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Chapter 27 - NO PREGUNES EL PORQUÉ -2-

.... que Estela se cogiese el día libre era insignificante en nuestras longevas vidas y mucho para la breve existencia de Petraclon. La psicóloga era su dios, ella, tras diagnosticar la aptitud de la cobaya, la dejaría vivir, hasta obtener todos los furtivos datos que necesitábamos, y pararía su cuenta atrás marcando el fin de su duplicada existencia.

Me sorprendió que la patrona de la vida temiese enfrentarse a su valida. Quizás se puso en su piel y temió el momento de parar el reloj de su existencia. No debíamos olvidar que la creamos para asegurarnos empíricamente de que todo el proceso era correcto, por lo que teníamos que llegar hasta el final y matarla, por muy cruel que eso nos pareciese. Ahora me tocaba empujar a mí, para continuar avanzando en dirección al infinito horizonte.

Al día siguiente fue muy profesional, entró a las siete de la mañana, más temprano que nunca, para repasar el cuestionario que debía proponer a Petraclon en su segunda visita. A las diez en punto entrábamos en la habitación. Quedamos sorprendidos por la lucidez y energía que desprendía la paciente, el reposo de la víspera la había reconfortado tanto que fue ella quien llevó la iniciativa.

– Buenos días doctora Báez, veo que además de venir bien acompañada no es usted madrugadora.

– Buenos días Petra, le presento al señor Alejandro Rus, es el jefe del equipo que la está tratando.

– Buenos días señor Rus. ¿Es usted médico?

– No, soy biólogo, doctor en biología molecular por la complutense de Madrid, ¿por qué lo dice?

– Porque la doctora no lo presentó como tal. Me resulta extraño ver a un biólogo dirigiendo un equipo de médicos.

– Sí, tiene usted razón. También es muy raro el tipo de intoxicación que ha sufrido y las causas que han provocado su colapso, – retomé las riendas – por eso el equipo que inicialmente la atendió decidió que su caso pasase al departamento de investigación que yo dirijo. Le pido paciencia, las toxinas han causado extrañas disfunciones en sus órganos y debemos comprobar que no le han dejado secuelas. Deberá permanecer aislada, sufriendo la pertinente cuarentena, hasta que nos aseguremos que el proceso no es contagioso.

– Si sólo fue una intoxicación alimentaria, ¿para qué tantas precauciones?, cuando libere las toxinas y mi cuerpo se haya estabilizado podría continuar recuperándome en casa.

– Hay otros parámetros técnicos, más complejos y algunos por el momento desconocidos, que hacen que esto no sea posible.

– Les pido que sean diligentes, quisiera abandonar, rápidamente, este frío recinto.

– Espero que no la defraudemos, tenga la seguridad de que saldrá sin demora de su aislamiento, pasando primero a planta y luego se irá a casa.

Le explicamos la situación en la que se encontraba, los tests y exámenes que iba a pasar en los próximos días, la tratamos como una paciente normal, como si fuese la auténtica Petra. Nos encontrábamos ante una réplica que, en el futuro, sería el original y nos debíamos

comportar como si fuese la auténtica. En sesiones de mañana realizábamos las pruebas psicológicas y psicomotoras, en las tardes hacíamos las pruebas de rol, que íbamos alternando con tertulias sobre temas relacionados con películas o lecturas que proponíamos. Así discurrió la primera semana del diagnóstico. Las sensaciones eran esperanzadoras, nos encontrábamos ante una auténtica copia del original.

Pasados doce días, desde que despertamos a la homo-latente y la convertimos en la copia vital de Petra, no podíamos avanzar más, alcanzamos el límite que nos permitía un laboratorio, habíamos realizado todas las posibles simulaciones de situaciones reales. Petraclon había obtenido nuestro certificado de garantía, físicamente era idéntica y la copia mental era perfecta, por lo que nuestro ensayo podía concluir. Habíamos llegado al horizonte, nos encontrábamos en el acantilado de los recintos cerrados.

Alguien propuso saltar y lanzarnos a navegar, necesitábamos ver como se relacionaba Petraclon con otras personas y como asimilaba sus sentimientos. Era el momento de poner a interactuar a nuestra cobaya, sacarla del laboratorio y dejar que se relacionase con otros hombres, en un ambiente donde tuviese cabida el azar y las emociones.

