El campo de batalla que una vez fue escenario de rugidos, explosiones y el choque de acero ahora yacía en un silencio sepulcral cubierto por un manto de cenizas y sangre que teñía la tierra. Al cruzar el portal, el grupo de cazadores y las guardianas Hurrem y Selene se detuvieron en seco, su respiración cortándose al ver el desastre que se extendía ante ellos. Los árboles estaban reducidos a astillas calcinadas, y el aire se sentía pesado, impregnado de una energía oscura y residual que erosionaba la voluntad de cualquier mortal.
— Por los dioses... —murmuró Horus, su tono habitualmente sarcástico teñido de una sorpresa genuina. Sus ojos se movían rápidamente, analizando el escenario de destrucción. —Esto... esto fue una masacre.
— ¡Espera, Selene! —fue Hurrem quién la llamó cuando ella ya estaba corriendo hacia el destrozado campo de batalla.
Tenshi y Heizou fueron tras de ella. No sabían si había peligro cerca, después de todo los reyes estaban custodiados por sus propias bestias como las que vieron en el reino del Rey del fuego. Pero no fueron los únicos, también Lysandra se lanzó al frente y Horus avanzó caminando observando el panorama junto a Hurrem quien apenas podía caminar.
Selene sin detenerse a escuchar sus palabras, avanzó a toda velocidad, el miedo latiendo en su pecho como un tambor. Sus pasos resonaban en el suelo quebrado, su corazón se aceleraba con cada segundo que pasaba sin ver señales de vida. La angustia crecía como una tormenta en su interior; Eldrian debía estar aquí... tenía que estar aquí.
Finalmente, lo vio. Tendido en el suelo, inconsciente, su cabello empapado en sangre y su cuerpo lleno de cortes profundos. A pesar de la gravedad de sus heridas, no había rastro de esa presencia oscura que tanto temía.
— ¡Eldrian! —gritó Selene, arrodillándose a su lado. Sus manos temblorosas comenzaron a brillar con un resplandor dorado mientras buscaba desesperadamente signos de vida. Al tocar su cuello, sintió un pulso débil, pero constante. Un suspiro de alivio escapó de sus labios, aunque su preocupación no desapareció del todo.
Tenshi y Heizou se aproximaron observando con angustia el cuerpo herido y desgarrado de su viejo amigo temiendo lo peor.
— Está vivo... pero tan débil. —murmuró aliviando la presión en sus compañeros. Luego, sus ojos se movieron hacia el caos circundante... y se detuvieron cuando vio otro cuerpo a unos metros de distancia.
Ardent Dawnseeker yacía en un charco de su propia sangre, su pecho atravesado por múltiples heridas, algunas de las cuales aún humeaban como si hubieran sido hechas por energía corrupta. Selene sintió que su corazón se detenía por un segundo al verlo. Ese guerrero indomable, siempre lleno de vida, ahora era solo una figura inerte en la devastación.
Lysandra, quien había seguido a duras penas a sus compañeros, jadeó al ver a Ardent en ese estado. Se apresuró hacia él, cayendo de rodillas junto a su cuerpo sin vida.
—Ardent... No... —susurró, su voz rota por la desesperación. Aunque sabía que su amigo poseía la Marca Oscura y eventualmente resucitaría, la imagen de su cuerpo mutilado le arrancó una lágrima silenciosa. La inmortalidad no hacía que el dolor de la muerte fuera menos real.
Selene, con el ceño fruncido, apartó la mirada de Ardent y se enfocó en la figura espectral del Rey Negro, que comenzaba a desvanecerse, su esencia fragmentándose en el aire. No necesitaba más que un vistazo para saber lo que había ocurrido. Eldrian había absorbido el alma oscura del Rey en un último arrebato de furia. Pero ahora, sin saber si ese poder oscuro corrompería aún más a su amigo, Selene no podía permitir que lo retuviera.
— Lo siento, Eldrian... pero no puedo arriesgarme. —murmuró. Sus ojos brillaron con determinación mientras extendía la mano y canalizaba un hechizo de extracción. La esencia del Rey Negro comenzó a fluir desde el cuerpo de Eldrian hacia el orbe que Selene sostenía, una luz oscura que se retorcía en espirales antes de ser sellada por completo.
Mientras tanto, Horus observaba la escena con una mezcla de asombro y admiración burlona. Sus ojos brillaban con incredulidad al ver los restos del Rey Negro y el cuerpo caído de Ardent.
— Vaya, vaya... Parece que llegamos tarde al espectáculo. —dijo con una media sonrisa, aunque la seriedad en sus ojos traicionaba su tono. —Y pensar que estos dos maniáticos lograron algo así. Un Rey Caído... derrotado.
