.... siento la soledad de aquella fría mañana de inicios del mes de enero. –Comenzaba a recordar Alex en su intimidad– Me encontraba solo, de pie, en el centro de la plaza del Palacio de Oriente. Estaba soportando el alud de ideas que se amontonan después del vacío que se crea cuando todo ha terminado y eres uno de los actores principales de un acontecimiento histórico. Tras partir el cortejo fúnebre del Imperator Republicano Valerio V, todos se fueron. El adalid iba a ser enterrado, según una antiquísima tradición, en la cripta familiar del Complejo del Escorial. Hacía trescientos años que no fallecía un emperador y, Valerio V, apodado por su querido pueblo el inmortal, acababa de expirar.
Me quité las protecciones de abrigo, quedándome en mangas de camisa para percibir en mi piel el contraste entre el frío invernal y la calidez de un día soleado. Físicamente quería sentir una contradicción que me ayudase a sumergirme en la paradoja en la que me encontraba. Explicar por qué se había muerto el Adalid, en los albores de la Era Inmortal, requería un silogismo de fina complejidad. Solo se comprende su muerte por vejez si detrás hay una gran conspiración que le haya impedido eternizarse.
Yo, como presidente del comité mundial de "Ética para el Transito a la Inmortalidad", debía supervisar personalmente todas las operaciones de reprogramación cerebral. Según este protocolo disponíamos de tres oportunidades y nunca habíamos fallado. En un caso de cada mil intervenciones se necesitaba grabar al segundo homo-latente. Todos los noticiosos del mundo nos inculpaban de negligencia intencionada y requerían que se abriese una investigación para enjuiciar a los responsables. Me encontraba en el centro del complot y no creía que estos modernos inquisidores se conformasen con un simple comunicado, en forma de nota de prensa, por muy bien argumentado que fuese; pero no podía negarme a una petición expresa del secretario general de Sanidad Mundial y tenía que redactarla.
La humanidad del emperador me había marcado profundamente, su persona me cautivó y me dejé atrapar en su red. Lo conocí hacía veinticinco años cuando comenzamos a preparar su tránsito a la eternidad. Poco a poco nuestra relación se fue fortaleciendo hasta bascular al flanco de la amistad y terminar en la tragedia que hoy me embarcaba. No podía desvelar su íntimo legado, Él me dijo: "Para que la república imperial vivía yo tengo que morir. El Imperator Republicano no tiene sentido sin el carácter hereditario de la sucesión y ésta requiere la muerte del adalid que lo regenta".
Hay otra persona, que marcó mi vida y que es la causa raíz de los acontecimientos actuales, ésta fue mi querida esposa Natividad. Únicamente recuerdo nuestra vida en común como una sucesión de imágenes, lo que me produce la gélida soledad que me hace odiar la inmortalidad. Han pasado ciento cincuenta años desde que cambié, en secreto, mi versión 1.0 por una homografía creando una progresión de mi persona, prolongando mi vida. Cuando aún no había transcurrido un centésimo desde que vacié mi cerebro para copiarlo en mi clon y transformarlo en mi homograma, un trágico accidente me separó de Natividad, quedándome sin ella, sufriendo eternamente su soledad. No bastaron esos años para llenar mi nuevo cuerpo de sentimientos que le dieran el olor y el sabor a mi mente para soportar la nueva vida.
Llegué al final de la plaza y crucé la cancela metálica que me conducía al helipuerto, allí me esperaba un navegador de la guardia imperial para llevarme a mi despacho donde me enfrentaría con mi pesada carga. Nada más me monté cambié los planes y decidí realizar la tarea en mi casa, todo lo que necesitaba era mi cerebro y un terminal del comité. Solo, en mi apartamento, comencé a redactar una breve nota de prensa que aclarase lo sucedido.
Tres horas más tarde recibía una llamada de la Casa Imperial para agradecerme los justos términos del comunicado. Esta declaración pondría fin a las especulaciones y zanjaría el asunto de la digna muerte del emperador. Al terminar esta conversación, autorizaba otra conexión con presidencia. El presidente me llamaba.
Buenas tardes, te felicito por la excelente nota de prensa, creo que has hecho un gran servicio a la comunidad, además has demostrado una gran lealtad a las instituciones que te nombraron. Gracias, era mi deber. He salvaguardado la intimidad personal del ilustre paciente contando la parte de los acontecimientos que la ética profesional permite. Tratado de forma inteligente, como tú lo has narrado, evitas especulaciones que den argumentos a los movimientos opositores al uso de las técnicas regeneracionistas que nos permiten superar la muerte. No lo creo, presidente, pues resulta paradójico que, cuando ponemos en manos del hombre la vida eterna, éste quiera morir. A ese argumento se van a agarrar los negacionistas. Debemos respetar a quienes consideran que la muerte regenera la sociedad de este planeta. En fin, realizar este comunicando estaba dentro de mis responsabilidades. La claridad de la nota solo está al alcance de su gran inteligencia. Te reitero mis más sinceras felicitaciones. Para ti han sido días duros, tómate un merecido descanso. Que tengas un excelente final de jornada. Muchas gracias por tu llamada.