Me encargué de llevar la propuesta al recién creado CeCAR. Si creían esos tecnócratas que se iban a aburrir estaban equivocados, aparte de salvar el culo y la responsabilidad de los políticos deberían implicarse en decisiones fundamentales para el nuevo devenir del hombre. Se quedaron atónitos cuando oyeron que les pedíamos permiso para probar a Petraclon en condiciones reales suplantando a la original. Hubo un largo debate que se inclinó a favor de mi propuesta y para evitar que ambas coincidiesen se recurrió a los servicios de inteligencia y de la seguridad nacional.

Al laboratorio llegó un equipo del CNI para injertarle localizadores y emisores de videos que garantizaban su total control. Se le inyectaron microsayones, para ejecutarla en caso de que se nos fuese de las manos. Cuando terminaron su trabajo nos enseñaron la sala de control que habían terminado de instalar en el hospital, desde la cual podríamos saber cada movimiento que hiciese Petraclon, daba la impresión de que veíamos con sus propios ojos y escuchábamos con sus mismos oídos. Nos quedamos atónitos ante tan escalofriante control.

- Si deben destruir a su cobaya, pulsan la seta roja de alarma, quince segundos más tarde habrá muerto por derrame cerebral masivo, no tendrá tiempo de darse cuenta de que le duele la cabeza.

- ¿Cómo pueden matarla a distancia? – Les preguntaron.

- Hay ciertas técnicas que no podemos desvelar.

- Por eso son ustedes del CNI, porque tienen secretos.

Les dije sonriendo al escuchar aquella conversación que me recordaba a los viejos tiempos

de mi época miliciana. Entonces, por primera vez, oí la palabra microsayones. Como ahora le ocurría a Estela, a mí también me sorprendió que esas armas biológicas de programación celular pudiesen matar a distancia. Me quedé muy tranquilo, pues las vi funcionando para matar a los dirigentes cantonales que habían sustentado el terror.

Habíamos terminado, estábamos impacientes por dejarla salir, pero debíamos esperar a que su homónima estuviese recluida. Recibimos la llamada que nos autorizaba a continuar y por malsana curiosidad pregunté a los agentes del CNI cómo lo había hecho. Me desilusioné, esperaba escuchar una sofisticada acción y nada más lejos de la realidad, la intervención fue simple, tan simple como pedirle a un ciudadano corriente que colaborase con su país. Le pidieron a Petra que tomase las vacaciones sustituyendo a una agente de gran parecido mientras ésta estaba en una misión secreta. Así ella se pasaba quince días caribeños a cuenta del estado para servir de cebo y por no comentar nada a nadie de su importante misión.

Le recetamos un centro termal de rehabilitación, en las montañas alpinas, para que sus músculos cogiesen la tonicidad que había perdido a causa de su indisposición.

A los nueve días de estar allí todo basculó. Estela nos propuso lo que denominó experimento Eclipse, que era comparar el comportamiento de las dos Petras en un entorno similar. Esto era dar un vuelco a lo que habíamos previsto realizar en las próximas semanas. Me pareció genial poner, simultáneamente, a Petra y Petraclon en situaciones similares y como ocurre en los eclipses totales, al sobreponer las imágenes de una y otra nos permitiría ver las diferencias de comportamiento. Si ambas se comportaban en situaciones parecidas de modo similar, entonces copia y original serían idénticos. Planeamos trasladarlas a dos hoteles de la misma cadena y dejarlas interactuar libremente, para después analizar su comportamiento.

Les expuse la idea a mis colegas del CNI y me propusieron ira a Cabo Verde, así que decidimos que Petra estaría en Praia y Petraclon a Porto Novo, dos islas similares, cercanas y que garantizaban el aislamiento entre ambas. Siendo los recepcionistas y personal de servicio de las habitaciones androides de la misma cadena, su interfase sería idéntica por lo que todas las relaciones serían comparables.

Quedamos atónitos tras comparar los tres primeros días de estancia, en todas las situaciones similares, los gestos, las posturas, las palabras y las reacciones de espontaneidad eran idénticas. Superpusimos imágenes y se podían solapar, no éramos capaces de distinguir entre original y copia. Al cabo de siete días de vivir en aquel lugar el noventa por ciento de sus hábitos fisiológicos eran análogos, ni la misma persona hubiese reaccionado con tanta similitud.

En todo experimento siempre hay variables aleatorias que no somos capaces de controlar, unas veces se decantan de nuestra parte y otras veces en contra, haciéndolo bascular de éxito al fracaso o viceversa. Cuando ocurrió este suceso nos quedamos de piedra, afortunadamente que pasó en Praia, donde se encontraba nuestro original y ella estaba advertida de que suplantaba a una agente del CNI de gran parecido.

