El portal se desvaneció tras ellos, dejando a Eldrian y Ardent en el corazón del oscuro territorio de Umbra Noctis. Apenas habían atravesado el umbral cuando Ardent, en un intento por controlar la embestida de Eldrian, lo empujó con fuerza, derribándolo contra el suelo sombrío y helado. El terreno a su alrededor era un vasto abismo de sombras y niebla, donde la oscuridad parecía susurrar secretos antiguos y peligrosos.
Antes de que Ardent pudiera reaccionar recibió un golpe poderoso de Eldrian que terminó expulsandolo varios metros hasta impactarse con fuerza en el suelo. Ardent se incorporó, respirando con dificultad mientras observaba a Eldrian, quien, dominado por el poder oscuro, se levantaba sin ningún indicio de humanidad en sus ojos, brillantes y llenos de una oscuridad profunda y voraz. Pero antes de que Ardent pudiera intentar razonar con él, un aura opresiva inundó el campo de batalla, como si el mismo suelo temblara ante la llegada de una presencia incomprensiblemente poderosa.
Desde las sombras, el Rey Negro de Umbra Noctis emergió lentamente, su figura descomunal recortada contra la niebla. Su armadura era negra como la obsidiana, cada parte de ella cargada con un aura corrupta y antigua, que parecía absorber la poca luz que existía en el reino oscuro. Sus ojos, profundos y aterradores, brillaban con un fuego oscuro que parecía escudriñar el alma misma de sus oponentes. Alrededor de su cabeza flotaba una corona de sombras, imponente y letal, mientras un enorme manto de oscuridad giraba a su alrededor, envolviéndolo en un aura de temor y respeto.
Ardent sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, consciente de la magnitud del reto que tenía frente a él. Incluso con su propio poder, dudaba de que pudiera derrotar a una criatura de semejante magnitud, y mucho menos cumplir con el doble desafío de salvar a Eldrian. Pero a pesar del miedo que lo atenazaba, apretó su lanza con fuerza y asumió una postura firme. La decisión estaba tomada. Sin importar las probabilidades en su contra, no retrocedería, aunque sus pensamientos se debatían en una estrategia aún indefinida. Necesitaba que el Rey Negro debilitara a Eldrian sin matarlo, un equilibrio que parecía imposible en medio de un combate brutal y caótico.
El Rey Negro de Umbra Noctis es una figura alta y esbelta envuelta en una oscuridad densa y en constante movimiento. Su cuerpo parece estar hecho de sombras líquidas que fluyen como un manto en cada movimiento, dándole un aspecto casi espectral. Su rostro es una mezcla de sombra y luz tenue, donde solo sus ojos relucen con un brillo rojo profundo e hipnotizante que puede causar temor. La piel de su rostro, cuando es visible, tiene un tono gris pálido, casi espectral, y está marcada por venas oscuras que revelan la corrupción en sus venas.
Viste una armadura negra metálica cubierta de runas antiguas y patrones filosos, como si fueran espinas de sombras que brotan de su armadura y se extienden a su alrededor. Estas espinas y contornos parecen ser una extensión de su propio ser, moviéndose y adaptándose como si estuvieran vivas. Su capa, también hecha de sombras, flota como si fuera vapor, y se extiende hasta el suelo, fusionándose con las sombras que lo rodean, haciéndolo prácticamente indistinguible del entorno oscuro.
El Rey Negro lleva una espada de sombras, alargada y ondulante, como si fuera una extensión de su propia oscuridad. La hoja de la espada parece absorber la luz, y de ella emana una niebla oscura que cubre el campo de batalla, permitiéndole atacar desde cualquier dirección. También puede fusionarse con las sombras, moviéndose con velocidad y precisión, y lanzando ataques furtivos que son casi imposibles de predecir.
Sin embargo, Eldrian, poseído por el poder oscuro, no mostró la menor señal de duda o contención. En lugar de esperar, se lanzó hacia el Rey Negro, sus movimientos salvajes e impulsados por un odio instintivo y visceral. Ardent intentó detenerlo, pero Eldrian era demasiado rápido, arremetiendo con una furia que lo hacía casi inmune a cualquier intento de razonamiento.
