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Chapter 7 - INDOLENTE JUVENTUD -2-

.... sueño y a veces no lo distingo de la realidad. Desde que me desperté y las entrañas de mi homograma vomitaron el líquido amniótico en el que creció, confundo muy a menudo los sueños y ciertas vivencias, sobre todo aquellas que se grabaron en mi cerebro virgen, no sé cuál es real y cuál es imaginada....

.... siempre me ha molestado despertarme en mitad de un sueño, porque le pierdo el hilo y para retomarlo hay que volverse a dormir, rápidamente. Por eso quiero morir, para retomar mi sueño con Natividad....

.... iba caminando por el ancho pasillo que lleva a las aulas del hospital. Orgulloso, con el rostro sonriente de un triunfador recién llegado, devolvía los saludos a mis compañeros, en lo que parecía ser mi paseo triunfal.

Felicidades, nunca un biólogo había sido nombrado director de investigación de este hospital. Ten cuidado, tendrás que bregar contra los eternos aspirantes al cargo que se excusan en la profesión y reclaman a un médico como responsable. No pienso en ello, mi objetivo es que el Hospital Universitario Memorial Cinco de Enero sea el primero en conseguir regenerar el cerebro de un hombre sin que la persona pierda sus vivencias y sus conocimientos. Si lo logramos seremos considerados dioses. No, entonces habremos alcanzado la eternidad. Nos veremos mañana en tú primera reunión plenaria del CeCAR. Hasta mañana.

Despedí a Camilo, director del servicio de bio-regeneración de órganos y me dirigí a impartir la primera clase tras mi nominación.

Como director de investigación aplicada de este hospital, debía presidir el poderoso Consejo Ético de Clonación y Aplicaciones Regenerativas, popularmente conocido como el CeCAR. Tres importantes misiones le eran encomendadas, la primera, autorizar las clonaciones, la segunda, velar por la correcta aplicación de las terapias regenerativas y la tercera, aprobar las derogaciones del stop-time. Así llamábamos a la edad en la que una persona decidía dejar de envejecer.

El primer asunto sobre el que tuve que deliberar me lo presentó Camilo Peña. Se trataba de un accidente laboral, nos pedían que autorizásemos la regeneración del brazo amputado de un hombre que había sobrepasado en quince años la edad máxima recomendada para aplicar el tratamiento de stop-time. En el CeCAR el debate era intenso, pues algunos consideraban que el sujeto tomaba riesgos innecesarios, casi caprichosos.

Como existe riesgo de que el paciente muera, no debemos intervenir, que se le implante un brazo biónico. Se lo propusieron en el hospital Charles Rungi y lo rechazó. Entonces que se quede manco. No tiene ninguna justificación, hoy en día la gente es incapaz de distinguir un miembro biónico de uno real. Sabe que hay una nueva técnica de regeneración de órganos, que está en fase de experimentación, y pidió que se le aplique. Esta práctica sólo se realiza en hospitales de referencia. Y de todos los que hay, el capullo eligió el nuestro. Sabe que, si acepta la clonación en caso de muerte, no podemos negarnos. Bien, zanjé, si él quiere ser nuestra cobaya, entonces, ¡ensayemos la biorregeneración de una extremidad!

Debatimos todos los riesgos y sus alternativas médicas, finalmente alcanzamos un consenso y aceptamos que se le aplicase el tratamiento.

Fui a ver al paciente y me encontré con un hombre extremadamente maduro, tenía cincuenta años de apariencia física y ciento cincuenta años cronológicos, además estaba muy demacrado. Nunca había caído en mis manos una persona tan deteriorada, un verdadero viejo, como los que se veían en los reportajes del segundo milenio. Si hubiésemos criado una cobaya perfecta, no sería mejor que la persona que estaba ante nuestros ojos.

