Mi sorpresa fue enorme cuando entró en mi despacho el capitán de la guardia imperial que custodiaba a Alex. Su protegido quería verme, quería hablar conmigo. Intrigado, mi cerebro comenzó a buscar explicaciones y pensé que tal vez me dijese su secreto y por fin conocería las causas que le llevaban a terminar con su vida, abrazando la muerte a causa de una enfermedad voluntariamente no tratada.
– ¿Sabe por qué desea verme?
– No, los militares no hacemos preguntas, ejecutamos órdenes
– Podría ser un poco más amable conmigo, estoy de su parte.
– También usted está en el bando equivocado.
– ¿Qué quiere decir con que estoy en el bando equivocado?
– Nada, perdone si me he precipitado, los hospitales me dan cierto reparo. Mantener la discreción y
los formalismos es mucho más difícil aquí que en el campo de batalla.
– No desvíe la conversación y responda a la pregunta que le he hecho, ¿qué quiere decir con que
estoy en el bando equivocado?
– Nada, insisto, disculpe mi impertinencia, lamento lo que ha sucedido.
Seguíamos caminando hacia la habitación donde estaba Alex, pero yo necesitaba que aquel hombre
se abriese y me dijese su más íntimo pensamiento, quería saber su opinión sobre lo que estaba viviendo. Para lograrlo, tenía que conseguir que me hablase al margen de su rango, que lo hiciese como a un colega. Así que de repente cambié de rumbo y giré la esquina del pasillo que cruzábamos, desviando mi camino hacia una máquina restauradora. No miré para ver si me seguía, debía derrotarlo en el mundo de las sutilezas no dichas. Me detuve frente a la expendeduría e introduje mi código de acceso.
– ¿Frío o caliente?
Era la única opción que quedaba en las máquinas expendedoras de sustancias revitalizantes,
podíamos elegir si la queríamos sólida o líquida, si fría o caliente, el resto de las opciones era el autómata del lugar quien lo seleccionaba, al fin y al cabo, lo que nos importaba era la carga energética que nos aportaba.
– ¿Cómo sabía que lo prefería líquido?
– Con lo mal que lo estamos pasando, la sequedad de la garganta no permite la ingestión de sólidos.
– Frío, por favor.
– ¿Qué quiere decir con que estamos en el bando equivocado?
Le insistí de nuevo y pasé de singular al plural para darle a entender que estábamos en el mismo
bando y que podía confiar en mí.
– Olvídese de técnicas mediocres, de mí sólo obtendrá la información que yo quiera darle.
– ¿Por qué ha decidido apoyarle?
– Por lealtad a mi palabra, juré acatar las órdenes que me mandasen y lo voy a cumplir. ¿Usted, por
qué le está ayudando a morir?
– Por gilipollas, simplemente porque soy un jodido gilipollas. En este negocio lo único que puedo
sacar son pérdidas y me las voy a llevar todas. Me he visto envuelto en este asunto por simple profesionalidad.
– Entonces ¿por qué se hace tantas preguntas en vez de continuar hacia delante sabiendo que le asiste la razón?
– Porque mi código deontológico me dice que he de salvarle contraviniendo la voluntad del paciente. Para mantener su postura y acallar mi profesión, quiero saber cuáles son las causas que le han llevado rechazar el tratamiento que le puede curar.
– Las ignoro, pero deben ser muy poderosas. Yo pertenecía a la guardia dorada de nuestro difunto emperador Valerio V y antes de morir me pidió que, si me reclamaba, lo protegiese y le ayudase a cumplir su voluntad.
– ¿Qué es la guardia dorada?
– Es la guardia de máxima confianza dentro de la guardia pretoriana del emperador. Cada dirigente mundial tiene la suya y estamos adiestrados para dar por él nuestra vida.
– Si, muerto el perro se acabó la rabia, ¿qué lealtad le debes a Alex tras la muerte del emperador?
– La mayor de todas, la de hacer cumplir la última voluntad de mi Adalid.
– Está claro que jugamos en el bando de los perdedores, vayámonos, nos estará esperando,
apurando sus últimas horas de vida.
Mientras nosotros, colegas recientes, recorríamos los fríos pasillos del hospital en dirección a la habitación de Alex, el ordenador central de back-up cerebrales continuaba infatigable recogiendo los pensamientos de nuestro protegido....