Al haber invocado aquellos seres este los utilizo ahora por medio de las sombras para poder invocar a cada uno combinar a ambos.
Adriene, el astuto y atormentado, se encontraba en el corazón del Infierno, rodeado por llamas y susurros de almas condenadas. Su mente bullía con la urgencia de su misión: crear una trampa que atrapara a cualquier criatura o raza que osara cruzar su camino.
Las paredes de su cámara eran de piedra negra, talladas con símbolos antiguos que resonaban con poder. Adriene se sentó en el suelo, su piel marcada por cicatrices de batallas pasadas. La oscuridad lo envolvía, pero su mente ardía con determinación.
"¿Cómo atrapar a los inmortales?" murmuró, sus ojos brillando con una mezcla de desesperación y astucia. "Necesito algo que los atraiga, los engañe y los retenga."
Se levantó y comenzó a trazar círculos en el suelo con un cuchillo de obsidiana. Cada línea era un hechizo, cada símbolo un lazo que tejía entre los mundos. Invocó a los espíritus ancestrales y les pidió sabiduría.
"La trampa debe ser irresistible", pensó. "¿Qué desean los inmortales más que nada?"
La respuesta llegó como un susurro: "Poder".
Adriene sonrió. Crearía una ilusión de poder, una joya que brillara con la promesa de dominio absoluto. Pero dentro de esa joya, ocultaría una prisión etérea. Una vez que los inmortales la tocaran, quedarían atrapados, incapaces de escapar.
Se puso a trabajar, tallando la joya con precisión. Cada faceta era un engaño, cada reflejo una trampa. Cuando terminó, sostuvo la joya en su mano y la miró con satisfacción. Parecía un fragmento de la misma oscuridad.
"Ahora, el cebo", murmuró. Recordó las historias de los dioses y sus debilidades. Los celos, la envidia, el deseo de venganza. Crearía una ilusión de un ser querido perdido, una figura quebrada y herida. Los inmortales no podrían resistirse.
Adriene colocó la joya en el centro del círculo de hechizos y pronunció las palabras finales. La trampa estaba lista. Solo necesitaba atraer a su presa.
Miró al abismo ardiente que se extendía ante él. "Venid, criaturas del cosmos", desafió. "Vuestra perdición os espera."
En un rincón remoto del universo, donde las estrellas parpadeaban con promesas y los planetas giraban en su danza cósmica, las razas emergían lentamente. Cada una tenía su propio origen, su propia historia, pero todas compartían un destino común: la evolución hacia formas humanoides.
Los Acuáticos:
En el planeta Oceana, los Acuáticos comenzaron como criaturas marinas de piel escamosa y aletas. Pero a medida que sus océanos se calentaban y las corrientes cambiaban, sus cuerpos se adaptaron. Desarrollaron extremidades parecidas a brazos y piernas, y sus branquias se transformaron en pulmones. Emergieron de las profundidades, sus escamas brillando bajo la luz de dos lunas, ahora capaces de caminar sobre la arena y explorar la tierra.
Los Avianos:
En el mundo de Aeloria, los Avianos eran criaturas aladas que surcaban los cielos en busca de alimento. Pero cuando su sol comenzó a emitir radiación peligrosa, los Avianos se refugiaron en las cuevas. Allí, sus alas se atrofiaron, y sus patas se alargaron. Desarrollaron plumas más densas y ojos grandes para ver en la oscuridad. Emergieron como humanoides con plumas en lugar de cabello, sus brazos extendidos como alas, listos para explorar la superficie.
Los Minerales:
En el planeta Geode, los Minerales eran seres cristalinos que crecían en las profundidades de las cuevas. Pero cuando su mundo fue golpeado por una lluvia de meteoritos, los Minerales se fusionaron con los minerales terrestres. Sus cuerpos se volvieron más densos, sus extremidades más articuladas. Emergieron como humanoides de piedra y cristal, sus ojos brillando con la luz interna de gemas preciosas.
Los Arbóreos:
En el bosque de Sylvan, los Arbóreos eran criaturas arbóreas con raíces que se entrelazaban con el suelo. Pero cuando su luna se acercó demasiado, los Arbóreos comenzaron a moverse. Sus raíces se convirtieron en piernas, y sus troncos se alargaron en torsos. Desarrollaron hojas en lugar de cabello y ojos que brillaban como luciérnagas. Emergieron como humanoides de madera, capaces de explorar más allá de su bosque natal.