- ¡Petra, que coincidencia que nos volvamos a encontrar otra vez!, ya te dije que entre los dos había un halo que nos llevaría a estrechar nuestra amistad más allá de una esporádica noche. ¡No me dijiste que tú también cambiabas de isla!

- ¡Perdone, pero se ha equivocado, no le conozco! - ¿Cómo, no es usted Petra Colorado?

- Sí, pero le digo que no le conozco de nada.

- ¡No me lo puedo creer, acabamos de pasar una velada juntos en el restaurante do Faro de Porto Novo, y se te ha olvidado¡.

- Disculpe, pero no es el primero que se equivoca, estoy acostumbrada a que esto suceda, tengo por ahí una persona que se me parece mucho y no cesan de confundirme.

- Perdone, no es que se le parezca, es que son idénticas, como dos gotas de agua. - Bueno, usted lo ha dicho dos gotas de agua, no son la misma gota.

- Para resarcirme de este error, ¿me permite invitarla a un refresco?

- No, gracias, esta forma de ligar no es de mi estilo.

- Lo siento, no era mi intención molestarla.

Después del incidente las instrucciones que nos dio el CNI fueron tajantes, fue de abortar

el experimento Eclipse. Su primer objetivo era garantizar que no hubiese una interacción entre el mundo real y el clonado, permitir que realizásemos con éxito nuestro ensayo era secundario. Ahora tocaba apresuradamente recoger velas. Ellos se encargaron de la original mientras que nosotros lo hacíamos de la copia.

Supongo que Petraclon debió sentir displicencia ante nuestra repentina llamada, ordenándole regresar de urgencia a las frías paredes de nuestro hospital. Estela nos solicitó que fuésemos prudentes, que no la preocupásemos, no quería distorsionar las últimas pruebas antes de su destrucción. La llamamos dándole una falsa esperanza, le dijimos que regresaba para ponerse una vacuna que le daría la libertad, permitiéndole abandonar definitivamente el hospital.

Cuando la vi, en el otro extremo del pasillo, me ruboricé. Por un momento pensé que, si en vez de Petraclon fuese Petra, no nos daríamos cuenta y la mataríamos. Extinguiríamos su vida sin preguntar, sin saber si estaba preparada o si era el momento. No éramos las Parcas y teníamos miedo de hacer su trabajo, como Morta, íbamos a cortar, con nuestras míseras tijeras de oxidado metal, el hilo de la madeja que sostenía su vida. Me auto convencí repitiéndome el manido estribillo: "Dijimos que así lo haríamos y así lo haremos, se acabó". No debía buscar más explicaciones donde no las había. Ya no le haríamos ninguna prueba, sólo conversaríamos con ella y recogeríamos las últimas impresiones de su vivencia.

Sin quererlo mi cabeza se llenaba de preguntas y de temores para los que no tenía respuesta. ¿Por qué no le damos una oportunidad a Petraclon, nuestra Petra, para que a partir de ahora viva una vida diferente? ¿Nos daba miedo por el clon o por nosotros, los originales? ¿Qué diríamos si viniese alguien y nos dijese que va a matarnos porque no somos el original?, ¿nos importaría mucho vivir sabiendo que somos una copia y que debemos de tomar otro camino? Las respuestas no serían las mismas si se las preguntásemos al original o a la copia, tal vez entonces nos entrasen los miedos. ¿Querríamos tener una copia con la que jamás interactuaríamos? No, porque jamás no es sinónimo de certeza y a los hombres nos aterra que alguien pueda robarnos nuestro destino. Por eso no dejaríamos vivir a nuestro clon, para que no pudiese hurtarnos la vida, aquella que aún no hemos vivido.

De repente, los nueve metros de pasillo que me separaban de ella se agotaron, su abrazo y su beso me despertaron, abruptamente, de mis pesadillas interiores.

- ¡Doctor Rus qué alegría me da verlo, me parece todo tan bonito, tan luminoso que no he podido resistir la tentación de achucharle un poquito! ¿Le ocurre algo, acaso no me han querido decir la verdad y me esconden algún problema?

- No. – Le dije al tiempo que expulsaba de golpe el aire de mis pulmones para liberar mis anteriores pensamientos. – No, no hay ningún problema.

- Nadie lo diría, ha palidecido.

- Por usted Petra. Debía estar en mi casa convaleciente y me esperé para recibirla. –Le mentí– La dejo con la doctora Báez, no vaya a ser que la infecte, ella le explicará los últimos pasos del tratamiento y mañana cuando se levante saldrá del hospital. – Le seguí mintiendo.

