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Chapter 9 - EL CAMINO HACIA LA ETERNIDAD -2-

.... en la era de Tagotis y Mari aprendí a obtener alquitrán, lo extraía de las ciénagas de la tierra para hacer las candelas con las que alumbrar las negras noches. Por decantación escurríamos, de aquella masa pegajosa, el óleo de las inmundicias de aquellos lodos. Durante muchos siglos los hombres nos dedicamos a matarnos entre nosotros, por eso no nos importaba la eternidad. Perdimos mucho tiempo y ahora que la vida nos importa, pues alcanzamos la eternidad, queremos coger los atajos para seguir comportándonos como si en ella no estuviésemos....

.... si queríamos vivir eternamente, teníamos que encontrar la forma vaciar el cerebro, de separar las ideas y vivencias esenciales de aquellas superfluas e innecesarias. Esa era la forma de evitar los colapsos cerebrales y de prolongar la vida. Lo demás eran los peldaños necesarios en nuestra subida al olimpo....

.... ¿aceptarías que te matasen so pretexto de que eres un clon? ¿Aceptarías tu muerte porque no eres original, porque eres el homograma copia de un hombre? ¿Aceptarías que te sacrificasen porque otros han decidido que, original y copia, no pueden vivir a la vez? ¿Comprenderías que esto ocurriese sin ser tu quién tomase la decisión? Ese era el camino hacia la eternidad y por eso lo hice, yo ordené que mataran al homograma y ahora que soy yo la copia quiero morir, no tengo fuerzas para volver a llenar mi nueva vida de sentimientos.....

.... el tiempo, el inexorable tiempo que siempre avanza, que nos persigue, termina por alcanzarnos hasta atraparnos con la eterna muerte. Ese era nuestro problema que necesitábamos tiempo para vencerlo antes de que él nos apresase. Sabíamos cómo prolongar la vida, vencer a la muerte era cuestión de tiempo, el que transcurriese hasta encontrar el proceso para vaciar el cerebro de inútiles recuerdos.

La hora de ir de la técnica a la medicina había llegado. Teníamos que comprender cómo lo hacíamos con las máquinas para luego repetirlo con el hombre y decidí que el hospital contratase a un ingeniero especialista en inteligencia artificial y robótica y a otro en nanotecnología computerizada. Llegaron al departamento de investigación Gabriel y Hugo, dos técnicos brillantes que dominaban las máquinas y que se integraron perfectamente entre los recelosos médicos.

Vivíamos tiempos de ajetreo, el final de la muerte se acercaba, pero éramos incapaces de cruzar la meta porque no podíamos rejuvenecer el cerebro y derribar el muro que nos separaba de la vida eterna. El hombre podía mantener su cuerpo sin que se degradase, rejuveneciéndolo cada doscientos años. Además, las prótesis biónicas eran cosa del pasado y los miembros mutilados los regenerábamos por activación del proceso de crecimiento de las células del muñón. Sólo el cerebro se nos resistía, cuando éste se llenaba se producía un colapso corporal y el hombre moría. La terapia de injertos neurológicos sólo era aplicable para sanar sectores tumorales dañados. Teníamos que dar un paso más y ensayar la técnica experimental de trasplante del lóbulo lateral izquierdo. Este medio cerebro vacío nos permitiría almacenar cinco siglos de vida nueva y así eternamente.

Por fin nos llegó una oportunidad, el hospital universitario de Madeburgo Otto-Von- Guericke nos enviaba uno de los raros pacientes que seguía vivo tras un colapso cerebral.

Movilicé al equipo y mientras esperábamos a que entrase el enfermo, ordené que repasásemos el protocolo con todas las actividades que tendríamos que realizar cuando llegase el cuerpo. Al finalizar, un vacío de silencio espeso se produjo en la sala de mando antes de entrar en acción. Una señal nos avisó de que el paciente estaba llegando, como resortes empezamos rápidamente a actuar, yo subí a la azotea. El remolino de aire que produjeron las turbinas del transporter al aterrizar en el helipuerto del hospital arrastró el frenesí de la intervención.

