El Santuario del Alma, un refugio oculto por el poder arcano, ofrecía una calma aparente. Las luces etéreas que iluminaban las paredes de piedra antigua proyectaban sombras que danzaban al compás de la energía mística que permeaba el aire. Este lugar, hogar de las guardianas del alma, era el último bastión de esperanza para los que buscaban respuestas en un mundo envuelto en caos.
Ardent Dawnseeker se encontraba apartado, sumido en sus pensamientos. La ira que había alimentado su espíritu combativo se había desvanecido, dejando tras de sí un vacío y un dolor profundo. Su corazón latía con un peso inusual, un eco lejano que resonaba en su mente, como un llamado que no podía ignorar. Sabía lo que significaba, aunque durante años se había convencido de lo contrario: la conexión con Eldrian Lorian, su hermano en todo menos en sangre, se había restaurado.
Mientras tanto, Hurrem y Selene, junto a Horus Soret, discutían posibles estrategias para su siguiente movimiento. Sin embargo, las ideas escaseaban, y la desesperación comenzaba a asomar en sus expresiones. La presencia de Soret, siempre seguro y burlón, no lograba aliviar la tensión que se acumulaba entre ellos. La mente de Hurrem, afectada por la corrupción, trabajaba con esfuerzo para mantenerse enfocada, mientras su mirada se desviaba ocasionalmente hacia Ardent, buscando en él respuestas que no podía recordar.
De repente, un portal se abrió en medio del santuario, el aire vibrando con la energía arcana que emanaba de él. Todos se tensaron, preparados para cualquier amenaza que pudiera surgir. Hurrem fue la primera en reaccionar, su instinto guerrero la llevó a invocar su energía corrupta, preparada para aniquilar al intruso. Sin embargo, antes de que pudiera lanzar un ataque, una voz juvenil y familiar resonó en el aire:
—¡Padre! —exclamó el joven que emergió del portal, vistiendo ropajes que denotaban su rango como hechicero—. Pensé que ya no estarías aquí. ¿Quiénes son ellos?
Hurrem se detuvo en seco, su expresión de furia se transformó en una mezcla de sorpresa y confusión. El muchacho, de cabellos dorados y ojos brillantes, miraba a su alrededor con una curiosidad inocente, completamente ajeno a la tensión que había provocado su repentina llegada.
Horus Soret, manteniendo su habitual sonrisa burlona, se adelantó hacia el joven, colocando una mano sobre su hombro.
—Licht, hijo mío, llegas justo a tiempo. —Dijo, con un tono despreocupado—. Permíteme presentarte a mis… compañeros. Esta es Hurrem, una mujer de gran… carácter —su sonrisa se ensanchó ante la mueca de Hurrem—, y Selene, su aprendiz. Y aquel que parece haber visto un fantasma es Ardent Dawnseeker.
Licht asintió cortésmente a las dos mujeres antes de girarse hacia Ardent, quien aún permanecía en silencio, sentado a la distancia. Algo en el joven hechicero se agitó al verlo, una sensación que no podía explicar del todo, pero que le indicaba que algo estaba profundamente mal.
—¿Padre…? —Licht preguntó en voz baja, sus ojos nunca dejando la figura de Ardent—. ¿Qué le sucede a ese hombre?
Horus siguió la mirada de su hijo y sus labios se torcieron en una leve sonrisa. Conocía bien la capacidad del Clan de la Luz para percibir las emociones de los demás, y no le sorprendió que Licht hubiera notado el malestar de Ardent.
—Está… recordando. —Respondió Soret enigmáticamente—. Algo que había enterrado muy hondo.
Mientras tanto, el dolor en la cabeza de Ardent se intensificaba, haciéndole apretar los dientes con fuerza. Una serie de imágenes fugaces atravesaban su mente: batallas pasadas, rostros de amigos y enemigos, y finalmente, la figura de Eldrian Lorian, su hermano y su mayor rival. Los años de desconexión habían hecho mella en él, pero ahora, por primera vez en mucho tiempo, podía sentirlo nuevamente. Eldrian estaba en peligro, un peligro que solo Ardent parecía ser capaz de percibir.
—¡Él está en peligro! —Exclamó de repente, levantándose de golpe. Su voz, quebrada por el dolor y la preocupación, llenó la sala.
Licht dio un paso adelante, su rostro reflejando la preocupación que compartía con Ardent.
—Puedo sentirlo también —admitió—. La energía a su alrededor está turbia, oscura… Está luchando contra algo que podría destruirlo. Debemos hacer algo.