El Rey Negro apenas pareció inmutarse ante el ataque de Eldrian; alzó una mano cubierta por su aura negra y detuvo el golpe, sosteniéndolo como si fuera un mero juego. Eldrian, en su frenesí, redobló sus ataques, desatando oleadas de poder oscuro con cada golpe. Pero el Rey apenas retrocedía, observando a Eldrian con una mirada despectiva.
—Un poder oscuro... sin dirección. —se burló, desviando a Eldrian de un solo golpe, lanzándolo a varios metros de distancia—. Te devorarás a ti mismo antes de siquiera tocarme.
Ardent aprovechó ese breve momento para lanzarse hacia el Rey Negro, su lanza envuelta en llamas rojas que brillaban intensamente en la penumbra. Con un grito de desafío, arremetió contra el Rey, golpeando con todo su poder. El impacto resonó en la oscuridad, arrancando una chispa de la armadura negra, pero el Rey apenas se tambaleó.
El Rey Negro sonrió con una satisfacción cruel, girando hacia Ardent como un cazador que se dispone a jugar con su presa.
—Tus llamas... no son más que chispas aquí. —rugió, alzando su mano envuelta en oscuridad y arremetiendo con una fuerza abrumadora.
Ardent bloqueó el golpe con su lanza, pero el impacto lo sacudió hasta los huesos. Apenas logró retroceder antes de que Eldrian, aún cegado por la corrupción, reapareciera, lanzándose nuevamente contra el Rey sin distinguir amigo o enemigo. En su descontrol, Eldrian arremetió también contra Ardent, obligándolo a esquivar el filo oscuro de su espada y mantenerse en constante movimiento entre ambos adversarios.
—¡Eldrian, despierta! ¡Soy yo, Ardent! —gritó, intentando penetrar la barrera de corrupción en la mente de su amigo.
Pero las palabras fueron inútiles. Eldrian no podía escuchar. Sus ataques se volvieron cada vez más frenéticos, su cuerpo envuelto en sombras que parecían alimentar su furia destructiva. Ardent se vio forzado a responder con ataques defensivos, bloqueando los embates oscuros de Eldrian mientras esquivaba las arremetidas devastadoras del Rey Negro.
Ardent se encontraba atrapado en un vórtice de desesperación y lucha, sus pensamientos revoloteando como cuervos hambrientos mientras esquivaba un tajo de la espada oscura de Eldrian. Todo en su mente giraba en torno a una sola verdad que lo atormentaba:
«Los Cazadores tienen la Marca Oscura, sí... somos inmortales, siempre y cuando nuestra voluntad permanezca firme. Pero, ¿Eldrian... él... aún tiene una voluntad propia?»
El impacto de un golpe del Rey Negro lo sacudió de sus pensamientos. El monstruo era implacable, su presencia una manifestación pura de la corrupción y la destrucción. Ardent esquivó por poco una ráfaga de sombras que explotó en el suelo, levantando una nube de polvo y escombros que oscureció su visión. El rugido de Eldrian resonó detrás de él, y en ese momento, comprendió que su amigo había dejado de ser quien era; solo quedaba un ser consumido por su poder oscuro, un cascarón de lo que alguna vez fue el legendario Cazador.
«Si Eldrian muere ahora...» —pensó Ardent mientras esquivaba por los pelos un tajo de la espada de Eldrian que cortó el aire donde había estado su cuello— «...¿volverá? ¿Podrá la Marca Oscura restaurarlo o lo que sea que ahora habita en su cuerpo es algo completamente diferente? ¿Acaso su alma ha sido devorada por esa maldita oscuridad?»
Ardent sabía que la Marca Oscura le aseguraba la inmortalidad siempre que mantuviera una razón para seguir luchando, un propósito claro. Esa maldición, un regalo amargo, le permitía regresar una y otra vez de la muerte, siempre que su voluntad no se quebrara. Pero Eldrian... ¿qué voluntad podría tener alguien cuya mente estaba completamente consumida por la oscuridad? ¿Qué pasaría si moría ahora, siendo más una bestia que un hombre? ¿La Marca lo reviviría como el Eldrian que él conocía o simplemente traería de vuelta a la bestia?
