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Chapter 23 - ÁSPERA INFIDELIDAD -2-

.... siempre presentí que tarde o temprano alguien me presentaría al monstruo.

.... cuando se trabaja en las fronteras de la imaginación se termina cruzando sus lindes. Debía de estar satisfecho por ser el responsable de haber juntado aquella mezcla de genios que acababan de poner a la humanidad ante la tesitura de remodelar sus principios éticos.

.... pensaba que Doménica sería la transgresora, que de su laboratorio provendría la criatura, pero ella sólo fue la comadrona. Fueron Veronique e Ignacio quienes aportaron los ingredientes y ella el cuenco donde se coció la poción.

La muerte de Patxi les afectó, no haber detectado que la solución amniótica donde se desarrollaban sus vísceras se corrompía les señaló el camino que debían investigar. Ver cómo se podía depurar conservando las propiedades que la hacían apta para regenerar órganos, era el problema y al resolverlo habían abierto, sin pretenderlo, las puertas a la reproducción exógena de un cuerpo entero, es decir a la gestación humana sin necesidad de implantar el blastocito en la matriz de una mujer.

Ellos me mostraron a la Eva de la ciencia. Ante mí estaba un bebé de veintiocho semanas en la incubadora, desnuda y protegida por un diminuto pañal. Ella, preciosa, con su piel encarnada, era el problema que yo tenía que resolver. Era la primera humana explacenta, engendrada en el seno de una máquina.

– Como ves su encefalograma es casi plano, sólo tiene picos por estímulos reflejos. – Empezó Veronique con el diagnóstico.

– Ten en cuenta que no ha recibido ninguna emoción por intercambio sensorial, – apuntilló Dominique, ante mi cara de estupor – ha estado en un núcleo esférico aislada y estable durante toda su gestación.

Gélido permanecía detrás del cristal que, como un escaparate, me separaba de la habitación esterilizada que la resguardaba. Acababa de escuchar la frase de Veronique y la puntualización que había hecho Doménica, pero no salía de mi estupor, ante mí se encontraba el primer ser humano de gestación extracorpórea. Ahora teníamos que sacarla del coma provocado por el aislamiento del feto durante su maduración y activar correctamente su cerebro.

– ¿No se os ocurrió cantarle nanas, ponerle música, cambiarle periódicamente la luz o la temperatura de su entorno? – Murmuré para salir de mi estupor.

– ¿Y eso par que sirve?

– ¡Coño, Ignacio!, sirve para simular las sensaciones que tendría si estuviese en un útero materno, para ejercitar dulcemente las neuronas de su cerebro, para darle humanidad.

Soplé para soltar tensión y dar rienda suelta a mis sentimientos. De vez en cuando es importante que las cosas se digan en caliente.

- ¡Me siento muy orgulloso del gran trabajo que habéis hecho!, ahora le tenemos que dar el empujón que permita presentarla en sociedad como el rotundo éxito que es y evitar que los puristas y moralistas lo emborronen.

- Queríamos quitarnos el sabor del fracaso que nos produjo la muerte de Patxi. – Admitió Veronique.

- Bien, – proseguí – llamemos a los que entienden de barcos, para hablar de barcos. Controlemos las emociones e ingresemos a, ¿cómo se llama la niña?

- Hera, con hache, como la mujer legítima de Zeus y madre de todos los dioses.

- A partir de ahora tenemos una recién nacida llamada Hera, que por razones desconocidas tiene un encefalograma plano. ¿A qué especialistas, de este hospital, llamaríamos para tratar a un paciente así? Ese es el problema que nosotros debemos resolver.

- Lo primero que nos preguntarán será su origen. – Comenzó Veronique.

- Feto criado por mujer en coma causado por accidente cerebral sobrevenido por reacción alérgica a la bicopaína y mantenida en vida en nuestra unidad de experimentación de procesos regenerativos en situaciones vegetativas. Ignacio, prepara un dossier coherente con lo que acabo de decirte y luego se lo envías a Hugo Martín para que lo introduzca en los sistemas del hospital. Hará un trabajo encomiable que nadie será capaz de descubrir.

Doménica, era la más concienciada de los cuatro sobre los riesgos que estábamos asumiendo y echó un poco de frialdad al problema.

- Sin su historial, que vamos a redactar, nos van a pedir contactar con las personas que han asistido al parto.

- ¿Y si ponemos las cartas boca arriba sobre la mesa?

- Ignacio, eso no lo podemos hacer, – respondió, rápidamente Doménica – la experimentación con humanos está prohibida. Si esto sale a la luz, terminarán de inmediato con nuestras carreras profesionales y nosotros en la cárcel.

- Sólo nos queda una alternativa, considerarlo como una urgencia y llevar a la niña al pediatra de guardia para que sea él quién la diagnostique, genere su historial y la ingrese en el hospital. – Apunté.