Hurrem, aunque todavía no recordaba a Eldrian ni a Ardent, sintió una punzada de duda al ver la determinación en los ojos de Ardent. Algo en su interior, una parte que había sido enterrada bajo capas de corrupción, resonó con su desesperación. No comprendía del todo por qué, pero no podía deshacerse de la sensación de que estas emociones y recuerdos estaban conectados con su propia identidad perdida.
—No es tan simple, muchacho. —Murmuró Hurrem, su voz teñida de frustración y duda—. No podemos lanzarnos a ciegas a una trampa.
—No es una trampa —replicó Licht, con una certeza que venía de su linaje—. Él está conectado a algo… o a alguien que es importante. Puedo sentirlo, como si nuestras almas estuvieran entrelazadas. No hay tiempo que perder.
Ardent apretó los puños, su mente viajando a través de los recuerdos mientras trataba de mantener la compostura. Eldrian no podía morir, no ahora que finalmente había vuelto a sentirlo. Pero más que eso, algo en Hurrem le resultaba inquietantemente familiar. Sus sospechas, aunque vagas, apuntaban a una conclusión inquietante: ella podría ser la Guardiana que los había unido en el pasado, la que había vinculado sus almas a través del poder del dragón ancestral.
—Tienes razón, no hay tiempo. —Dijo finalmente Ardent, con voz firme—. Eldrian está en peligro, y si hay una mínima posibilidad de que aún esté vivo, tenemos que ir por él.
Hurrem lo miró fijamente, luchando contra la confusión que nublaba su mente. Podía sentir la verdad en sus palabras, aunque no entendía del todo por qué. La conexión entre ellos, tejida a través del alma divina del dragón ancestral, aún latía en algún lugar profundo de su ser corrompido.
Licht miró a su padre, esperando la señal para actuar. Horus, quien había estado observando la escena con su acostumbrada calma, asintió ligeramente.
—Entonces, partamos. —Dijo Soret con una sonrisa—. Pero recuerden, el camino será peligroso. Y si algo ha vuelto a unir sus almas, no será fácil enfrentarlo.
Con esas palabras, el grupo se preparó para lo que sería una misión desesperada, con sus destinos entrelazados en una red de antiguas conexiones y poderosas fuerzas que amenazaban con destruir todo lo que conocían.
El Santuario del Alma vibraba con la energía mientras Ardent Dawnseeker y Licht, el joven hechicero del Clan de la Luz, trabajaban en sincronía para crear el portal que los llevaría directamente al campo de batalla. La propuesta de Ardent había sido simple pero audaz: utilizar la conexión mística que Licht tenía con Eldrian para rastrear su ubicación exacta y abrir un portal que los llevara hasta él en un instante. Aunque la tarea era extremadamente peligrosa, Licht sabía que debía intentarlo, pues cada segundo contaba.
Con sus ojos cerrados y su mente centrada en la conexión emocional, Licht comenzó a canalizar la energía del Santuario hacia el portal que estaba formando. La luz que emanaba de su cuerpo brillaba intensamente, mientras sus manos dibujaban complejos símbolos arcanos en el aire. Ardent, a su lado, observaba con tensión, consciente de lo que estaba en juego.
—Lo tengo —murmuró Licht de repente, sus ojos dorados brillando intensamente—. Puedo sentirlo... ¡Está ahí, luchando por su vida!
Mientras tanto, en el campo de batalla, Lysandra Ravenhart, debilitada y agotada, tomó una decisión desesperada. Con una determinación feroz, cortó la palma de sus manos, liberando su sangre al terreno. Sabía que su vida pendía de un hilo, pero también comprendía lo crucial que era mantener a Eldrian Lorian con vida. Su alma era una pieza fundamental en el equilibrio del mundo, y si caía en manos equivocadas, todo podría desmoronarse.
—No dejaré que te lleven, Eldrian... —murmuró con esfuerzo, mientras sus ojos se llenaban de determinación—. Mientras yo siga respirando, aún habrá esperanza.
Con un grito de desafío, Lysandra desató el poder carmesí de su sangre, moldeándola en afilados pinchos que emergieron violentamente del suelo, dirigiéndose hacia Mer con una ferocidad implacable. Los ataques brotaban en ráfagas incesantes, cada uno con la intención de atravesar al Nigromante antes de que pudiera lanzar su devastador ataque final.
Mer, sorprendido por la intensidad del ataque, reaccionó rápidamente. Su figura serpenteante y ágil se movió con precisión, evadiendo los pinchos y bloqueando los que no podía esquivar. La batalla se tornó frenética, con Lysandra atacando con todo lo que le quedaba, y Mer contraatacando con igual ferocidad. Pero incluso en su estado debilitado, Lysandra no podía mantener ese ritmo por mucho tiempo.