- Señora Van-Hottehem, soy Alex Rus, director del CeCAR, lamento conocerla en estas dramáticas circunstancias. ¿Se encuentra en condiciones de hablar?

- Sí, ha sido repentino, inesperado, pero ya han pasado doce horas y me voy haciendo a la idea de lo que me está pasando.

- Su marido ha sufrido un colapso cerebral que, progresivamente, le provocará la parada del sistema simpático y parasimpático causándole la muerte. Para evitarlo le tenemos que operar. Vamos a realizar una intervención experimental a vida o muerte. Técnicamente consiste en un trasplante hemisférico cerebral del lóbulo izquierdo por otro virgen, que tendremos que reprogramar y sincronizar con su lóbulo derecho para que ambos funcionen como un cerebro. Si supera la intervención quedará parcialmente amnésico perdiendo parte de su memoria familiar.

- En palabras coloquiales.

- Básicamente, a partir de los ocho siglos el cerebro se satura, no puede almacenar más conocimientos y entonces se colapsa bloqueando las funciones reflejas, es decir aquellas que dan órdenes automáticas a sus órganos vitales para que funcionen y es cuestión de tiempo para que su corazón, sus pulmones y sus riñones dejen de funcionar. Sucede lo mismo que le ocurre a su ordenador cuando intenta grabar algo y le rechaza la copia porque su memoria está llena.

- Pero mi ordenador no se destruye.

- En las máquinas el mensaje aparece antes de que su memoria esté completamente saturada y nos da tiempo a que borremos los datos que no nos interesan, de esta forma liberamos capacidad para poder continuar. Eso es lo que vamos a hacer, le cambiaremos el hemisferio izquierdo de su cerebro por otro vacío, como si le cambiásemos su disco duro. Luego reiniciaremos su vida.

- ¿Y sus recuerdos, sus conocimientos, sus vivencias?

- Desaparecen. La parte izquierda es la que más capacidad de almacenamiento tiene, pero hay que reprogramar algunas funcionalidades operativas y sincronizar los dos hemisferios. Eso es reiniciar su vida.

- ¿Y la vida vivida, su familia, sus conocimientos?

- Ya le dije que sufrirá amnesia parcial, sólo recordará lo que haya almacenado en su lóbulo derecho. No sabemos qué parte de su vida va a recuperar, pero lo importante es la sincronización, sin ella morirá.

- Me da miedo.

- A todos nos da miedo, nadie dijo que fuese fácil parecerse a Dios. Otra alternativa que tiene es donar su cuerpo a la ciencia y a cambio le ofrecemos una versión clónica 2.0 y dentro de veinticinco años podría rehacer su vida con él. Le garantizo que, con la reprogramación genética emocional que le haremos, será idéntico a su actual marido, pero sin su pasado y así dispondrán de todo el futuro para vivirlo juntos.

- No, doctor Rus, lo que nos une es nuestro pasado en común, lo que nos separa es el futuro que estamos dispuesto a compartir. No quiero clones, prefiero reconstruir una parte de su pasado para vivir juntos el porvenir.

- Firme este protocolo autorizándonos a realizar el tratamiento. La mantendremos informada.

- ¿Cuáles son los plazos del proceso?

- Exactamente no lo sabemos, en veinticuatro horas habremos terminado el trasplante del hemisferio cerebral. Si todo es correcto en tres meses la programación cognoscitiva estará acabada y entonces dependerá del tiempo que necesitemos para realizar la sincronización.

- Gracias, manténganme permanentemente informada.

- Le recuerdo que su marido está en muerte cerebral y en cualquier momento puede tener un fallo multiorgánico que destruya su cuerpo. Hasta que no finalice la sincronización, no estaremos en condiciones de decir que hemos superado la crisis y que el tratamiento ha sido un éxito.

