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Chapter 10 - episodio 11: La creación de la maldad.

En las profundidades del infierno, Adriene se alza sobre un trono de huesos y cenizas. Su mirada ardiente refleja siglos de resentimiento y deseo de venganza. Aquí, en la oscuridad eterna, decide forjar criaturas que encarnen la maldad misma.

Los Drakmor:

Escamas negras como la noche, ojos incandescentes y alas membranosas. Los Drakmor son depredadores insaciables, alimentándose de almas atormentadas. Su rugido hace temblar los cimientos del inframundo.

Adriene los crea para sembrar el caos en los corazones humanos, susurros venenosos que incitan a la traición y la crueldad.

Las Sombríos:

Figuras etéreas, apenas visibles. Las Sombríos se deslizan entre las sombras, alimentándose de la desesperación y el odio. Sus manos frías tocan los sueños de los mortales, sembrando pesadillas.

Adriene los envía a los corazones rotos, donde susurran pensamientos oscuros y alimentan la ira.

Los Olvidados:

Sin rostro, sin voz. Los Olvidados son la personificación del rencor. Se aferran a las almas de aquellos que han sido traicionados, recordándoles sus heridas una y otra vez.

Adriene los libera en los campos de batalla, donde los soldados olvidan su humanidad y se convierten en máquinas de destrucción.

Adriene, el Único Hijo de la Oscuridad:

Su piel está tatuada con runas ancestrales, cada una representando un pecado mortal. Sus ojos arden con la promesa de venganza.

Él camina entre sus creaciones, su risa retumbando en las cavernas infernales. Sus hermanos, encerrados por Jehová y sus aliados celestiales, no son más que un recuerdo lejano.

Adriene se regocija en su soledad, sabiendo que él es el último bastión de la oscuridad, el eco de un tiempo en el que los dioses temblaban ante su poder.

Así, en el abismo, Adriene da forma a la maldad y la esparce como semillas en un campo de dolor.

El Dolor: Se retuerce en su pecho, una espiral de agonía que se expande con cada latido. Las lágrimas que no puede derramar arden en sus ojos. ¿Por qué lo abandonaron? ¿Por qué lo condenaron a esta eternidad de oscuridad?

La Ira: Su voz resuena en las cavernas, un rugido que sacude las almas atrapadas. Sus puños golpean las paredes, liberando ondas de energía cósmica. Quiere que sientan su furia, que teman su poder.

La Maldad: En su mente, crea formas retorcidas. Bestias deformes, criaturas sin alma. Las lanza al mundo mortal, donde sembrarán discordia y desesperación. La humanidad se retorcerá bajo su influencia, y él sonreirá en la oscuridad.

En las profundidades del abismo, Adriene se arrodilla sobre el suelo de huesos. Su mano, temblorosa de ira contenida, traza un círculo en la tierra. La sangre fresca fluye de su palma, formando símbolos antiguos: las alas rotas de los ángeles desterrados. La energía maldita vibra, resonando con la promesa de venganza. Los ángeles caídos sienten la llamada y se agitan en la oscuridad, ansiosos por ser liberados.

El círculo se cierra, y la tierra tiembla. Las llamas infernales se alzan, iluminando el rostro de Adriene. Sus ojos ardientes reflejan siglos de resentimiento y deseo de retribución. ¿Por qué lo abandonaron? ¿Por qué lo condenaron a esta eternidad de oscuridad?

Los símbolos en el suelo brillan con una luz siniestra. Cada trazo es una invocación, una promesa de poder. Los ángeles caídos, atrapados entre la gracia y la caída, se materializan uno a uno. Sus alas desgarradas se extienden, y sus ojos buscan a aquellos que merecen su ira.

Azrael, el ángel de la muerte, emerge con su guadaña en mano. Su mirada fría atraviesa el abismo, y su presencia congela el aire. ¿Quién escapará de su toque helado?

Lilith, la primera mujer, se alza con alas de cuervo. Su belleza es veneno, su risa una maldición. Los corazones humanos se retuercen bajo su influencia. ¿Quién sucumbirá a su seducción?

Barachiel, el relámpago caído, carga su espada de fuego. Su lealtad es un recuerdo distante, pero su sed de justicia arde como un sol negro. ¿Quién enfrentará su ira?

Adriene los guía hacia su objetivo: líderes corruptos, tiranos, aquellos que han olvidado la compasión. Los ángeles caídos se desvanecen en las sombras, listos para ejecutar su juicio. La Tierra temblará bajo sus alas rotas, y los mortales sentirán su presencia en sus sueños más oscuros.

La traición se acerca más pronto que nunca.

En esos instantes Adriene, con los ojos cerrados y las manos temblando. El aire a su alrededor se vuelve denso, cargado de energía oscura. Las palabras de invocación fluyen de sus labios en un susurro:

"En la oscuridad profunda, en el abismo sin fin, llamo a ti, Lucifer, Señor de las Sombras. Acepta mi ofrenda y desciende."

En ese momento, una figura imponente emerge de las sombras. Lucifer, con alas de cuervo y ojos ardientes, se materializa ante Adriene. Su presencia es abrumadora, y el aire vibra con poder. Adriene tiembla, pero no retrocede. Ha convocado al mismísimo ángel caído, y ahora deberá enfrentar las consecuencias de su osada acción.

Fin.