Elinathor
En el corazón de un bosque milenario, oculto de los ojos mortales y protegido por antiguos encantamientos, yace la ciudad de Elinathor. Construida en armonía con la naturaleza, sus torres esmeraldas se entrelazan con ramas de árboles inmensos, y sus puentes cristalinos parecen fluir como ríos de luz entre las copas. En Elinathor, cada hoja, cada flor, canta una melodía que resuena en el alma de los elfos, una sinfonía perpetua de vida y magia.
La belleza del Árbol del Mundo es indescriptible, una maravilla que trasciende las palabras. No es solo una creación divina conectada a la tierra, sino una extensión misma de la deidad que lo originó. Este árbol colosal no solo embellece la ciudad, sino que también es fundamental para su infraestructura. Sus raíces profundas y vastas se entrelazan con los cimientos de los edificios, proporcionando estabilidad y energía a la urbe. Las hojas resplandecientes, que cambian de color con las estaciones, inspiran a los habitantes y atraen a visitantes de tierras lejanas, quienes buscan experimentar su majestuosa presencia. El Árbol del Mundo es el corazón latente de la ciudad, un símbolo de esperanza, vida y conexión espiritual.
#La Visión de Liria
Lirien, un joven elfo con un talento innato para la música y la magia, caminaba por las calles de Elinathor con una melancolía que no lograba sacudirse. Al observar las hojas ennegrecidas del Árbol del Mundo, un suspiro profundo escapó de sus labios.
—Ella está muriendo—, murmuró Liria, sus dedos rozando las cuerdas de su laúd en un gesto inconsciente. "Elinathor está muriendo."
Su mentora, Althea, una elfa de sabiduría inigualable, posó una mano reconfortante sobre su hombro. —No todo está perdido, Lirien. Aún hay esperanza—.
Por cierto, ¿qué haces tan temprano en mi casa? —preguntó Althea con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
Liria, un poco tímida, bajó la mirada y respondió en voz baja:—Solo quería beber un poco de té con usted, querida maestra—.
Althea sonrió ante la sinceridad de su joven alumna y, con un gesto amable, la invitó a pasar al interior de la casa.
Ya con el té servido, Althea observó a Liria con atención y luego le dijo con suavidad:
—Cuéntame, querida Liria, ¿qué es lo que te atormenta? Estoy aquí para escucharte—.
Liria miró fijamente su taza de té por un momento, sintiendo el apoyo y la calidez en su maestra.
—Hablé con nuestra madre Althair anoche. Tuve un sueño—, dijo Liria con suavidad, sus ojos brillando con una luz interior. —Una visión, quizás. Una canción antigua que podría sanar el Árbol del Mundo. Pero está fragmentada, dispersa por tierras olvidadas.
Lirien la miró, sus ojos verdes ensanchándose. —¿Una canción? ¿Quizá es una tonada runica?—.
Althea sacó un pergamino viejo de su túnica, desplegándolo con cuidado sobre la mesa de madera desgastada. —He aquí un mapa que señala los lugares donde los fragmentos podrían estar— dijo, su voz tan suave como el susurro de una brisa otoñal. —Necesitaremos provisiones y comida. Este viaje será largo y peligroso—.
Liria, con los ojos llenos de lágrimas, preguntó con un tono de voz quebrado: —¿Maestra, usted me cree? A pesar de que nuestra madre Althair lleva siglos sin comunicarse con nosotros, ¿cree en lo que le he dicho?—.
Althea sonrió con ternura, sus ojos reflejando una mezcla de sabiduría y cariño. —Liria, eres mi querida alumna. Te he visto crecer y enfrentarte a desafíos que habrían quebrado a otros. Sé cuándo me mientes, pero también sé que eres la persona más justa y bondadosa que conozco. No me sorprende que nuestra madre te haya elegido a ti como su próxima apóstol—.
Liria bajó la mirada, sintiendo el peso de las palabras de su maestra. La responsabilidad que recaía sobre sus hombros era inmensa, pero también lo era su determinación. —Maestra, ¿cree que podremos encontrar todos los fragmentos a tiempo?— preguntó, su voz apenas un susurro.
Althea suspiró, su mirada perdida en las líneas del antiguo mapa. —No será fácil. Los fragmentos están esparcidos por lugares que ni siquiera existen en nuestros libros de historia. Algunos están ocultos en reinos olvidados, otros en tierras salvajes y peligrosas. Pero con la ayuda de la guía de Althair y nuestra fe, creo que podemos lograrlo—.
La joven discípula asintió, limpiando sus lágrimas. —Entonces, empecemos. Cuanto antes partamos, más rápido podremos reunir los fragmentos y restaurar el equilibrio—.
Althea asintió con firmeza, enrollando el mapa y guardándolo de nuevo en su túnica. —Muy bien, Liria. Esta será una prueba tanto para ti como para mí. Pero recuerda siempre: no estamos solas. La luz de Althair nos guiará—.
Así, maestra y discípula se prepararon para el arduo viaje que les esperaba, un viaje que no solo pondría a prueba su valentía y habilidades.