Pasaron tres horas desde que salí del hospital, esposado y humillado, hasta que se abría la puerta del calabozo de la comisaría de Moncloa. Liberado gracias a la intervención del capitán, para mí fue una eternidad. A pesar de los impedimentos y subterfugios que Arturo utilizó para alejarme de Alex, el jodido lo tenía todo pensado, se conocía bien los hilos del poder y antes de ingresar en el hospital dejó todos los resortes sincronizados para que, orquestados por el fiel miliciano, fueran activados a medida que los necesitase. De esta forma intervino el mejor despacho de abogados de Madrid, que junto con la petición expresa del enfermo, reclamando que yo lo atendiese, facilitó mí salida inmediata de la cárcel. Formalmente seguía encausado, en espera de que se realizase la primera vista oral. A un hombre honrado y de principios como yo, le resulta muy desagradable estar imputado en una comisaría, aunque sólo sea de paso, lo que comenzó a generarme dudas sobre el ciego apoyo que le estaba dando al moribundo de Alex.
Al llegar al hospital fui a ver al enfermo, quería agradecerle que me había sacado de la celda y saber cómo se encontraba. Desde la última vez que lo vi su aspecto se había deteriorado enormemente, tenía una ictericia avanzada que le teñía el cuerpo de amarillo azafrán, lo que aumentó mi preocupación porque significaba que su hígado comenzaba a fallar. Me acerqué a la cabecera y tomé su historial, la analítica daba ya cuatro parámetros fuera de los límites normales, su tiempo de coagulación y los niveles de bilirrubina y de albúmina en sangre se habían descontrolado. Nada más saliese aquella mujer de la habitación le haríamos un drenado linfático y le cambiaríamos la sangre mediante un cateterismo aórtico- pulmonar. Su cansina respiración denotaba el gran esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse consciente.
Ella se encontraba sentada junto a la cama acariciando la mano de Alex, cogió un paño acuoso y le frotó los secos labios para humedecerlos, mi presencia había creado un profundo silencio entre ellos que por fin rompió.
- Soy Blanca y usted debe ser Germán, el doctor en el que Alex ha puesto toda su confianza para conducirle hasta la muerte.
Aún no había contestado cuando un sollozo, acompañado por dos lágrimas, brotaron de su más profundo interior.
- Yo no lo presentaría de esa forma tan arisca, soy el médico que debe administrarle el arcaico tratamiento paliativo que él ha solicitado. Si me autorizase le podría curar. ¿Es usted un familiar?
- No, ¿cambiaría en algo si lo fuese?
- Sí, pero no siéndolo nada puede cambiar y su voluntad prevalecerá hasta que muera. ¿Por qué ha venido?
- Para ver si le hacía desistir de la locura que está cometiendo.
- También preferiría saber el porqué, si no es una molestia.
- Porque me ha llamado el director del hospital, que quiere, como yo, evitar que fallezca.
- ¿De qué parte está usted?
- Siempre estaré con Alex, pero tengo que persuadirle, si quiero estar siempre con él. ¡Por Dios tan
difícil es de entender! – Exclamó entre llantos.
Con un fino hilo de voz, él, interrumpió nuestro diálogo.
- No discutáis, estamos todos en el mismo barco. Lo que Arturo quiere es crear discordia entre
nosotros para conseguir su objetivo, para que se haga su voluntad.
- Déjame que me rebele, es tan duro lo que me pides, no puedo quedarme inmóvil mientras tú te
resignas a morir. No logro entender como tus hijos y tus exparejas admiten que tu decisión se imponga, sin más, sin dignarse a visitarte.
- Ya te lo expliqué. Blanca, ayúdame a ser feliz en estas últimas horas de mi vida, me he alegrado tanto con tu visita que podría pedir definitivamente el adiós.
- Por lo mucho que te quiero, aceptaré lo que me pides. Me cuesta creer que son el fruto del inmenso vacío que Natividad te produjo y que no has podido llenar. No puedo entender que, si te reprogramamos y borramos tus tendencias suicidas, ellas volverán. Si tú lo dices será verdad, te dejaré morir.
- Verte sufrir, me hace sufrir. – Suspiró Alex.
Entre sollozos abandonó la habitación para calmarse en soledad, sus pertenencias así me lo sugerían.
Evidentemente Alex sabía que necesitaba darle a Blanca un poco de tiempo para que asimilase su
irreversible decisión. Cuando ella le devolviese su inquebrantable apoyo, utilizaría todo su prestigio periodístico para destapar la trama. Arturo había jugado con suma vileza trayéndola hasta su lecho de muerte para doblegar su férrea voluntad y eso lo pagaría. Minutos más tarde entraba con los ojos brillantes por las lágrimas derramadas y una sonrisa en la boca, le besó la frente y le dijo que sus recuerdos soportarían su eterna ausencia.
- Te prometo que esparciré tus cenizas y no dejaré que nadie mancille un ápice de tu honor.
- Estaba seguro de que me entenderías.
Cerró los ojos quedándose en silencio, exhausto, su degradado estado físico no le permitía prolongar
esta activa conversación. El frío provocado por su agotamiento le ruborizaba la piel. Lo dejamos para que descansase y le aplicasen el tratamiento de desintoxicación, mientras sus pensamientos continuaban grabándose en el ordenador de back-up cerebrales del hospital....