Estaba trabajando en mi despacho cuando el terminal me pidió autorización para recibir una video llamada. Veía a mi interlocutor intranquilo, si no la aceptaba en cinco minutos se personaría ante mí para darme enérgicas instrucciones.
Arturo, ¿a qué se debe tanta premura y nerviosismo? ¡Ya tengo la solución para salvar a ese testarudo moralista! – No se dio por aludido con mi último comentario despectivo y continuó con cínico discurso – Después de consultar a tres colegas del consejo mundial de salud, todos me dan el mismo diagnóstico para reconducir la situación. Vamos a provocarle una muerte controlada y cuando fallezca le conectaremos al MFE-13G para limpiarlo de toxinas, luego al HMI-5G para reanimarlo y conservarlo mientras le regeneramos sus órganos dañados. Finalmente, remataremos la faena con el TE-6G borrándole las tendencias suicidas. Cuando todo haya terminado le despertamos nuevo y sin rencores. Lo que propones se podría realizar si estuviese conectado a un traductor encefalográmico programable y ha rechazado que lo conectemos al TE-6G. ¡¿Por qué le has dicho que era programable?!, ¡Germán, me estás jodiendo! Si esto se va al traste tú vendrás conmigo. Arturo cálmate, yo no jodo a nadie, yo practico la medicina. Mi obligación es decirle al paciente el tratamiento que va a recibir y si no lo acepta, darle las mejores alternativas que se le puedan aplicar. Además, no es un neófito, ha sido director de investigación de este hospital y reconoció el aparato nada más verlo. Auméntale la sedación para dejarlo inconsciente y luego le conectas al TE-6G. ¡Te has vuelto loco, Arturo, estás irreconocible!, ¿dónde ha quedado tu integridad profesional? Germán, déjate de pamplinas, si no quieres hacerlo tú, mando a un anestesista para que lo realice. Mientras yo sea el jefe del equipo médico que lo atiende nadie sedará a mi paciente.
En tan sólo hora y media, Alejandro Rus pasó de ser un engorroso enfermo, que me había alejado de mi unidad de reanimación, a convertirse en mi paciente. En esos momentos ignoraba que también sería la persona que cambiaría el destino de mi vida.
¡Ya no eres su médico, vete a tu maldita URM y permite a los hombres que tratemos los grandes problemas, los asuntos de estado! Desde ahora será el doctor Robledo, jefe de la planta VIP, quién se haga cargo del enfermo.
Ajeno a las decisiones que se estaban tomando, Alex seguía agonizando en su cama, ignorando que éstas podían torcer su voluntad, impidiéndole morir apaciblemente sometido a un tratamiento de ayuda terminal. El traductor enviaba sus acrónicos pensamientos al ordenador de back-up cerebrales del hospital que los almacenaba y era el único que conocía lo que Alex Rus estaba soñando en estos momentos....