- Asumo plenamente el riesgo que ello supone. ¡Adelante, quedamos en sus manos!

Se cortaba la tensión en el equipo, todos éramos conscientes de que, si este experimento funcionaba, nos acercábamos al precipicio de la inmortalidad.

A medida que las etapas se iban superando, el éxito nos embriagaba. Habíamos pasado dos fases, que creíamos infranqueables, el trasplante de un hemisferio cerebral y programación cognoscitiva. Con ella el cuerpo ejecutaba órdenes de funcionamiento provenientes del nuevo lóbulo izquierdo. Si conseguíamos sincronizar correctamente el hemisferio injertado con el resto del cerebro habríamos concluido. ¿Qué importarían algunos huecos en nuestra memoria si disponíamos de siglos para llenarlos? La tarea de sincronización que íbamos a emprender era, conceptualmente, muy simple, todo estaba construido y cableado, ahora sólo se trataba de que ambos hemisferios cerebrales se reconociesen, se aceptasen y se repartiesen el trabajo de dirigir el cuerpo.

De repente todo se precipitaba, ignorábamos cuál era la causa. Cuando sacamos del coma al paciente, el cerebro sincronizado se desfasaba, cada hemisferio se volvía autónomo y no reconocía el complemento de su opuesto. Repetimos la experiencia con los dos hemisferios de seguridad que teníamos de reserva, pero todo terminó del mismo modo. Nos quedaba ver qué

hacíamos del vegetal en el que habíamos convertido a aquel hombre. Esta decisión la teníamos que tomar el núcleo duro del equipo. En la sala de mando del departamento nos encontrábamos Estela, Doménica, Camilo, Fabián y yo.

- Es el tercer trasplante que le hacemos y siempre tropezamos al intentar recobrar la conciencia del enfermo.

- Si queréis hacer más pruebas, en la URM podemos mantenerlo en estado vegetativo todo el tiempo que necesitéis.

- Se acabó, – les interrumpí el debate entre ellos – no es una cobaya, su mujer nos pidió que hiciésemos todo lo posible para salvarle la vida y lo hemos hecho. Hemos aplicado todos nuestros conocimientos y no han dado frutos, es tiempo de reconocer nuestra derrota. Debemos tomar un poco de distancia si queremos diagnosticar con frialdad la causa que nos bloquea.

- ¿Qué hacemos con el señor Van-Hottehem si sobrevive al desconectarlo?, le hemos convertido en un vegetal, ¿se lo devolvemos para que lo alimente?

- Debemos aplicar el protocolo, no creo que sobreviva a la desconexión.

- Y si resiste.

- Habremos creado una monstruosidad envuelta de apariencia legal. - sentencié

- ¿Alguien se opone a que la desconexión fracase? – Propuso Doménica.

Sin mediar otra palabra abandonamos la sala, todos sabíamos que no soportaría la dosis

de calmantes suministrada antes de su desconexión. Yo me dirigí a mi despacho para, llamar a la señora Van-Hottehem y comunicarle que, lamentablemente, su marido no resistió la sincronización del último trasplante y se había quedado camino de la inmortalidad. Como no podía ser de otra manera, los gastos de traslado y los del funeral corrían a cuenta del hospital.

La muerte del señor Van-Hottehem no tenía que desmoralizarnos y durante mucho tiempo insistimos con el trasplante lobular, pero siempre tropezábamos cuándo despertábamos al paciente del coma inducido. El hemisferio derecho no soportaba el vacío en el izquierdo y se auto destruía mediante delirantes paranoias. Al final supimos que no era un problema de sincronización era un problema de equilibrio. Desmoralizados, abandonamos una técnica que hoy se sabe que es inviable.

Ahora, sólo yo sé la verdad. Esta técnica no funciona por un problema de sentimientos, hay recuerdos que no encuentran su complemento en el vacío hemisferio izquierdo y no soportaban su soledad, entonces se desquician desconectando esas neuronas del exterior.