En el umbral de la batalla, Jehová, Greci y los ángeles se alinearon en la cresta de una colina marciana. Los hijos de la oscuridad avanzaban desde el horizonte, sus formas retorcidas y sus ojos inyectados de malicia.
Jehová, con su resplandor divino, extendió sus brazos. "La dualidad se enfrenta. La creación y la destrucción chocarán aquí".
Greci, la tejedora de hilos cósmicos, observó los campos de batalla. "Los mortales luchan por su libre albedrío. Sus elecciones resonarán en el universo".
Nemamiah, con su espada de luz, se preparó para la defensa. "Los ángeles protegeremos a los inocentes. Nuestras alas serán su escudo".
Kimi, líder de los hijos de la oscuridad, alzó su espada negra. "La eternidad se decidirá hoy. La sangre empapará la tierra".
Y así, en el cruce de los mundos, los dioses y sus ejércitos se enfrentaron. Los hilos del destino vibraron, y la gran guerra territorial comenzó. Marte, testigo de la lucha, tembló bajo sus pies.
Los hijos de la oscuridad, con sus ojos inyectados de malicia, se alinearon en círculo. En el centro, un abismo se abrió, destrozando la realidad. El portal tembló, y desde sus profundidades emergió el pueblo de Karla'k.
Sus cuerpos eran una amalgama de sombras y pesadillas. Sus garras rasgaban el espacio-tiempo. Sus ojos brillaban con hambre insaciable. Eran los siervos del dios del terror y el caos, y su presencia retorcía la realidad misma.
Los ángeles se tensaron, sus espadas de luz listas. Greci, la tejedora de hilos cósmicos, observó con tristeza. Jehová extendió sus brazos, la luz enfrentando la oscuridad.
La gran guerra territorial estaba a punto de desatarse. Los hilos del destino vibraron, y Marte se convirtió en el campo de batalla entre la creación y la aniquilación.
En el ardor de la batalla, Jehová y Kimi se enfrentaron. La espada de luz de Jehová chispeó, pero Kimi, con su destreza sobrenatural, la desarmó con un solo movimiento. La energía de la espada se dispersó en el aire.
Sin armas, Jehová sonrió. Sus ojos brillaron con determinación. En lugar de retroceder, adoptó una postura de arte marcial yang. Sus movimientos fluidos y precisos sorprendieron a Kimi.
Los dos dioses se enzarzaron en una danza mortal. Jehová canalizó su energía divina a través de patadas giratorias y puñetazos certeros. Kimi, ágil como una sombra, esquivó y contraatacó con golpes oscuros.
El campo de batalla tembló con su enfrentamiento. Los hilos del destino vibraron, y la dualidad se manifestó en cada movimiento. Jehová no solo luchaba con fuerza, sino con sabiduría y equilibrio.
Finalmente, en un giro inesperado, Jehová desarmó a Kimi. Pero en lugar de atacar, extendió la mano. "La elección está en tus manos", dijo. "¿Seguirás el camino de la oscuridad o encontrarás redención?"
Kimi vaciló, mirando la mano extendida. Los ángeles observaron en silencio. La eternidad aguardaba su decisión. Y en ese momento, la dualidad se manifestó no solo en la lucha, sino en la posibilidad de cambio.
Kimi, con sus ojos ardientes de rencor, rechazó la mano extendida de Jehová. "La redención es para los débiles", gruñó. "Yo soy la oscuridad encarnada. No necesito tu clemencia".
Jehová suspiró. "Entonces, por el bien de las razas mortales y la dualidad misma, no tengo otra opción". Extendió su mano nuevamente, pero esta vez, un resplandor divino envolvió a Kimi.
El pueblo de Karla'k rugió, pero era demasiado tarde. Jehová había creado una prisión especial para Kimi. Un lugar donde la oscuridad no podía escapar, donde los hilos del tiempo se entrelazarían en su contra.
Kimi fue encerrado en un abismo de sombras, su furia resonando en las paredes invisibles. Y así, la gran guerra territorial continuó, pero sin su líder. La eternidad observó, testigo de la elección de Kimi y su destino sellado en la prisión cósmica.
Jehová con su mano derecha lanzó esa pequeña esfera donde se encerró a Kimi y fue lanzada directo al vacío de la nada absoluta.
Los cuerpos de Greci, Kafka y Saucher se entrelazaron en una danza violenta. Las sombras y la luz chocaron, y el suelo de Marte tembló bajo sus pies. Sin armas, solo sus puños y su voluntad de poder los guiaban.
Kafka, con su sonrisa retorcida, lanzó un puñetazo. Greci lo esquivó con agilidad, pero Saucher aprovechó la distracción y la golpeó en el costado. Greci gruñó, pero no se rindió.
Los movimientos eran rápidos, impredecibles. Greci canalizó su energía cósmica en cada golpe. Sus puños eran como meteoritos, y su mente calculaba cada movimiento. Kafka y Saucher, por su parte, eran maestros de la oscuridad. Sus golpes eran veneno y pesadillas.
La lucha continuó, y Marte fue testigo de su enfrentamiento épico. Los hilos del destino se tensaron, y la dualidad se manifestó en cada choque.
La lucha entre Greci, Kafka y Saucher escaló a niveles cósmicos. Cada golpe resonaba en la superficie de Marte, moldeando el terreno. Las rocas se partían, los cráteres se ensanchaban y las dunas se retorcían.