Ahora podía desconectar todos los sistemas de comunicación y dedicarme a disfrutar del silencio. Me dirigí al ático, donde se encontraba mi gimnasio, me cambié y comencé a correr sobre la cinta. Al cabo de una hora se paró, bajé, estiré y tomé una sauna seguida de una ducha de agua fría.
Envuelto con una toalla de baño llegué al salón de la lujuria. Era una estancia de la casa que no solía visitar, no me gustaban las experiencias psicotrópicas, pero todas las viviendas de alta gama incluían este tipo de aposentos. Activé la compañía holográfica y me senté en el sofá; de la mesa salió la sonda de análisis hormonal que humedecí con saliva para que calculase la dosis farmacológica de las grageas del placer. Pasados unos segundos apareció en la pantalla la lista de los alucinógenos que mejor se adaptaban a mi estado emocional. Opté por tomar la pasión viajera, elegí evadirme a una cálida playa caribeña durante un periodo de dos semanas. Bebí los diez mililitros del elixir al tiempo que el proyector holográfico creaba en la bóveda de la sala la imagen de una blanca playa autóctona mientras que la estancia adquiría la temperatura y la humedad ideales para un mes de enero dominicano. Ocho horas más tarde salía de la fase MOR que los barbitúricos me habían producido. También me habían pigmentado el cuerpo con la misma tonalidad que tendría si hubiese pasado dos semanas de reposo en el caribe. Adquirí una hermosa vivencia enlatada como si hubiese estado allí. Pero yo, tras renacer, podía apreciar que eso no era cierto.
Cerré los ojos, inhalé aire, pero no sentí la salada humedad del cielo de Punta Cana y Puerto Plata. Visualizaba las comidas realizadas y no rememoraba sus fragancias. La vivencia se perdía cuando quería recordarla a través de los aromas, de los sabores, de la ternura de la brisa que acarició mi piel cuando se doraba. Esa era mi frustración, mi soledad, mi vacío.
En las experiencias adquiridas mediante la programación galénica audiovisual todo era cronológicamente coherente, pero los fármacos eran incapaces de crear la aleatoriedad de una vivencia real, todo ocurría como si hubieses visto una película. Al cerrar los ojos y pensar en el olor o en el sabor de aquella jugosa langosta roja, podía rememorar todas las que había comido, pero nunca la que, en mi imaginación, comí en ese restaurante.
Estaba excitado, imbuido de soledad. Necesitaba desahogar mis instintos, tenía el mismo vacío que se produce cuando te despiertas a mitad de un sueño erótico y no tienes carne en la que desfogar tu pasión. Así que decidí hacerme acompañar por el servicio de una Ninfa. La pedí virgen, lo que garantizaba que su aparato reproductor había sido regenerado, el resto de los parámetros eran los estándares de la casa a la que pertenecía. Nada más llegar le dije que se cambiase y nos fuimos al gimnasio para realizar una sesión de spinning. Al terminar quise degustar su sudor, la desnudé, lamí su insípido cuerpo salado y me folló hasta la extenuación.
Por fin, tomé una píldora de diez horas de sueño, pretendía dormir y ver si al levantarme había desaparecido la sensación de inmensa soledad que me aprisionaba y no me dejaba vivir.
No te vayas hasta que no me despierte. Durante mi sueño, si me ves excitado, fóllame, fóllame hasta que reviente.
Nada más despertar tomé conciencia del estado de locura transitoria en el que me encontraba. Ella cumplió mis órdenes, follándome antes de que mi voluntad me dominase. Sabía que no había tomado el antídoto de la erección, por lo que se pasó toda la noche cabalgado sobre mi duro mástil.
Vístete y vete, dile a tu jefe que cargue en mi cuenta los honorarios de tu excelente trabajo.
Para no verla, tapé mi cabeza de bajo de la almohada, así escondí mi vergonzoso comportamiento. La soledad me estaba envolviendo y no me dejaba razonar. Yo sabía que las Ninfas no tenían sudor, como humanoides de nivel H-3, aquel líquido sólo era una solución salina de composición siempre idéntica. Su sudor no sabía a sudor. En los hombres la transpiración sabe en función del sentimiento que la provoca, así su gusto cambia cuando éste cambia. No es lo mismo sudar por miedo que por cansancio que por enfermedad, sus gotas saben y huelen de manera diferente. Su compañía era como la de una imagen holográfica pero hecha de carne y hueso, pues tampoco tenía verdaderos sentimientos. Las Ninfas se habían concebido, criado y conservado para sustituir el placer holográfico y por tanto inmaterial, por placer carnal. Mañana sería restaurada y más tarde entraría en otra estancia con esta vivencia borrada.
Cuánto más intentaba huir de mis recuerdos, la nostalgia más me atrapaba y me estaba llevando hacia su orilla, hacia la locura, que es el reino de la soledad.