Señor Denis, este es el señor Alex Rus, – me presentó mi colega Camilo Peña – es el director de investigación de este hospital y presidente del CeCAR, por lo tanto, es el responsable de autorizar su tratamiento. Encantado de conocerle. – Inclinó la cabeza, tras mover el hombro al realizar el involuntario gesto de tender su mano para saludarme. He venido con el doctor Peña, además del informe clínico que ya poseo quiero tener un intercambio personal con usted. Estoy a su entera disposición. Durante estos días le habrán hecho esta pregunta repetidas veces, quiero conocer de primera mano su respuesta. ¿Por qué decidió aplicar el tratamiento de stop-time a los cincuenta años en vez de a los treinta? ¡Por dejadez, por irresponsabilidad, por joderle!, ¡vaya usted a saber! ¡Estoy harto de que siempre me hagan las mismas preguntas!, ¡lo tiene en el informe! ¡Dejen de cachondearse de mí! ¡Díganme de una vez si me aplican o no el tratamiento experimental que permita regenerar mi brazo! ¡Cálmese!, en cualquier caso, se le puede dotar de un brazo biónico Le aseguro que no lo distinguirá de su original. No quiero tener ningún apéndice sintético en mi cuerpo. Entonces recomencemos. Sabe que por ley tiene que detener el envejecimiento, como máximo, a los treinta y cinco años, ¿por qué renunció a ese derecho? Porque pretendí que mi cuerpo y mi mente estuviesen en equilibrio. Dejé pasar el tiempo para sentir que mi plenitud física y mental se encontrasen a la par. Fue a los cincuenta cuando noté que la igualdad se había alcanzado. ¿Era consciente de que esta decisión le impediría tratarse con técnicas regenerativas para remplazar órganos dañados? Sí, no puede ser de otra forma. Legalmente al llegar a los treinta y cinco te citan para explicarte el protocolo y que firmes su conocimiento. Pero cuándo se es joven nadie piensa que el infortunio te vaya a tocar. Entre quedarse manco, injertarle una prótesis biónica o tener un ochenta por ciento de posibilidades de morirse con sus dos brazos ¿cuál prefiere? Morirme con mis dos brazos. Sabe que en este caso le tendremos que clonar y su vida volverá a comenzar desde cero. Lo sé, ¿dónde tengo que firmar para empezar el tratamiento? El doctor Peña le explicará todos los detalles, espero que todo vaya según sus deseos.

El jodido era muy inteligente y sabía que, como el tratamiento era experimental, negarse a la clonación significaba renunciar al mismo.

Primero le vamos a realizar una biorregeneración corporal, – prosiguió Camilo Peña – para posteriormente injertarle en su muñón células madre regenerativas, que provocarán el desarrollo del brazo ¿Qué son esas células? Tienen el ADN manipulado, le hemos activado la función de crecimiento específico para que sigan desarrollándose hasta que regeneren su brazo. ¿Dónde está la letra pequeña? En su caso primero le tenemos que rejuvenecer hasta la edad de treinta y cinco años biológicos. ¿Es imprescindible? Sí, debemos atrasar su reloj para que las células tengan capacidad de multiplicarse sin deterioro. Para usted juventud y brazo orgánico son sinónimos. Bueno, quien algo quiere algo le cuesta, me integraré en la monocorde juventud que forma el mundo actual. ¿Cuánto tiempo durará el tratamiento? Si todo va bien podrá abandonar el hospital en seis meses. Si hubiese complicaciones y sus órganos no aguantasen, estará ingresado cuatro años. Eso es mucho tiempo. Es el tiempo que necesitamos para desarrollarle unos órganos nuevos por regeneración con células madre. Por último, también cabe la posibilidad de que sea su clon quién nos deje dentro de veinticinco. ¿No hay forma de reducir los plazos? No, pero no los notará. Le ingresaremos en la URM, lo aletargaremos y para cuando le despertemos creerá que se acaba de levantar de una ligera siesta. Echemos la cabezadita. Le traeré el protocolo para que nos autorice a comenzar el tratamiento.

Cinco años más tarde el señor Denis salía del hospital con su brazo nuevo y un poco disgustado por su recién recobrada juventud. Era lo que había firmado y a ello se tendría que habituar. El día que fuimos a despedirlo todos estábamos contentos. Su calvario había terminado y nuestro experimento resultó un éxito.

Muchas gracias, Camilo. ¿Me permite esa confianza, doctor Peña?, al fin y al cabo, lleva mucho tiempo cuidando de mi en este largo letargo. No, el responsable de sus sueños fue el doctor Padilla. Yo me ocupé del tratamiento y posteriormente, cuando falló su hígado, de hacerle uno nuevo de trinca. Gracias a todo el equipo, el brazo engendrado lo siento tan mío como el que perdí. Denis, permítame un consejo, – le dije – no espere al final de la segunda centena para regenerarse, hágalo cada siglo y medio, así se mantendrá mejor y me evitará nuevos problemas.

Agitó la mano despidiéndose, mientras bajaba hacia la boca del transporte magnético individualizado para ir a tomar un vuelo que le llevase a casa.