- Y el parto, ¿cómo lo solucionamos? – Insistió Veronique.

- Como médico cirujano tuve que intervenir tras la muerte súbita de la paciente. – Respondió Doménica.

- Adelante, – zanjé –, empecemos el relato que hemos imaginado. No sé si colará, pero cuanto más tardemos peor será.

No hay nada mejor que echarle carnaza a un león para que éste se aferre a ella, sin saber lo que hay detrás y así ocurre cuando un médico tiene que curar, se centra en su paciente y sólo se ocupa del resto si es relevante para poder diagnosticarle. Doménica hizo la puesta en escena de forma magistral, hasta eligió sutilmente a su víctima, la doctora Elvira Huerta, jefa de la unidad de reanimación para neonatos del hospital, la prefirió a un pediatra porque se encargaría sólo de su reanimación y no haría el seguimiento posterior del bebé.

Casi todo sucedió como lo habíamos planeado, Elvira llamó al neurólogo y estuvieron tratando a la niña, que incomprensiblemente no reaccionaba a estímulos exógenos, ni siquiera a los dolorosos. Su descontrolado cerebro era incapaz de coordinar acciones salvo las vitales

que se producían en la zona del bulbo raquídeo. Su red neuronal era incapaz de coordinarse, de dar prioridades, de crear ideas como asociación de estímulos unitarios. Ese vacío cerebro terminó por autodestruirse bloqueando los estímulos reflejos que provocaron la muerte del bebé.

Conocía los resultados de la primera gestación exógena y tenía que impulsar esa nueva vía de investigación y proteger a los científicos que participaron en el ensayo, lo que me obligaba a pedir autorización para que nos dejase trabajar con fetos humanos y eso suponía partir de cero. Reuní a mi equipo y preparamos un borrador del experimento Hera, para engendrar, oficialmente, al primer ser humano extracorpóreo. Durante demasiado tiempo tuve que presentar el proyecto ante mucha gente e infinidad de comités éticos y religiosos, no había argumentación razonada que impidiese su desarrollo, pero tras una traba se levantaba la siguiente.

Mientras tanto nosotros trabajábamos con ahínco, de momento sólo realizábamos modelos probabilísticos para validar soluciones y anticiparse a los problemas. Sabíamos que el mayor de ellos era cómo llenar de sentimientos ese amasijo de neuronas para que tomasen conciencia y funcionasen como un cerebro. Ampliamos nuestro equipo a las especialidades cruciales que no estuvieron en el ciclo anterior, además de Hugo invitamos a la pediatra Elena Huerta y a la neuróloga Estela Báez.

Concluimos que era necesario disponer de un modelo mental del hombre durante su etapa fatal. Por tanto, durante un embarazo, teníamos que captar todas las relaciones sentimentales y emocionales entre una mujer y su feto para transmitírselo a nuestro embrión y así iríamos educando su cerebro a medida que éste se desarrollase. Esos parámetros nunca se habían recogido por lo que empezamos a buscar voluntarios que quisiesen participar en el experimento y tecnología que lo implementase.

No pude resistir la vanidosa tentación de que el primer modelo sentimental de una gestación exógena tuviese mis genes y estuviese basado en los datos de mi propia descendencia. Me acordé de los deseos de mi pareja y la utilicé. Le pedí a Lucía que tuviésemos un hijo. Sabía que la última vez que tratamos el asunto no nos decidimos por mi culpa y estaba convencido de que esta propuesta la haría feliz. Pero no tuve el coraje de mencionarle que cambié de opinión para utilizar sus sentimientos en beneficio de mi gloria, quería grabar las emociones de su feto para utilizarlos en mi experimento. Estaba convencido que, de saber la verdad, lo hubiese rechazado y por eso no se lo consulté, fue una cobardía que no debí cometer. No quise preparar una velada romántica para proponer mi traición. Se lo pedí un día

corriente, en un ambiente cotidiano. Un día cualquiera, en una sobremesa cualquiera.

- Me haces tan feliz que te comería a besos. – Dijo sorprendida – ¿Por qué has cambiado

de opinión?

- No he cambiado de opinión, me parece arriesgado tener hijos con más de trescientos

años, creo que es meterte en un camino desconocido, aunque hayas sufrido una regeneración orgánica completa.

- Por eso, tengo el cuerpo perfecto y la mente me lo vuelve a pedir.

- Es eso lo que más me preocupa el cerebro, no sabemos rejuvenecerlo y tomamos fármacos que controlan su envejecimiento. Desconocemos como va a reaccionar ante situaciones que le resultan antinaturales con su estructura biológica y, por temor, nos atiborramos de ellos. Ten en cuenta que entre tu cuerpo y tu cerebro hay más de trescientos años de diferencia.

