Y el viento sopló una brisa fresca que envolvía las hojas caídas de los árboles. Las ropas anchas de Retzu ondeaban, dándole un aire de calma que contrastaba con su habitual temple. Todos lo notaron; había algo diferente en él.La atmósfera estaba cargada de una expectativa silenciosa, como si la naturaleza misma aguardara el desenlace de una historia largamente esperada.
—Se siente como si él hubiera cambiado. Su actitud es drásticamente distinta; el aire que emana es diferente —pensé para mis adentros.
Retzu continuó caminando, y el sonido de sus pasos resonaba en la quietud del bosque. La brisa jugaba con su cabello, y parecía que hasta los árboles susurraban.
—No puedo dejarme de preguntarme qué habrá ocurrido para transformarlo así —me dije mientras lo observaba caminar hacia mi. La sensación de misterio era casi palpable, y algo en mi.
En el momento en que Kasir levantó la mano para dar comienzo a la pelea, una voz anciana se escuchó a lo lejos:
—¿Puedo observar un momento también?
Todos se sorprendieron enormemente; nadie había sentido su presencia. Incluso Kasir buscaba de dónde provenía esa voz que se mesclaba con el ambiente. Mientras todos se ponían en alerta, una figura sonriendo se asomó entre los frondosos árboles.
—Jo, jo, jo —una risa suave resonó—. Solo quiero observar este divertido juego.
De repente, todos se arrodillaron ante la anciana, excepto Retzu, que permaneció de pie. Kasir exclamó en voz alta:
—¡Bendecida sea la venerable entre todas las cosas!
Y al unísono, todos corearon:
—¡Bendecida!
Retzu no sabía qué era, pero se sentía extraño. Vio cómo el espacio se distorsionaba con el aura de la anciana; era la primera vez que sentía miedo a lo desconocido. Su cuerpo no se movía y temblaba de manera antinatural con cada paso de la anciana.
—¿Qué eres? —preguntó desconcertado.
—Soy la sacerdotisa del todo —respondió ella, mientras el clima a su alrededor se descontrolaba. Tocando su bastón dos veces en el suelo, ordenó:— Chicos, pónganse de pie. No hay que hacer tanto alboroto por esta anciana—.
Mientras decía esto, se sentó en la parte delantera de la cabaña, acomodando su bastón a su lado. La atmósfera se calmó, pero el aire seguía cargado y silencioso. Retzu la observaba, consciente de que estaba frente a alguien con un poder inimaginable.
—Ahora, continuemos —dijo la sacerdotisa con una sonrisa tranquila—. Quiero ver cómo se desarrolla este encuentro.
Jiro y Retzu estaban frente a frente. Kasir gritó:—¡Que comience el duelo!—.
—¡Destellos del Dios del Trueno!—exclamó Jiro, liberando una gran carga de energía electrizante a su alrededor. En un instante, desapareció y reapareció frente a Retzu. Su velocidad era asombrosa, tomando a Retzu desprevenido. El golpe fue tan fuerte que lo lanzó varios metros hacia atrás, creando una cortina de humo.
—¿Destello del Dios del Trueno? —Kasir, asombrado por lo que veía, pensó para sí mismo—. No es fanfarronería, es la verdadera técnica del Rey Marcial. Pero Jiro no es su discípulo.La carga de energía que emana su cuerpo es volatil y sobrenatural. No es como si su cuerpo este adaptado a ella es como si no la hubiera aprendido del Rey Marcial, sino como si se la hubiera copiado.Estos pensamientos comenzaron a rondar la cabeza de Kasir, llenándolo de expectación por el combate. La intensidad de la batalla crecía con cada instante, y todos los presentes observaban en silencio.
Jiro intentó atacar de nuevo usando su velocidad, pero sus movimientos fueron leídos a la perfección. Recibió una patada en la cara por parte de Retzu, que lo sacudió completamente. La balanza de la batalla aún no se inclinaba hacia ningún bando; ambos desplegaban excelentes artes marciales en un encuentro cuerpo a cuerpo impresionante.
A medida que pasaban los segundos, se veía cómo Retzu iba ganando terreno en el combate. Esto hizo que Jiro diera un salto hacia atrás, jadeando:
—Sus artes marciales son superiores a las mías. Esto no tiene ninguna lógica...
Kasir observaba cada movimiento con fascinación, notando la habilidad y estrategia desplegadas por ambos combatientes.Laz expectativas de los espectadores crecía con cada momento. Retzu se mantuvo firme, sus ojos fijos en Jiro, dispuesto a demostrar que la verdadera fuerza no solo residía en la velocidad, sino también en la técnica y la determinación.
La anciana sacerdotisa sonreía enigmáticamente desde su asiento, sus ojos centelleando con una sabiduría antigua. Parecía disfrutar del espectáculo, consciente de que este duelo era más que una simple batalla: era una prueba del destino y la voluntad.