—La tensión se palpaba en el aire, como un trueno contenido antes de la tormenta. En nuestro propio clan, la hostilidad crecía día a día, sembrando dudas y recelos entre hermanos y hermanas. Todos desconfiaban de todos, y el liderazgo de nuestra madre, la matriarca, se veía amenazado desde dentro—.
—Nuestro abuelo, el venerable líder, yacía postrado por una enfermedad que devoraba su vitalidad. Su debilitamiento había dejado un vacío de poder que nuestra madre intentaba llenar con dignidad y sabiduría. Sin embargo, sus esfuerzos se veían constantemente socavados por la facción radical del clan, ansiosa por vengarse de aquellos que, en tiempos oscuros, nos habían vuelto la espalda y lanzado acusaciones infundadas contra nosotros—.
—Nuestra madre, con su temple y su visión clara, sabía que buscar venganza sólo confirmaría aquellas falsas acusaciones, dándoles una credibilidad que no merecían. No obstante, sus palabras de prudencia y razón caían en oídos sordos. Los radicales, cegados por el rencor y la ira, no entendían que la venganza sólo traería más dolor y sufrimiento a nuestro ya fragmentado—.
—Cada consejo, cada reunión, se convertía en un campo de batalla de ideologías y emociones desbordadas. Los días pasaban y la presión sobre nuestra madre crecía, como un océano embravecido contra un faro solitario. Ella se mantenía firme, su mirada reflejando una mezcla de cansancio y determinación, mientras trataba de encontrar una solución que mantuviera la integridad y el honor de nuestro clan sin sacrificar nuestra dignidad—.
—En medio de esa tormenta, se forjaban alianzas y se quebraban lealtades. Era una danza peligrosa, donde un paso en falso podría llevarnos al abismo. Nuestra madre, la matriarca, era el último bastión de cordura en un mundo que parecía desmoronarse a nuestro alrededor. Y mientras el destino de nuestro clan pendía de un hilo, la lucha interna continuaba—.
—Pero si su madre era una piedra para la oposición, ¿por qué no la quitaron del puesto de matriarca? —se preguntó Sara.
—Es una buena observación, Sara —respondí—. No era solo un obstáculo difícil de superar. Era una mujer dulce y amable, pero también una guerrera innata, capaz de enfrentarse a cualquiera. Su liderazgo no se basaba en la fuerza bruta, sino en una mezcla de sabiduría y destreza. Aunque hablemos de fuerza, nuestra madre era uno de los pináculos de nuestro clan. Por estas razones, no le dieron un golpe de estado total.
—Nuestro clan fue repudiado públicamente. Cada incidente hacía ver a nuestro clan mal ante la opinión pública y avivaba las llamas de los radicales que empezaron a conspirar más contra nuestro propio clan y el imperio. El emperador sabía que no podía ir de frente contra nosotros, ya que éramos una de las potencias del imperio y un clan innato de guerreros. Una guerra abierta sería devastadora para el Imperio Suru, especialmente con conflictos en otros frentes—.
—Nuestro clan se volvió resentido con todos y estaba a punto de llevar a cabo un golpe de estado. Las noticias de la rebelión llegaron a oídos del emperador. En un intento de mermar nuestras fuerzas, envió una carta ordenando que el 39% de nuestros guerreros fueran al frente de guerra—.
Sara se quedó atónita. —La ley del Imperio era clara: solo el 25% de los miembros de todos los clanes podían ser llamados a la guerra en un momento dado. Era un equilibrio meticulosamente calculado para asegurar que ninguna familia quedara desprotegida. En caso de emergencia, se pedían refuerzos adicionales, distribuidos equitativamente entre todos los clanes—.
—Sin embargo, la reciente ordenanza parecía desafiar esta antigua normativa—.