- Creo que por el hecho de quererlo provocas un estado hormonal y de ánimo que prepara al cerebro al cambio fisiológico que en su cuerpo se está produciendo.

- Bueno, si lo hacemos prométeme que te vas a poner en manos de expertos, en el hospital se está haciendo un estudio sobre las relaciones afectivas feto hembra y quiero que participes, así me sentiré más tranquilo.

- Si es eso lo que te inquieta, ¡cobardica!, para que no estés preocupado, asistiré encantada. Ya verás como no pasará nada.

Estaba seguro de que Lucía aportaría los mejores datos que necesitábamos. Con los principios naturalistas que utilizaba para engendrar hijos, sus dos próximos embarazos nos darían los mejores modelos emocionales posibles. De todas las participantes nadie poseía su experiencia, pues se encontraba ante el quinto y sexto embarazo completo de nueve meses, con su respectivo parto natural, como lo hacen los animales salvajes.

Seguía sin atreverme a decirle el uso que íbamos a dar a sus ondas cerebrales Tenía miedo, sabía que a ella no le gustaba lo que hacía, aunque no desaprobaba mi trabajo.

Cada semana pasaban cinco sesiones de dos horas en los que, en diferentes situaciones ambientales, registrábamos los encefalogramas emocionales de ella y del feto. Mediante un TE-3G convertíamos en datos las ondas cerebrales y los grabábamos en la memoria de un potente ordenador.

Las cosas avanzaban y avanzaban razonablemente bien. Un día tuve una reunión con Hugo para que me presentase una novedad sobre los traductores encefalográmicos de nueva generación.

- Alex te presento a John Times, de Stanley Corporation, he estado trabajando con el departamento de inteligencia artificial de L'École Polytechnique y me recomendaron esta empresa porque disponen de un proyecto de traductor encefalográmico de cuarta generación, el TE-4G. Aún no está homologado, pero podríamos utilizarlo en nuestro proceso de recogida de encefalogramas cerebrales.

- Tiene la ventaja que traduce en imágenes y sonidos los impulsos cerebrales. - Prosiguió John – Es capaz de captar la intensidad de los pensamientos para después digitalizarlos.

- ¿Se ha probado en seres humanos? – Pregunté.

- No, pero el sistema de apósitos que utiliza para captar datos es compatible con el TE- 3G.

- ¿Cuánto nos costaría utilizarlo?

- Hugo nos ha hablado de su proyecto, para nosotros su trabajo constituye una prueba esencial para su desarrollo y nos permitiría certificarlo, por lo que si nos integramos en su equipo no les cobraríamos nada.

- ¿Cómo lo harían?, ¿desplazarían a un grupo de personas para que trabajasen aquí con nosotros?

- No, simplemente vendríamos para realizar la formación y puesta en marcha. Evidentemente estaríamos conectados las veinticuatro horas con nuestros laboratorios de Huston.

- ¿Qué pasaría si su nuevo sistema no funcionase?

- Nada, todos los datos los tomaremos por duplicado, tanto en un formato compatible con el TE-3G como con en el específico para el TE-4G que les proponemos, así ustedes no asumirán ningún riesgo.

- Bien, Hugo, buen trabajo, prepáralo todo para que comencemos a utilizar el nuevo traductor.

El tiempo pasó y, cuando ya creíamos que no se produciría, llegó la autorización para realizar, el que oficialmente sería, el primer experimento Hera para obtener la gestación extracorpórea del hombre.

Actualizamos nuestro plan y decidimos que desde la cuarta semana hasta los tres meses utilizaríamos el TE-3G, bombardearíamos el embrión con ondas emocionales obtenidas de los fetos de mis hijos. A partir de décima semana utilizaríamos el TE-4G, injertando en el cerebro del feto los neuroconectores. También le trasmitiríamos estímulos ambientales, adaptando al cascarón en el que el feto se desarrollaba un dispositivo que simulaba la intensidad luminosa, térmica y de humedad que hubiese percibido de estar en un vientre materno. Nueve meses más tarde cuando llegó la hora de romper el cascarón y alumbrar al primer bebé extracorpóreo, todo el mundo estaba nervioso. Los componentes de mi equipo, que ya habían vivido la experiencia, sabían que era como asistir a un parto por cesárea. No dudábamos de la viabilidad del parto, pero desconocíamos si su cerebro arrancaría correctamente. Una semana antes se le habían realizado pruebas neuronales y fisiológicas cuyos resultados eran similares a los obtenidos en fetos desarrollados en mujeres. Solo nos quedaba romper el cascarón.