Una ráfaga de energía oscura se desató desde el Rey Negro, obligando a Ardent a bloquear con su lanza envuelta en llamas. El choque lo hizo retroceder varios pasos, sus botas dejando surcos profundos en la tierra. La presión era insoportable; el Rey Negro era una fuerza indomable, y Eldrian, en su estado actual, solo lo estaba empeorando todo al lanzar ataques indiscriminados.
«Yo... puedo morir, puedo permitirme caer una y otra vez» reflexionó mientras sentía la sangre fluir por su costado. «La Marca me devolverá, siempre que mi deseo de proteger a Eldrian siga ardiendo en mi pecho.» Pero entonces, otra realidad lo golpeó como una ola helada: si él caía aquí, aunque solo fuera por unos instantes, no habría nadie que protegiera a Eldrian del golpe final del Rey Negro. Y esos segundos podrían ser la diferencia entre la vida y la muerte definitiva para su amigo.
Ardent apretó los dientes, lanzándose de nuevo al combate con una furia renovada. Tenía que sobrevivir. No por miedo a la muerte, sino porque cada segundo que pasara muerto, el Rey Negro tendría la oportunidad de acabar con Eldrian. Si caía, aunque solo fuera por un instante, todo terminaría.
—¡Hijo de puta, Eldrian! —rugió Ardent, desviando un tajo letal que Eldrian lanzó hacia su cuello. El filo de la espada oscura cortó su mejilla, dejando una línea de sangre que se mezcló con el sudor que le perlaba el rostro. «Si tan solo pudiera hacerte entender...»
El Rey Negro lanzó otra oleada de sombras que se extendieron como serpientes en todas direcciones. Ardent se lanzó hacia adelante, interponiéndose entre Eldrian y la oscuridad, bloqueando con su lanza y creando una explosión de fuego que desvió el ataque. El esfuerzo le costó una herida más en el costado, donde los tentáculos oscuros le arrancaron pedazos de carne. Pero no se detuvo.
—No puedo permitirme morir aquí. —se dijo a sí mismo, ignorando el dolor que lo consumía. —Si caigo... si pierdo incluso un segundo... Eldrian podría desaparecer para siempre. No puedo dejar que eso suceda. No puedo fallarle, no otra vez.
Ardent atacó con una ráfaga de golpes salvajes, su lanza destellando con un brillo carmesí mientras intentaba abrir una brecha en la defensa del Rey Negro. Sus pensamientos eran un torbellino de miedo y determinación. Si Eldrian moría ahora, poseído por esa oscuridad que devoraba su alma, no había garantías de que la Marca Oscura lo restaurara. ¿Cómo podía salvar a alguien que no estaba seguro si todavía tenía un alma que proteger?
Eldrian, sin embargo, no le daba tregua. A cada instante, sus ataques se volvían más erráticos y destructivos, con golpes que desataban ondas de energía que destrozaban el terreno y convertían el campo de batalla en un mar de escombros. Ardent jadeaba, el sabor de su propia sangre llenando su boca mientras luchaba por mantenerse de pie. Pero no podía detenerse, no podía caer.
—¡Voy a salvarte, Eldrian! —gritó Ardent, sus ojos ardiendo con una intensidad que superaba incluso la del fuego que envolvía su lanza.
Con un último grito de furia, lanzó un ataque que impactó de lleno en el brazo del Rey Negro, arrancándole una parte de su oscura coraza. Pero antes de que pudiera celebrar su pequeña victoria, Eldrian lo embistió, clavándole la espada en el costado. El dolor fue cegador, pero Ardent solo apretó los dientes, usando el último aliento que le quedaba para mantener a raya al Rey Negro.
«Mientras pueda respirar, mientras mi voluntad arda, no dejaré que mueras, amigo mío.»
La batalla continuaba, y con cada segundo que pasaba, Ardent sabía que estaba jugando con el filo de una espada. La vida y la muerte danzaban en una cuerda floja, y si fallaba ahora, todo se perdería. Pero mientras tuviera un propósito, mientras el fuego de su voluntad no se extinguiera, seguiría luchando, seguiría volviendo.