Selene no respondió, demasiado concentrada en sanar a Eldrian. Pero al escuchar las palabras de Horus, un estremecimiento recorrió la columna de Lysandra.
Pero por ahora, solo podían esperar. Selene y Lysandra hicieron lo mejor que podían por mantener a Eldrian estable y **esperar el inevitable regreso de Ardent**. Porque aunque la Marca Oscura asegurara su resurrección, el costo de cada muerte se sentía en lo más profundo de sus almas.
El asombro y la admiración que inundaban el rostro de Horus no se desvanecieron mientras seguía recorriendo el devastado campo de batalla. Era imposible no sentirse impactado ante la magnitud de lo que sus ojos contemplaban. Las marcas del caos absoluto se extendían por todas partes; árboles arrancados de raíz, grietas profundas en la tierra como si la propia realidad se hubiera roto, y manchas oscuras impregnadas en el suelo, donde la energía corrupta había dejado su marca.
Con un resoplido incrédulo, Horus observó los cuerpos que yacían frente a él. Eldrian estaba tendido, inconsciente, sus respiraciones irregulares y su cuerpo cubierto de cortes, pero lo que más llamaba su atención era la ausencia total de esa presencia oscura que solía rodearlo en sus momentos más críticos. Y a su lado, Ardent Dawnseeker, su figura inerte atravesada por múltiples heridas, el costo visible de su sacrificio final.
— Maldita sea... Ardent, realmente te pasaste esta vez. —murmuró Horus, sacudiendo la cabeza con una mezcla de sorpresa y respeto. —Ustedes dos, sin apoyo... solos en esta carnicería. —Había una chispa de reconocimiento en su voz; él y todos los presentes sabían lo que significaba enfrentarse a un Rey Caído, y aún más, hacerlo sin un grupo que te respaldara, sin las habilidades curativas de Selene o Hurrem para mantenerlos en pie.
Selene quien continuaba canalizando su energía para estabilizar a Eldrian, asintió con la cabeza al escuchar a Horus. La admiración en sus ojos era innegable, pero también lo era el dolor que sentía al ver a su compañero tan devastado. Sabía que Ardent había dado hasta su último aliento para asegurar que Eldrian recuperara el control, incluso si eso significaba entregar su propia vida.
—Ardent... logró lo imposible. —murmuró Selene, con la voz temblando. Sus dedos brillaban con luz dorada mientras trataba de curar las heridas de Eldrian. —Él no solo derrotó al Rey Negro... también trajo de vuelta a Eldrian. —La angustia en su rostro se mezclaba con una determinación feroz; no permitiría que el sacrificio de Ardent fuera en vano.
Lysandra, arrodillada junto al cuerpo de Ardent, tocó suavemente su mejilla ensangrentada. Sabía que su amigo resucitaría gracias a la Marca Oscura, pero aún así, la escena era desgarradora. Morir podía ser un recurso para ellos, pero no por ello era menos doloroso. Cada vez que uno de ellos caía, dejaba una marca en los corazones de los demás, un recordatorio de lo frágil que era el equilibrio entre la vida y la muerte.
— Aun sabiendo que volverás... esto nunca será fácil. —susurró Lysandra, sus ojos cristalinos reflejando el dolor y el respeto por el guerrero caído.
Horus, que observaba desde una corta distancia, dejó escapar una carcajada baja y ronca, aunque sin el sarcasmo habitual que solía caracterizarle.
— Ardent, hijo de perra... sí que lo lograste. —dijo con una mezcla de orgullo y burla. —Lograste cazar al maldito Rey y, de paso, salvarle el pellejo a nuestro querido Eldrian... aunque te costara la vida.
Selene, terminando de sellar el orbe con el alma oscura del Rey, se volvió hacia Horus, con el rostro empapado en sudor.
—Era la única forma. —dijo, su voz llena de admiración contenida. —Ardent siempre supo que podía permitirse morir si era necesario... Si eso significaba salvarnos a los demás.
Horus la miró por un instante, luego dejó escapar un suspiro, su habitual sonrisa torcida asomando de nuevo.
—Morir como un recurso, ¿eh? — replicó, sus ojos oscuros centelleando. —Supongo que eso es lo que nos separa de esos Mer y sus heraldos malditos. Nosotros sabemos lo que estamos dispuestos a perder... y lo que no.
Selene asintió en silencio, sus ojos fijos en Eldrian mientras seguía monitoreando sus signos vitales. Ardent había logrado lo que parecía imposible: había derrotado a un Rey Caído y, al mismo tiempo, había salvado a su amigo del abismo oscuro que amenazaba con devorarlo. Ese sacrificio no sería en vano. Cuando Ardent resucitara, encontraría a sus compañeros listos para seguir luchando, porque sabían que esta era solo una batalla en una guerra mucho más grande.