Finalmente, agotada y con su energía completamente drenada, Lysandra cayó al suelo, jadeando. Su visión se volvía borrosa mientras su mente procesaba el hecho de que, a pesar de sus esfuerzos, no había logrado detener al Nigromante.
—¿Cómo puede alguien tan malvado ser tan poderoso...? —pensó mientras la oscuridad comenzaba a envolverla. Su cuerpo, tembloroso, se desplomó en el suelo, y aunque aún estaba consciente, no tenía fuerzas para levantarse.
Mer, observando la escena, sonrió con frialdad. Había quedado impresionado por la tenacidad de Lysandra, pero sabía que ella no representaba una amenaza real para él. Con un movimiento fluido, preparó su ataque final, un conjuro de destrucción que reduciría a Eldrian y a Lysandra a meras sombras de lo que alguna vez fueron.
—Esto no los matará... —murmuró Mer para sí mismo, mientras canalizaba su poder—. Pero los dejará completamente indefensos.
Sin embargo, antes de que pudiera desatar su ataque, una poderosa barrera de luz apareció frente a él, bloqueando el hechizo y dispersando la energía destructiva en todas direcciones. Hurrem y Selene habían llegado justo a tiempo, combinando sus poderes para formar un escudo místico que protegió a Eldrian y Lysandra de la devastación.
La explosión resultante sacudió el terreno circundante, dejando ruina y miseria a su paso, pero Hurrem y Selene mantuvieron firme su barrera, protegiendo a sus aliados. El esfuerzo, sin embargo, fue colosal, y ambas sintieron el impacto de la energía oscura que las empujaba hacia atrás.
Cuando el polvo se asentó, Horus Soret se plantó con firmeza frente a Mer, con una sonrisa irónica dibujada en su rostro. Sabía que enfrentarse al Nigromante en ese momento era suicida, pero su objetivo era otro: mantener a Mer distraído el tiempo suficiente para permitir que los demás se reagrupasen.
—Vaya, vaya, Mer —dijo Soret, con su tono habitual de burla—. No pensé que tendría el placer de verte de nuevo en estas circunstancias. ¿No te cansas de perseguir fantasmas?
Mer alzó una ceja, intrigado por la actitud despreocupada de Soret, pero no dejó que eso lo distrajera de su objetivo.
—Parece que la vida te ha hecho más cínico, Horus —respondió Mer, su voz suave pero cargada de poder—. Pero no te equivoques, no estoy aquí para jugar. Eldrian es mío.
Antes de que Soret pudiera responder, una ráfaga de energía combinada impactó a Mer desde un ángulo inesperado. Heizou y Tenshi, volando sobre el campo de batalla, habían lanzado un ataque sincronizado en un intento de derribarlo. Pero Mer, lejos de verse afectado, simplemente absorbió la energía con una sonrisa.
—Interesante... —murmuró Mer, sintiendo cómo su poder se incrementaba con cada segundo que pasaba.
Entonces, de repente, Hurrem, Heizou, Tenshi, Selene y Soret comenzaron a sentir los efectos de la habilidad pasiva de Mer. Una fatiga abrumadora los envolvió, haciéndolos tambalearse mientras sus fuerzas se desvanecían rápidamente. No entendían qué estaba sucediendo, pero sabían que estaban en serios problemas.
—No es un combate normal... —murmuró Eldrian, su voz débil pero clara—. Es la habilidad de Mer... No puedo decirles más...
Soret, comprendiendo la gravedad de la situación, tomó una decisión rápida y decisiva.
—¡Retirada! —ordenó con voz firme—. ¡Ahora!
Sin dudarlo, el grupo comenzó a retirarse, usando el poco poder que les quedaba para escapar del campo de batalla. Con gran esfuerzo, lograron llegar al portal que Licht había creado, y uno a uno, atravesaron el umbral hacia el Santuario del Alma, donde estarían a salvo... por ahora.
Mer observó la retirada con una mezcla de sorpresa y frustración. No esperaba que un grupo tan variopinto se interpusiera en su camino, y aunque había logrado debilitarlos considerablemente, su objetivo principal, Eldrian, había escapado una vez más.
—Qué coincidencia tan absurda... —murmuró Mer para sí mismo, mientras sus ojos dorados brillaban con un destello de intriga—. No importa. Este juego apenas comienza.
Con esa última reflexión, Mer se retiró del campo de batalla, desapareciendo en la oscuridad para planificar su próximo movimiento. Sabía que capturar las almas de Eldrian y Ardent sería ahora mucho más complicado, pero también más interesante. La caza había comenzado, y él estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ganar.