«Por ti, Eldrian. No me rendiré.»
Cada movimiento de Ardent era un acto de desesperación y determinación, sus pensamientos fluctuaban entre cómo proteger a Eldrian y cómo evitar los ataques letales del Rey. Este combate, más que cualquier otro, exigía cada gramo de su fuerza y concentración, mientras el Rey Negro lanzaba ráfagas de oscuridad y Eldrian contraatacaba sin descanso.
El suelo bajo ellos temblaba con el impacto de sus golpes, y el aire estaba cargado de poder y tensión. Ardent continuaba luchando, lanzando ataques rápidos contra el Rey Negro mientras intentaba alejar a Eldrian de los ataques más letales de su oponente.
—¡Maldita sea, Eldrian! —rugió Ardent, lanzándose frente a un golpe que amenazaba con atravesar a su amigo—. ¡No dejaré que te pierdas aquí!
El Rey Negro observó la tenacidad de Ardent con un destello de diversión en sus ojos oscuros.
Pero Ardent, aún cuando sentía el peso de la batalla y la incertidumbre sobre su éxito, se mantuvo firme. No tenía un plan perfecto, pero eso no lo detendría. Mientras Eldrian continuaba arremetiendo con ataques salvajes, y el Rey Negro acechaba con una precisión brutal, Ardent prometió en su corazón que protegería a su amigo y a su mundo, cueste lo que cueste.
En ese oscuro campo de batalla, se libraba una guerra no solo de poderes, sino de voluntades, donde Ardent peleaba con todo su ser, decidido a forjar un nuevo destino en las sombras de Umbra Noctis
El campo de batalla en Umbra Noctis era ahora un infierno viviente, donde las sombras y la energía desbordante de los tres combatientes se entrelazaban en un torbellino destructivo. El suelo se resquebrajaba bajo sus pies con cada impacto, y fragmentos de roca negra saltaban por los aires como metralla letal. Las sombras susurraban, alimentándose del caos, mientras la fría neblina se teñía de un rojo oscuro con el sabor metálico de la sangre recién derramada.
Eldrian, dominado completamente por su poder oscuro y sus ansias de destrucción, se volvió hacia el Rey Negro como su objetivo principal. Los gritos de Ardent ya no llegaban a su mente; todo lo que existía para él era el deseo de desangrar a esa imponente figura que osaba desafiar su furia. Con un rugido visceral, Eldrian cargó hacia el Rey, su espada negra irradiando una energía sombría que distorsionaba el aire a su alrededor.
El Rey Negro sonrió con una satisfacción macabra al ver al Cazador legendario arremeter. Con un simple movimiento, extendió su brazo, invocando una oleada de oscuridad que surgió del suelo como una marea negra, golpeando a Eldrian de lleno. El impacto fue devastador, lanzando al guerrero hacia atrás, pero Eldrian, cegado por su furia, se incorporó de inmediato, con sangre escurriéndole de una herida en la frente, la cual tiñó su rostro y ojos de un rojo aún más salvaje.
—¿Es esto lo mejor que tienes? —bufó el Rey, con voz resonante que retumbó en el vacío—. ¡Muéstrame tu verdadero poder, Cazador!
Ardent, al darse cuenta de que Eldrian había enfocado toda su ira en el Rey Negro, aprovechó ese instante para atacar sin reservas. Por primera vez desde que comenzó la batalla, tenía un momento para planificar sus movimientos, aunque el peligro no era menor. Su única prioridad era asegurarse de que el Rey no acabara con su amigo.
—¡Por favor, Eldrian, aguanta un poco más! —murmuró para sí mismo, arremetiendo hacia el Rey con una velocidad fulgurante.
El suelo temblaba bajo sus pies mientras Ardent lanzaba su lanza envuelta en llamas rojas, apuntando a las brechas en la armadura del Rey Negro. Logró un golpe directo en el costado, perforando la coraza negra y haciendo que la criatura rugiera de furia. La oscuridad circundante se arremolinó alrededor del Rey, sellando la herida en cuestión de segundos, pero la distracción permitió a Eldrian cerrar la distancia.