Greci, con su agilidad sobrenatural, giró y lanzó un puñetazo que creó una onda de energía. Kafka, con su sonrisa retorcida, se defendió con sombras que se retorcían como serpientes. Saucher, el tejedor de pesadillas, se sumó al enfrentamiento, sus garras rasgando el aire.
Los dioses y los hijos de la oscuridad se entrelazaron en una danza épica. Sus movimientos eran como constelaciones en colisión. Cada impacto dejaba una huella en el paisaje marciano, como si el propio planeta respondiera a su conflicto.
Y así, en ese crisol de luz y oscuridad, los hilos del destino se tensaron aún más. La dualidad se manifestaba no solo en sus cuerpos, sino en la tierra misma.
La tormenta cósmica rugía, y Greci, la tejedora de hilos cósmicos, estaba mal herida. Su piel mosaico se resquebrajaba, y sus ojos reflejaban la fatiga de eones. Los hijos de la oscuridad, también exhaustos, se tambaleaban.
Saucher, con su cabello de ébano enmarañado, se acercó a Greci. "¿Por qué luchas, tejedora? La dualidad es nuestra prisión. La creación y la destrucción son una danza sin fin".
Greci tosió, sangre cósmica manchando sus labios. "Porque en esa danza, los mortales encuentran su propósito. Sus elecciones son los hilos que entrelazan el universo".
Kafka, el maestro de las palabras retorcidas, se apoyó en su bastón sombrío. "La eternidad nos consume. ¿Por qué no rendirnos?"
Greci sonrió débilmente. "Porque en la lucha, encontramos significado. La dualidad no es nuestra perdición, sino nuestra oportunidad".
Greci, con su último aliento, canalizó su energía cósmica. Los hilos del destino se entrelazaron, y un abismo de sombras se abrió. Kafka y Saucher fueron arrastrados hacia su interior, sus formas retorcidas desvaneciéndose en la oscuridad.
El portal se cerró, sellando a los hijos de la oscuridad en su prisión eterna. Greci cayó de rodillas, exhausta pero satisfecha. La dualidad había sido preservada, y los mortales seguirían tejiendo sus historias en el tapiz del tiempo.
Justo al sur del Marte ardiente estarían los angeles observando al pueblo de Karla'k.
Los ángeles se enfrentaron al pueblo de Karla'k en un torbellino de energía cósmica. Sus alas de luz chocaban contra las formas retorcidas de los siervos del dios del terror y el caos.
Nemamiah, con su espada de luz, giró y desarmó a un Karla'k que se retorcía como una serpiente. "La protección es nuestro deber", declaró.
Yeilael, la sabia guerrera, canalizó su energía en un escudo de luz. Los ataques del pueblo de Karla'k se desvanecieron como pesadillas al amanecer. "La sabiduría nos guía", afirmó.
Harahel, el ángel de la curación, sanó las heridas de sus compañeros. "La compasión es nuestra fuerza", dijo.
El pueblo de Karla'k rugió, pero los ángeles no cedieron. La dualidad se manifestaba en cada choque, y Marte temblaba bajo su enfrentamiento épico.
Adriene, con su agilidad sobrenatural, se deslizó entre los ángeles y los hijos de la oscuridad. Sus pasos eran como susurros en la tormenta cósmica. Jehová, Greci y los demás no la vieron. Se desvaneció en las sombras, su destino incierto pero su libertad intacta. La eternidad observó, y Adriene se convirtió en un misterio en el tapiz del tiempo.
La batalla cósmica se prolongó, los ángeles enfrentándose al pueblo de Karla'k con tenacidad. Sus espadas de luz chocaban contra las formas retorcidas, y el aire vibraba con energía divina.
Entonces, en un destello de luz, San Miguel descendió. Sus alas eran como soles, y su espada irradiaba pureza. Los siervos de Karla'k retrocedieron, sus formas distorsionándose.
San Miguel extendió su mano, y una barrera de energía se formó. El pueblo de Karla'k fue atrapado, sus cuerpos volviéndose algo pegajoso pero vivo. Se transformaron en un tipo de animal desconocido: criaturas con ojos brillantes y cuerpos iridiscentes.
"La dualidad no puede ser aniquilada", declaró San Miguel. "Pero su influencia será contenida".
Y así, los ángeles y San Miguel protegieron la creación, mientras las criaturas pegajosas se retorcían en su prisión eterna. La eternidad observó, y la balanza entre luz y oscuridad se mantuvo.
San Miguel, el arcángel de la justicia, extendió sus alas de fuego. Su espada de luz cortó el espacio-tiempo, creando una grieta dimensional. El pueblo de Karla'k fue arrastrado hacia su interior, sus formas retorcidas desvaneciéndose en la oscuridad.
La dimensión exclusiva se cerró, sellando a los siervos del dios del terror y el caos. Solo aquellos con la sangre de Karla'k o algún sucesor podrían atravesar sus límites. Dentro, los antiguos enemigos se transformaron en criaturas desconocidas: seres pegajosos pero vivos, atrapados en su propio destino.
San Miguel observó su obra, la dualidad preservada en un rincón inaccesible del multiverso. La eternidad aguardó, y la balanza entre luz y oscuridad se mantuvo en su delicado equilibrio.
Fin.