Los Dragones:
En las profundidades de la Nebulosa Dracónida, los Dragones comenzaron como criaturas aladas con escamas iridiscentes. Pero a medida que su mundo se enfriaba y los recursos escaseaban, sus alas se volvieron innecesarias. Desarrollaron patas fuertes y colas prensiles. Sus escamas se volvieron más resistentes, y su aliento se cargó con fuego. Emergieron como humanoides con rasgos de dragón: ojos reptilianos, garras afiladas y una conexión innata con la magia antigua.
Los Reptilianos:
En el planeta Escama Verde, los Reptilianos eran criaturas bípedas con pieles escamosas y colas largas. Pero cuando su sol se volvió más intenso, los Reptilianos se refugiaron en las sombras de las selvas. Allí, sus cuerpos se adaptaron. Desarrollaron una postura erguida, sus colas se acortaron y sus escamas se volvieron más suaves. Emergieron como humanoides con piel moteada, ojos rasgados y una afinidad natural por la astucia y la diplomacia.
Los Elfos:
En el bosque ancestral de Elion, los Elfos eran criaturas etéreas que danzaban entre los árboles. Pero cuando su luna se acercó demasiado, los Elfos comenzaron a cambiar. Sus cuerpos se volvieron más densos, sus orejas alargadas y puntiagudas. Desarrollaron una conexión profunda con la naturaleza y la magia. Emergieron como humanoides esbeltos, con cabello largo y ojos centelleantes. Su longevidad y gracia los hicieron guardianes de los bosques y custodios de los secretos antiguos.
Los Cibernéticos:
En el mundo mecánico de Circuitron, los Cibernéticos eran seres de metal y circuitos. Pero cuando su civilización alcanzó su apogeo tecnológico, comenzaron a fusionarse con la maquinaria. Sus cuerpos se volvieron biomecánicos, con implantes cibernéticos y conexiones neuronales. Emergieron como humanoides con ojos luminosos, brazos modulares y una comprensión profunda de la red digital. Su búsqueda de conocimiento y mejora constante los llevó a explorar las estrellas.
Origen de los yadaratman:
Los Yadaratman surgieron en el planeta Yadaratmaniano con una apariencia similar a la humana. Compartían rasgos como extremidades, cabeza, torso y una estructura ósea comparable.
Adaptación Planetaria:
A lo largo de las eras, los Yadaratman se adaptaron a su entorno. Desarrollaron una piel resistente a las condiciones del planeta, que incluía áreas desérticas, selvas y montañas. Sus ojos se ajustaron para percibir la luz específica de Yadaratman.
Habilidades Especiales:
Los Yadaratman poseían habilidades únicas, como la fuerza sobre humana, energía ilimitada y la capacidad de crear energía solar directamente a través de su poder. Estas habilidades se desarrollaron gradualmente a lo largo de generaciones.
Cultura de la raza:
Los Yadaratman valoraban la cooperación, la creatividad y la exploración. Su sociedad se centraba en la búsqueda del conocimiento y la conexión con su mundo. Construyeron ciudades sostenibles y vivieron en armonía con la naturaleza.
Exploración Espacial:
A medida que su tecnología avanzaba, los Yadaratman exploraron el espacio. Descubrieron otros planetas, interactuaron con diferentes razas y compartieron su sabiduría. Su legado perdura como embajadores de la paz y la comprensión interplanetaria. Hasta que llegó un día en que dijeron: "por qué no conquistar" y eso fue lo que hicieron.
En el taller oscuro en el propio infierno, Adriene, las llamas danzaban alrededor de su yunque. Su mente ardía con la urgencia de su misión: crear un arma que desencadenaría una lucha por el poder en todo el cosmos. Las razas se alinearían, ansiosas por poseer la clave de la superioridad.
Adriene eligió los materiales con cuidado: escamas de dragón, fragmentos de estrellas y esencias mágicas. Forjó la hoja con sus propias manos, canalizando su ira y desesperación en cada golpe. La espada brillaba con una luz inquietante, como si contuviera secretos ancestrales.
Cuando la hoja estuvo lista, Adriene la bautizó "Eclipse". Su filo era tan afilado como la traición, y su empuñadura estaba incrustada con gemas que destellaban con promesas de grandeza. Pero lo más peligroso era su habilidad para absorber la energía vital de quien la blandiera.
Adriene dejó caer la espada en el suelo de piedra. Sabía que no podía quedarse con ella. Su misión era sembrar la discordia, no gobernar con ella. Así que la escondió en un templo antiguo, donde las leyendas la llamarían "El Artefacto de los Dioses".
Pronto, las noticias se extendieron. Las razas se reunieron en consejos de guerra. Los dragones rugieron, los elfos susurraron conjuros y los cibernéticos calcularon probabilidades. Todos querían el Eclipse. Todos creían que les daría la supremacía.
Fin.