Eldrian lanzó un rugido bestial y desató una serie de cortes veloces con su espada oscura, tan rápidos que el aire chasqueaba y silbaba. El Rey Negro respondió con movimientos calculados, cada golpe suyo retumbando como un trueno y destrozando el terreno a su alrededor. Rocas y escombros volaban en todas direcciones, y cada choque de sus armas enviaba ondas de choque que hacían temblar incluso las montañas lejanas.
Sin embargo, el combate había tomado un giro aún más peligroso. Eldrian, completamente desbordado por su poder oscuro, estaba perdiendo sangre a un ritmo alarmante. Una de las contrarrespuestas del Rey Negro había logrado abrirle una profunda herida en el costado, de la que brotaba un torrente carmesí que se mezclaba con la tierra oscura. Pero Eldrian no mostraba signos de detenerse; si acaso, la herida solo lo había vuelto más feroz, sus ataques cada vez más impredecibles y brutales.
Ardent, viendo la sangre derramarse por el cuerpo de su amigo, sintió su corazón acelerarse. La desesperación lo empujó a redoblar sus esfuerzos. Se lanzó hacia el Rey Negro, utilizando la distracción que Eldrian le proporcionaba para conectar un golpe directo en el muslo del monstruo. La lanza se hundió con un chasquido húmedo, y la sangre negra brotó, creando un charco viscoso en el suelo.
Pero el Rey no era una presa fácil. Con un movimiento brutal, el Rey Negro extendió sus brazos, invocando un círculo de energía oscura que explotó hacia afuera, enviando tanto a Eldrian como a Ardent volando. El impacto fue tan devastador que el suelo se fracturó en un radio de decenas de metros, y ambos guerreros cayeron pesadamente.
Ardent rodó por el suelo, sintiendo que el impacto había agrietado una de sus costillas. Se levantó con dificultad, su rostro ensangrentado y cubierto de polvo. Eldrian, por su parte, se incorporó tambaleándose, con su mirada fija en el Rey Negro, ignorando por completo las heridas que lo debilitaban. La sangre goteaba de sus labios y de los cortes en su cuerpo, pero su sed de destrucción no parecía disminuir.
—¡Eldrian, Basta! —gritó Ardent, sabiendo que sus palabras caerían en oídos sordos. — ¡Basta!
En ese instante, Eldrian lanzó un ataque desesperado, reuniendo todo su poder oscuro en un solo golpe. La explosión resultante fue tan intensa que el aire mismo pareció rasgarse. La onda expansiva destrozó el terreno, enviando fragmentos de roca y escombros al aire como si fueran cuchillas. El Rey Negro recibió el impacto de lleno, y aunque su figura permaneció imponente, incluso él se vio obligado a retroceder.
Ardent, viendo una pequeña apertura, aprovechó para atacar. Se lanzó hacia el Rey Negro con un rugido, su lanza brillando intensamente con una llama purificadora. Esta vez, no buscaba solo dañar al Rey, sino debilitar el campo de sombras que lo rodeaba.
—¡Voy a acabar contigo y sacar a mi amigo de esta oscuridad, aunque me cueste la vida! —bramó Ardent, incrustando su lanza en el pecho del Rey Negro.
El impacto fue demoledor, rompiendo la armadura del Rey y haciendo que un torrente de sangre oscura brotara. El Rey dejó escapar un grito que resonó como un trueno, y en un acto de furia, descargó un golpe directo hacia Ardent. El guerrero apenas tuvo tiempo de alzar su lanza para bloquear, pero la fuerza del golpe lo envió volando, estrellándolo contra una pared de roca.
Con los pulmones ardiendo y la vista nublada por el dolor, Ardent se levantó una vez más. La batalla estaba lejos de terminar, y cada segundo contaba. Eldrian continuaba arremetiendo ciegamente, su sangre cubriendo el suelo, pero su poder oscuro seguía alimentándolo, manteniéndolo de pie.
—Maldita sea... —murmuró Ardent para sí mismo, limpiando la sangre de sus labios. Sabía que el tiempo se estaba agotando. Si no lograba que el Rey Negro debilitara a Eldrian sin matarlo, todo habría sido en vano.