No quise darle el beso de judas, así que apoyando la mano sobre su espalda la situé frente a la puerta. Entró con Estela en la habitación donde tendría lugar su última conversación. Pausadamente me dirigí a la sala de control para seguir los postreros minutos de su vida.

- La veo perfecta, su breve estancia en la sierra y las últimas semanas pasadas en el trópico le han devuelto el aspecto saludable. – Retomó las riendas Estela.

- En efecto, me siento bien, en plena forma. ¿Sabes?, durante el tiempo que estuve en las azules playas africanas me preguntaba qué era lo que me pasaba. No sé qué me ocurrió, pero han hecho un gran trabajo, estoy pletórica con muchas ganas de enfrentarme a la vida.

- No olvides que llevas más de sesenta días de rehabilitación, acuérdate de que al entrar en el hospital estabas en shock metabólico, lo que significa que, aunque hayamos acertado plenamente en el diagnóstico, tienes que cuidarte, has de ser prudente e ir paso a paso.

- Es verdad, pero estoy tan llena de vida, tan eufórica, que sólo quiero salir de aquí para comerme el mundo.

- Cuéntame, en general, qué has sentido durante estos días de recuperación.

- En general ha sido maravilloso, a medida que iba cogiendo la forma física iba llenándome de energía y de paz interior. Me di cuenta de que he perdido cierto tiempo, que debía haberme dedicado a mí con más frecuencia. En resumen, he aprendido a vivir, esa sería la conclusión de mi convalecencia.

- ¿Tienes la sensación de que has tenido una experiencia terminal, como aquellos que han estado al borde de la muerte?

- No lo sé, no tengo consciencia de haberla bordeado. Es más, te parecerá extraño lo que te voy a decir, pero ahora que nos conocemos y que voy a abandonar el hospital creo que puedo decirte un secreto. ¿Espero que no te moleste?

- ¿Cómo va a molestarme?, anda cuéntame.

- Lo último que recuerdo antes de sufrir el colapso metabólico es una conversación que mantuve aquí en el hospital contigo y la doctora Doménica.

- ¡No me digas, dime un poco más!

- No tiene mayor importancia sólo que como donante necesitabais hacerme unas pruebas y ése es mi último recuerdo antes del colapso. Ahora doy gracias por haber venido, sin vuestra ayuda hubiese muerto.

- Puede ser, todo el conocimiento clínico que disponíamos nos permitió reanimarte y devolverte a la vida. Por eso te pregunté si tuviste la sensación de haber pasado por una experiencia terminal.

- No, tengo más la impresión de haber vivido un paréntesis, como cuando te levantas de dormir y no recuerdas nada de lo que durante toda la noche has soñado.

- Vale, continuemos, ¿qué otro recuerdo importante podrías destacar?

- No quería contártelo, pero en el fondo tengo el presentimiento de que conoces todo lo que he hecho, me siento incapaz de ocultarte nada.

- Es la relación de complicidad que a veces se establece entre el paciente y su médico.

- Bueno, conocí a un chico, Marcelo, italiano, guapísimo, un auténtico seductor que me invitó a cenar y con el que pasé una noche encantadora, estuvimos juntos hasta el alba, fue una de las mejores noches de mi vida.

- ¿No tuviste miedo de que no fuese bueno para tu salud?

- Mis instintos me dominaron, no pensé en ello, me encontraba tan pletórica que no me vino a la cabeza mi enfermedad.

- Me sorprende tu recuperación, te confirmo que, además de no tener secuelas anatómicas, tampoco las tienes psicológicas, por lo que estás recuperada y preparada para afrontar tu futuro.

- No le temo, a pesar de lo ocurrido no le temo, ¿acaso sabemos que nos deparará el mañana? No estando en nuestras manos sólo nos queda disfrutar de la continuidad de los correlativos días.

- Desconociendo el mañana, tenemos que alegrarnos con saborear la brevedad de la vida. A veces la vida es breve, muy breve, demasiado breve, sobre todo cuando nos llega el final.

- También la sientes gratificante cuando ésta te regala una segunda oportunidad.

- Petra, yo he terminado, ahora vendrá un enfermero que te pondrá la vacuna que te dijimos y pasarás tu última noche.

- Lo dices como si me fuese a morir.

- No, no, me refiero aquí, a que dormirás por última vez en este melancólico hospital. Tal como hablaron ocurrió, la acompañaron a su habitación, se puso el pijama, cenó y le

inyectaron un líquido compuesto de somníferos que la ayudaron a descansar, hasta que a las tres de la madrugada los microsayones, activados desde la sala de control, hicieron su trabajo y apagaron la luz de aquella fugaz vida prestada.