Jiro no supo qué había pasado. El mundo a su alrededor se desvanecía en una vorágine de sombras y fuego. No sintió nada, sólo vio cómo el torbellino de llamas se disolvía lentamente, su cuerpo negándose a responder a sus deseos. Todo se ennegrecía a su alrededor mientras caía, su mente atrapada en una niebla de confusión. En su última visión antes de perder el conocimiento, miró hacia adelante y vio aquellos ojos carmesí, ahora casi oscuros como la noche, emergiendo del hechizo sin inmutarse.
El impacto de su cabeza contra el suelo resonó en los oídos de los presentes, un eco sordo que se mezcló con el silencio sepulcral que lo siguió. Sara se llevó las manos a la boca, un gesto de sorpresa que congeló su rostro en una máscara de incredulidad.
Los chicos, movidos por sus ansias de respuestas , dirigieron sus miradas hacia Kasir, el mayor del grupo, buscando en él la sabiduría. Sus ojos suplicaban una explicación lógica, una respuesta que disipara.Pero al observar el rostro de Kasir, vieron el reflejo de su propia perplejidad. Él también estaba sorprendido, su semblante revelando que no tenía más respuestas que ellos.
De entre las llamas surgió Retzu, caminando con una calma que desafiaba toda lógica de la situación a su alrededor.
—Puedes guardar tu espada. La pelea ya acabó.
La voz de la sacerdotisa resonó con una certeza que hizo eco en las paredes del alma de Retzu. Giró rápidamente hacia atrás, pero no había nadie. Al volverse nuevamente hacia donde yacía Jiro, vio a la sacerdotisa inclinada sobre el muchacho, su mano posada en el pecho herido.
—Retzu, hay partes de tu futuro que no puedo ver —dijo ella, su voz acariciando el aire como una brisa inquietante—. Tu destino está en constante cambio. Tu vida está atada a una oscuridad que devora todo. no puedo ver atravez de ti es como si — de repente un fuerte dolor de cabeza azotó a la sacerdotisa esto la saco en si.— Que debería hacer ¿Debería matarte? ¿O debería dejarte ir?
Estas palabras encendieron una chispa de alerta en los ojos de Retzu, pero permaneció inmóvil. La anciana continuó, su mirada fija en el joven guerrero:
—No te mataré. No es mi trabajo interferir con el destino del mundo. Confío en que serás de gran ayuda. Espero que puedas asistir a Jiro en su misión.
Los presentes se acercaron cautelosamente, sus rostros reflejando la preocupación por la condición de Jiro. El corte en su abdomen era profundo, un panorama que marcaba el camino de su lucha. La anciana, con una serenidad que sólo los siglos pueden otorgar, realizó unos gestos complejos con sus manos. Una luz brillante emanó de su palma, cegando momentáneamente a todos. Cuando la luz se desvaneció, el corte de Jiro estaba casi completamente sanado, y la sacerdotisa se había desvanecido sin dejar rastro.
Danis tomó el cuerpo de Jiro con una delicadeza que no había mostrado en años. Lo recostó suavemente contra la entrada de la cabaña de Retzu, y por un momento, el pareció contener la respiración.
Retzu, cansado por el peso de su jornada, avanzaba hacia la puerta de su hogar cuando una voz, aguda y urgente, rompió el silencio. —Joven maestro, perdón por mi atrevimiento—, dijo Leonar, su voz quebrada por la emoción contenida. Se apresuró hacia Retzu, sus palabras fluyendo como un río desbordado, —pero escuché que se irá de viaje. Le pido que por favor me acepte. Acepteme, no importa cómo.—
Y con eso, Leonar cayó de rodillas en el acto, una súplica silenciosa y cargada de respeto. Sus manos temblaban mientras se aferraba al borde de las ropas de Retzu, sus ojos fijos en el suelo, incapaces de levantar la mirada.
El viento revolvía las hojas de los árboles, llevando consigo el eco de las palabras de Leonar. En ese momento, el mundo parecía estar detenido para Leonar , cada hoja, cada brizna de hierba, en suspenso. Retzu, inmóvil, observaba al hombre arrodillado ante él, su mente una tormenta de pensamientos y emociones. La decisión que tomara en ese instante no solo cambiaría su destino, sino también el de todos aquellos que lo rodeaban.
—¿Por qué deseas ir conmigo? —preguntó Retzu, su voz cargada de una mezcla de curiosidad y cansancio.Leonar respondió con rapidez, como si sus palabras hubieran estado esperando ser liberadas. —Uno de mis sueños es ser un guerrero tan fuerte que pueda ser un ideal para aquellos que buscan el camino ortodoxo. Por eso quiero servirle. Vi que si le sigo, me volveré más fuerte —.Retzu estudió al joven arrodillado ante él, buscando algún signo de vacilación en su mirada. —Sabes que podríamos morir en cualquier momento. Ser atacados por una bestia desconocida o ser asaltados por un grupo de mercenarios —dijo, su voz buscando provocar una duda, esperando que desistiera.Pero los ojos de Leonar brillaban con una determinación inquebrantable. —Lo espero con ansias, joven maestro —dijo, con una firmeza que Retzu no pudo ignorar.