Desde mi atalaya veía, con ironía, el devenir de los acontecimientos. El doctor Robles, destronado de sus atribuciones por el capitán de la guardia imperial, fue a comunicar al director del hospital la obstinada intransigencia del militar. Arturo no podía entenderlo, e inmediatamente se personó en la habitación de Alex para exigir que el nuevo equipo atendiese al paciente. Atónito comprobó, en sus propias carnes, la determinación de una persona cabal que cumple, a la perfección, el trabajo que le han encomendado.
- El señor Rus ha elegido este hospital para morirse con dignidad, sabía que gente como usted trataría de impedírselo y por eso ha preparado un protocolo de brete que, como le habrá dicho el doctor Robles, acabo de activar. A partir de ahora únicamente el equipo del doctor Germán Sánchez puede atenderlo.
- Yo soy el director de este hospital y yo decido cuáles son los médicos que atienden a mis pacientes.
- Él no es su paciente. Usted será responsable de los equipos médicos de este hospital, sin embargo, él no necesita galenos, necesita profesionales que le permitan tener una muerte natural, pero sin dolor ni sufrimiento. El señor Rus tiene una enfermedad terminal y no ha venido aquí para curarse, ha venido para no sufrir.
- ¿Quién le ha metido esas tonterías en la cabeza?, si nos deja entrar ahí en pocos meses el Sr. Rus se habrá incorporado a su puesto de trabajo. Su dolencia es debida a una cirrosis hepática, por lo que si extirpamos y regeneramos su hígado se curará.
- No puede entender que haya gente que no quiera vivir eternamente. ¿Qué interés tiene para imponérselo?
- No tengo ningún interés especial, soy médico y por ética no puedo ayudar a una persona a suicidarse.
- Lo que quiere hacer es sanarlo contra su voluntad. ¡Qué sabrá usted de sus sentimientos, de su intimidad! Ahora que hemos alcanzado la eternidad debemos cambiar los criterios éticos de la medicina, dejando prevalecer la voluntad individual frente a las creencias colectivas. Cuando una persona ha terminado un ciclo vital, llega a un estado de plenitud capaz de decidir si merece la pena continuar luchando o por el contrario quiere la paz del descanso eterno.
- Está comprometiendo su futro profesional por una cabezonada filosófica que no viene a cuento. Si prosigue, me obligará a llamar al ministro de Defensa y dentro de un cuarto de hora le habrán relevado de sus funciones.
- Si quiere perder el tiempo llámelo, pero el señor Rus sólo saldrá de esa habitación sin pulso y con las piernas por delante.
El capitán no se sintió amenazado por las altaneras palabras de Arturo, director del hospital. Se notaba que había sido duramente adiestrado para soportar la presión de situaciones con mucha tensión y ésta ni siquiera le había alterado el pulso.
Arturo volvió a su despacho desde dónde llamó al ministro de Salud y Ética Médica para informarle del contratiempo que había surgido. Una hora más tarde recibía una llamada del secretario del ministerio que le ordenaba hacer todo lo posible para curarlo. Si para ello debía plegarse a la voluntad del enfermo lo tendría que hacer, mantenerlo vivo era una cuestión de estado.
Arturo, consciente de que mis cuidados eran su única oportunidad, entró en mi despacho para devolverme la responsabilidad del paciente, cuya vida sujetaba la espada de Damocles que pendía sobre mi cuello.
- ¡No eres más tonto porque no te entrenas!, en estos momentos, ante las autoridades, tú eres el único responsable del enfermo. Si desde el principio me hubieras hecho caso todo hubiese ido sobre ruedas y tendríamos al señor Rus controlado.
- Yo sólo voy a ayudarle a morir con dignidad y sin sufrimiento.
- ¡No, desde hora, no!, si fallece te sentarán ante un tribunal y te acusarán de homicidio por negligencia profesional. Te has puesto solito la soga al cuello.
- Ve preparando la citación porque con estas condiciones no me acercaré al enfermo.
- Eres incapaz, tu deontología profesional te lo impide. He cursado la instrucción de que sólo los miembros de tu equipo pueden medicarlo y así serás negligente por acción o por omisión. Dentro de un rato lo habrás metido en un quirófano para introducirlo en la solución amniótica que lo conserve hasta que el tratamiento regenerativo termine desarrollar su nuevo hígado.
Se marchó sin esperar respuesta, tampoco la requería. Me dejó reflexionando en cómo salir de la trampa que hábilmente me había puesto. Me había apresado a mí y a todo mi equipo. Me levanté dirigiéndome a ver, de cerca, mi problema. Allí envuelto por los débiles pitidos de las máquinas a los que estaba conectado, dormía apaciblemente Alex Rus. Como el que ve una tabla de salvación miré al traductor encefalográmico y comprobé que su conexión funcionaba correctamente. ¡Lo que habría dado para que fuese un TE-6G!, con un aparato de sexta generación hubiese podido penetrar en su subconsciente y conocer sus más íntimos pensamientos. Desgraciadamente me tuve que conformar observando cómo las líneas holográmicas de los sueños del señor Rus continuaban volcándose en el ordenador de back-up cerebrales del hospital....