En ese momento, el Rey Negro alzó su brazo y convocó una lanza de sombras, más grande y mortífera que cualquier cosa que había invocado antes. Ardent, sin pensarlo, se lanzó hacia adelante, interponiéndose entre Eldrian y el ataque que se avecinaba. El filo oscuro perforó su hombro, arrancándole un grito de dolor, pero logró desviar la trayectoria lo suficiente para que no impactara en su amigo.
—¡No mientras yo siga respirando! —gruñó Ardent, sus ojos brillando con una determinación feroz.
Con el brazo ensangrentado y su lanza aún en pie, se preparó para la siguiente ronda de ataques, sabiendo que esta batalla no se definiría por la fuerza, sino por la pura fuerza de voluntad.
El dolor era insoportable, un fuego abrasador que le recorría el brazo y el pecho, pero no tenía tiempo para detenerse. Con un gruñido de pura determinación, se arrancó la lanza de sombra, dejando un rastro de sangre que salpicó el suelo ennegrecido. El combate continuaba, salvaje y caótico, mientras Eldrian, cegado por su propia oscuridad, arremetía sin distinguir entre amigo o enemigo.
La tormenta de energía oscura desatada por el Rey Negro envolvía el campo de batalla, un infierno de sombras y llamas que devoraba todo a su paso. El aire era denso, cargado del hedor metálico de la sangre y el ozono. A cada embate, la tierra se estremecía y se abría en grietas que escupían humo negro, como si el mismo suelo de Umbra Noctis supiera que estaba presenciando una batalla que trascendía la mera lucha de fuerzas físicas.
Ardent, jadeante, apenas tuvo tiempo de enderezarse tras el impacto devastador que había recibido. El Rey Negro, implacable en su dominio, replicó ese mismo golpe brutal contra Eldrian, que no hizo ningún intento de defenderse. El sonido del impacto fue ensordecedor: la espada oscura atravesó la carne y las costillas del Cazador poseído, arrojando un arco de sangre que se evaporó en la tormenta de energía. Pero, a diferencia de Ardent, Eldrian no pareció inmutarse. Con una mueca salvaje, el antiguo héroe simplemente se enderezó, arrancando la espada del Rey Negro de su propio cuerpo con un rugido que sacudió el aire.
«Maldición...» pensó Ardent, su corazón latiendo a un ritmo frenético mientras observaba cómo su amigo, herido de gravedad, seguía luchando sin un atisbo de dolor. Sin embargo, algo en su interior se retorció como una garra en su alma. A través del lazo que compartían por la Marca Oscura, sintió un temblor: la conexión con Eldrian se estaba desmoronando. Cada golpe, cada herida abierta en el cuerpo de su amigo, debilitaba no solo su carne sino la propia esencia que lo mantenía con vida.
«Si su poder oscuro se debilita, entonces... ¿qué queda de su voluntad? ¿Es esto lo que queda cuando uno se rinde al poder que consume su alma?» El terror puro atravesó a Ardent. «Si Eldrian moría ahora, consumido por esa oscuridad, ¿volvería alguna vez? ¿La Marca lo restauraría como el guerrero que alguna vez fue, o solo traería de vuelta una cáscara vacía, una bestia sin razón?»
El Rey Negro, aprovechando la brecha momentánea en el ataque de Eldrian, lanzó un tajo letal que parecía destinado a acabar con él de una vez por todas. Pero entonces, Ardent, con un estallido de adrenalina y fuego en sus venas, se lanzó al frente. No para atacar, sino para interponerse.
—¡No tan rápido, bastardo! —rugió, desviando el golpe con su lanza en el último segundo. Pero en lugar de contraatacar, su mente ya había comenzado a formular un plan desesperado. Un plan que podría condenarlos a ambos si fallaba.
«Eldrian quiere devorar al Rey Negro, eso está claro...» —pensó mientras esquivaba un nuevo ataque— «...y el Rey Negro quiere acabar con Eldrian para no tener competencia en esta tierra maldita. Si puedo mantener a Eldrian en este estado salvaje el tiempo suficiente, entonces... puedo usar esa sed de sangre en nuestro favor.»