El nacimiento fue perfecto, Hera se adaptó a la vida como lo hacían los demás bebes. De cuidarla se encargaría una familia de acogida. Tras dos meses pasados en el hospital, la niña se iba a su nuevo hogar. Según la documentación oficial, Hera sobrevivió a un gravísimo accidente familiar tras su recuperación recibía el alta. El contacto con ciertas toxinas que almacenaba el transporte contra el que chocaron sus padres, y fallecieron, obligaba a tener un seguimiento periódico en este hospital. Protocolo que su nueva familia, encantada aceptó. Éste fue impuesto las autoridades y nos obligaba a observar durante cuarenta años su desarrollo antes de divulgar y generalizar esta técnica en humanos.

Habían pasado cincuenta años desde que tuvimos nuestra tercera parejita cuando Lucía me planteo que fuésemos a por la cuarta. Esta vez no me opondría. Me apasionaba jugar con mis hijos cuando eran pequeños, educarles cuando crecían y enseñarles a madurar hasta que alcanzaban su independencia. Luego ocurría lo que el pesado paso del tiempo y la distancia provocan, la relación se iba enfriando y al final recibíamos algunas llamadas de los más hogareños. No les culpaba porque resulta muy difícil nadar a contracorriente en un mundo longevo donde se ha perdido el sentido del valor de la vida por creer que esta no se termina.

Durante seis meses preparamos nuestros cuerpos con un tratamiento de fertilidad. Cuando terminó y nos autorizaron a comenzar el proceso de fecundación, quise compensar lo desaborido que había sido en la precedente gestación, así que le preparé una sorpresiva cena en un restaurante situado en el edificio más alto de Madrid. Allí a mil metros del suelo estrellé mi relación con Lucía.

Las cosas funcionan hasta que de repente, sin esperarlo, dejan de funcionar y súbitamente se estropean. La velada comenzó perfecta, hicimos el amor en casa mientras nos duchábamos y también mientras nos arreglábamos para cenar, nos tuvimos que vestir dos veces antes de salir al restaurante. La mesa fue perfecta, junto a la ventana, veíamos la Puerta del Sol y el Parque del Retiro. Para comenzar ella pidió una ensalada de pasta con caviar y yo unos raviolis de cigalas con trufa negra, esto lo acompañamos con cava del Penedés, de segundo intercambiamos nido de judías verdes con pinzas de bogavante y terrina de pularda con foie de pato acompañado con tinto de Ribera. De postres ella tomó frambuesas caramelizadas sobre cama de queso fresco y yo tomé gelatina de manzana con sorbete de crema, que lo acompañamos con moscatel de Alicante. Para cerrar la velada pedimos el café, que amargó la noche.

Habíamos hablado de nosotros y de los nuestros, realizamos un sintético repaso a más de trescientos años de buena convivencia, la sentía comprensiva atrayente, colega, confidente. Ese sentimiento me hundió, bajé la única barrera que nos podía separar, hablar de mi ignominia. Desde el día que decidí traicionarla con mi inconfesable actitud debí mantenerla tal cual, inconfesable. No haberle pedido permiso para utilizar los encefalogramas de sus embarazos fue un grave error, pero esa noche su atractivo poder me disuadió.

- A parte de los desahogos esporádicos que nos hemos dado como zonas de libertad, ¿no guardas nada en tu interior que te gustase compartir? – Confiada, lanzó la letal pregunta.

Estaba en sus manos, la sentí tan abierta, tan franca, tan veraz que creí que había llegado el momento de confesarle que le hurté los secretos maternales para compartirlos con la primera niña exógena de la humanidad. Esperaba que fuera capaz, transcurridos cincuenta años y con el éxito mundial que para mí fue dirigir ese experimento, de perdonarme. Pero ahora sé que hice bien en tener esos temores y debí guardar el secreto. Cambiaba de color a medida que le contaba la historia y al final sentenció enojada.

- Eres el cabronazo más grande que ha existido en la historia, utilizar mis sentimientos, los más íntimos, los de un embarazo, aquellos que yo tuve con mis hijos antes de nacer, para

transferirlos a un ordenador y crear un monstruo, es algo que nunca te perdonaré. ¡El resto de tu existencia la vivirás con tu puta madre!

Se levantó, arrojó la servilleta sobre la mesa y se marchó, pidiéndome que no me acercase a casa durante dos días para poder liberarla de sus pertenencias. Huyó de su propio hogar para apagar aquella incandescente afrenta. En esos momentos supe que la conocía, que le tenía mucho afecto, que la quería, también supe que canallescamente la engañé. Para una naturalista, utilizar los sentimientos para crear vida siguiendo una metodología no natural, era como traicionarle en sus principios básicos de convivencia, honor y respeto. Después de tantos años juntos, su ausencia me produjo un enorme vacío que me hizo degustar la amargura que provoca la áspera infidelidad.

La infidelidad que causó mi canallesca actitud de no pedir su consentimiento para utilizar sus pensamientos más íntimos, sus sentimientos.