Otra vez llamado al orden, estaba sentado en una de las dos sillas inquisitorias que hay enfrente de la mesa de trabajo de Arturo.
– Germán, eres un insensato irresponsable. Por aplicar un protocolo incorrecto te voy a llevar ante un juez para que te aparte del caso y te encarcele.
– No lo vas a hacer porque habéis manipulado los goteros de antibióticos que le estamos aplicando.
– Para cuando vengas a demostrar, lo que nunca ha pasado, estará resuelto el problema y tú te encontrarás en la más absoluta miseria.
Nos habíamos olvidado de nuestro paciente. La encarnizada lucha, soterrada y silenciosa, que desde hacía largas horas estábamos manteniendo Arturo y yo, hizo que descuidásemos nuestra profesión, la de velar por nuestro paciente. La desigual contienda, tal epopeya épica, hacía aumentar mi vanidad hasta la inconsciencia de sus consecuencias. Él era el director del hospital, estaba apoyado por todo el poder gubernamental y luchaba por prolongarle la vida. Yo, sustentado por un capitán de la guardia imperial, intentaba que triunfase la irresponsable voluntad de un enfermo. Lo que para mí resultó un acto clínico cabal, para Arturo fue una traición puñetera. El encontró la forma inocua de derrotar a Alex a la par que me dejaba una salida digna. Una puerta abierta que cerré de un fuerte golpe. Al mantener mi postura, firmé su sentencia de muerte. Derrotar a Alex era darle la vida y vencerle era dejar que su cáncer lo consumiese. ¿Quién estaba en lo cierto?, Arturo o yo, ¿cuál de los dos obraba correctamente?
– Cometiste un gran error cuando no conectaste a Alex de la HCM-16G y someterle a una hibernación metabólica como el protocolo te indicaba. No tenías un diagnóstico certero y podías haberlo matado.
– No, cuando decidimos no conectarlo a la HCM ya teníamos un diagnóstico: coma por hipoglucemia. Con un poco de glucosa todo volvería a la normalidad.
– Pero no sabías las causas.
– Eso podía esperar. Ahora que las tenemos, podemos acusar. Alguien introdujo una fuerte dosis de alcohol en el gotero de los antibióticos, que le produjo la intoxicación etílica y le causó la crisis.
– No tenéis nada, porque nada hubo, ni gotero, ni informe analítico, ni nada. Todo se ha esfumado. El mensajero que recogió las pruebas para que le hiciesen un segundo análisis, sufrió un lamentable accidente que destruyó la bolsa con el medicamento. Fuiste un imprudente por actuar con tanta celeridad.
– Cómo puedes llamar medicamento a un adulterado.
– ¿Acusas de manipulación al laboratorio que lo realiza? Él nos pidió que verificásemos si tenía algún problema de calidad. Todas las muestras de ese lote son correctas, las han controladas al cien por cien. Déjate de ensoñaciones y dimite. Te has implicado demasiado en el asunto y eres incapaz de razonar con imparcialidad.
– ¡Pero qué me cuentas!, si el que pidió una espectrometría fui yo.
– No tienes potestad para eso, te volviste a saltar el protocolo, una y otra vez ignoras los procedimientos, tu falta de profesionalidad me está hartando.
Mi resistencia le sorprendía, sabía que si no me quitaba de en medio no conseguiría mantener con vida a Alex. Yo estaba intranquilo, no las tenía todas conmigo, Arturo me decía la verdad, me había implicado demasiado. Sabía que precipité al aceptar el diagnóstico, tan convencido estaba de sufrir un sabotaje, que di por válida una prueba elemental y anticuada como es el análisis de glucosa mediante un glucómetro personal. Conectado a Alex al HCM, Arturo ganaba la batalla, al hibernado lo mantenía con vida y esto le daba tiempo hasta que la Corte Suprema autorizara la conexión forzosa al TE-6G. Posteriormente lo curarían y reprogramarían su cerebro para que se olvidase de morir.
De pronto la puerta se abrió, mostrando la silueta de un policía que llevaba en su mano una orden de detención.
– Germán Sánchez, haga el favor de acompañarme, queda detenido por intento de asesinato por negligencia profesional en la persona del señor Alejandro Rus.
– ¿Quién ha realizado la denuncia?
– El Hospital Memorial Cinco de Enero en la persona de su director. Volví el rostro desafiante y con rencorosa actitud me dirigí a Arturo.
– ¿Puedo pasar a recoger mis cosas personales y a dar las últimas instrucciones al equipo médico
que se encarga de los cuidados del señor Rus?
– No, en absoluto, podrías destruir las pruebas que va a recoger la policía judicial.
– Arturo, llama al capitán e infórmele de lo sucedido, para que él proceda en consecuencia.
– Germán, no va más, el juego ha terminado, acepta tu humillante derrota.
– ¿Por qué has tomado esta draconiana posición?
– No preguntes el porqué cuando sepas la respuesta o cuando dudes de su veracidad.
Me levanté bruscamente, le di las manos al policía para que me esposase y abandonar rápidamente el despacho. En estos momentos pensé que quizás nunca llegaría a saber las razones que tuvo Alex para tomar su decisión, difícilmente tendría acceso a los pensamientos que el TE-4G estaba volcando en el ordenador de back-up del Hospital....