El aire en el Santuario era tranquilo y sereno, en marcado contraste con el caos del campo de batalla que acababan de dejar atrás. Horus, con su habitual estoicismo, cargaba con los cuerpos de Ardent Dawnseeker y Eldrian Lorian como si llevara el peso de sus decisiones, pero sin dejar que su rostro mostrara el esfuerzo. Las palabras que había pronunciado poco antes aún resonaban en la mente del grupo. No podían permitirse más pérdidas ni errores.
Cuando cruzaron el portal, una brisa fresca y purificadora los envolvió, disipando la tensión acumulada en la batalla. El Santuario brillaba con una luz suave, el resplandor cálido de las antorchas y las aguas cristalinas de sus fuentes emanando una paz casi celestial. Era un lugar hecho para sanar, para encontrar refugio en medio de una guerra interminable.
Lysandra con su rostro demacrado pero determinado, sin perder tiempo, ayudó a Horus a depositar los cuerpos en sendas camillas de piedra, las cuales comenzaron a emanar una leve luz dorada al entrar en contacto con las energías del Santuario.
—Los tengo. —dijo Horus con un gruñido, bajando primero a Ardent y luego a Eldrian con cuidado. A pesar de su tono brusco, sus movimientos eran sorprendentemente gentiles.
Selene, ignorando el cansancio que le pesaba en los hombros, se apresuró hacia Eldrian. Sus dedos delicados rozaron su frente ensangrentada, y un suspiro de alivio escapó de sus labios al sentir un pulso débil pero constante. El guerrero legendario aún vivía, pero la oscuridad que lo había poseído había dejado sus marcas profundas en su cuerpo y su alma.
—Necesita tiempo para recuperarse... y mucha curación. —murmuró Selene, sus ojos fijos en el rostro adormecido de Eldrian. Una mezcla de angustia y determinación ardía en sus ojos celestes. No lo dejaría solo. no después de haber visto hasta dónde había llegado para enfrentarse al Rey Negro.
— Selene, debes descansar. —insistió Horus, apoyándose en una columna cercana, sus brazos cruzados sobre el pecho y sus ojos fijos en los cuerpos tendidos. —Nos necesitas tanto como nosotros a ti, y si caes, no habrá nadie que nos mantenga en pie cuando enfrentemos al próximo bastardo.
Pero Selene negó con la cabeza, apartando un mechón de cabello de su frente sudorosa. Sus manos ya estaban resplandeciendo con un suave halo dorado mientras empezaba a canalizar su magia sanadora en Eldrian.
— No puedo… No hasta que esté fuera de peligro. —replicó ella, con una voz que no admitía réplica. —Ardent puede resucitar gracias a la Marca Oscura, pero Eldrian… —Sus palabras quedaron en el aire, llenas de una preocupación que solo ella comprendía. Eldrian había estado al borde de perderse en la oscuridad, y si no lo curaba pronto, temía lo que podría suceder.
Lysandra, mientras tanto, se movía con precisión, limpiando la sangre que cubría los cuerpos de ambos guerreros. Usaba paños empapados en un elixir sanador, la fragancia de hierbas frescas llenando el aire. Cada trazo era una oración silenciosa por su pronta recuperación.
— Selene tiene razón. —murmuró Lysandra mientras lavaba la sangre que cubría el rostro de Ardent, revelando su expresión de tranquilidad incluso en la muerte. —Si Eldrian hubiera sucumbido por completo a la oscuridad… Ardent lo rescató a un costo demasiado alto.
Horus observaba en silencio. Su expresión endurecida pero sus ojos brillando con un respeto que rara vez mostraba abiertamente. En su mente, resonaban las imágenes de la batalla, los sacrificios que habían presenciado. Eldrian y Ardent habían logrado lo imposible enfrentando a un Rey Caído sin la ayuda de un grupo completo, y eso era un testimonio de su fuerza y determinación.
— No hay forma de que puedan hacerlo de nuevo, no solos. —dijo Horus en voz baja, aunque sus palabras estaban cargadas con un toque de admiración. —La próxima vez, estaremos todos juntos. No volverán a arriesgar sus malditas vidas así.
Selene levantó la mirada un instante, sus ojos llenos de gratitud. Sabía que no podrían permitirse más sacrificios como el que Ardent había hecho hoy. Y mientras sus manos trabajaban incansablemente para sanar a Eldrian, juró que no dejaría que ninguno de ellos cayera así de nuevo.
El Santuario se llenó de un silencioso compromiso Cada uno de ellos sabía que la guerra estaba lejos de terminar, pero esta vez, no enfrentarían el abismo solos. Juntos, recuperarían sus fuerzas, convertirían las almas de los Reyes Caídos en poder, y estarían listos para la próxima batalla.
Porque sabían que la oscuridad no esperaría, y el tiempo para prepararse era corto.