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Chapter 16 - The strongest sword on the continent

—Judi, encárgate de los destrozos —dijo, su voz baja y firme, con el tipo de autoridad que no se necesita alzar para ser escuchada.

Dariel el segundo al mando en el clan y espada del patriarca se enderezó, sus ojos buscando los de su maestro. —Desmantela la facción de Jegal. Quiero a todos los miembros apresados. Investiga ese Qi que exudan, esa oscuridad tan desagradable que envenena el aire.

su luz dorada del sol bañanaban los escombros en un resplandor casi etéreo. Fue entonces cuando los vieron. Retzu y Jiro, apenas jovenes, se mantenían en pie, tambaleantes pero vivos. Una incredulidad silenciosa pasó entre los presentes. Enfrentarse a Jegal, aunque el era el más débil de los ancianos, seguía siendo una hazaña muy grande para esos jovenes.

—Jen —dijo con una suavidad que contrastaba con la dureza de sus anteriores órdenes—, atiende a Retzu y a Jiro. Llévalos a la enfermería y asegúrate de que reciban el cuidado que necesitan.

Jen asintió y se acercó a los chicos con una gentileza rara vez vista en tiempos tan oscuros. El viento, cargado con el aroma de la batalla y el Qi malvado. Judi se movía entre los escombros con la gracia de una sombra, cada paso un testamento de su habilidad. Dariel, por su parte, convocaba a sus hombres con una mirada, su presencia tan sólida como una roca en un rio.

Tres guardias se adelantaron, intentando acercarse al cuerpo caído de Jegal. Sin embargo, en cuanto sus dedos tocaron la piel del anciano, algo sucedió. De su cuerpo inerte brotaron tentáculos oscuros, serpenteando y atacando con una fuerza feroz a cualquiera que se atreviera a aproximarse. Los guardias retrocedieron de inmediato, sus rostros confundidos por lo que pasaba. En un instante, el cuerpo del anciano comenzó a moverse de una forma inhumana, como si algo profundamente malvado y antinatural estuviera luchando por liberarse de su cuerpo.

Los tentáculos se agitaron en el aire violentamente, como si fueran las notas disonantes de una sinfonía oscura que hizo que todos retrocedieran.La figura de Jegal se contorsionaba y retorcía, sus movimientos eran una danza grotesca y antinatural, su rostro deformado por una mueca que no pertenecía a ningún ser humano, una máscara de horror que parecía arrancada de las pesadillas más profundas.

poniendo se de pie emanaba esa energía malsana, vibraba con una intensidad que hacía temblar las hojas de los árboles .

Kure, con la mano en el mango de su espada, no lo pensó dos veces. Desató su Qi, inundando el clan por completo. No se podía saber cuál de los dos era la verdadera bestia en ascenso. Dando unos pasos hacia Jegal, declaró:

—Caíste en las artes oscuras, vendiendo tu honor como guerrero y traicionando a tu propio clan. Descuidadas tus deberes como anciano, lo que trajo la muerte de tu hija. ¡Qué bajo has caído, Jegal!

Este último liberó su Qi con tal intensidad que parecía un estallido. El pelo largo del patriarca ondeaba, elevándose con la energía. La figura de Kure había cambiado. Sus ojos estaban en blanco, su ceño fruncido y venas comenzaban a sobresalir. Jegal, en ese momento, ya había perdido totalmente la cordura, pero ver a Kure en ese estado le recordó algo. Dentro de él se agitó un sentimiento que ya había sentido antes: miedo. Un miedo palpable que lo sacudió tanto que lo hizo recuperar la conciencia, pero ya era tarde.

En un parpadeo, Kure estaba frente a él. Sin darle tiempo a reaccionar, le dio una patada ascendente, lanzándolo varios metros en el aire. Cuando Jegal recuperó la conciencia, se encontraba flotando, buscando desesperadamente a Kure. Pero Kure ya estaba allí, en el aire con él, y desenvainando su espada soltó un ataque tan grande que parecía otro sol. El golpe fue tan fuerte y estruendoso que los guardias abajo tuvieron que sostenerse para no salir volando. El único inmóvil, sin apartar la mirada de su maestro, era Dariel.

Retzu comenzó a sentirse agotado; sus párpados se volvían pesados y se cerraban lentamente. A través de su visión borrosa, vio al patriarca caer con una elegancia inesperada tras el último ataque.

—Aunque este es el nivel que debo alcanzar —murmuró con una risa amarga —Parece un chiste—.

Cuando recobré la conciencia, me encontré en una sala médica, nuevamente vendado. Busqué mi espada, pero enseguida recordé que no la tenía conmigo.

En la otra cama, Jiro, con heridas menores, se incorporó y exclamó:

—¡Ah, ya te levantas! ¿Cómo te sientes?

—No te hagas el preocupado —respondí Retzu, sin mostrar emoción alguna en mi rostro—. Me di cuenta de que el golpe de Jegal no te noqueó. Solo te hiciste el desmayado para observar mis habilidades.

Jiro suspiró, un poco avergonzado.

—Sí, lo admito, tenía mucha curiosidad. Además, el momento se presentó y me permití analizar la situación, buscando una manera de sobrevivir. Pero para alegrarte el día tengo algo que te pertenece .

Al decir esto, Jiro me mostró mi espada, Abradamsntio, un nombre otorgado por su antiguo portador.

Cuando observé bien, vi que Jiro tenía Abradamantium en sus manos.El me lanzó la espada, y la atrapé al vuelo.

—Me niego —respondí sin dudarlo—. Tengo asuntos personales que atender.

Jiro suspiró y continuó:

—Yo fui elogiado desde pequeño. Eso me hizo sentir especial, pero cuando comencé a aprender artes marciales más rápido que los demás, me llamaron un genio. Pensé que era el más fuerte de mi generación, pero al verte a ti, sé que el mundo está lleno de incontables maestros marciales y variables impredecibles. Ya no sé si soy el más fuerte, pero tengo una meta que cumplir. Tú eres una de esas variables.

—Entiendo tu situación. También me sentí atrapado un tiempo, pero no dejaré mis asuntos para ayudarte, Jiro.

—No es solo para ayudarme a mí —respondió Jiro, su tono ahora más grave—. Este mundo entrará en caos, y solo nosotros podemos protegerlo. Tú lo notaste, ¿verdad? —dijo, refiriéndose al padre de Retzu—. Lo viste.

Apreté el puño ante sus palabras. Jiro continuó:

—Somos solo hojas en el inmenso bosque—.

Mientras decía esto, Jiro sonrió de una manera diabólica.

—Decir que yo soy el indicado para esa cruzada contigo no tiene sentido. Tu insistencia es absurda—.Antes de que pudiera terminar, Jiro me interrumpió.

—Mi clan, antes del incidente en Dakos, fue visitado por la Santa de Crospo. Ella me reveló su visión de los tiempos, cómo el mundo entero sería destruido llegaría una época de caos total dando me el mensaje de los dioses yo había sido elegido por ellos para salvador al mundo. Pero más que eso, me reveló algo en privado. Me dijo que había un chico de ojos rojos en lo profundo del clan Yamada—.

—¿Yo? —respondí, extrañado.

—Déjame terminar. Ella me reveló que podía observar varios tiempos y todos cambiaban por la intervención de aquel chico, pero donde tú estabas involucrado, su visión no llegaba en su totalidad como si estuvieras fuera de las leyes del destino. Dijo que eras un punto clave para la salvación de este mundo o para su destrucción. Por esa razón asistí al Naazora: quería ver quién era el chico que la Gran Santa de Crospo no podía ver.