los héroes. "Mira lo que has hecho," se burló Adriene, señalando el cuerpo del niño. "Ni siquiera pueden proteger a los más inocentes."
La plaza, ahora bañada en una macabra luz de la farola más cercana, parecía un campo de batalla perdido. Los héroes, traumatizados por la pérdida del niño, sintieron una nueva y ardiente determinación. Sabían que no podían cambiar lo sucedido, pero se juraron a sí mismos que los villanos pagarían por cada vida tomada y cada lágrima derramada. La batalla continuaría, pero en ese instante, el dolor y la culpa envolvieron a los héroes, recordándoles la crueldad del enemigo y la fragilidad de aquellos a quienes juraron proteger.
En el campo de batalla, donde las llamas del conflicto ardían y los cielos temblaban, Ángel Life apareció. Sus alas, una vez brillantes y puras, ahora estaban desgarradas y chamuscadas. Había renunciado a su divinidad, su ira hacia los cielos lo había llevado a arrancarse las plumas una a una.
Adriene, la guerrera con ojos de tormenta, y Lucifer, el caído con un rastro de tristeza en su mirada, observaron al ángel despojado. Su apodo era Normado, un nombre que resonaba con la rebeldía y la búsqueda de identidad.
"¿Por qué estás aquí, Normado?" preguntó Adriene, su espada en alto.
El ángel caído sonrió con amargura. "Dios me abandonó", dijo. "Sus leyes, su orden. No podía soportarlo más. Pero no vine a luchar. Vine a advertirles. Hay algo más grande en juego."
Lucifer se adelantó, sus alas oscuras extendiéndose. "¿Qué es lo que temes, Normado?"
El ángel señaló hacia el horizonte, donde las sombras se retorcían. "El tiempo mismo está en peligro. Algo se desgarra en los hilos del pasado y el futuro. Si no detenemos la ruptura, todo se perderá."
Y así, en medio del conflicto, los tres seres antagónicos se encontraron. Ángel, demonio y guerrera. Unidos por un propósito común: proteger la historia, incluso si eso significaba enfrentar a los dioses mismos.
Normado, con sus alas chamuscadas y su mirada desafiante, se enfrentó a Adriene y Lucifer. El aire vibraba con tensión mientras los tres se evaluaban mutuamente.
"¿Derrotarnos?" preguntó Adriene, su espada aún en alto. "¿Por qué?"
El ángel caído sonrió con tristeza. "Porque soy el último guardián de la Línea Temporal. Mi deber es protegerla, incluso de aquellos que la amenazan."
Lucifer se cruzó de brazos. "¿Y quiénes somos nosotros para ti?"
"Adriene, la guerrera con ojos de tormenta, y tú, Lucifer, el caído con un rastro de tristeza en tu mirada. Ambos tienen conexiones con el tejido del tiempo. Pero algo está desgarrando los hilos, y ustedes dos están en el centro."
Adriene frunció el ceño. "¿Qué quieres decir?"
Normado señaló hacia las sombras retorcidas en el horizonte. "Hay un enemigo más antiguo que los dioses, más poderoso que cualquier ejército. Se alimenta de la historia misma. Si no lo detenemos, todo se perderá."
Los tres se miraron, conscientes de la magnitud de la amenaza. Pero al final Adriene quería acabar con todo rápido y más si era normado.
Fin.