Era una idea suicida, pero la única que tenía. Eldrian, poseído por su instinto asesino, no distinguía entre amigo y enemigo. Si Ardent lograba canalizar esa furia, podría utilizar a su amigo como un arma viviente, una fuerza incontrolable que podría debilitar al Rey Negro lo suficiente como para que, en un momento crucial, Ardent pudiera dar el golpe final.
Ardent gruñó al recibir otro impacto que le rasgó la pierna, pero no dejó que el dolor lo detuviera. Se lanzó hacia Eldrian, bloqueando una de sus acometidas frenéticas con la lanza envuelta en llamas. El contacto directo le permitió sentir el latido de la oscuridad que corrompía a su amigo, pero también percibió algo más: un atisbo, un susurro apenas perceptible de la verdadera esencia de Eldrian que luchaba por salir a la superficie.
—¡Vamos, pendejo! Sé que estás ahí dentro...—gritó Ardent, mordiéndose el labio de frustración mientras desviaba otro tajo. Pero Eldrian no respondía a las palabras, solo al instinto. El Cazador poseído arremetía con golpes tan destructivos que destrozaban el terreno a su alrededor, enviando fragmentos de piedra y tierra al aire.
El Rey Negro, al darse cuenta de que Eldrian se había fijado en él como presa, lanzó un rugido gutural, desatando un torrente de sombras que azotaron el campo de batalla como un huracán. Ardent aprovechó el momento. En lugar de atacar directamente al Rey, comenzó a utilizar a Eldrian como un escudo improvisado. Cada vez que el Rey Negro lanzaba un ataque que habría sido fatal para él, Ardent se movía estratégicamente, colocando a Eldrian en la trayectoria del golpe.
—¡Vamos, mierda! —gritó con la voz ronca, luchando por mantener la coordinación en medio del caos. Los ataques del Rey Negro eran tan poderosos que partían el suelo en pedazos y convertían los árboles cercanos en astillas. Pero cada vez que una ráfaga de sombras se aproximaba, Ardent empujaba a Eldrian hacia el frente, dejándolo recibir el impacto.
Y así, poco a poco, el cuerpo de Eldrian comenzó a sangrar aún más, sus heridas convirtiéndose en un espectáculo macabro. Pero al mismo tiempo, con cada herida infligida, parecía que la oscuridad que lo dominaba se hacía más errática, menos estable. Los instintos salvajes de Eldrian lo hacían ignorar el dolor, y cada golpe que recibía lo impulsaba a atacar con una furia aún más devastadora.
Ardent sabía que estaba jugando con fuego. En cualquier momento, Eldrian podría volverse en su contra y atacarlo con la misma ferocidad que dirigía hacia el Rey Negro. Pero no había otra opción. «Si esto funciona... si puedo mantener al Rey ocupado el tiempo suficiente, Eldrian lo desgarrará pieza por pieza. Y cuando finalmente se debilite...»
Un grito inhumano llenó el aire cuando Eldrian logró asestar un golpe devastador en el torso del Rey Negro, arrancándole un fragmento de su armadura sombría. El monstruo rugió de furia, girando para devolver el ataque, pero Ardent ya estaba listo, arremetiendo con su lanza para mantener la presión.
—¡No te detengas, Eldrian! —vociferó, mientras la sangre corría por su propio cuerpo.
El campo de batalla se había transformado en un escenario infernal, un caos de sombras, fuego y sangre. La estrategia de Ardent comenzaba a dar frutos, pero el precio a pagar era alto. Su cuerpo temblaba por el agotamiento, y sus heridas seguían sangrando, amenazando con arrebatarle las fuerzas. Pero el dolor, el miedo, todo quedaba en segundo plano.
«Mientras mantenga mi voluntad, no moriré. Pero Eldrian... no estoy seguro si él tiene la misma suerte.»
La lucha continuaba, un enfrentamiento de titanes que ponía a prueba no solo la fuerza física, sino también la voluntad y la desesperación de los combatientes. Ardent sabía que el tiempo se agotaba. Si su plan fallaba, si Eldrian sucumbía por completo, todo estaría perdido.