La niebla se alzaba como una cortina espesa sobre las tierras de Minrra, cubriendo el paisaje en un manto de incertidumbre. El Canciller Mahjul había sido rescatado, un logro que muchos creían imposible ya que los perros de caza del clan Yamada lo perseguían incansablemente. Milagrosamente, lograron escapar. Los sanadores Minrra trabajaron sin descanso, sus manos moviéndose con destreza y precisión, tejiendo hechizos y aplicando ungüentos para sanar a los menos heridos, pues ahorrar mana era imprescindible en esos momentos. A pesar de sus esfuerzos, la lucha había dejado una marca imborrable en aquellos que la habían sobrevivido.
Una semana después, en la posada "La Dama Dorada", el aire estaba cargado con la resonancia de risas, música y el entrechocar de jarras. Los mercenarios, aquellos que habían arriesgado sus vidas por el país, celebraban su regreso. La taberna estaba llena de vida, con héroes aclamados y vitoreados por sus hazañas. Sin embargo, la alegría era superficial, una máscara para ocultar la humillación interna que cada uno lleva con sigo.
La posada era un lugar cálido y acogedor, con vigas de madera que crujían y una chimenea que irradiaba calor. Las paredes estaban decoradas con tapices coloridos y armas antiguas, testigos sm de innumerables historias de valentía y sacrificio. El dueño de la posada, un hombre corpulento llamado Bram, se aseguraba de que cada vaso estuviera lleno y cada plato rebosara de comida.
A medida que la noche avanzaba, las canciones de los cantantes locales se volvían más alegres y las risas más fuertes. Pero para Raizo y su equipo, cada carcajada era un recordatorio de los gritos que habían dejado atrás.
Entre todos los mercenarios, el más afectado por su derrota era Tom. Talia se acercó a él con una jarra llena de cerveza.
—Vamos, hombre, cambia esa cara —dijo, soltándole un golpe en la espalda.
—¡Auch, Talia, eso dolió!
—¡Tania no, imbécil, Talia! ¿Cuántas veces debo decirte lo?
Suley se acercó sigilosamente a la barra con ellos, bastante cabizbaja. Tom, imaginando la carga y el pesar que debía estar sintiendo Suley, y al verla bien solo es una niña que intentó defendernos.
En forma de broma, para romper el hielo, Tom dijo:—Aún estás muy joven para beber ni creas que te dejaremos.
Esto hizo que Talia soltara una carcajada al ver la cara de vergüenza de Suley.
—¿Qué? —gritó exaltada—. ¡El líder me dijo que puedo tomar un poco ya soy mayor !
Este comportamiento infantil y la reacción de Suley hicieron que Talia y Tom soltaran más carcajadas, y ella empezó a gritarles.
—¡Dejen de reírse! —vociferó Suley, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño, tratando de parecer seria, aunque no podía ocultar del todo una sonrisa incipiente.
Ferd, tambaleándose al levantarse de su mesa, ya borracho y salpicando cerveza por todas partes, alzó la voz:
—¡Tráiganme a las putas! Hoy la cuenta corre por los mercenarios del Cuervo.
La taberna, que hasta entonces estaba llena de risas y música, estalló en una ovación hacia los héroes. Talia, al ver la escena, rodó los ojos.
Suley, parada sobre la barra con su jarra de cerveza, empezó a gritar: —¡Soy la jefa del grupo 2 de los mercenarios del Cuervo y yo digo: Tráigan las prostitutas! —rió, soltando una carcajada—. ¡He he he he!
Todos en la taberna comenzaron a corear:—¡Suley! ¡Suley! ¡Suley!
Tom, observando la escena, soltó una carcajada.
—Ya está, la niña está borracha —expresó entre risas.
Raizo, desde su rincón, no pudo evitar esbozar una leve sonrisa ante la situación.